miércoles, 1 de abril de 2015

Sobre la personalidad virtual

LOS PSICÓLOGOS ANTE
LOS DESAFÍOS DE INTERNET




Aventuras y desventuras
de la personalidad virtual


Realidad y virtualidad en la proliferación de relaciones que genera la cautivante muchedumbre de Internet. En nuestro medio no hay estudios sobre los efectos sociales y psicológicos de la tecnología digital.



Por Fernando Britos V.


La etimología nos recuerda que la palabra “persona” remite al griego antiguo por la máscara que investían los actores. Ahora el escenario ha explotado en billones de imágenes proteicas con el desarrollo de una personalidad virtual que parece llevar al paroxismo la omnipotente capacidad para crearla, liquidarla o multiplicarla en linea.
Los psicólogos hemos estado un tanto lentos o remisos para encarar el fenómeno de la personalidad virtual, lo que los anglosajones denominan e‑personality, de modo que lo que arroja una búsqueda juiciosa son, por lo general, comentarios anecdóticos que llegan hasta las páginas impresas y llenan muchos blogs rodeando siempre la periferia del asunto sin llegar al carozo.
Por otra parte, nos hemos habituado a desarrollar actividades en línea de tal modo que, a veces, se pierde de vista la enorme cantidad de desafíos que plantean cambios que hubieran sido impensables hasta hace quince o veinte años. En suma, estamos ante dimensiones de enorme variabilidad y de profundidad del fenómeno.
El escenario y las modalidades de nuestra vida cotidiana cambian más rápido de lo que podemos llegar a percibir y esto es especialmente vertiginoso en el terreno de la psicología. La reflexión se reduce a unos pocos caracteres, líneas o intercambios en las redes sociales. Amigos y parientes que se encuentran o se reencuentran, nuevas relaciones que se traban, soledades que se disuelven o se crean en la fugacidad de la comunicación virtual.
Las problemáticas pueden ser o parecer triviales. Por ejemplo, Catlin Dewey[1] advierte que en la era de las redes sociales interrumpir una relación de pareja (y aun diríamos cualquier tipo de relación) se ha vuelto mucho más difícil. Tatuarse el nombre de la prenda en lugar visible del pellejo podría ser más fácil de borrar que cortar los lazos electrónicos que se han ido tejiendo en una relación virtual.
En la Universidad de Miami han investigado cómo afecta Facebook la recuperación después de una ruptura. y concluyeron que los obsesivos y los melancólicos pasaban más tiempo en Facebook rememorando lo perdido y por ende tenían más dificultad para recuperarse.
Mantener el contacto en Facebook, así sea indirectamente, dificulta la recuperación y del mismo modo incide la presencia fantasmagórica de alguien con quien se ha roto en Google, Twitter o en el celular. Cortar vínculos requiere cambiar de estatus, pero el duelo no se hace fácilmente. Muchas personas revisan el “perfil” de su ex después de la separación para tratar de “ver” los cambios que presenta. Frecuentemente releen antiguos mensajes, emiten nuevas fotos, eliminan otras y “siguen” a sus ex en las redes.
Estos investigadores no han descubierto siquiera el agua tibia. Los duelos de separación pasaban antes por la devolución de cartas y regalos, por la obsesiva relectura de misivas y canciones, por las evocaciones de momentos pasados que operaban más fuertemente en aquellas personas con toques de trastornos obsesivo-compulsivos (TOC).
Ninguno de los fenómenos analizados es realmente novedoso. En todo caso lo nuevo se apoya en algunas características propias del mundo virtual. Entre ellas, la velocidad de reacción y la multiplicación de imágenes y de medios. Para ocultar en Facebook a ciertas personas, de modo de no ver sus fotos o sus novedades y no acceder a su muro, se ofrecen aplicaciones específicas: Eternal Sunshine o Block your ex.
Las diferencias de las relaciones virtuales con respecto a las relaciones cara a cara tampoco son novedosas. Desde las personificaciones de Cyrano de Bergerac hasta las relaciones platónicas epistolares hay poca cosa para inventar. Sin embargo, Internet y la realidad virtual generan poderosas adicciones y las relaciones virtuales ganan terreno por su capacidad para complacernos, a resguardo de las posibilidades de “desengaño” que puede aparejar la realidad de una relación cara a cara.
