jueves, 2 de octubre de 2014

Trampas del "pensamiento positivo"

LOS FRAUDES DEL “PENSAMIENTO POSITIVO”,
ALLÁ Y ANTES, AQUÍ Y AHORA




                                                       La contradictoria
                                                          burbuja azul


Los promotores del “pensamiento positivo” parecen defender a los crédulos de un mundo donde todo amenaza su estilo de vida, desde el virus del Ébola y las enfermedades raras, pasando por los jóvenes rapiñeros y pasteros capaces de matar por diez pesos, hasta el derrumbe de la economía que se demora en aparecer pero que seguramente llegará si no se hace un buen ajuste fiscal.



Lic. Fernando Britos V.


¡Qué inocentes parecen las pompas irisadas del “pensamiento positivo”! ¡Qué optimistas, cuán benéficos y confortantes sus efectos! Demos un vistazo a estas burbujas.
La promoción del miedo ha sido históricamente una marca de fábrica de la derecha en el campo político, del oscurantismo y la reacción en materia de conocimiento humano, de fanatismo y manipulación para perpetuar las injusticias que favorecen a unos pocos a costa de la penuria de muchos. El “pensamiento positivo” es el complemento natural de la promoción del miedo. Su hermano siamés, su “lado bueno”, su sedante alucinógeno. No hay burbujas inocentes.
NADA NUEVO BAJO EL SOL. La civilización ha lidiado permanentemente con estos fenómenos aparentemente contradictorios pero esencialmente complementarios que se potencian y se nutren en un círculo perverso de engaños y ocultamientos, de promoción de líderes y salvadores, de santones y dementes, de avaros y prodigadores de gracias. “Palo largo y mano dura para evitar lo peor” creando un abismo entre los “buenos” y los “malos”. Satanizando y santificando pero sobre todas las cosas ocultando la realidad y sus antecedentes, borroneando la historia, eludiendo responsabilidades para volver a presentar una “novedad” que huele a encierro, a naftalina, a moho y a veces a muerte y sufrimiento.
La eterna lucha entre la memoria y el olvido se desarrolla también en la mente humana y los psicólogos han jugado y juegan su papel, tal vez en forma menos ostensible que muchos actores políticos, algunos presuntos analistas, periodistas, politólogos, publicistas, asesores de imagen, coaches, ensayistas, columnistas, que forman el cortejo técnico o funcional de la llamada “nueva derecha”.
¿Qué es una burbuja del pensamiento positivo? Se trata de una especie de receta “para ser feliz”, “para tener éxito en la vida”, “para alcanzar o conservar la salud, el amor, la riqueza” y muchas veces para conseguir adhesiones y votantes para alcanzar cargos de gobierno. Los fines pueden ser loables y seductores, son poderosos argumentos para vender la receta, pero sus postulados son falsos, engañosos, a la postre decepcionantes y en muchos casos peligrosos.
Las burbujas son efímeras, brillantes, inconsútiles pero frágiles porque aunque no se les note la costura están condenadas a estallar. Lo que sus promotores ocultan es que estos estallidos no siempre son inocuos, tienen consecuencias y después hay responsabilidades y otras derivaciones.
El estadounidense Martin E. P. Seligman se presenta como el padre de la “psicología positiva” y por lo tanto del conjunto de presuntos beneficios de esta escuela que adopta la forma que denominamos burbuja, pero no lo ha hecho ni lo hace en solitario: tiene muchos antecedentes y epígonos en la llamada “literatura de autoayuda”. En esta línea se inscribe la inspiración de los promotores de las burbujeantes “campañas positivas” en todo el mundo.
Algunos recordarán ¿Quién se ha llevado mi queso?(1998), un libro de motivación presentado como una parábola tontuela en la que actuaban ratones y hombrecitos que buscaban “queso” y que pretendía demostrar “las ventajas del cambio” en el trabajo y en la vida privada. La historieta presentaba las “cuatro reacciones típicas” ante el cambio: resistirse por miedo a algo peor, aprender a adaptarse cuando se comprende que el cambio puede conducir a algo mejor, detectar pronto el cambio y finalmente apresurarse hacia la acción.
