martes, 6 de noviembre de 2018

Un clásico vuelve al campo de batalla de la historia

Un clásico literario, sorprendentemente vigente, vuelve al campo de batalla de la historia.

EN LA GUERRA COMO EN EL AMOR

por Fernando Britos V.

En 1874, doce años después de Los Miserables y tres después de la derrota de la Comuna de París, el intelectual reconocido como el más destacado del siglo XIX en Francia publicó su última novela, el Noventa y Tres. Los derechistas y conservadores, los contrarrevolucionarios de todo pelaje jamás le perdonaron sus simpatías por la República Jacobina (1792 - 1794) y sus acciones solidarias para conseguir una amnistía para los comuneros sobrevivientes de 1871. Víctor Hugo (1802 – 1885) fue uno de los pocos autores románticos que, habiéndose convertido en un clásico en vida, lo sigue siendo hasta la actualidad aunque los detractores de la Revolución Francesa, los fascistas franceses y los autores posmodernos lo hayan atacado y lo sigan atacando por su relato y su postura de poeta, dramaturgo y literato comprometido con los grandes problemas de su época y de la humanidad.

La trayectoria política de Hugo comenzó como joven monárquico constitucional y fue derivando rápidamente hacia el bando republicano para terminar como un demócrata consecuente que mantuvo matices diferenciales con la democracia liberal de la burguesía ilustrada y abrazó la defensa de causas que siguen siendo una divisoria de aguas en la actualidad: abolicionista contra todas las formas de esclavitud en su juventud, enemigo de la dictadura de Napoléon III (por la que estuvo desterrado casi 20 años); denodado luchador contra la pena de muerte (utilizó no solamente su arte literario y su aspecto poco conocido como dibujante e ilustrador para combatir la pena máxima), promotor de causas solidarias y en defensa de los desposeídos (desde todas las tribunas y en todos los países aún antes de que su obra monumental, Los Miserables, le ubicara entre los tres autores más leídos y traducidos del mundo); luchador en pro de la amnistía para comuneros de 1871 y contra la represión desatada por Thiers (no fue comunero pero veía con simpatía la lucha de la Comuna de París y abogó denodadamente para evitar la masacre, asi es que sostuvo que “unos bandidos asesinaron 64 rehenes y respondemos masacrando a 6.000 presos”); paladín de la lucha por los derechos de las mujeres (sostenía que la felicidad del hombre no podía lograrse sobre el sufrimiento de la mujer).

Lo que no le perdona la derecha política y los historiadores conservadores, es la simpatía y consideración que le mereció al gran hombre la Revolución Francesa (1789 - 1799) y en particular la visión benévola y respetuosa de Hugo hacia el jacobinismo, hacia la Montaña y su papel en el periodo más tempestuoso y dramático de la revolución, las épocas de la Convención, la guerra a muerte contra el enemigo exterior (ingleses, prusianos, austríacos, rusos, españoles, holandeses) y la guerra civil (la insurrección vandeana y los levantamientos monárquicos en el interior), el Terror y la profundización de las medidas sociales y culturales destinadas a profundizar la revolución, liquidar el feudalismo y defender a “la patria en peligro”.

Indudablemente Hugo fue una figura gigantesca del romanticismo decimonónico francés que, dicho sea de paso, fue en general más izquierdista y progresista que el romanticismo alemán que mayoritariamente fue conservador, nostálgico y en cierto sentido anti modernista y proto fascista. Las novelas de Víctor Hugo nunca fueron concebidas como simples entretenimientos sino que respondían a su concepción de que el arte debía instruir y gustar pero en relación con el debate de ideas. Una de las expresiones más acabadas de esta concepción fue Los Miserables (que data de 1862).

Pero Hugo no fue un filósofo ni un historiador. Para preparar sus novelas estudió concienzudamente los materiales documentales disponibles en su época y recogió testimonios, de modo que en cierto sentido sus personajes de ficción, a pesar del halo fantástico típico del romanticismo estaban asentados en hechos e interpretaciones que distaban de ser pura imaginación.

