martes, 6 de septiembre de 2016

KARL POPPER, ESCUDERO DE LA GUERRA FRÍA



Los escuderos prestaron sus armas ideológicas a la Guerra Fría

KARL POPPER ESCUDERO DE LA GUERRA FRÍA (I)

Fernando Britos V.
Hoy más conocido y cada vez menos recordado por su “Lógica de la Investigación Científica” que puso en boga su absurdo criterio del “falsacionismo”, Karl Popper es prototípico de los filósofos que aportaron a las luchas ideológicas que ocuparon a los intelectuales durante la llamada Guerra Fría (1945 – 1991). Comprender el papel que jugó requiere, también, considerar sus orígenes: un joven intelectual judío formado en el ambiente fermental y al mismo tiempo ominoso de la Viena de principios del siglo XX.

Un poco de historia - Uno de los fenómenos globales más importantes de la segunda mitad del siglo pasado fue la llamada Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos con la Unión Soviética desde 1945 hasta la disolución de esta última en 1991. El momento del inicio de esa confrontación sigue siendo discutido porque tanto en los Estados Unidos como en Gran Bretaña hubo fuerzas gravitantes que esperaron que la Alemania nazi derrotase a la Unión Soviética primero (retrasaron la apertura de un Segundo Frente – el desembarco en Normandía – hasta junio de 1944 cuando estaba claro que los soviéticos solos derrotarían completamente a los alemanes) y jugaron con las ideas estratégicas de jefes militares fanáticos como George Patton (que quería seguir de largo con sus blindados más allá de Berlín y atacar a los soviéticos lo que fue olvidado después de que el general, que se creía la reencarnación de genios militares del pasado, sufrió un definitivo estrellamiento con su coche, en 1945) o Douglas MacArthur (que en Asia confrontó a los soviéticos y chinos, protegió a la criminal familia imperial japonesa e impulsó la Guerra de Corea con el objetivo de una guerra total contra China por lo que fue destituido en 1951).

Militares, diplomáticos y economistas se dedicaron a rescatar y proteger a los científicos, técnicos, espías y especialistas nazis trasladándolos y dándoles trabajo y honores en los Estados Unidos (Cfr. Operación Paper Clip de la que el ingeniero Werner von Braun, padre de las bombas V2 que mataron londinenses y de los cohetes espaciales, es el ejemplo más conocido) mientras otros se ocupaban de desmontar los procesos de “desnazificación” (que se habían acordado en un primer momento para desarticular la organización social, cultural, política y económica del nazismo), a acotar los juicios contra los criminales nazis y a delimitar rígidamente las zonas de ocupación de Alemania que terminó en la partición del país y en la creación en primer lugar de la llamada República Federal (con las porciones ocupadas por estadounidenses, británicos y franceses). Esto permitió a miles de criminales de guerra nazis volver tranquilamente a sus pueblos y a otros tantos a emigrar a América del Norte y del Sur.

En esos albores de la Guerra Fría aparecieron personajes intelectuales, filósofos, sociólogos, psicólogos, juristas, historiadores, pastores y clérigos, economistas y empresarios que no habían adherido al nazismo, que habían escapado de sus garras, que se habían retirado a tiempo o que habían permanecido en un discreto segundo o tercer plano en el seno de Alemania, en su profesión u otra sin sufrir persecución. Este fue el caso de muchos intelectuales conservadores, en una amplia panoplia que abarcaba desde aquellos pertenecientes a los sectores del antiguo Centro Católico o luteranos que no adhirieron al nazismo en Alemania o las variantes socialcristianas en Austria, hasta los nobles monárquicos que se habían mantenido al margen de “la chusma nazi” pero que no habían sido molestados por ser arios y de derechas, más o menos complacientes y profundamente nacionalistas, anticomunistas y aristócratas e incluso ciertos intelectuales de origen judío que al escapar de las regiones que cayeron bajo la férula del Tercer Reich se salvaron del exterminio.

