domingo, 17 de agosto de 2014

Dilemas éticos que enfrentan los seleccionadores




Dilemas éticos que enfrentan los psicólogos seleccionadores
OCULTAMIENTO Y MENTIRAS IMPÍAS
Lic. Fernando Britos V.
La aplicación de técnicas psicológicas (baterías de tests, cuestionarios, entrevistas, etc.) con fines forenses, de evaluación pedagógica y sobre todo para la selección de personal enfrenta a los psicólogos con dilemas éticos ineludibles. Estos dilemas éticos son frecuentemente menospreciados por la academia y de este modo, la formación de los futuros psicólogos presenta verdaderos agujeros negros que muchos jóvenes deben colmar, penosamente, durante su práctica profesional sin la ayuda y el respaldo que sus profesores debieron brindarles.
La responsabilidad de los psicólogos es muy grande. Aquellos que se dan cuenta que mediante la aplicación de pruebas y técnicas carentes de validez y confiabilidad violan la ética fundamental de la profesión pueden llegar a abandonar el trabajo para el que han sido contratados.
Cuando el informe que los profesionales producen incide en forma decisiva sobre la vida de otras personas, ya sea cerrándoles el camino de rehabilitación, impidiéndoles acceder a un trabajo o ascender en el mismo, privándoles de la custodia de sus hijos o simplemente poniendo en duda su idoneidad en cualquier campo a través de un veredicto descalificante con endebles evidencias o juicios subjetivos, no hay muchas posibilidades para hacerse el distraído.
La tolerancia de esas situaciones dilemáticas no es más que una manifestación de indiferencia, de insensibilidad y en suma de cobardía. Los psicólogos que no están dispuestos a trabajar de filtro, de cancerberos, tienen pocas alternativas en un ámbito profesional donde existe un ocultamiento sistemático de los efectos malignos de ciertas técnicas o de los propósitos para los que se aplican o un maquillaje justificatorio de los efectos engañosos o manipuladores.
El compromiso social y humano de hacer el bien a las personas (sin limitarse meramente a no causarles daño, mal o perjuicio) es inherente a la profesión aunque el psicólogo no se dedique a la clínica. Un profesional comprometido no puede resolver este compromiso ignorándolo pero tampoco lo conseguiría evitando juzgar y pronunciarse. Sucede que debe hacerlo sobre bases consistentes, transparentes, veraces.
Quien actúa como un filtro puede conformarse diciéndose “alguien tiene que hacerlo” y “si no lo hago yo, lo hará otro tal vez en peor forma” pero el mecanismo del autoengaño es, muchas veces, más complejo. Tiene que ver con la parcela de poder que quien encarga el trabajo ha conferido o aparenta conferir al profesional que actúa como portero. Ese poder permite cierto grado de infatuación narcisista que actúa como una droga placentera de sostenimiento. El lema de los seleccionadores, “conseguimos el trabajo más adecuado para las personas y las personas más adecuadas para el trabajo” opera tanto como argumento de venta de los mercaderes de la certeza como placebo para conformar a los profesionales que producen los juicios y escogen a los elegidos.
El consuelo tautológico y verdadero de que no es posible seleccionar sin excluir o descartar encubre el aspecto medular de la selección en el campo que sea. Este aspecto es que la selección debe hacerse en forma justa, equitativa, transparente y respetando la dignidad de las personas que se someten a ella.
En la medida en que las técnicas psicológicas siempre presentan un grado de intrusión en la intimidad de las personas, los profesionales necesitan ganarse esa confianza y deberían hacerlo en un marco simétrico, en forma equitativa y consensuada, donde sus conocimientos y sus técnicas no generen una asimetría en desmedro de quien se somete a ellas. La asimetría entre el profesional y la persona estudiada tiene relación – entre otras cosas – con el objetivo del procedimiento. El psicólogo clínico emplea las técnicas para obtener un diagnóstico de la problemática del paciente con el objeto de ayudarle.
En cambio, en los procesos de selección el juicio califica y la explicación de las causas es, en la mayoría de los casos, irrelevante o sencillamente excluida. A veces se alude a las conclusiones pero en lo esencial con el fin de que la persona juzgada se conforme con el resultado. Por lo general no hay intención de ayudar o permitir que la experiencia sirva para obtener un mejor resultado en el futuro.