El autor exhibía la típica característica de los libros de autoayuda: eludir cuidadosamente las cuestiones concretas y los desafíos de la realidad (antecedentes de la situación, definiciones y sentido del cambio), creaba sofismas edulcorados y prometedores pero huecos (con fuerte apelación irracional). Tal vez por eso mismo resultó arrobador, durante cinco años, para la fauna de consumidores de libros de autoayuda. 
El secreto es el título de otro best seller de autoayuda publicado en 2006, escrito por Rhonda Byrne . Apareció aun antes como película en DVD y su tesis es que enfocarse en cosas positivas puede modificar la realidad en todos los campos: salud, riqueza, felicidad, amor y, desde luego, poder. Fue promovido por la presentadora estrella de la TV estadounidense, Oprah Winfrey, y se transformó en éxito de ventas pero también recibió críticas porque los testimonios que presentaba solían explicarse por fenómenos psicológicos como la sugestión y el efecto placebo.
No hay evidencia científica que demuestre que el “pensamiento positivo”, por sí solo, tenga influencia sobre la realidad. Sin embargo, la autora alentada por el torrente de dinero que le produjo su primer bolazo, escribió en 2010 la continuación de El secreto, que sugestivamente se titulaba El poder, y dos años después su obra cumbre, La magia, que promueve el uso del “agradecimiento” como forma de aplicar la llamada “ley de atracción”.
DE LA LEY DE ATRACCIÓN Y LA RESONANCIA A LA MAGIA EMPÁTICA. La “ley de la atracción o “resonancia” es una creencia de la metafísica New Age que sostiene que los “pensamientos positivos”, conscientes o inconscientes, influyen sobre la vida de las personas, bajo la forma de unidades energéticas que retornan a los sujetos como similares ondas benéficas.
Los propagandistas de esta presunta ley natural comulgan con la frase "te conviertes en lo que piensas", usualmente aplicada al estado mental del ser humano. Según los partidarios de dicha ley, esto significa que los pensamientos de una persona son los que producen las emociones, las creencias y las consecuencias de sus actos. De ahí temitas de campaña como “lo quiero ver Presidente” y la autoconvicción “quiero ser Presidente, ergo, voy a ser Presidente”. A este proceso se lo describe como "vibraciones armoniosas de la ley de la atracción", o en otras palabras “obtienes las cosas que piensas; tus pensamientos determinan tu experiencia". Las raíces de este solipsismo extremo se remontan a los campos esotéricos del hermetismo, la teosofía y el hinduismo.
La presunta ley no tiene base científica alguna, no se basa en un método válido, no se apoya en evidencias, no puede ser verificada de forma fiable y sus afirmaciones exageradas y promesas grandiosas son de imposible verificación. También se nota en el discurso “positivo” una falta de disposición al examen de sus afirmaciones por parte de expertos serios. Esas características corresponden a las pseudociencias y en tal sentido la ley de atracción tiene tanto valor predictivo como la astrología o la quiromancia.
El lado oscuro de la “ley de atracción” es la culpabilización final del creyente. Si los “pensamientos positivos” no dan los resultados esperados, la responsabilidad no es atribuible a circunstancias concretas sino a la falta de convicción del creyente. La responsabilidad siempre es subjetiva, nunca objetiva. Si el amor que se busca, la fortuna que se anhela, la salud que se procura o el resultado de la campaña política no fueron los esperados, la responsabilidad y la culpa, si cabe, corresponde al creyente que no ha sido suficientemente “positivo”, que no aportó el diezmo o cuya fe fue insuficiente (don’t worry be happy, otra vez será).
Sin embargo, la resonancia o ley de atracción que atribuye un poder sobrenatural a la creencia de que los pensamientos positivos son capaces de determinar la realidad y convertirse en la clave del éxito, lejos de ser creaciones novedosas, pulsan las cuerdas de los mecanismos irracionales y racionales más arcaicos. La charlatanería New Age se remite nada menos que a la magia empática o simpática (en esta última denominación como resultado de una traducción tan macaneadora del inglés como la que dio origen a la “reingeniería”).
