Evitemos los lugares comunes
y hablemos sobre una revolución en agricultura
LA REVOLUCIÓN GENÉTICA DE LA
MARIHUANA
Lic.
Fernando Britos V.
El tabaco es
seguramente americano pero el cáñamo (Cannabis
Sativa) es originario del Asia Central. Según parece fue por allí que fue domesticada y los escitas descubrieron,
hace unos 1.500 años, que esta hierba erecta, anual y aromática, además, podía
fumarse. Todavía no era marihuana, marimba o porro, sino una planta dioica, es
decir sexuada, muy conocida bajo el nombre de cáñamo.
Una antigua planta domesticada - La planta masculina es un arbusto de buen
tamaño (en condiciones naturales supera los 2 y puede alcanzar los 4 metros de
altura). La planta con órganos femeninos es más pequeña. Las masculinas son grandes
proveedoras de fibras, muy utilizadas con fines textiles, de construcción,
cordelería y más recientemente como fuente de papel para todo uso. De las
semillas de la femenina es posible extraer un aceite comestible y las hojas y
sobre todo las flores pueden ser fumestibles.
Desde el punto de
vista taxonómico, el cáñamo pertenece al orden de las urticales, unas herbáceas
que se dividen en cuatro familias: las cannabáceas (que además de las Cannabis
comprende al lúpulo, una enredadera cuyas flores sirven para darle sabor característico
a las cervezas), las ulmáceas (cuyo exponente más conocido es un gran árbol: el
olmo), las moráceas (cuyas representantes más conocidas también tienen
importancia económica y connotaciones mitológicas: la morera y la higuera) y
finalmente, la urticáceas (la familia modesta pero bien defendida que integran
las ortigas). El orden se caracteriza por flores poco notorias y la única que
sobresale, aunque no por su belleza u aroma, es la flor de la C. sativa, la famosa marihuana.
Los avances
tecnológicos, por ejemplo en polímeros y plásticos, no han podido desplazar al
cáñamo como fibra barata, resistente, rendidora y ecológicamente amistosa.
Algunos plomeros prefieren todavía usar cáñamo en lugar de la moderna cinta de
teflón para reforzar la estanqueidad de las roscas pero las cannabis son
plantas productivas que no en vano figuran entre las primeras cultivadas por la
humanidad. Aparecen en una primera revolución, entre siete y ocho mil años
atrás, cuando la agricultura sedentarizó a los Homo sapiens que, hasta entonces, habían sido
cazadores-recolectores en permanente movimiento.
Sin las cuerdas de
cáñamo y la tela resistente de las velas, la navegación de altura habría sido
imposible y la expansión europea hacia América y Asia se habría diferido por
mucho tiempo. Los humanos domesticamos plantas y animales, les manipulamos genéticamente
pero, en cierto sentido, también hemos sido conformados y cambiados por
nuestros nuevos compañeros del sorprendente camino evolutivo.
Psicoactiva y recreativa - Ahora
vamos a centrarnos en los aspectos contemporáneos de las propiedades psicoactivas
de la cannabis. Fumar o ingerir hojas, frutos, hongos por la capacidad de
modificar la percepción y otros aspectos cognitivos de la mente humana ha sido
práctica corriente, desde hace milenios, entre chamanes, curanderos, brujos y
sacerdotes para inducir visiones o alucinaciones o llevar a cabo diversos
rituales. A las Américas, parece haber llegado la marihuana junto con el
tráfico de esclavos. A África había llegado desde Asia como fibra útil y
también por su uso psicoactivo.
Sin embargo, la
propagación de la marihuana como “droga recreativa” es un fenómeno que data de
fines del siglo XIX y comienzos del pasado. Siempre ha existido cierta
experimentación médica y suministro de agentes psicotrópicos con propósitos
varios entre los que se destacan las propiedades analgésicas de algunos de
ellos. La difusión de la marihuana como droga blanda (no se conoce caso alguno de
muerte por sobredosis) es precisamente un fenómeno propio de la década de 1960
y sus hippies. Tampoco es casual que el principio activo, el THC (delta9-tetrahidrocannabinol)
haya sido sintetizado recién a mediados de esa década (1964 por Yechiel Gaoni y
Raphael Mechoulam, en Israel) y su acción neurofisiológica estudiada desde
entonces.
Durante la década de
los setenta del siglo XX, Estados Unidos era el principal mercado para la
marihuana y se dice que el gobierno de Jimmy Carter estuvo a punto de legalizarla
como droga social. La cannabis llegaba desecada y prensada desde México
(aproximadamente el 70%) y de Colombia y países centroamericanos el resto.