En términos prácticos resulta muy difícil reconocer que hay ciertos principios fundamentales que son ineludibles en la aplicación de técnicas psicológicas. Entre otros cabe mencionar el consentimiento informado, un derecho inalienable de toda persona que se somete a pruebas psicológicas; el respeto de la dignidad de la persona que se manifiesta a través de una explicación clara de lo que busca cada una de las pruebas a que se le somete; la preservación de los resultados (secreto profesional) que pertenecen a la persona que se somete a pruebas y no al profesional o a la institución o empresa que encarga las pruebas; el derecho a una devolución completa y oportuna con información idéntica a la que recibe quien comisionó la prueba; el derecho a obtener una segunda opinión; el derecho a que los resultados no se utilicen para otro propósito que el que aceptó la persona que se sometió a prueba y la eliminación de los registros pasado un tiempo prudencial.
Como se sabe, el reconocimiento de estos derechos y su aplicación práctica y sistemática por parte de los psicólogos no están generalizados e incluso son resistidos por ciertas organizaciones fantasmales de aparición peristáltica (por ejemplo la autodenominada Asociación de Psicólogos del Trabajo del Uruguay).
Tampoco es común que las personas que se someten a pruebas reclamen colectivamente esos derechos y, lo que es peor, entre juristas es muy poco común su reconocimiento. Altos miembros de la magistratura, con quienes el autor ha tenido oportunidad de tratar directamente el tema, tienen un concepto despectivo de estos derechos, los consideran en el mejor de los casos como un problema técnico y por ende competencia excluyente de los psicólogos. Aunque pueden reconocer que un paciente es el dueño de su historia clínica (lo cual es concepción bastante aceptada en las ciencias de la salud) se resisten a aplicarlo a los resultados de las pruebas psicológicas.
En este medio se hace posible que muchos profesionales se resistan a recabar con humildad el consentimiento informado, mientan con impiedad respecto a las técnicas que emplean, oculten su invalidez y se nieguen a brindar a las personas una devolución completa y oportuna de lo que pesquisaron. En muchos casos en que las pruebas psicolaborales son eliminatorias (lo cual de por si es un índice de la intención manipuladora de dichas pruebas) se produce un ocultamiento indigno de modo que quienes se sometieron a ellas solamente llegan a conocer un puntaje lo cual es información engañosa e insignificante.
Entre las situaciones paradojales más frecuentes se encuentra la resistencia de ciertos profesionales a romper con el secretismo amparándose en el secreto profesional. ¡Qué paradoja! El secreto profesional existe para proteger al paciente no para resguardar el control y el poder que los psicólogos ejercen sobre la información relativa a las personas o sobre técnicas o recetas de tipo arcano lo cual manifiesta, desde ya, su carácter pseudocientífico. En suma: el carácter científico de las técnicas es incompatible con el secretismo propio del ocultismo, los adivinos y los embaucadores.
Por otra parte, los tests y técnicas psicológicas que pueden ser “aprendidas” o “anticipadas” por los sujetos a quienes se aplican no son más que estereotipos de valor muy relativo. Tratar de mantenerlos bajo un secreto protector es un esfuerzo vano en la era informática en que cualquier persona puede obtener información exhaustiva sobre casi todos los tests utilizados e inclusive someterse a pruebas y cuestionarios de entrenamiento por Internet.
¿Cómo avanzar en un terreno tan delicado? Parece que el camino natural es que quienes se someten a pruebas reclamen sus derechos en forma organizada, denuncien los ocultamientos y las mentiras, ya sean piadosas o impías. El papel de los sindicatos de trabajadores y de las organizaciones profesionales, de las universidades y organizaciones científicas, de los legisladores, periodistas, juristas, empresarios y desde luego de los psicólogos y del público en general, es decisivo.

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