RECORDANDO
A STEPHEN JAY GOULD
Stephen Jay Gould es un autor
conmovedor, en el más cabal sentido de la palabra. Muchos recordamos con
emoción el primer trabajo que leimos con su apasionante capacidad para echar
luz sobre complejos temas de la biología, de la evolución, del origen de la
vida en la tierra. Su rigor filosófico de vívida dialéctica, su amenidad cálida
de buen amigo, su crítica humorística y siempre precisa. Ha sido, seguramente
uno de los grandes divulgadores de temas
científicos.
Murió
a los sesenta años de edad, en mayo de 2002, Pocos sabíamos que luchó durante
veinte años contra un cáncer implacable y que venció porque en esos años
publicó las obras que le consagraron. No se si este texto habrá sido traducido
al español antes. Yo lo conocí hace tiempo revisando su copiosa bibliografía.
Creo que es un magnífico legado sumamente útil para enfrentar los momentos
críticos de la vida y no solamente las enfermedades ominosas que nos acechan.
Creo que es una lección de vida plena, es el secreto de Gould que como todos
los grandes sabios lo ha brindado para que lo usemos para restañar nuestras
propias heridas pero sobre todo para ayudar a nuestros amigos y familiares que
sufren, para alentar a nuestros compañeros atribulados. Es la magia del conocimiento
que nos brinda este luchador materialista chapado a la antigua; como dice el
Dr. Dunn, son "las armas de la razón y de la esperanza".
Cordialmente,
Lic. Fernando Britos V.
Prefacio
por Steve Dunn - Stephen Jay Gould fue un influyente biólogo
evolucionista que enseñó en la Universidad de Harvard. Fue el autor de por lo
menos diez populares libros sobre la evolución y la ciencia, incluyendo entre
otros: La sonrisa del flamenco; La desmesura del hombre; Maravillosa
vida; El pulgar del panda y Casa llena (casi todos traducidos al
español).
En
lo que a mi concierne, La mediana no es el mensaje, de Gould, es lo más
sabio y lo más humano que se haya escrito sobre cáncer y estadística. Es el
antídoto, tanto para quienes dicen “las estadísticas no importan” como para
quienes tienen el desafortunado hábito de pronunciar sentencias de muerte a
pacientes que enfrentan un pronóstico difícil. Cualquiera que investigue la
literatura médica se enfrentará con las estadísticas sobre su enfermedad.
Quienquiera que lea este texto tendrá las armas de la razón y de la esperanza.
LA
MEDIANA NO ES EL MENSAJE
Por
Stephen Jay Gould
Mi vida se ha entrecruzado
recientemente, en la forma más personal, con dos de los famosos dichos de Mark
Twain. Uno de ellos lo diferiré para el final de este ensayo. El otro (a veces
atribuido a Disraeli), identifica tres tipos de mendacidad, cada uno peor que
el anterior: mentiras, malditas mentiras y estadísticas.
Consideren el ejemplo corriente de
estirar la verdad con números; un caso completamente relevante para mi relato.
La estadística reconoce diferentes medidas de un “promedio” o tendencia central.
La media es nuestro concepto habitual de un promedio de conjunto: sume los ítems
y divídalos entre el número de participantes (100 caramelos reunidos por cinco
niños el pasado Halloween arrojarán 20 para cada uno en un mundo equitativo).
La mediana, una medida de tendencia central diferente, es el punto del medio
camino. Si yo pongo en fila cinco niños según su altura, el chiquilín de la
mediana es más bajo que dos de ellos y más alto que los otros dos (que podrían
tener problemas para obtener la porción media de caramelos). Un político en el
poder podría decir con orgullo: “el ingreso medio de nuestros ciudadanos es de
$ 15.000 por año”. El líder de la oposición podría replicar: “pero la mitad de
nuestros ciudadanos obtienen menos de $ 10.000 por año”. Ambos tienen
razón pero ninguno de ellos cita la
estadística con impasible objetividad. El primero invoca una media, el segundo
una mediana. (Las medias son más elevadas que las medianas en tales casos
porque un millonario puede contrabalancear a cientos de personas pobres al
establecerse dicha media mientras que solamente puede compensar a un solo
mendigo al calcular una mediana).