Muchos de estos personajes aprovecharon cabalmente el clima de confrontación de la Guerra Fría y ocuparon lugares destacados en la política, la economía y las finanzas, la jurisprudencia, los medios de comunicación, las instituciones religiosas, las universidades y la enseñanza en general en los Estados Unidos, en Gran Bretaña y en la República Federal Alemana (RFA) y, a partir de 1955, también en Austria. El ejemplo más conocido de este último tipo de emergentes es el del influyente criminal germanoestadounidense Henry Kissinger.

Muy pocos jerarcas de la RFA y de Austria salieron de las cárceles o de los campos de concentración; otros emergieron de las ocupaciones de bajo perfil en las que se habían desempeñado durante los años del nazismo; otros volvieron de su exilio. El criterio de los estadounidenses y británicos al cabo de la guerra era reponer en sus antiguos cargos o posiciones a quienes los habían desempeñado antes de la llegada de Hitler al poder en 1933. Esto en Austria significó un blanqueo rápido de nazis y colaboracionistas que continuaron en los puestos de los que habían partido durante el Tercer Reich. Un ejemplo de estos casos es el del ex-oficial de las SS, Kurt Waldheim que llegó a ser Secretario General de las Naciones Unidas y en cuya defensa llegó a actuar el también vienés, “cazador de nazis”, Simón Wiesenthal.

Los que damos en denominar “escuderos de la Guerra Fría”1, en cambio, no son precisamente políticos, empresarios o militares sino intelectuales que produjeron obras o articularon cursos y conferencias al servicio de los propósitos políticos de los estrategas estadounidenses y británicos para enfrentar a la Unión Soviética, a China y en general a los paises del Este de Europa (la República Democrática Alemana – RDA – Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoeslavia, Albania) bajo la forma de lucha ideológica, dirigida mayormente contra el marxismo y en general contra las ideas sociales, culturales, políticas de izquierda en todo el mundo.

Una simple reseña de estos personajes excedería largamente la extensión de un artículo. Por eso hemos elegido a uno de estos escuderos, muy festejado en las últimas décadas del siglo pasado por los laboratorios ideológicos (los think tank) de Reagan y Thatcher y ahora menos recordado, aunque algunas de sus ideas aparecen en forma fantasmática en los discursos y acciones de Obama, de Trump y de Rajoy para no citar sino tres entre su público. Nos referimos a Karl Raimund Popper (1902 – 1994). Para mejor comprensión ubicaremos a Popper en la Viena que lo vio nacer, en un hogar de padres judíos asimilados en la más asimilada de las ciudades de Europa.

Viena la cosmopolita - La identidad judía es un asunto complejo. Los conceptos contradictorios de asimilación y exclusión no definen adecuadamente la situación de muchos judíos vieneses que ocupaban un lugar de transición permanente entre esos términos: nunca totalmente asimilados, nunca totalmente excluidos, en la capital de un imperio como el austro-húngaro, multinacional y cultural, bajo la égida del viejo emperador católico Francisco José I que reunía además los títulos de Rey de Hungría, de Bohemia, de Croacia, de Dalmacia, de Eslavonia, etc. y que reinó sobre quince naciones (checos, eslovacos, polacos, bohemios, rutenos, rumanos, serbios, croatas, bosnios, montenegrinos, italianos, romaníes y además austríacos, húngaros y desde luego judíos) desde 1848 hasta su muerte en 1916.

El emperador había tenido una actitud receptiva hacia los judíos y durante su extensísimo reinado se produjo la emancipación legal de los mismos lo que les permitió adoptar muy diversas definiciones y significó una apertura para su posicionamiento en las ciencias y las universidades, la economía, la industria y el comercio como lo veremos enseguida.

Aunque se le consideraba un déspota paternalista y benévolo y el más filo-hebreo de los Habsburgos, Francisco José era ultra católico y muy reaccionario por lo que recién en la década de 1860 había aceptado a regañadientes una constitución y el abandono del absolutismo a raíz de una crisis económica terrible y de las pérdidas territoriales sufridas en Italia. Los banqueros vieneses, casi todos judíos, eran su único apoyo y uno de ellos, Anselm Rothschild, había proclamado “sin constitución no hay dinero”. Recién entonces los judíos tuvieron derecho a adquirir bienes inmuebles (tierras y casas) y a cambiar libremente de domicilio o de ocupación 2.