La magia empática se basa en la creencia de que lo que es similar está unido en forma misteriosa (es decir, mágica) de modo que al actuar sobre uno de los elementos se está actuando también sobre lo que es, prima facie, idéntico o muy parecido. Esta magia es la base de las técnicas adivinatorias, de la homeopatía, de la curación a distancia, de los videntes, de la grafología y de muchas técnicas psicológicas comprendidas en la psicometría que, mediante la interpretación de ciertos signos, pretenden sacar conclusiones sobre el pasado, el presente o el futuro. Estos signos pueden ser las entrañas de los animales, la borra del café, las evocaciones a partir de manchas de tinta o imágenes borrosas, las líneas de la mano, el vuelo de las aves, la forma de las nubes, la disposición de las cartas, las runas o los buxios, alguna prenda de la persona investigada, la letra manuscrita, etcétera.
Otras prácticas más truculentas son también más antiguas y se basan en la misma presunta relación entre iguales. Por ejemplo, el canibalismo ritual que pretendía adquirir el valor del enemigo vencido al devorar su corazón, la alimentación de la jauría con corazones crudos para excitar su ímpetu venatorio, el disfraz de los chamanes con las pieles de los animales cuya cacería se deseaba propiciar, las violaciones rituales para promover la fertilidad y las cosechas, atravesar con agujas el muñeco hecho a imagen del enemigo (y a veces con algo de pelo o alguna prenda del embrujable), los relajamientos de la Inquisición, etcétera.
CORTÁ CON TANTA DULZURA. La llamada “psicología positiva” parece condenada, sin embargo, a volver a sus orígenes conductistas. El citado Martin Seligman, padre de la “psicología positiva”, era un especialista en psicología animal que primero ganó reconocimiento por sus estudios sobre lo que denominó “indefensión aprendida”. En 1976, Seligman diseñó un experimento que consistía en castigar perros hasta quebrarlos de modo que adoptasen una actitud pasiva y resignada sin hacer nada para escapar o evitar el castigo.
Su “descubrimiento” interesó de inmediato a las fuerzas armadas estadounidenses y a los servicios de inteligencia como forma de perfeccionar sus técnicas de interrogatorio y de tortura psicológica al producir en los prisioneros la sensación subjetiva de impotencia y resignación ante la situación, demoler así su resistencia e inducir si fuera posible trastornos mentales duraderos (como la depresión clínica) resultantes de la percepción de una ausencia irremediable de salida y esperanzas.
La Coalición por una Psicología Ética (Coalition for an Ethical Psychology) de los EUA denunció a Seligman (antiguo presidente de la Asociación Psicológica Americana) por haber aleccionado a los psicólogos que prepararon el sistema de “interrogatorios mejorados” que aplican indiscriminadamente los estadounidenses desde 2001 en su “guerra contra el terrorismo”.
En 2002 Seligman, que ha negado haber estado involucrado en torturas, se disculpó por las atrocidades que había cometido con animales y tuvo una revelación: la psicología hasta entonces había estado demasiado concentrada en la patología y en la cura de enfermedades, era muy aburrida y había descuidado las fuerzas positivas que permitían alcanzar la felicidad.
Desde entonces enterró la máquina de electroshocks (que era como “la motosierra del Cuqui”) y se transformó en el gurú de la dulzura, las energías positivas y la autoayuda presuntamente científica. “Por fin la psicología se toma en serio el optimismo, la diversión y la felicidad”, aclamó Daniel Goleman, otro famoso chanta conocido por haber acuñado la “inteligencia emocional”.
El “pensamiento positivo” se emplea mucho más allá de la psicología de boliche y conviene hacer un rápido repaso de algunos de sus riesgos. Uno de ellos resulta del refuerzo del orgullo que busca producir, refuerzo que a su vez fortalece tautológicamente su “positividad” y ha desarrollado una simbiosis con el capitalismo y la llamada “nueva derecha”.
