UN
CAMINO FRAUDULENTO
Lic.
Fernando Britos V.
Ante
nuevos episodios de agresión en liceos se reavivan pedidos para tomar por un
camino fraudulento: el estudio psicológico de las personalidades como forma de
prevenir y evitar la violencia.
Hace poco en Villa Rodríguez un auxiliar de servicios
generales agredió brutalmente a la Directora del Liceo. Ahora, la Directora del
Liceo 16 de Montevideo hizo mímica de ejecución, revólver en mano, a cuatro
profesores. Si el agente policial, que entregó indebidamente su arma de
reglamento a la Directora, no la hubiera descargado antes podría haber sucedido
una desgracia irreparable.
Nuevamente se levantan voces, desafortunadamente entre
jerarcas del Consejo de Enseñanza Secundaria, sosteniendo que no se estudia la
personalidad de los directores “porque faltan recursos para hacerlo”.
Un análisis más reflexivo de los hechos, más allá del
impacto y la legítima preocupación que
desatan, deja en claro que el episodio tenía antecedentes – reconocidos por las
autoridades del CES y por los propios docentes – que muestran que nos
encontramos ante un nuevo caso de acoso moral , es decir ante un proceso
prolongado en el tiempo, jalonado por episodios agresivos de variada
intensidad, donde la Directora operaba como acosadora y además, según parece,
como responsable de mala administración. De hecho hay una investigación
administrativa en curso cuya falta de conclusión se atribuye a la pesadez del
aparato burocrático y los procedimientos disciplinarios.
La verdad seguramente radica en que el acoso moral es un
proceso insidioso y prolongado que no solamente requiere de acosadores y
acosados sino la existencia de una organización del trabajo que permite el
desarrollo de estas perversiones. Hay mecanismos lentos, seguramente, pero
también falta de claridad para interpretar los antecedentes, para ayudar a las
víctimas del acoso y para detener a
tiempo la acción de los acosadores. En todo esto es decisiva la participación
de los colectivos puesto que los acosadores necesitan un medio que les permita
accionar y ese medio puede ser la indiferencia de algunos, la complicidad de
otros y la ignorancia de los antecedentes.
El acoso moral es difícil de prevenir porque es solapado,
difícil de percibir, pero nunca totalmente subterráneo. En efecto, el acoso
moral se desarrolla por lo general en organismos públicos y su característica
primordial es el aislamiento de la víctima y su destrucción, en el sentido de
su persecución y desestabilización, hasta conseguir su desaparición o
alejamiento. Sin embargo el acoso moral tiene otros objetivos que tienen que
ver con el ejercicio del poder y con ciertas formas de organización del trabajo
(cuyas formas extremas son las llamadas “organizaciones tóxicas”). Hay
organizaciones que facilitan el accionar de los acosadores y esto quiere decir
que hay trabajadores que, por acción o por omisión, esto es como cómplices o
como indiferentes, permiten que se lleve a cabo.
A veces se produce un episodio demasiado evidente, una
explosión de violencia real (Villa Rodríguez) o simulada de agresividad
catastrófica (Liceo 16) que pone al descubierto el mecanismo oculto del acoso.
Entonces las víctimas se rebelan, los cómplices y los complacientes se retraen
y dejan expuestos a los acosadores y a los indiferentes “les cae la ficha” de
que algo perverso estaba sucediendo.
Es lamentable que deban producirse episodios como estos
para que se tome alguna acción contra el acoso, generalmente tardía y cuando se
han producido daños graves al entramado de un colectivo de trabajo, pero hay que
darse cuenta que las organizaciones y naturalmente sus integrantes, tienen una
especial resistencia a reconocer tempranamente lo que está sucediendo.
En muchos casos, la primera reacción organizativa ante
denuncias de acoso moral es la negación.
La siguiente reacción suele ser la
banalización, que consiste en quitar importancia a los indicios y
asignarles el carácter de episodios aislados. Finalmente, en muchos más casos
que los que llegan a ser reconocidos, se trata de la eliminación del vector (“matar
al mensajero de las malas nuevas”).
Estas etapas no son fijas y/o exclusivas de las
“organizaciones tóxicas”. En general se presentan cuando se trata de asuntos
complejos que involucran a muchas personas y que comprometen el prestigio, la
imagen o los intereses hegemónicos, como por ejemplo en casos en donde está
comprometida la ética, en casos de fraude científico, de abuso de la fe
pública, de violación de derechos humanos, etc.
Tales reacciones se producen porque los actos
cuestionados y especialmente los velados por el secretismo (que va mucho más
allá de la discreción que puede ser legítima) han de tener, necesariamente,
efectos públicos. Por ejemplo, el acosador procura casi siempre “tirar la
piedra y esconder la mano” pero necesita una base de apoyo, un público que lo
festeje, otro que lo tema y otro que lo ignore o se haga el distraído. El
ejercicio desviado del poder siempre tiene un efecto ejemplificante,
intimidatorio y/o disuasorio y aunque tales efectos resulten multiformes deben
trascender. En suma, se trata de un ocultamiento del mecanismo y una exhibición
de los efectos.