Sin embargo, aunque los judíos estuvieran bien instalados y se hubiese desarrollado una fuerte asimilación, con las consiguientes conversiones al protestantismo o al catolicismo oficial, la aceptación social de una persona de origen judío siempre era decidida por otros. La exclusión o la discriminación, las reservas y distancias no expresadas, la manida “cuestión judía”, estaban en manos de la mayoría cristiana. A fines del siglo XIX poblaban el imperio más de 40 millones de católicos, 4 y medio millones de ortodoxos y 2 millones y medio de judíos entre otras confesiones. 3

Las posiciones sociales y políticas adoptadas por los judíos eran independientes de la religión propiamente dicha. Sigmund Freud (1856 - 1939), por ejemplo, reconocía orgullosamente su fuerte identidad judía pero, al mismo tiempo, mantenía una actitud críticamente negativa hacia las religiones, incluyendo la religión judía (“fui educado sin religión y permanecí incrédulo” decía). Los judíos vieneses, ya fueran creyentes o simplemente descendientes, como el padre del psicoanálisis, eran parte de una colectividad coherente, vivían, trabajaban y se casaban en el seno de la misma. A principios del siglo XX, los judíos que se habían convertido al cristianismo, se sentían cómodos en los barrios predominantemente judíos de Innenstadt, Leopoldstadt y Alsergrund y la mayoría de sus amistades pertenecían a otras familias judías ya fueran conversos o no.

Viena era la ciudad europea que presentaba el porcentaje más alto de conversiones al cristianismo entre los judíos lo que según Edmonds y Eidinow (2001: 94) se debía tanto a la internalización de la cultura del anti semitismo como a la convicción que el convertirse a la fe predominante era necesario para abrirse camino en la sociedad del Imperio de los Habsburgo. Las leyes que prohibían el matrimonio entre judíos y cristianos también tenían que ver con el fenómeno porque para casarse era imprescindible que uno de los novios adoptase la religión del otro o que, por lo menos, hiciese una declaración de ajenidad a la religión. Cuando se planteaban casamientos entre judíos y cristianos eran generalmente los primeros los que se convertían.

Arthur Schnitzler (1862 – 1931) – por ejemplo - fue un médico, narrador y dramaturgo vienés cuyas obras muestran un gran interés por el erotismo, la muerte y la psicología. Sigmund Freud admiraba su arte literario y ambos mantuvieron correspondencia. El abuelo paterno de Schnitzler era un artesano judío húngaro de orígenes modestos que había cambiado su apellido, Zimmermann (“carpintero”) por el más refinado de Schnitzler (“tallista”). El padre del dramaturgo fue enviado a estudiar medicina en Viena, se convirtió en un laringólogo muy reconocido y brillante profesor universitario e hizo fortuna. La madre del escritor, Louise Markbreiter (1840-1911), también era judía e hija de un célebre médico vienés 4.
Precisamente, Schnitzler advirtió que aunque la aculturación germánica de los judíos de habla alemana fuera completa en todos los aspectos de la vida, familiar, laboral y política, no era posible para un judío ignorar que lo era en la vida pública; nadie lo hacía, no lo hacían los gentiles y mucho menos los otros judíos. Sin embargo, en las sociedades de habla alemana, la asimilación era considerada como muy deseable.

Había muchas formas, algunas sutiles y otras no tanto, en que los descendientes judíos podían aludir a la conversión. Expresiones como “Liegend getauft” (bautizado cuando bebé) era una forma elíptica de referirse al origen judío de un converso. Del famoso compositor romántico alemán Félix Mendelsohn (1809 - 1847), por ejemplo, se decía “als Kind getauft” (bautizado cuando niño). Sin embargo, entre quienes usaban esos términos había expresiones más “judías” como “Übergetreten” para referirse a quien había decidido deliberadamente convertirse al cristianismo.

