Un clásico literario, sorprendentemente vigente, vuelve al campo de
batalla de la historia.
EN LA GUERRA COMO EN EL AMOR
por Fernando Britos V.
En 1874, doce años después de Los Miserables y tres después de la
derrota de la Comuna de París, el intelectual reconocido como el más
destacado del siglo XIX en Francia publicó su última novela, el
Noventa y Tres. Los derechistas y conservadores, los
contrarrevolucionarios de todo pelaje jamás le perdonaron sus
simpatías por la República Jacobina (1792 - 1794) y sus acciones
solidarias para conseguir una amnistía para los comuneros
sobrevivientes de 1871. Víctor Hugo (1802 – 1885) fue uno de los
pocos autores románticos que, habiéndose convertido en un clásico
en vida, lo sigue siendo hasta la actualidad aunque los detractores
de la Revolución Francesa, los fascistas franceses y los autores
posmodernos lo hayan atacado y lo sigan atacando por su relato y su
postura de poeta, dramaturgo y literato comprometido con los grandes
problemas de su época y de la humanidad.
La trayectoria política de Hugo comenzó como joven monárquico
constitucional y fue derivando rápidamente hacia el bando
republicano para terminar como un demócrata consecuente que mantuvo
matices diferenciales con la democracia liberal de la burguesía
ilustrada y abrazó la defensa de causas que siguen siendo una
divisoria de aguas en la actualidad: abolicionista contra todas las
formas de esclavitud en su juventud, enemigo de la dictadura de
Napoléon III (por la que estuvo desterrado casi 20 años); denodado
luchador contra la pena de muerte (utilizó no solamente su arte
literario y su aspecto poco conocido como dibujante e ilustrador para
combatir la pena máxima), promotor de causas solidarias y en defensa
de los desposeídos (desde todas las tribunas y en todos los países
aún antes de que su obra monumental, Los Miserables, le
ubicara entre los tres autores más leídos y traducidos del mundo);
luchador en pro de la amnistía para comuneros de 1871 y contra la
represión desatada por Thiers (no fue comunero pero veía con
simpatía la lucha de la Comuna de París y abogó denodadamente para
evitar la masacre, asi es que sostuvo que “unos bandidos asesinaron
64 rehenes y respondemos masacrando a 6.000 presos”); paladín de
la lucha por los derechos de las mujeres (sostenía que la felicidad
del hombre no podía lograrse sobre el sufrimiento de la mujer).
Lo que no le perdona la derecha política y los historiadores
conservadores, es la simpatía y consideración que le mereció al
gran hombre la Revolución Francesa (1789 - 1799) y en particular la
visión benévola y respetuosa de Hugo hacia el jacobinismo, hacia la
Montaña y su papel en el periodo más tempestuoso y dramático de la
revolución, las épocas de la Convención, la guerra a muerte contra
el enemigo exterior (ingleses, prusianos, austríacos, rusos,
españoles, holandeses) y la guerra civil (la insurrección vandeana
y los levantamientos monárquicos en el interior), el Terror y la
profundización de las medidas sociales y culturales destinadas a
profundizar la revolución, liquidar el feudalismo y defender a “la
patria en peligro”.
Indudablemente
Hugo fue una figura gigantesca del romanticismo decimonónico francés
que, dicho sea de paso, fue en general más izquierdista y
progresista que el romanticismo alemán que mayoritariamente fue
conservador, nostálgico y en cierto sentido anti
modernista y
proto fascista. Las
novelas de
Víctor
Hugo nunca fueron concebidas como simples entretenimientos sino que
respondían a su concepción de que el arte debía instruir y gustar
pero
en
relación con el debate de ideas. Una de las expresiones más
acabadas de esta concepción fue Los
Miserables
(que data de 1862).
Pero
Hugo
no fue un filósofo ni un historiador. Para
preparar sus novelas estudió concienzudamente
los
materiales documentales disponibles
en su época y
recogió testimonios, de modo que en cierto sentido sus personajes de
ficción, a pesar del halo fantástico típico del romanticismo
estaban asentados en hechos e interpretaciones que distaban de ser
pura imaginación.