La última de sus novelas es el ejemplo más logrado de su método creativo y sobre todo de su respeto y simpatía por la Revolución Francesa y por sus personajes más destacados. En ella se percibe la simpatía que el autor llegaba a proyectar hacia los derrotados de la Comuna de París que había precedido al libro en poco menos de tres años. En Noventa y Tres” (en francés Quatrevingt-Treize) introduce al lector en el año más vertiginoso y épico de la gran revolución y reflexiona y hace reflexionar, sin ninguna concesión a los esquemas trillados, acerca de los escenarios y los actores de este inmenso drama de la humanidad y de su legado.

Como esta no es una nota de crítica literaria sino que intenta referirse a un episodio o episodios de la que Enzo Traverso denomina “La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX” (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2016) lo recomendable es leer la novela de la cual hay una serie de buenas traducciones.

Sin embargo, para contextualizar el año 1793, o más precisamente el lapso que media entre la primera fase de la Convención (del 20 de setiembre de 1792 al 2 de junio de 1793) y enseguida buena parte de la llamada segunda fase de la Convención o el Terror (del 3 de junio de 1793 al 28 de julio de 1794) se puede recurrir a muchas buenas obras de historia pero no a los manuales que suelen utilizarse en Enseñanza Secundaria, que suelen ser tendenciosos cuando no francamente condenadores de la Revolución Francesa (“minimalistas” como se les llama a quienes niegan la trascendencia de la revolución o le asignan un papel francamente negativo).

Como fuentes amenas, documentadas y asequibles se puede apelar a Bouloiseau, Marc – La República Jacobina (10 de agosto de 1792 – 9 termidor año II), Editorial Ariel, Barcelona, 1980, o mejor n a McPhee, Peter; La Revolución Francesa, 1789 – 1799. Una nueva historia; Ed. Crítica, Barcelona, 2007.

Para ubicar someramente el periodo digamos que antes del 20 de setiembre de 1792, cuando se llevó a cabo la primera sesión de la Convención Nacional (el primer parlamento unicameral elegido por sufragio universal masculino), se había producido la caída de Verdún en manos de los prusianos, se había declarado “la patria en peligro”, había desertado Lafayette el jefe de la Guardia Nacional y se habían producido masacres de nobles presos en las cárceles de París; en enero de 1793 se procesó y ejecutó a Luis XVI; en marzo del 93 comenzó la insurrección en la Vendée; en abril se creó el Comité de Salud Pública, el Gral. Dumouriez se pasó a los austríacos, se promovieron iniciativas para el voto de las mujeres; en mayo y junio el pueblo invadió la Convención y produjo la caída de los girondinos (27 diputados y 2 ministros fueron a prisión); en junio del 93 se produjeron levantamientos contrarrevolucionarios en Burdeos y Calvados; el 24 de junio se adoptó la Constitución de 1793 (Constitución del Año I) la más democrática aunque la guerra impidió su aplicación; los ingleses bloqueaban las costas francesas, se decretó la venta de bienes de los nobles emigrados; el 13 de julio fue asesinado Marat; cuatro días después se produjo la abolición definitiva del feudalismo, se decretó la pena de muerte para los acaparadores de los productos de consumo popular y Robespierre fue nombrado miembro del Comité de Salud Pública; en agosto del 93 se establec la leva masiva para integrar los ejércitos de la república; en setiembre una jornada popular presionó a la Convención para la adopción de medidas revolucionarias más radicales; los destacamentos populares de París se incorporaron a los ejércitos y se promulgó la ley de sospechosos; en octubre se adop el calendario republicano cuyo Año I es precisamente 1793, se produjo la ejecución de la ex-reina María Antonieta y la de 21 dirigentes girondinos; en diciembre se declaró el Terror contra los enemigos de la república y se adoptaron importantes medidas sobre libertad religiosa y educación pública.