Cuando los carteles de la droga colombianos empezaban a desarrollarse la
marihuana primaba sobre la cocaína o dicho de otro modo la marimba no solamente
era, en proporción, la que representaba la mayor cantidad de toneladas sino
también la fuente de los mayores ingresos.
Tres frutos de la represión - Por
esos años y marcadamente a partir del acceso de Ronald Reagan a la presidencia
de los EUA, a principios de los ochenta, se desarrolló la política de
“tolerancia cero” que significaba un gigantesco esfuerzo represivo, la
fumigación de cultivos con paraquat (un herbicida altamente tóxico desarrollado
para arrasar la selva y la agricultura vietnamita), el incremento de los
controles fronterizos por tierra, mar y aire, la extensión de las operaciones de
la DEA y el endurecimiento de las penas para los traficantes.
Esta represión
favoreció dos grandes fenómenos: por un lado el cultivo de cannabis para
producir de marihuana se desplazó hacia los Estados Unidos, principalmente en
el oeste, en zonas aledañas a la costa del Pacífico, y los narcotraficantes
mexicanos y colombianos hicieron una gradual y rápida conversión hacia la
cocaína y la heroína aprovechando los grandes espacios de cultivos
tradicionales, ocupando nuevas zonas y aumentando la mayor rentabilidad por
kilo transportado de las drogas duras.
Los Estados Unidos
tenían ahora un problema en tres frentes. La mayoría de la producción de
marihuana había dejado de ser importada y ahora era de producción nacional o se
complementaba con drogas de síntesis. La represión generalizada asimiló a la
marihuana con las drogas más peligrosas, adictivas, destructivas, rentables y
violentas (cocaína, heroína, morfina, drogas de síntesis como el éxtasis, etc.).
Por otra parte, las políticas destinadas a reprimir a los productores de
cocaína y heroína en los países de origen presentaba muchos contratiempos.
Una de las batallas
que se libró hace treinta o cuarenta años fue la lucha contra los llamados
“intermediarios químicos”. La obtención de clorhidrato de cocaína requiere una serie
de diluciones de la pasta de la hoja de coca mediante solventes, seguida de una
evaporación/cristalización. Esta refinación se hacía mediante solventes
potentes convencionales, por ejemplo cloroformo y acetona, y la utilización de
basificantes para neutralizar la acidez y favorecer la cristalización (por
ejemplo bicarbonato de sodio y de potasio). Quienes regularmente utilizaban
estos químicos eran los laboratorios farmacéuticos y las fábricas de pintura.
El plan era sencillo,
se trataba de controlar estrictamente la producción e importación de estos
productos así como la justificación de su uso legítimo por parte de las
empresas, gramo por gramo y litro por litro. De esta forma se pensaba yugular
la producción de cocaína pero en cuestión de semanas o los narcotraficantes
habían resuelto el problema con intermediarios de uso masivo cuyo control
resultaba virtualmente imposible: empezaron la nafta como solvente y el
portland como basificante.
La segunda revolución de la cannabis -
Aviones, helicópteros y satélites escudriñaban el territorio desde los cielos
en busca de cultivos de marihuana en los Estados Unidos. Las leyes se
endurecieron en los estados donde la producción y el consumo era mayor. Al
principio hubo prisión para el autocultivo pero pronto las penas escalaron de
modo que la policía podía confiscar los predios, casas y vehículos de quienes
se atrevieran a cultivar la Cannabis
sativa. En este contexto en pocos años a partir de 1986 o 1987 se produjo
la revolución genética de la marihuana, desarrollada por aficionados en
California y en Holanda.
La domesticación es
un proceso de manipulación genética por los humanos. De este modo los perros son
lobos modificados mediante la paciente y sostenida selección de ciertos rasgos
desde hace poco más de diez mil años. La Cannabis
sativa fue domesticada para la producción de fibra durante los primeros
tiempos de la revolución agrícola. Originalmente se privilegió a las plantas
con órganos masculinos, el cáñamo. Como en todas las domesticaciones agrícolas,
la manipulación de fines del siglo XX, se produjo mediante la selección e
intercambio de semillas durante esta revolución genética y tecnológica.
En primera instancia,
la marihuana pasó a ser una planta de interiores dado que cultivar al aire
libre equivalía a detección y castigo rápidos. Los agricultores procuraron, al
principio, la producción en invernaderos basados en mantener una dosis
importante de luz natural, esencial para la fotosíntesis que es el proceso
bioquímico más importante del planeta: la capacidad esencial de los vegetales
de producir carbohidratos a partir del anhídrido carbónico y el agua mediante
la luz solar. Sin embargo los invernaderos eran costosos, voluminosos y fácilmente
detectables.