El asunto más importante que crea la
común desconfianza o desprecio por la estadística es más problemático. Mucha
gente efectúa una desafortunada e inválida separación entre el corazón y la
mente o entre los sentimientos y el intelecto. En algunas tradiciones
contemporáneas, ambientadas por actitudes estereotípicamente centradas en el
sur de California, los sentimientos son exaltados como más “reales” y como el
único fundamento apropiado para la acción - 'si se siente bien, hágalo' -
mientras que el intelecto recibe escasa consideración como un colgado elitismo
pasado de moda. La estadística, en esta absurda dicotomía, a menudo se
convierte en el símbolo del enemigo. Como escribió Hillaire Belloc: “las
estadísticas son el triunfo del método cuantitativo y el método cuantitativo es
la victoria de la esterilidad y la muerte”.
Este es un relato personal de
estadísticas, adecuadamente interpretadas, como profundamente educativas y
dispensadoras de vida. Le declara la guerra santa a la degradación del
intelecto al contarles una pequeña historia acerca de la utilidad del seco
conocimiento académico sobre de la ciencia. El corazón y la mente son puntos
focales de un cuerpo, una personalidad.
En julio de 1982, me enteré que
estaba sufriendo de mesotelioma abdominal, un cáncer raro y serio usualmente
asociado con la exposición al asbesto. Cuando reviví después de la cirugía, le
hice mi primera pregunta a mi doctora y quimioterapeuta: ¿Cuál es la mejor
literatura técnica sobre el mesotelioma?” Ella me contestó, con un toque de
diplomacia (el único apartamiento de la franqueza directa que había hecho
alguna vez), que la literatura médica no contenía nada cuya lectura realmente
valiese la pena.
Desde luego, tratar de mantener a un
intelectual alejado de los trabajos escritos es como recomendarle castidad al
Homo sapiens, el más sexuado de todos los primates. Tan pronto como pude caminar
me fui volando a la biblioteca médica de Harvard y marqué ‘mesotelioma’ en el
programa de búsqueda bibliográfica de la computadora. Una hora después, rodeado
por las últimas publicaciones sobre mesotelioma abdominal, me di cuenta,
tragando saliva, porqué mi doctora me había brindado un consejo tan humano. La
literatura médica no podría haber sido tan brutalmente clara: el mesotelioma es
incurable, con una mediana de supervivencia ubicada solamente a ocho meses
después de ser descubierto. Estuve allí sentado y petrificado durante quince
minutos, después sonreí y me dije a mi mismo: así que es por esto que no me
dieron nada para leer. Entonces mi mente empezó a trabajar nuevamente, gracias
virtud.
Si es que un pequeño aprendizaje (un
conocimiento escaso) puede llegar a ser algo peligroso, yo encontré un ejemplo
clásico. La actitud importa, claramente, en la lucha contra el cáncer. No
sabemos por qué (desde mi perspectiva materialista, al viejo, estilo, yo
sospecho que los estados mentales se retroalimentan al sistema inmunológico)
pero si se equiparan personas con el mismo cáncer en cuanto a edad, clase,
salud, situación socioeconómica, en general quienes tienen actitudes positivas,
con una fuerte voluntad y propósito para vivir, con el compromiso para luchar,
con una respuesta activa para ayudar a su propio tratamiento y no una mera
aceptación pasiva de cualquier cosa que le digan los médicos, tienden a vivir
más. Unos pocos meses después, le pregunté al Dr. Peter Medawar, mi gurú
científico personal y Premio Nobel en inmunología, cual sería la mejor receta
para triunfar sobre el cáncer. “Una personalidad sanguínea” me contestó.
Afortunadamente (desde que uno no puede reconstruirse a si mismo en plazos
breves y para un propósito definido) yo soy, si algo fuera, ecuánime y
confiado, justamente de esta manera.