Quatrevingt-Treize está estructurada en tres partes: la primera se titula El mar y describe la llegada de un navío de guerra británico tripulado por marinos monárquicos franceses, la corbeta Claymore, que tiene por objeto desembarcar en las costas de Bretaña, en el extremo noroeste de Francia, al marqués de Lantenac un viejo general destinado a erigirse en jefe militar del levantamiento de la Vendée como se denomina a la región.

El proyecto de los realistas es organizar las guerrillas campesinas y despejar una cabeza de puente para permitir el desembarco de tropas regulares británicas para atacar a las fuerzas republicanas desde el Oeste y marchar hacia París que era atacado desde el Este por los prusianos y austríacos. En esa primera parte, Hugo hace gala de su dominio de los temas marinos y presenta una aventura que define al anciano Lantenac como un jefe cruel e inflexible dispuesto a cumplir su objetivo a sangre y fuego.

Según Hugo a los 6.000 campesinos vandeanos se enfrentan 1.500 hombres de los batallones republicanos, uno de los cuales, el batallón del Gorro Rojo está constituído por voluntarios parisienses comandados por un personaje secundario pero importante, el sargento Radoub. El comandante de los revolucionarios es el joven Gauvain, un noble que repudió su origen aristocrático y adhirió decididamente a la revolución, además es sobrino nieto de Lantenac.

La trama se desarrolla en torno a la guerra civil que se desarrolla en la Vendée pero la segunda parte se ubica en el centro de la gran revolución, la ciudad de París donde sesiona la Convención y los órganos de la República Jacobina y donde se presenta a los más importantes jefes revolucionarios: Dantón, Robespierre y Marat en debate. Allí Hugo plantea las posiciones de cada uno de ellos e incorpora a un personaje de ficción, el ex-sacerdote Cimourdain que es enviado a la Vendée para actuar como inflexible y determinado comisario político de las fuerzas republicanas.

En la tercera parte se produce el desenlace de la trama y se denomina la Vendée. En toda la trama aparecen personajes secundarios definidos con maestría por el autor: Halmalo, Tellmarch, Michelle Fléchard y sus hijos (adoptados por el Batallón del Gorro Rojo y tomados como rehenes por los realistas comandados por Lantenac y el “ogro” l´Imanous).

Antes de considerar someramente los aspectos ideológicos que expone la novela hay que llamar la atención sobre la maestría técnica del autor. Umberto Eco, en su tratado El Vértigo de las Listas, Ed. Lumen, Barcelona, 2009 ; en el capítulo 15, titulado “El exceso, de Rabelais en adelante”, incluye la célebre lista de los convencionales que Hugo incluye en el Noventa y Tres con la siguiente introducción: “quien veía la Asamblea se olvidaba de la sala; quien atiende el drama no piensa en el teatro. Nada más deforme ni más sublime. Un montón de héroes, un rebaño de cobardes. Unas fieras en una montaña, unos reptiles en un pantano. Allí pululaban, se codeaban, se gritaban, se insultaban, se amenazaban, luchaban y vivían todos estos combatientes que hoy no son ya sino fantasmas. Titánico recuento”.

Enseguida páginas y páginas con una apretada y fantástica lista con los nombres, las definiciones, las proclamas y los gestos de los verdaderos convencionales. No hay ficción sino el “titánico recuento” anunciado. En otra parte de su tratado, en el capítulo 6, “Listas de Lugares”, Eco incluye la lista de los lugares de Bretaña que el jefe realista Lantenac le indica a un emisario. Hugo recorrió esos sitios y su descripción minuciosa justifica la elección que hizo Eco. Sin embargo, nosotros preferimos otra lista no menos fantástica y realista, la descripción de los bosques de la Vendée que forma precisamente el primer capítulo de la tercera parte. Hugo ubica “gráficamente” las decenas de bosques, arroyuelos y cañadas, los caseríos, las poblaciones más grandes que fueron escenario de la feroz guerra civil. “La Vendée no puede ser completamente explicada – asegura Hugo – si la leyenda no completa la historia; es necesaria la historia para el conjunto y la leyenda para el detalle”.