En 1857, los judíos alcanzaban al 2% de la población vienesa pero en 1900 ya eran el 9% y la proporción siguió aumentando hasta antes de la Primera Guerra Mundial de modo que, después de Varsovia y de Budapest, la colectividad vienesa era la más numerosa de Europa. Naturalmente esos porcentajes no represetaban la verdadera gravitación de la colectividad en la vida de la ciudad y en todos los campos, excepto en la corte imperial y en el gobierno.
La emancipación de los judíos y el Estatuto de 1867 (concebido para asegurar derechos cívicos y políticos equitativos a todos los ciudadanos austríacos) atrajo a muchas familias desde las distintas regiones del imperio austro-húngaro. Como originalmente habían sido excluidos del servicio civil y de los grados más altos de las fuerzas armadas, las energías de las nuevas generaciones, ya fueran creyentes, conversos o agnósticos, se canalizaron hacia la educación superior y las actividades artísticas e intelectuales. De este modo los estudiantes de origen judío eran, en 1880, el 30% de los inscriptos en la enseñlanza secundaria pre universitaria y un 20% de los que habían ingresado en la Realschule, una especie de escuela industrial. En la Facultad de Medicina eran un 40% de los estudiantes y un 20% en la Facultad de Derecho.
Los ciudadanos de origen judío aprovecharon las oportunidades que se les ofrecían y a cambio ofrecieron su lealtad a Austria. En 1883, el Gran Rabino, Adolf Jellinek, aludiendo a la naturaleza multinacional del imperio sostenía que los judíos eran los portadores de la concepción austríaca de la unidad, coincidiendo asi con el lema imperial de Francisco José I que era “Viribus unitis” (mediante las fuerzas unidas) ya que la principal preocupación del monarca era evitar la desintegración del Imperio 5.
Semejante adhesión no era exclusiva de Austria sino que marcó la asimilación de muchísimas familias judías en Alemania a partir del siglo XIX. Los conversos optaron tanto por posiciones de izquierda como de derecha y se sabe que se destacaron en la actividad industrial, comercial, artística y científica formando parte de la cultura alemana moderna.
En particular, desde antes de la Primera Guerra Mundial, muchos judíos habían formado parte del ejército del Kaiser Guillermo II y se distinguieron en los frentes de batalla. Cuando los nazis promovieron las infames leyes racistas (las Leyes de Nuremberg de 1935) destinadas a barrer a los “no arios” del aparato estatal y excluirlos de la vida social y cultural germana, establecieron que los oficiales y soldados judíos que se hubieran destacado recibirían un trato más benévolo.
Hitler pensaba que los que se encontraban en ese caso serían unas pocas docenas pero enseguida los nazis estupefactos se dieron cuenta que eran más de 4.000 los oficiales voluntarios de origen judío que habían recibido la Cruz de Hierro de primer y segundo grado (ya una u otra y en altísima proporción ambas) por heroísmo en defensa de su país. Por eso cuando la persecución antisemita se agudizó esa disposición fue anulada y no salvó a aquellos que confiaban que los méritos patrióticos les resguardarían del racismo nazi. Pero sobre esto habremos de volver en otra oportunidad.
El huevo de la serpiente - En Austria, a principios del siglo XX, también había oficiales de origen judío pero su pertenencia al ejército y su lealtad tampoco los salvaba del antisemitismo sistemático que se respiraba en el Imperio. Los historiadores han recogido una afirmación que Francisco José le hizo a una de sus hijas en el sentido que la monarquía debía hacer lo posible para proteger a los judíos pero se preguntaba si había alguien que no fuera antisemita.
Adolf Hitler, que también era austríaco había deambulado por Viena como artista fracasado en su juventud, entre 1906 y 1913. Aunque Baldur von Schirach6 sostenía que él no amaba a Viena y odiaba a su pueblo, su estadía fue muy importante. Sostiene en Mein Kampf que la ciudad le enseñó todo sobre la vida y que en ese periodo se había conformado su ideología y la filosofía que era la base de todos sus actos posteriores. Esa ideología o “filosofía” no era otra que el nacionalismo, el racismo y el antisemitismo que campeaban en la ciudad. El alcalde Karl Lueger había sido su ejemplo y su mentor en materia de antisemitismo y de retórica manipuladora para aterrorizar y ganarse a las capas medias.
Lueger (1844 – 1910) fue el fundador del Partido Socialcristiano austríaco, era un demagogo vociferante, un católico especialmente antisemita. Mediante el odio que destilaba y con el apoyo de la prensa amarillista fue electo alcalde de Viena en 1895 y aunque el emperador lo vetó dos veces finalmente ocupó la alcaldía hasta su muerte en 1910. Hitler lo admiraba y dijo que había sido el alcalde alemán más grande de todos los tiempos. Muchas décadas antes de que el nazismo se hiciera con el poder en Alemania, los partidarios de Lueger marchaban por las calles gritando vivas a su líder y “que revienten los judíos” y “Saujud” (sucio judío). Los historiadores coinciden en que si hay una ciudad europea que puede considerarse el nido del antisemitismo esa fue Viena.