El “pensamiento positivo” se ha arrogado la función de defender los aspectos más crueles de la economía de mercado. El optimismo es la clave del éxito y se alcanza mediante el “pensamiento positivo”, por lo que no hay excusas para el fracaso. La contracara de “lo positivo” es la insistencia en la responsabilidad individual: si el negocio no va bien o no va tan bien como quisieras, si el trabajo no te satisface, es porque no pusiste el empeño suficiente o porque no creíste en la inevitabilidad del éxito.
El “pensamiento positivo” ha causado mucho daño en el terreno de la salud y especialmente en el tratamiento del cáncer. Es corriente la suposición de que la “actitud positiva” del paciente es fundamental para enfrentar al cáncer. Barbara Ehrenreich (2011) dice que “sigue siendo un axioma, dentro de la cultura del cáncer de mama, que la supervivencia depende de la ‘actitud’”. En muchos casos se atribuye a la “actitud positiva” un efecto preventivo del cáncer y todas esas afirmaciones carecen de respaldo serio.
El vínculo entre el sistema inmunológico, el cáncer y los estados de ánimo se estableció hace 30 o 40 años a partir de un conocimiento muy anterior acerca del efecto del estrés extremo en el debilitamiento de ciertos aspectos de las defensas orgánicas. A partir de eso algunos autores, como O. Carl Simonton, se apresuraron a pensar que la actitud podía tener el efecto contrario que el estrés y si bien animaban a los pacientes a seguir los tratamientos que se les recetaban, les decían que “ajustar la actitud” era igualmente importante (había que superar el estrés, desarrollar creencias positivas y buenas imágenes mentales).
Estas tesituras fueron gradualmente abandonadas desde la década de 1990. Las pacientes pueden ser animadas a participar en grupos de apoyo o hacer psicoterapia porque eso les reportará beneficios emocionales y sociales, pero no se debe desarrollar la expectativa de que por esa vía ganarán en supervivencia.
En 2007, Barbara Ehrenreich le preguntó al investigador J.C. Coyne si persiste una tendencia a vincular las emociones y la supervivencia al cáncer y éste le respondió que tomaría prestado un término que se utilizó para describir cómo se organizó la guerra de Irak: se trata de una especie de “amplificación incestuosa”, le dijo. La idea de que la mente puede afectar al cuerpo resulta de lo más atractiva y además permite que los expertos en ciencias del comportamiento se suban al carro. Hay mucho dinero en juego en la investigación sobre el cáncer. ¿En qué otra forma podrían participar? ¿Se iban a poner a investigar sobre cómo hacer que la gente use protector solar? Eso tiene mucho menos glamour.
Dentro del negocio de la cura del cáncer se empezaron a levantar voces contra la denominada “tiranía del pensamiento positivo”. El peso de no ser capaz de “pensar en positivo” gravita sobre el paciente como una segunda enfermedad. “El cáncer de mama ‑sostiene Barbara Ehrenreich‑, ahora puedo decirlo con conocimiento de causa, no me hizo más bella, ni más fuerte ni más femenina, ni siquiera una persona más espiritual (…) Lo que me dio fue la oportunidad de encontrarme cara a cara con una fuerza ideológica y cultural de la que hasta entonces no había sido consciente; una fuerza que nos anima a negar la realidad, a someternos con alegría a los infortunios, y a culparnos solo a nosotros mismos por lo que nos trae el destino”.[1]
EL CONFORMISMO Y LA FALSA ALEGRÍA. Las crisis económicas, los ajustes fiscales, la descarga del proceso contractivo sobre los trabajadores, las recetas de la “nueva derecha” ‑tal como lo vimos en Uruguay desde 1999 y especialmente en 2002‑ van acompañadas, en el mundo del trabajo, de ciertas medidas para paliar la desocupación. Estas consisten en cursos motivacionales donde el consejo que se da a los condenados es evitar el enojo y la negatividad; ver la situación como una oportunidad; hacer de la pérdida del trabajo una ganancia y pensar en positivo no solamente para sentirse mejor sino para “aparecer” mejor ante un nuevo empleador. En suma, “pensar como ganador y no como perdedor”, transformarse en “emprendedor” sería la solución.