Temores, timideces y limitaciones, reales o presuntas, están a salvo en una relación virtual. Por añadidura las posibilidades de desarrollar una personalidad virtual son cada vez mayores. Sin perjuicio de considerar que la llamada inteligencia artificial es una tontería atractiva (pero tontería al fin), el mundo de la informática está lleno de casos en que muchos expertos han mantenido largas relaciones con un robot sin darse cuenta que no estaban dialogando con una lúbrica doncella o con un guapo doncel sino con una máquina con la que nunca llegarían a encontrarse.
No es nuevo para la psicología lo que se da en llamar el Efecto Forer o Efecto Barnum: una tendencia que corrientemente explotan estafadores, charlatanes y adivinos, mediante la que se desarrolla una credulidad acrítica hacia afirmaciones más o menos genéricas que halagan al individuo o le suministran cierta contención o respaldo ante sus temores y sus fantasías.
Internet está llena de trampas, estafas, propuestas, caminos y aun intercambios inocuos que se basan en el Efecto Forer; es decir, en la suspensión del espíritu crítico, el análisis racional y la voz de la experiencia. En Facebook y similares opera fuertemente la humana necesidad de ver y de ser visto. Muchas veces esta necesidad de ser visto se transforma en una especie de exhibicionismo que puede llegar a poner en la vitrina universal actos íntimos. Esta ablación del pudor suele ser dañina y generalmente termina vinculada a la esfera delictiva (pedofilia, pornografía infantil y juvenil, chantaje, prostitución, robo de identidad, etc.) o a una exposición indeseada.
Tanto en el caso de los jóvenes como en el de los adultos, estas exposiciones indeseadas son capaces de transformarse en un estigma, un tatuaje indeleble, que puede tener efectos catastróficos sobre ciertas personalidades.
Hay que reconocer que la exhibición de la intimidad con connotaciones sexuales o de hábitos insólitos sorprende cada vez menos, pero no parece ser la que supera las barreras y controles que existen en las redes para ocupar el primer lugar en el ranking del exhibicionismo.
La manifestación más frecuente es la de la “alegría total”, el torrente de imágenes de “la felicidad”. Entre las docenas o cientos de personas con las que cada uno puede contactarse por las redes, las ocasiones festivas se llevan las palmas.
Es natural el deseo de compartir o comunicar los momentos felices; pero en muchos casos la comunicación se reduce a eso y se transforma en exhibicionismo. Es “una larga cadena de riquezas y placer”, como dijo Celedonio Flores en “Mano a mano”. Una cadena continua, profusa y exclusiva de imágenes de fiestas, viajes y escenas de alegría desbordante, que suele tener la función de conjurar los temores de hoy sobre el mañana (“cuando seas descolado mueble viejo y no tengas esperanzas en el pobre corazón”).
Elias Aboujaoude, un psiquiatra estadounidense que ha dedicado atención a estos fenómenos[2], advierte que mientras los cambios aparejados por el mundo virtual son evidentes y a esta altura están incorporados en nuestras vidas, la sutil reconfiguración del panorama psicológico permanece oculta.
Aboujaoude sostiene que la mayoría de nosotros, cuando nos referimos a los efectos de Internet en nuestra psicología, tendemos a derivar hacia lo romántico, lo social o lo clínico. En otras palabras, intercambiamos historias acerca de amores encontrados y separaciones desgarradoras; elogiamos el apoyo que se obtiene en comunidades virtuales o de parte de personas con intereses comunes; nos maravillamos de la capacidad de Internet para conectarnos con muchos individuos que comparten intereses que no creíamos que otros pudieran tener; nos emocionamos ante la posibilidad de retomar contacto con viejos amigos o compañeros de la infancia perdidos hasta ahora en un lejano pasado; exploramos curas psicológicas o médicas, nos diagnosticamos e intercambiamos tratamientos.
Sucede que también se producen cambios en la identidad de las personas y en la forma en que interactúan. Los correos electrónicos y los mensajes de texto van superando gradualmente a los contactos cara a cara, cada vez más escasos, e inclusive a las mismísimas llamadas telefónicas.
La personalidad tradicional coexiste con una personalidad virtual que ha ido surgiendo inadvertidamente y que no coincide con la primera. En nuestro medio no hay estudios acerca del impacto social y psicológico de la tecnología digital, pero es notorio que el número de horas semanales que pasamos conectados en Internet aumenta y se diversifica a un ritmo sostenido. Allí está una de las pruebas, pero no la única, de la existencia de condiciones para el desarrollo de la personalidad virtual.