Otro judío vienés, el escritor Stefan Zweig dice en sus memorias, que el electorado de Lueger era exactamente la misma capa social asustada que más tarde congregó a su lado, como primera gran masa, Adolf Hitler. K. Lueger le sirvió de modelo también en otro sentido: le enseñó que el antisemitismo era una herramienta muy útil para la manipulación pues ofrecía a los descontentos círculos pequeñoburgueses un adversario palpable y, por otro lado, imperceptiblemente desviaba el odio que generaban los grandes empresarios, los terratenientes y la riqueza feudal.
El primer periódico del partido católico, el Illustrierte Wiener Volkszeitung, se subtitulaba "Órgano de los antisemitas". El cardenal de Praga pidió sin éxito al Papa León XIII que suspendiera el apoyo del Vaticano al partido de Lueger (cuya foto dedicada ornaba el escritorio papal). La actitud de la jerarquía romana se mantendría con el sucesor de León XIII, el Papa Pío XII, conocido como “el Papa de Hitler” por el papel que le cupo durante el ascenso del nazismo como Nuncio Papal en Alemania cuando impulsó la disolución del Partido Católico de Centro y consiguió que su electorado votara a los nazis. Pero esta también es otra historia que no se terminó con el fin de la Segunda Guerra Mundial desde que el Vaticano, como está bien probado, amparó y ayudó a los criminales nazis a huir hacia las Américas.
El caracter endémico del antisemitismo austríaco puede palparse hoy en día al comprobar el auge actual de los neonazis, que al amparo del terror y el rechazo que generan los refugiados del Medio Oriente, podrían hacerse del gobierno próximamente. También se puede ver el reptil a través de la membrana transparente del huevo en el hecho que el alcalde Lueger sea reverentemente recordado desde que se le ha dado su nombre a varias calles y plazas actuales de la ciudad.
Las andanzas de Lueger también gravitaron sobre otro austrohúngaro judío, el periodista Theodor Herzl, que ante el ascenso del antisemitismo abandonó sus ideas primigenias de asimilación masiva de su colectividad (por las que todos los judíos serían bautizados como cristianos en las aguas del Danubio). Herzl se decantó por el sionismo, una forma de nacionalismo judío que materializó, en 1897, al fundar la Organización Mundial Sionista.
Popper en Viena - Karl Raimund Popper fue el hijo menor (tuvo dos hermanas mayores) del abogado protestante Simón Siegmund Carl Popper y de su esposa protestante Jenny Schiff; ambos provenían de familias judías. Popper mismo se caracterizaba como agnóstico. En la familia materna se contaban varias personalidades destacadas tales como el director de orquesta Bruno Walter. La familia de Popper se había convertido al protestantismo antes de que él naciera en un confortable apartamento céntrico con vista a la catedral de San Esteban.
El padre era socio de un famoso bufete vienés, encabezado por el ex-alcalde Raimund Grübl (de ahí el segundo nombre de Karl) y la madre provenía de la alta burguesía vienesa. La pareja era considerada un ejemplo de virtudes: Besitz (propiedad), Recht (ley) y Kultur (cultura). Simón Popper era aficionado a la traducción de clásicos griegos y latinos al alemán. Además integraba comisiones que se ocupaban de proveer vivienda para trabajadores y personas de bajos recursos.7 Con motivo de sus actividades benéficas recibió una condecoración imperial: fue nombrado Caballero de la Orden de Franciasco José.
Su abuelo paterno, un comerciante bibliófilo, había acumulado una formidable biblioteca (más de diez mil volúmenes) en la que él, desde niño, contraería la pasión de la lectura. Siempre lamentó haber tenido que venderla cuando se desplomaron las finanzas de su familia que, durante su infancia, había disfrutado de un lujoso bienestar.
Karl Popper era muy joven cuando estalló la Primera Guerra Mundial pero las dos décadas que siguieron afectaron profundamente su vida. Su padre perdió toda su fortuna en la espiral inflacionaria que se desató al final de la guerra. Tempranamente se dedicó a dar clases en escuelas primarias y secundarias y a partir de 1919 se fue a vivir muy austeramente a un edificio que había sido un hospital militar que un grupo de estudiantes transformaron en una residencia tipo “okupas” y se vinculó a los socialistas sin mayor actuación en esa colectividad.
La crisis y la liquidación del imperio austrohúngaro que sobrevino junto con la derrota en la guerra, no había cancelado la vida intelectual. Viena siguió siendo la ciudad del físico y filósofo Ernest Mach, aquel cuyas concepciones criticó Vladimir Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo; la ciudad de Sigmund Freud y su teoría del poder del inconsciente; del músico Arnold Schoenberg y su técnica dodecafónica; del escritor Arthur Schnitzler y sus monólogos interiores; del filósofo, matemático y linguista Ludwig Wittgenstein y su Tractatus logico-philosophicus; del arquitecto Alfred Loos pionero del movimiento moderno y la desornamentación como precursor del racionalismo arquitectónico; del escritor y dramaturgo Karl Kraus el gran satírico en lengua alemana.
Además, el Círculo de Viena (Wiener Kreis) de los positivistas lógicos - fundado por Moritz Schlick en 1921 - que se ocupaba de la lógica de la ciencia y proponía que la filosofía se encargase de establecer que era ciencia y que no lo era e intentaba crear un lenguaje común a todas las ciencias - funcionó hasta 1936 cuando Schlick fue asesinado. Entre los miembros del Círculo además del fundador se contó a Rudolf Carnap, Otto Neurath, Herbert Feigl, Philipp Frank, Friedrich Waismann, Hans Hahn, Hans Reichenbach, Kurt Gödel, A.J. Ayer, Felix Kaufmann, Victor Kraft, Otto Weininger y Carl Hempel. De los catorce miembros, ocho eran judíos 8.