Para aumentar el
rendimiento había que reducir el espacio necesario, mediante una selección de
plantas de poca altura y predominancia de la floración. Esto significaba
meterle mano a las relaciones sexuales normales de las cannabis. Se esperaba
que las plantas mostraran sus características sexuales y se suprimía a las
masculinas más voluminosas y carentes de flores para conservar solamente las
femeninas. Además había que aumentar la concentración de la sustancia química
psicoactiva, el THC, en cada planta. La selección de semillas y variedades se
dirigió a aumentar la cantidad de flores (la materia prima del porro) y la
potencia de las mismas.
La Cannabis sativa, de los cultivos
experimentales para la producción de cáñamo, en el Uruguay, tiene una
concentración de 2 a 3% de THC en las flores y mucho menos en las hojas. Esto las
hace inviables como productoras de marihuana. Californianos y holandeses se
manejaban con variedades cuya potencia alcanzaba, en condiciones ideales, a un
7% del principio activo. En un proceso bastante acelerado de selección
alcanzaron el 10%.
En ese momento se
llegó a una meseta que parecía difícil de superar pero, sin embargo, la
revolución genética seguía adelante. Al principio los cultivadores de marihuana
se habían preocupado por reproducir en recintos cerrados las condiciones que imperaban
en la naturaleza. Las cannabis son relativamente vulnerables a la helada,
necesitan calor y humedad moderadas, un suelo no demasiado rico y buena
insolación. La experimentación les había permitido llegar a obtener plantas con
una relación hojas, tallos y flores muy ventajosa: muchas flores verdes,
granulosas, poco atractivas y de aroma dulzón; tallos reducidos a menos de 30
centímetros de altura y hojas en escaso número y poco desarrollo.
La iluminación más
adecuada parecía ser una batería de focos de mercurio pero pronto descubrieron variantes que
forzaban a las plantas para producir una floración no solamente más copiosa sino
más rápida. Las plantas anuales fueron inducidas a “acelerarse” mediante un
proceso alternado de iluminación intensa y oscuridad total (“días” y “noches”
de pocas horas de duración). Además se manipuló el espectro de radiaciones
luminosas: al principio lámparas de mercurio (luz blanca) y después lámparas de
sodio (luz amarilla). Así se produjeron
flores más tupidas y grandes en periodos más cortos.
En lugar de una
floración anual, la misma se producía en tres meses y aún menos con una
concentración mayor de THC (posiblemente lindante en el 20% y aún más).
Finalmente el proceso culminó con la clonación de plantas. De este modo se
reprodujo genéticamente plantas femeninas, es decir semillas (miles de semillas
por planta) como copias idénticas que se replantan cada tres meses.
El jardín de la marihuana –
Ni la belleza de un jardín ni la pulcritud de un laboratorio, las fábricas de
marihuana modernas en los países desarrollados son establecimientos
clandestinos de dimensiones reducidas. Generalmente una habitación o un sótano
de unos veinte metros cuadrados, interior, preferentemente sin aberturas o en
todo caso estrictamente sellada para que no entre la luz diurna. Allí, sobre
una mesa de unos dos o tres metros de lado se ubica un centenar de recipientes
con plantas enanas clonadas (todas copias idénticas), de modo que sus numerosas
y grandes flores queden al alcance de la mano.
En el techo se ubican
baterías de luminarias de mercurio y de sodio con una instalación adecuada para
soportar un consumo de tres o cuatros kilovatios hora que alternan doce horas
de iluminación deslumbrante y otras tantas de oscuridad total. El encendido y
apagado está controlado por timers
electromecánicos y/o electrónicos.
Las plantas están
conectadas con tuberías de plástico que les aportan los nutrientes (abono
líquido) y el agua, cuidadosamente dosificados para sobrealimentarlas al máximo.
Además se debe contar con un tanque de anhídrido carbónico para suministrar el
ingrediente básico de la fotosíntesis en ese compartimiento estanco y
antinatural y sistemas de circulación forzada del aire para crear una atmósfera
uniformemente cargada.
Estos “laboratorios”
se ubican en zonas industriales o residenciales degradadas, preferentemente
cerca de fábricas que generan efluvios malolientes, porque este proceso forzado
produce una atmósfera opresiva y olores fuertes y poco agradables que en una
zona residencial normal llamarían la atención de los vecinos. Estas condiciones
desarrollan la capacidad de producir entre uno y dos kilos de flores desecadas
y prensadas, por mes, que le reportan al “jardinero” entre diez mil y veinte
mil dólares.
No se trata de un
cultivo exento de riesgos. El ambiente de esa cámara claustrofóbica no es
precisamente sano para los “jardineros” y cualquier modificación en la
regularidad de las condiciones creadas puede representar la pérdida de la
cosecha o una baja sensible en la potencia del producto. De modo que, como en
las prisiones, presos y carceleros, humanos y vegetales, tienen muchos rasgos
comunes.
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