La
última de sus novelas es el ejemplo más logrado de su método
creativo y sobre todo de su respeto y simpatía por la Revolución
Francesa y por sus personajes más destacados. En
ella se percibe la simpatía que el autor llegaba a proyectar hacia
los derrotados de la Comuna de París que había precedido al libro
en poco
menos de tres años. En
“Noventa
y Tres”
(en francés Quatrevingt-Treize)
introduce al lector en el año más vertiginoso y épico de la gran
revolución y reflexiona y hace reflexionar, sin ninguna concesión a
los esquemas trillados, acerca de los escenarios y los actores de
este inmenso drama de la humanidad y
de su legado.
Como
esta no es una nota de crítica literaria sino que intenta referirse
a un episodio o episodios de la que Enzo Traverso denomina “La
historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo
XX” (Fondo de
Cultura Económica, Buenos Aires, 2016)
lo recomendable es leer la novela de la cual hay una serie de buenas
traducciones.
Sin
embargo, para contextualizar el año 1793, o más precisamente el
lapso que media entre la primera fase de la Convención (del 20 de
setiembre de 1792 al 2 de junio de 1793) y enseguida buena parte de
la llamada segunda fase de la Convención o el Terror (del 3 de junio
de 1793 al 28 de julio de 1794) se puede recurrir a muchas buenas
obras de historia pero no a los manuales que suelen utilizarse en
Enseñanza Secundaria, que suelen ser tendenciosos cuando no
francamente condenadores
de la Revolución Francesa (“minimalistas” como se les llama a
quienes niegan la
trascendencia de la revolución o le asignan un papel francamente
negativo).
Como
fuentes amenas, documentadas y asequibles se puede apelar a
Bouloiseau, Marc –
La República Jacobina (10 de agosto de 1792 – 9 termidor año II),
Editorial Ariel, Barcelona, 1980,
o mejor aún
a McPhee, Peter;
La Revolución Francesa, 1789 – 1799. Una nueva historia; Ed.
Crítica, Barcelona, 2007.
Para
ubicar someramente el periodo digamos que antes
del
20 de setiembre de 1792, cuando
se
llevó a cabo la primera sesión de la Convención Nacional
(el primer parlamento unicameral elegido por sufragio universal
masculino), se había producido la caída de Verdún en manos de los
prusianos, se había declarado “la patria en peligro”, había
desertado Lafayette el
jefe de la Guardia Nacional
y se habían producido masacres de nobles presos en las cárceles de
París; en enero de 1793 se procesó y
ejecutó a Luis XVI; en marzo del 93 comenzó
la insurrección en la Vendée; en abril se creó
el Comité de Salud Pública, el Gral. Dumouriez se pasó
a los austríacos, se
promovieron
iniciativas para el voto de las mujeres; en mayo y junio el pueblo
invadió
la Convención y produjo
la caída de los girondinos (27 diputados y 2 ministros fueron
a prisión); en junio del 93 se produjeron
levantamientos contrarrevolucionarios en Burdeos y Calvados; el 24 de
junio se adoptó
la Constitución de 1793 (Constitución del Año I) la
más democrática aunque la guerra impidió su aplicación;
los ingleses bloqueaban
las costas francesas, se decretó
la venta de bienes de los nobles emigrados; el 13 de julio fue
asesinado Marat; cuatro días después se produjo
la abolición definitiva del feudalismo, se
decretó la pena de muerte para los acaparadores de los productos de
consumo popular
y
Robespierre fue nombrado miembro del Comité de Salud
Pública;
en agosto del 93 se estableció
la leva masiva para integrar los ejércitos de la república; en
setiembre una jornada popular presionó
a la Convención para la adopción de medidas revolucionarias más
radicales;
los
destacamentos populares de París se incorporaron
a los ejércitos y se promulgó
la ley de sospechosos; en octubre se adoptó
el calendario republicano cuyo Año I es precisamente 1793, se
produjo
la ejecución de la ex-reina María Antonieta y
la de 21 dirigentes girondinos; en diciembre se declaró el Terror
contra los enemigos de la república y se adoptaron importantes
medidas sobre libertad religiosa y educación pública.