Popper intentó ingresar al Círculo de Viena pero nunca fue invitado y desarrolló un resentimiento que le duraría toda la vida. De este modo, en su autobiografía fanfarronea acerca de que él habría sido el responsable de la disolución de la organización con sus críticas demoledoras, lo cual naturalmente falta a la verdad. Sin embargo su primera obra Logik der Forschung (Lógica de la Investigación Científica) apareció en las publicaciones del Círculo por lo que hubo quien consideró que Popper era positivista (su trabajo incluía una crítica moderada al positivismo).
Al terminar el año 1928 el joven Karl había culminado su doctorado en ciencias físicas y naturales y estaba habilitado para dar clases de física y matemáticas en la Universidad. En esa época leyó el Mein Kampf de Hitler y a diferencia de muchos burgueses austríacos y alemanes se lo tomó en serio y vio venir los acontecimientos que se precipitaban. Se empeñó en abandonar Austria antes de la anexión por parte de Alemania que se produjo en 1938. Siempre fanfarrón y con el diario del lunes, Popper diría después que él había previsto el ascenso de Hitler al poder ya en 1929, mucho antes del 31 de enero de 1933, la anexión de Austria mucho antes del 12 de marzo de 1938 y la Segunda Guerra Mundial mucho antes del 1º de setiembre de 1939.
En 1934, Austria ya había sufrido un golpe de Estado por parte del corporativismo católico ultra derechista, que había masacrado a los obreros en Viena. El austrofascismo crecía aceleradamente y los nazis austríacos se habían apoderado de la universidades y clausurado cualquier posibilidad de que un judío converso pudiese dar clases en ellas. Entonces Popper resolvió dejar el país. Intentó obtener una visa para los Estados Unidos y fue rechazado y lo mismo le sucedió en Gran Bretaña.
Finalmente recibió un ofrecimiento para trasladarse a Christchurch, en Nueva Zelandia y se fue para allá en 1937. Allí vivió y trabajó tranquilamente aislado de los torbellinos de la guerra. Escribió “La sociedad abierta y sus enemigos” que sería uno de sus principales aportes al arsenal de la Guerra Fría. Como su amigo, el sociólogo y economista vienés Friederich von Hayek, señaló que su libro se refería tanto al nazismo como al comunismo que eran “los enemigos de su sociedad abierta”. 9
Cuando Popper intentó abandonar Austria en 1936 y aspiró a ingresar a Gran Bretaña sin conseguirlo, se describió a si mismo como protestante, nominalmente evangélico pero de origen judío. Al responder a la pregunta acerca de si deseaba que se le conectase con alguna comunidad religiosa puso un NO mayúsculo en el formulario y lo subrayó para que no quedaran dudas. Sin embargo, el origen judío implica la pertenencia a un club al que no se puede renunciar por lo que muchos años después seguía dando explicaciones sobre su origen. Por ejemplo, en 1969, cuando ya era ciudadano británico, Sir Karl, refiriéndose a lo mismo dijo que era descendiente de judíos pero que sus padres eran protestantes bautizados y que él había sido bautizado y educado como protestante. Por otra parte declaró que no creía en las razas y que abominaba todas las formas de racismo y nacionalismo. “No me considero judío” dijo. También rechazó al sionismo y sostuvo que la creación del Estado de Israel había sido “un trágico error”. En 1984, comentando las acciones del gobierno israelí hacia los árabes dijo que se sentía avergonzado de sus orígenes y agregó que la noción de “el pueblo elegido” era tan maligna como la del “Herrenvolk”.
Popper justificaba la asimilación. Tenía una concepción idealizada del imperio austrohúngaro al que vio como una especie de proyecto para una sociedad liberal y cosmopolita en la que la diversidad podía desarrollarse pacíficamente. El ejército austrohúngaro, en el que se hablaban diez idiomas diferentes, era para Popper una especie de ejemplo de ese proyecto. La realidad había sido muy distinta porque los turbulentos nacionalismos que se gestaron en aquella diversidad no solamente hicieron saltar el imperio sino que provocaron muertes y guerras por doquier, sin ir más lejos la del único heredero del trono de Francisco José, el archiduque Francisco Fernando cuya muerte en el atentado de Sarajevo, en 1914, actuó como el detonante puntual de la Primera Guerra Mundial. Las huellas de esa idealización y lectura distorsionada del decadente Imperio de los Habsburgo aparecen después en su aporte ideológico a la Guerra Fría.
Terminada la guerra, Popper abandonó su retiro universitario neozelandés, desembarcó en Gran Bretaña en 1946 y ocupó un puesto en Cambridge que von Hayek gestionó para él. Después se hizo ciudadano británico, llegó a ser Profesor Emérito y escribió incansablemente hasta su muerte en 1992. Los principales blancos de su crítica epistemológica y, desde luego, ideológica, fueron el psicoanálisis, el marxismo y en general las ciencias sociales a las que consideraba como pseudociencias. En el caso de una inteligencia aguda y compleja, la de un polemista feroz, un fanfarrón narcisista muchas veces malintencionado10 y un crítico siempre lindante con la provocación – como lo fue Popper - hay que circunscribirse. Veremos los ataques popperianos al marxismo en un próximo artículo. Sus críticas al psicoanálisis las dejamos para una tercera oportunidad.





