La preocupación legítima por prevenir el acoso moral y
los fenómenos de violencia, especialmente en los organismos de enseñanza, a
veces lleva a pretender que se sigan caminos engañosos, no tanto por su probada
ineficacia sino porque desvían la atención de lo que debe atacarse para
prevenir le incidencia. Este es el caso de la “medicalización” o la
“psicologización” con carácter preventivo. Estas propuestas de abordaje no son
malas o buenas sino inoportunas o impertinentes. Se basan, en menor o mayor
medida, en la idea que existe una personalidad o características de
personalidad, una patología, propias tanto del acosador como del acosado.
El acosador, como el torturador, el violador, el
perpetrador de violencia doméstica o cualquier otro agresor, puede ser un
psicopático (incapaz de sentir culpa o remordimiento), un perverso o alguien
que padece perturbaciones psíquicas severas pero ello no es “condición
necesaria”. De la misma manera los acosados no son, necesariamente, personas
débiles y timoratas, excesivamente prolijas y cumplidoras, poseedoras de
características envidiables, estigmatizadas o destacadas, por cualquier razón
ostensible o no.
La idea de que los “criminales” son seres especiales,
extraordinarios, esencialmente distintos del común, es tranquilizante pero
fraudulenta. Las características psicofísicas de las personas, su temperamento,
su capacidad y sobre todo su personalidad pueden influir en la forma en que pueden
llegar a manifestarse en determinadas circunstancias. Un perverso es siempre
peligroso pero la peligrosidad no está determinada, en forma irrevocable y
exclusiva, por su personalidad (independientemente de que para este término no
existe definición unívoca).
Esto significa que, en condiciones concretas y
determinadas, cualquiera podría transformarse en un acosador o ser víctima de
acoso y vale para cualquier relación violenta entre seres humanos. Los
determinismos abstractos e inexorables, los reduccionismos, no explican la
realidad y no permiten resolver las situaciones dilemáticas y difíciles que
enfrentamos en lo que se denomina el drama del trabajo y de las relaciones
sociales.
Los tests y otras técnicas psicológicas para el estudio
de la personalidad pueden tener validez, en condiciones clínicas bien
establecidas, para el psicodiagnóstico con propósitos terapéuticos. Fuera de
este marco se trata de un uso abusivo de las técnicas que cae fácilmente en el
terreno de la pseudociencia: una promesa grandiosa y fraudulenta, la de que es
posible establecer en forma pronóstica cual será la conducta de las personas en
el futuro y en distintas circunstancias concretas e imprevisibles.
Lamentablemente hay algunos psicólogos vendiendo
certezas, especialmente en el campo del trabajo, a través de pruebas
psicolaborales carentes de validez. También hay autoridades de la enseñanza que
han comprado la idea de que métodos con apariencia científica, que de hecho son
tan pseudocientíficos como los horóscopos, pueden servir para “descubrir” mediante
estudios de personalidad a potenciales acosadores o violentos antes de que se
manifiesten.
Terminada la Segunda Guerra Mundial varios jefes nazis
que no consiguieron escapar (así fuera suicidándose como Hitler o Goebbels)
fueron juzgados en Nuremberg. La lista de los capitostes estaba encabezada por
Hermann Goering, Mariscal del Reich y sucesor designado del Füehrer, y otros
siete u ocho integrantes de la cúpula del régimen.
Los psicólogos estadounidenses estudiaron la personalidad
de estos reos. Les hicieron entrevistas y aplicaciones del Test de Rorschach
(el test de manchas de tinta que consideraban la principal prueba proyectiva
para el estudio de la personalidad). Para su sorpresa, los responsables de
terribles crímenes de lesa humanidad, no eran enfermos mentales y por todo
concepto aparecían como personas comunes y corrientes. Los rasgos más
llamativos, como la pedantería y engreimiento del ampuloso Goering, la
introversión de Hess o la vacuidad de Ribbentrop, no les calificaban como
psicópatas y no era necesaria ninguna técnica psicológica para verificarlo.
Algo parecido sucedió con Adolf Eichmann, secuestrado por
el Mossad en Buenos Aires y trasladado a Israel, en 1960, donde fue juzgado y
ejecutado. Hannah Arendt acuñó entonces la “banalización del mal”. Aludía al
proceder del “hombre común que se había limitado a cumplir con su trabajo”, tal
como se presentaba Eichmann, de modo que aparecía como una banalidad que ese
“trabajo” hubiese consistido en organizar y supervisar el traslado de millones
de seres humanos a los campos de la muerte en Auschwitz- Birkenau. El coronel
Eichmann era un nazi convencido, un buen padre de familia, sobrio y trabajador,
eficiente y psicológicamente normal.
Si algo queda
claro es que los antecedentes, la detección e intervención temprana, el
conocimiento de las modalidades perversas, la transparencia y equidad en la
organización del trabajo, son en conjunto más eficaces que cualquier
intervención puramente centrada en los individuos y en el presunto estudio de
su personalidad para prevenir y erradicar la violencia.
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