Claudio Magris, en el capítulo de su obra Utopía y desencanto. Historias, esperanza e ilusiones de la modernidad, Anagrama, Barcelona, 2001, que dedica a esta novela, cuenta que en el discurso que Victor Hugo pronunció al ingresar a la Academia Francesa, en 1841, se percibe que está empezando a ver no solo las aberraciones sino también la grandeza de la Convención, la define como un tema “tenebroso, lúgubre y atroz pero sublime”. Más tarde, en la medida en que el autor va adoptando posiciones sucesivamente liberales, republicanas, democráticas y socializantes pasa a glorificar al 89 (1789 el inicio de la revolución) pero condenando el “extremismo” del 93. “La fascinación que luego empieza a sentir por este último – dice Magris – está ciertamente vinculada a su entusiasmo por lo grandioso y anómalo; la Convención le fascina del mismo modo que la tempestad que, al comienzo de la novela, se desencadena sobre el barco vandeano que lleva a Francia al marqués de Lantenac, el caudillo de la reacción”.

Para Victor Hugo la revolución francesa fue un acontecimiento que hizo época, que quebrantó la historia, un parto violento de la modernidad, una proclama para la humanidad. En su evolución personal continuó criticando la violencia pero lo que lo distanció de los republicanos conservadores fue que no se limitó a criticar, exagerar o vilipendiar la violencia revolucionaria como estos hacían. La violencia por razón de Estado ha sido naturalizada cuando es ejercida por el poder tradicional pero se la condena con “inflexible espíritu evangélico” (dice Magris) cuando quienes la ejercen son los revolucionarios. Hugo nunca se contó entre sus contemporáneos que se horrorizaban con el público sanguinario que asistía a los guillotinamientos durante el Terror pero contemplaban indulgentes a las damas de la sociedad parisina que asistían alegremente al espectáculo de los fusilamientos de comuneros, niños incluídos.

En el Noventa y Tres, el autor pone al mismo nivel la ferocidad que despliegan los monárquicos y los republicanos en la sangrienta guerra civil de la Vendée, que califica de guerra de bárbaros contra salvajes. Sin embargo establece una diferencia esencial y objetiva entre la falta de compasión jacobina de Cimourdain y el despiadado jefe vandeano Lantenac. Para Hugo, Cimourdain es el hombre del futuro, el que está dispuesto a sacrificarlo todo por su ideal que conlleva la emancipación real y la conquista de libertades concretas para la humanidad. En tanto, el marqués de Lantenac combate con igual denuedo pero para perpetuar la opresión, la injusticia, la ignorancia y la crueldad del antiguo régimen.

En la trama de la novela – advierte Magris – el autor “excluye genialmente cualquier vicisitud amorosa puesto que la abnegación y la violencia revolucionaria no dejan lugar en su opinión al amor. La revolución no es el deseo, es el sacrificio de quien subordina su propia felicidad al deber de un combate que tiene como fin el que muchos otros no sean excluidos de la felicidad”. Esa es la grandeza que Hugo capta y desarrolla en la novela: aún a través de delirios, excesos y perversiones la Convención, la República Jacobina le dio vida a un grandioso proceso de libertades civiles concretas que crearon una conciencia de derechos y valores universales que contribuyeron a romper las cadenas del género humano. Una conciencia que, de un modo u otro, influyó sobre todos los movimientos revolucionarios futuros, desde las revoluciones libertadoras de América Latina, a las revoluciones europeas de 1830 y 1848, la Comuna de París de 1871, la revolución mexicana de 1910, la revolución rusa de 1917, los movimientos anticolonialistas del siglo XIX y XX y la revolución china, entre otras.


No hay comentarios:

Publicar un comentario