Quatrevingt-Treize
está estructurada en tres partes: la primera se titula
El mar y describe la llegada de un navío de
guerra británico tripulado por marinos monárquicos franceses, la
corbeta Claymore, que tiene por objeto desembarcar en las costas de
Bretaña, en el extremo noroeste de Francia, al marqués de Lantenac
un viejo general destinado a erigirse en jefe militar del
levantamiento de la Vendée como se denomina a la región.
El proyecto de los
realistas es organizar las guerrillas campesinas y despejar una
cabeza de puente para permitir el desembarco de tropas regulares
británicas para atacar a las fuerzas republicanas desde el Oeste y
marchar hacia París que era atacado desde el Este por los prusianos
y austríacos. En esa primera parte, Hugo hace gala de su dominio de
los temas marinos y presenta una aventura que define al anciano
Lantenac como un jefe cruel e inflexible dispuesto a cumplir su
objetivo a sangre y fuego.
Según Hugo a los
6.000 campesinos vandeanos se enfrentan 1.500 hombres de los
batallones republicanos, uno de los cuales, el batallón del Gorro
Rojo está constituído por voluntarios parisienses comandados por un
personaje secundario pero importante, el sargento Radoub. El
comandante de los revolucionarios es el joven Gauvain, un noble que
repudió su origen aristocrático y adhirió decididamente a la
revolución, además es sobrino nieto de Lantenac.
La trama se
desarrolla en torno a la guerra civil que se desarrolla en la Vendée
pero la segunda parte se ubica en el centro de la gran revolución,
la ciudad de París donde sesiona la Convención y los órganos
de la República Jacobina y donde se presenta a los más importantes
jefes revolucionarios: Dantón, Robespierre y Marat en debate. Allí
Hugo plantea las posiciones de cada uno de ellos e incorpora a un
personaje de ficción, el ex-sacerdote Cimourdain que es enviado a la
Vendée para actuar como inflexible y determinado comisario político
de las fuerzas republicanas.
En la tercera parte
se produce el desenlace de la trama y se denomina la Vendée.
En toda la trama aparecen personajes secundarios definidos con
maestría por el autor: Halmalo, Tellmarch, Michelle Fléchard y sus
hijos (adoptados por el Batallón del Gorro Rojo y tomados como
rehenes por los realistas comandados por Lantenac y el “ogro”
l´Imanous).
Antes de considerar
someramente los aspectos ideológicos que expone la novela hay que
llamar la atención sobre la maestría técnica del autor. Umberto
Eco, en su tratado El Vértigo de las Listas, Ed. Lumen,
Barcelona, 2009 ; en el capítulo 15, titulado “El exceso, de
Rabelais en adelante”, incluye la célebre lista de los
convencionales que Hugo incluye en el Noventa y Tres con la
siguiente introducción: “quien veía la Asamblea se olvidaba de la
sala; quien atiende el drama no piensa en el teatro. Nada más
deforme ni más sublime. Un montón de héroes, un rebaño de
cobardes. Unas fieras en una montaña, unos reptiles en un pantano.
Allí pululaban, se codeaban, se gritaban, se insultaban, se
amenazaban, luchaban y vivían todos estos combatientes que hoy no
son ya sino fantasmas. Titánico recuento”.
Enseguida páginas y
páginas con una apretada y fantástica lista con los nombres, las
definiciones, las proclamas y los gestos de los verdaderos
convencionales. No hay ficción sino el “titánico recuento”
anunciado. En otra parte de su tratado, en el capítulo 6, “Listas
de Lugares”, Eco incluye la lista de los lugares de Bretaña que el
jefe realista Lantenac le indica a un emisario. Hugo recorrió esos
sitios y su descripción minuciosa justifica la elección que hizo
Eco. Sin embargo, nosotros preferimos otra lista no menos fantástica
y realista, la descripción de los bosques de la Vendée que forma
precisamente el primer capítulo de la tercera parte. Hugo ubica
“gráficamente” las decenas de bosques, arroyuelos y cañadas,
los caseríos, las poblaciones más grandes que fueron escenario de
la feroz guerra civil. “La Vendée no puede ser completamente
explicada – asegura Hugo – si la leyenda no completa la historia;
es necesaria la historia para el conjunto y la leyenda para el
detalle”.