En los momentos de crisis el enfoque positivo no era enteramente voluntario sino que, en muchos casos, era impuesto. Los empresarios suelen organizar conferencias de motivación, donde aparecen consultores internacionales dedicados a inculcar la actitud positiva. Por ese medio se difundió bastante el libro antes citado ¿Quién se llevó mi queso?, que aconseja enfrentarse al despido sin quejarse.
Hay sitios donde uno sabe que cunde la falsa alegría, por ejemplo en los ancianatos, residenciales y clínicas. Los diminutivos, los cariñitos, el hablar en plural. “Hola abuelita, cómo estamos hoy?” “¿Cómo andamos, mi amor?” “¡Qué buena moza estás hoy, mamita!”
Hace ya unos años, en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República se convocó un seminario sobre asuntos de gestión, que ya había tenido un par de antecedentes con la presencia de conferencistas extranjeros, ponencias en talleres temáticos y otras modalidades habituales para el tratamiento de temas serios.
Esta vez, en el salón de actos de la Facultad, se había congregado una asistencia numerosa proveniente de distintas dependencias universitarias. Cuando todo el mundo esperaba las formalidades de la apertura para empezar a trabajar, aparecieron unos jóvenes, docentes del Instituto Superior de Educación Física, que promovieron que todos los asistentes se pusieran de pie para desarrollar una serie de ejercicios de distensión en el sitio, vocalizaciones positivas, flexiones, giros para desestresarnos y proporcionarnos bienestar desde el principio. La New Age había llegado a la academia.
La mayoría de los presentes empezaron a ulular y a moverse obedientemente aunque sin entusiasmo. En aquella concurrencia nada hacía pensar en una secta, no había signos de fanatismo. Era una manifestación de exuberancia irracional con justificación gimnástica.
¿Cuál era el presupuesto de estas “distensiones”? Todos los obstáculos que te impiden mejorar, ser más capaz, alcanzar mayores rendimientos y brillo intelectual, están dentro de ti. Si quieres mejorar, tanto en términos materiales como subjetivos, lo único que tienes que hacer es mejorar tu actitud y tus respuestas emocionales.
Tal vez quienes asistíamos pensábamos en otras formas de mejorar, como por ejemplo intercambiar ideas, estudiar para adquirir conocimientos concretos o participar en una actividad para el beneficio colectivo, pero en el mundo del “pensamiento positivo” todos los desafíos son primordialmente internos.
La mayor parte de los consejos que dan los expertos en “pensamiento positivo” son inocuos: sonreír, exudar alegría y optimismo, cultivar el buen humor. Sin embargo, cuando la exigencia es estar de buen humor, quejarse parece una perversidad. Nadie va a querer trabajar con una persona negativa, de modo que para tener éxito hay que fingir gran animación y bienestar aunque ésta no sea la realidad. El clásico de los clásicos en esta materia es el añejo Como ganar amigos e influir sobre las personas, escrito por Dale Carnegie en 1936. El autor partía de la base de que los lectores no se sentían felices pero podían manipular a los demás haciéndoles creer que lo eran. El logro máximo se alcanzaba fingiendo sinceridad.
Sin embargo no todos los consejos son tan “positivos”. Los libros de autoayuda, tanto laicos como religiosos, exhortan a deshacerse de las personas negativas. En la práctica no resulta fácil eliminar a las personas negativas. Sacarse de arriba a la gente que bajonea o critica conlleva el riesgo de quedarse solo o, lo que es peor aun, de terminar desconectado de la realidad.
La vida en sociedad implica el desafío de tener en cuenta el humor de los demás, de darles la razón cuando la tienen y de apoyarlos o consolarlos cuando lo necesitan. Sin embargo, el “pensamiento positivo” es extremadamente individualista y los demás solamente cuentan y adquieren sentido mientras estén aplaudiendo y alentando al candidato.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 
 


 
 


[1] Ehrenreich, Barbara (2011) Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo. Madrid; Turner Noema. (52). 

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