La mayoría de nosotros emplea el correo electrónico y los mensajes de texto varias veces por semana. Muchos navegamos en Internet sin una finalidad específica o lo hacemos para obtener distinto tipo de informaciones (horarios, precios, direcciones, datos para hacer las tareas, etc.). Muchos jugamos, pagamos cuentas, bajamos películas, miramos partidos de fútbol, seguimos en YouTube a nuestros cantantes favoritos, nos conectamos con nuestros amigos. Muchas personas hacen contacto con algún grupo o comunidad. Todo ello sirve para comunicarnos con nuestros familiares y amigos, saber de sus vidas y chatear, sin necesidad de pisar sus casas o de encontrarnos para charlar. Muchas transacciones en linea suponen que no pisaremos una oficina, o un banco o un comercio o que no necesitaremos acercarnos a un mostrador o abrir un libro o comprar un diario o una revista.
El resultado de toda esta interacción en linea conduce al desarrollo de una identidad virtual que cuenta con datos reales: número de cédula de identidad, claves de ingreso, un empleo, un domicilio, una imagen, números de teléfono, una familia, etc. La identidad, real o virtual, también está conformada por una serie de expectativas, deseos, fantasías y propósitos, nuestros y atribuidos por los demás. En el caso de la identidad virtual, sin embargo, se trata de una personalidad mucho más compleja que la suma de sus rasgos. La personalidad virtual, aunque no es real en sentido estricto, está llena de pujante vitalidad y tiene sus propios atractivos.
Aparentemente esta personalidad virtual se encuentra liberada de una serie de reglas de comportamiento que se basan en los antiguos usos y costumbres, es mucho más audaz y se encuentra menos constreñida por las normas y las expectativas de la sociedad. También es cierto que esta personalidad suele tener cierta inclinación hacia el lado oscuro, hacia lo prohibido, y es decididamente más sexuada.
Las ventajas de la personalidad virtual no pueden ser subestimadas porque puede actuar como una fuerza liberadora para el individuo en la vida real al permitirle actuar en forma más desinhibida, sin las restricciones de la timidez, lo cual abre la posibilidad de establecer relaciones que de otro modo serían imposibles.
Esta versión mejorada puede complementar la personalidad real y actuar como una extensión de la misma colocándola en la mejor posición posible, más audaz, más fuerte, más eficiente y omnipotente que la versión original. Es la que facilita la respuesta de muchas personas a ciertas convocatorias en la red en contra de alguna injusticia o en solidaridad con alguna causa, aunque no garantiza que la adhesión y los “me gusta” se materialicen después en la vida real. También es la explicación para las facilidades y dificultades que antes referimos en relación con la ruptura de una relación.
Cuando nos conectamos a Internet nos convertimos, en cierta medida, en individuos diferentes. Adoptamos una personalidad virtual que en algunos casos no se parece a la que asumimos cotidianamente. Si reflexionamos sobre nuestras actuaciones en linea, es posible que nos demos cuenta que, a veces, se nos ha ido la mano porque hemos escrito mensajes, hemos chateado o hemos hecho negocios o promesas como si no fuéramos nosotros mismos. Sentados al teclado, frente al monitor, nos sentíamos libres, intangibles, inmunes y por tanto impunes.
La personalidad virtual puede ser una creación consciente basada en nuestras fantasías o una elaboración de nuestras mejores características concebidas para presentarnos ante los demás bajo la luz más favorable. Sin embargo, esa personalidad virtual suele desarrollarse en forma inconsciente, a través de un proceso gradual y prolongado que surge de horas y horas de intercambios en el espacio virtual y que ayuda al sujeto a sentirse más poderoso y feliz.
Desplegar la personalidad virtual desde una computadora al cabo de un agotador día de trabajo puede tener una especie de virtud terapéutica, que ayuda a superar el estrés, las inhibiciones y contrariedades de la vida cotidiana y muchas veces actúa catárticamente o como un escapismo bienvenido que permite trascender u olvidar por un rato las circunstancias concretas que nos agobian.
Estos despliegues de la personalidad virtual pueden ser gratificantes y divertidos, pero son capaces de pasarnos una factura abultada en el mundo real, por lo menos de dos maneras. En primer lugar, los rasgos que se han personificado en linea pueden llegar a incorporarse en la personalidad real y por lo tanto podemos volvernos excesivamente atrevidos, violentos, desinhibidos y faltos de tacto en nuestras relaciones cotidianas.