1Según Sebastián de Covarrubias y Orozco (1539 – 1613) en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española que publicó un par de años antes de su muerte “escudero” “es el hidalgo que lleva el escudo al caballero, en tanto que no pelea con él. En la paz, los escuderos sirven a los grandes señores, de acompañar delante de sus personas, asistir en la antecámara y sala; otros están en sus casas, y llevan acostamiento de los señores, acudiendo a sus obligaciones militares o cortesanas a tiempos ciertos; los que tienen alguna pasada (es decir aquellos con mayores fortunas) huelgan más de estar en sus casas que de servir, por lo poco que medran y lo mucho que les ocupan”.

2Beller, Steven (2009) Historia de Austria, Akal, Barcelona. Refiriéndose al tema, a partir de 1848, (2009:134) “Los Rothschild fueron favorecidos por un Estado agradecido de haber sido sacado de apuros en varias ocasiones (...) los emprresarios judíos se convirtieron en los principales inversores en la industria y el comercio, sobre todo en los principales sectores de crecimiento (...) se formó una rica e influyente elite de financieros e industriales judíos con varias familias tituladas”. Y más adelante (2009: 149) : “Los empresarios judíos también destacaron en un prestigioso proyecto del neoabsolutismo: la Ringstrasse de Viena”. Esa era la gran avenida circunvalar desarrollada a partir de la demolición de las murallas en donde se ubicaron los edificios más destacados de Viena y donde se encontraba el bufete del padre de Popper medio siglo después.
3Edmonds, David y Eidinow, John (2001) Wittgenstein's Poker, Harpers Collins Publ., Nueva York.