Claudio Magris, en
el capítulo de su obra Utopía y desencanto. Historias, esperanza
e ilusiones de la modernidad, Anagrama, Barcelona, 2001, que
dedica a esta novela, cuenta que en el discurso que Victor Hugo
pronunció al ingresar a la Academia Francesa, en 1841, se percibe
que está empezando a ver no solo las aberraciones sino también la
grandeza de la Convención, la define como un tema “tenebroso,
lúgubre y atroz pero sublime”. Más tarde, en la medida en que el
autor va adoptando posiciones sucesivamente liberales, republicanas,
democráticas y socializantes pasa a glorificar al 89 (1789 el inicio
de la revolución) pero condenando el “extremismo” del 93. “La
fascinación que luego empieza a sentir por este último – dice
Magris – está ciertamente vinculada a su entusiasmo por lo
grandioso y anómalo; la Convención le fascina del mismo modo que la
tempestad que, al comienzo de la novela, se desencadena sobre el
barco vandeano que lleva a Francia al marqués de Lantenac, el
caudillo de la reacción”.
Para Victor Hugo la
revolución francesa fue un acontecimiento que hizo época, que
quebrantó la historia, un parto violento de la modernidad, una
proclama para la humanidad. En su evolución personal continuó
criticando la violencia pero lo que lo distanció de los republicanos
conservadores fue que no se limitó a criticar, exagerar o
vilipendiar la violencia revolucionaria como estos hacían. La
violencia por razón de Estado ha sido naturalizada cuando es
ejercida por el poder tradicional pero se la condena con “inflexible
espíritu evangélico” (dice Magris) cuando quienes la ejercen son
los revolucionarios. Hugo nunca se contó entre sus contemporáneos
que se horrorizaban con el público sanguinario que asistía a los
guillotinamientos durante el Terror pero contemplaban indulgentes a
las damas de la sociedad parisina que asistían alegremente al
espectáculo de los fusilamientos de comuneros, niños incluídos.
En el Noventa y
Tres, el autor pone al mismo nivel la ferocidad que despliegan
los monárquicos y los republicanos en la sangrienta guerra civil de
la Vendée, que califica de guerra de bárbaros contra salvajes. Sin
embargo establece una diferencia esencial y objetiva entre la falta
de compasión jacobina de Cimourdain y el despiadado jefe vandeano
Lantenac. Para Hugo, Cimourdain es el hombre del futuro, el que está
dispuesto a sacrificarlo todo por su ideal que conlleva la
emancipación real y la conquista de libertades concretas para la
humanidad. En tanto, el marqués de Lantenac combate con igual
denuedo pero para perpetuar la opresión, la injusticia, la
ignorancia y la crueldad del antiguo régimen.
En la trama de la
novela – advierte Magris – el autor “excluye genialmente
cualquier vicisitud amorosa puesto que la abnegación y la violencia
revolucionaria no dejan lugar en su opinión al amor. La revolución
no es el deseo, es el sacrificio de quien subordina su propia
felicidad al deber de un combate que tiene como fin el que muchos
otros no sean excluidos de la felicidad”. Esa es la grandeza que
Hugo capta y desarrolla en la novela: aún a través de delirios,
excesos y perversiones la Convención, la República Jacobina le dio
vida a un grandioso proceso de libertades civiles concretas que
crearon una conciencia de derechos y valores universales que
contribuyeron a romper las cadenas del género humano. Una conciencia
que, de un modo u otro, influyó sobre todos los movimientos
revolucionarios futuros, desde las revoluciones libertadoras de
América Latina, a las revoluciones europeas de 1830 y 1848, la
Comuna de París de 1871, la revolución mexicana de 1910, la
revolución rusa de 1917, los movimientos anticolonialistas del siglo
XIX y XX y la revolución china, entre otras.
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