He aquí el dilema para los doctores
humanistas: desde que la actitud importa tan críticamente, ¿debería advertirse
acerca de tan sombrías conclusiones, especialmente cuando pocas personas tienen
una comprensión suficiente de las estadísticas para evaluar lo que realmente
significan sus afirmaciones?. A partir de años de experiencia con la evolución
en pequeña escala de los moluscos terrestres de las Bahamas mediante
tratamiento cuantitativo, he desarrollado este conocimiento técnico y estoy
convencido de que jugó un papel muy importante en la salvación de mi vida. El
conocimiento es poder, según el proverbio de Bacon.
El problema puede ser establecido
resumidamente así: ¿qué significa “una mediana de mortalidad (o de
supervivencia) de ocho meses” en nuestro lenguaje cotidiano?. Sospecho que la
mayoría de las personas sin entrenamiento en estadística leerán esa afirmación
como “probablemente estaré muerto en ocho meses”; precisamente la conclusión
que debe ser evitada porque no es así y porque la actitud importa tanto.
Yo no estaba, desde luego,
regocijándome pero tampoco leí esta afirmación en la forma corriente. Mi
entrenamiento técnico conllevaba una perspectiva diferente acerca de “ocho
meses de mortalidad (supervivencia) mediana”. El punto es sutil pero profundo
porque entraña el característico modo de pensar en mi propio campo de la
biología evolutiva y la historia natural.
Nosotros todavía arrastramos el
bagaje histórico de una herencia platónica que busca esencias nítidas y límites
definidos. (Por eso esperamos encontrar un “comienzo de la vida” o “definición de muerte” exentos de
ambigüedades, aunque la naturaleza llega a nosotros a menudo como un continuo
irreductible). Esta herencia platónica, con su énfasis en las distinciones
claras y las entidades separadas e inmutables, nos conduce a ver
incorrectamente a las medidas estadísticas de tendencia central, de hecho
opuesta a la interpretación apropiada en nuestro mundo actual de variación, sombras
y continuos. En suma, vemos las medias y las medianas como las duras
“realidades” y la variación que permite su cálculo como un conjunto de
transitorias e imperfectas medidas de esta esencia escondida. Si la mediana es
la realidad y la variación en torno a la mediana solamente un recurso para
calcularla, el "probablemente estaré muerto en ocho meses” puede pasar
como una interpretación razonable.
Pero los biólogos evolutivos saben
que la variación en si misma es la única esencia irreductible de la naturaleza.
La variación es la dura realidad, no un conjunto de medidas imperfectas de la
tendencia central. Medias y medianas son las abstracciones. Por lo tanto, yo
miré en forma completamente diferente las estadísticas sobre mesotelioma, y no
solamente porque soy un optimista que tiende a ver la rosquilla en lugar de su
hueco sino, primariamente, porque yo se que la variación en si misma es la
realidad. Yo debía ubicarme a mi mismo en la variación.
Cuando supe de la mediana de ocho
meses, mi primera reacción intelectual fue: 'muy bien, la mitad de la gente
vivirá más que eso; ahora, ¿cuáles son mis posibilidades de encontrarme en esa
mitad? ' Leí furiosa y nerviosamente durante una hora y concluí - con alivio -
'rematadamente buenas'. Yo poseía cada una de las características que confieren
la probabilidad de una larga vida: era joven; mi enfermedad había sido
detectada en una etapa relativamente temprana; recibiría el mejor tratamiento
médico disponible; tenía el mundo para vivir por él; sabía como leer la
información y no desesperarme.
Otro punto técnico agregó entonces
mayor solaz. Reconocí inmediatamente que la distribución de la variación en
torno a la mediana de ocho meses debería estar, casi seguramente sesgada, los
que los estadísticos llaman “inclinada a la derecha”. (En una distribución
simétrica, el perfil de variación a la izquierda de la tendencia central es una
imagen a espejo de la variación a la derecha. En distribuciones sesgadas o
inclinadas, la variación para un lado de la tendencia central está más estirada
- inclinada a la izquierda si se extiende hacia ese lado, inclinada hacia la
derecha si lo hace hacia allí.). La distribución de la variación debía estar
sesgada hacia la derecha, razoné. Después de todo, la izquierda de la distribución
tiene un límite inferior irrevocable de cero (dado que el mesotelioma solo
puede ser identificado al morir o antes). Por lo tanto, no hay mucho espacio
para la mitad más baja o izquierda de la distribución: debe estar comprimida
entre cero y ocho meses. En cambio, la parte más alta o derecha puede
extenderse por años y años aunque finalmente nadie sobreviva. La distribución
debía estar inclinada hacia la derecha y yo necesitaba saber que tanto se
extendía esa cola porque yo ya había concluido que mi perfil favorable me hacía
un buen candidato para esa parte de la curva.