4 A diferencia de otros intelectuales vieneses contemporáneos de origen judío, como Karl Kraus (dramaturgo y escritor satírico), Otto Weininger (el filósofo suicida), el bisabuelo paterno de Popper (comerciante y bibliófilo) y los ancestros de Ludwig Wittgenstein que se habían convertido en Alemania varias generaciones antes (el filósofo, hijo del magnate industrial dueño de la fortuna más inmensa del Imperio). Schnitzler, que era un escéptico en materia religiosa, no se molestó en abandonar formalmente la religión judía ni se convirtió, a pesar de que ello le hubiese facilitado el éxito profesional.
5 Friederich Engels, refiriéndose a los pueblos sin historia, había calificado al imperio de los Habsburgo y al de los Romanov como “cárceles de pueblos”.

6Baldur von Schirach fue jefe de las Juventudes Hitlerianas y entre 1940 y 1945 Gauleiter de Viena (Gobernador).
7 Irónicamente en una de esas pensiones se alojó un desconocido Hitler durante sus juveniles estancias en Viena.
8El Tractatus logicus-philosophicus de Ludwig Wittgenstein – también de origen judío – influyó grandemente en el Círculo de Viena pero su autor nunca integró la organización ni se consideraba particularmente afín a la misma.
9Fridrich von Hayek (1899 – 1992) uno de los popes del neoliberalismo y otro escudero de la Guerra Fría escribió Camino de servidumbre (The Road to Serfdom) publicado en inglés, en 1944, y dedicado a promover el liberalismo salvaje, a atacar al marxismo y a advertir, entre otras cosas, que la justicia social y la solidaridad son nociones que deben ser eliminadas.
10La envidia y la mala voluntad de Popper eran considerables como se ha demostrado en sus ataques a Wittgenstein (Cfr. Klemke, E.D. (1981) Popper's criticisms of Wittegenstein's Tractatus y el ya citado Edmonds, D. Y Eidinow, J. (2001) Wittgenstein's Poker.

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