En segundo lugar, las aventuras en linea pueden representar un costo a asumir en el mundo real. La sensación de omnipotencia y de gratificación que se experimenta en el mundo virtual a menudo se prolonga en la vida cotidiana y puede apartarnos de la realidad. Mucho tiempo dedicado a las relaciones en Facebook, por ejemplo, es capaz de afectar las relaciones en el hogar, en el trabajo, en los estudios.
Sería un simplismo imperdonable pensar que el desdoblamiento entre personalidad real y la virtual implica siempre una disociación o que esta se produce siempre en la misma forma. Sin embargo, parece indiscutible que la personalidad virtual es capaz de entrar en competencia con la vida real y actuar como un recordatorio perpetuo de nuestras limitaciones y frustraciones al suministrarnos el imaginario de nuestra vida “como podría haber sido”.
En el mundo virtual prima la rapidez y facilidad con que se pueden desarrollar y satisfacer las fantasías entre las cuales nuestra inteligencia, nuestra belleza, nuestro poderío, nuestra riqueza, nuestro atractivo personal, excederán holgadamente nuestros atributos reales. No es de extrañar que en muchos casos las personas empiecen a preferir la versión virtual de su personalidad a la realidad que empezará a aparecer como gris, aburrida, rutinaria y erizada de dificultades y menosprecio.
A partir de esta gradual disociación podemos encontrar personas que, en fase aguda, desarrollan un resentimiento o rencor hacia su personalidad real acompañado de una baja autoestima, lo que puede traducirse en una depresión, o se sumergen totalmente en el mundo virtual y el divorcio de lo real llega a asemejarse a un cuadro psicótico. Seguramente estos casos son una minoría de los usuarios de Internet; pero su ocurrencia debe alertarnos acerca de la capacidad de Internet de generar cuadros semejantes a la depresión o la psicosis.
Los expertos aseguran que todos presentamos menos inhibiciones y actuamos más intensamente en linea que cuando lo hacemos en persona. Los mecanismos que en condiciones normales mantienen nuestros pensamientos y conductas bajo control suelen fallar en el ciberespacio. Entre los varios factores que contribuyen a la desinhibición en Internet se suele mencionar el anonimato, la invisibilidad, la desaparición de las fronteras entre individuos y la ausencia de una organización percibida.
El anonimato permite que los sujetos hagan una escisión entre sus acciones en linea y sus actitudes en la vida real, se sientan menos vulnerables y responsables por sus actos y, de este modo, puedan considerarse amparados como para ser bravucones, violentos, lascivos, provocadores, sin temor a las consecuencias.
La invisibilidad promueve el reino del Photoshop, el embellecimiento o la recreación de la imagen personal. También permite llevar a cabo actividades censurables eludiendo la culpa, como por ejemplo el juego en linea y las amenazas o descargas en blogs, correos electrónicos o chateos.
Cuando estas fallas se vuelven crónicas se las denomina “efecto de desinhibición en linea”.Todos los humanos somos capaces de desarrollar cierto grado de disociación y, por ejemplo, soñar despiertos mientras llevamos a cabo tareas rutinarias sin tener clara conciencia de lo que estamos haciendo. Sucede que las personas que tienen un desorden disociativo plenamente implantado no pueden “retornar” de las desconexiones con la realidad que, por lo común, son más profundas y duraderas y afectan gravemente sus capacidades.
Navegar en la red sin un propósito definido o sin un plan de acción y hacerlo durante periodos tan prolongados como para que el sujeto pierda la referencia de los tiempos y requerimientos de la realidad (horarios de comidas, de sueño y vigilia, de estudio y de trabajo, de relación con los demás, etc.) es en la actualidad un síntoma de disociación que requiere una atención especial e inmediata para evitar perjuicios graves y las desventuras de la personalidad virtual.
 
 
 
 
 


 

 
 


 
 


[1] Terminar en tiempos de internet, en The Washington Post (20 de marzo de 2015), reproducido por “El Observador (Montevideo). 

[2] Aboujaoude, E.: “Virtually you. The Dangerous Powers of the E‑Personality”. W.W. Norton & Co., Nueva York, 2011. 

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