La distribución estaba realmente,
fuertemente inclinada hacia la derecha, con una larga cola, aunque pequeña, que
se extendía por varios años más allá de la mediana de ocho meses. No vi razón
alguna por la cual yo no pudiera estar en esa pequeña cola o extensión y exhalé
un muy prolongado suspiro de alivio. Mi conocimiento técnico me había ayudado.
Había leído la gráfica correctamente. Había hecho la pregunta correcta y había
encontrado las respuestas. Había obtenido, con toda probabilidad, el más
precioso de todos los dones posibles dadas las circunstancias: tiempo
sustancial. No debía detenerme y seguir, de inmediato, la indicación de Isaías
a Ezequiel: 'pon tu casa en orden porque morirás y no vivirás'. Yo tendría
tiempo para pensar, para planear y para luchar.
Un punto final acerca de las
distribuciones estadísticas. Se aplican solamente a un conjunto establecido de
circunstancias, en este caso a la supervivencia con mesotelioma bajo las formas
convencionales de tratamiento. Si las circunstancias cambian la distribución
puede alterarse. Fui ubicado en un protocolo de tratamiento experimental y, si
la fortuna me acompaña, estaré en la primera cohorte de una nueva distribución
con una mediana alta y una extensión a la derecha prolongándose hasta la muerte
por causas naturales a una edad avanzada.
Desde mi punto de vista, se ha
vuelto un poco demasiado a la moda el contemplar la aceptación de la muerte
como algo equivalente a la dignidad intrínseca. Desde luego que yo estoy de
acuerdo con el predicador del Eclesiastés en que hay un tiempo para amar y un
tiempo para morir y cuando mi ovillo se acabe espero enfrentar el fin
tranquilamente y a mi modo. Para la mayoría de las situaciones, sin embargo,
prefiero el punto de vista más marcial de que la muerte es el último enemigo y
no encuentro nada reprochable en quienes se rebelan poderosamente contra la
muerte de la luz.
Las espadas de batalla son numerosas
y ninguna más efectiva que el humor. Mi muerte fue anunciada en una reunión de
mis colegas en Escocia y casi experimenté el delicioso placer de leer mi
obituario escrito por uno de mis mejores amigos (el referido sospechó y
comprobó la información; él también es estadístico y no esperaba encontrarme
tan hacia afuera en el extremo derecho de la distribución). Aún así, el
incidente me proporcionó mi primera buena risa después del diagnóstico. Piensen
nada más, yo casi conseguí repetir el más famoso párrafo de Mark Twain: los
reportes acerca de mi muerte son grandemente exagerados.
Posfacio
por Steve Dunn
Mucha
gente me ha escrito preguntándome que sucedió con Stephen Jay Gould.
Lamentablemente el Dr. Gould murió en mayo de 2002 a la edad de 60 años. El Dr.
Gould vivió veinte muy productivos años después de su diagnóstico, por lo tanto
¡ excedió treinta veces los ocho meses de la mediana de supervivencia !. Aunque
murió de cáncer, aparentemente no fue el mesotelioma sino un segundo cáncer no
relacionado con aquel.
En
marzo de 2002, el Dr. Gould publicó su "Magnum Opus" de 1.342
páginas: La estructura de la teoría evolutiva. Es apropiado decir que
Gould, uno de los más prolíficos científicos y escritores del mundo, fue capaz
de completar la obra definitiva de su trabajo científico y filosófico justo a
tiempo. Ese texto es demasiado extenso y denso para casi cualquier lego pero
los trabajos de Stephen Jay Gould le sobrevivirán y yo espero que lo haga
especialmente La mediana no es el mensaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario