Un abogado relativamente joven (37 años) como Martín Lema, en su
carácter transitorio de Presidente de la Cámara de Representantes ha
demostrado que es un machista permanente al utilizar su investidura para
interrumpir con alevosía a su colega, la diputada Verónica Mato
mientras desarrollaba una intervención denunciando el machismo corriente
que impera en el Poder Legislativo.
Indicadores del machismo corriente – El Dr. Lema se
sintió tocado y de inmediato interrumpió atribuyendo intención hiriente,
agraviante u ofensiva a las palabras de la diputada Mato. El uso
torticero del reglamento de la Cámara (basta ver el video que da cuenta
de lo sucedido) califica al Dr. Lema como machista, patriarcalista
visceral, como parece ser buena parte de su organización política, el
herrero-lacallismo.
En los últimos días, otro abogado, el impresentable Washington Abdala
ha sido designado para actuar como representante de nuestro país ante
la OEA. De este modo pasa de ser un empleado en la “fuerza de tareas”
del infame Almagro a representante diplomático del país. Vistos sus
antecedentes como machista, especialmente dirigido contra las mujeres
jóvenes, con pasadas intervenciones televisivas donde apelaba a la
justificación de las violaciones y ataques sexuales contra niñas y
adolescentes porque “están que se parten”, porque “están changando”.
Abdala las definía como prostitutas lo que las exponía, naturalmente
para él, a todo tipo de abusos y cobardemente los justificaba.
El grado de machismo imperante en la sociedad, por lo menos entre
personajes que tienen presencia mediática, no alcanza su justa medida
(si es que puede hablarse de tal cosa) por las manifestaciones y
acciones de políticos reaccionarios como Lema o Abdala. Más diciente es
la reacción de los círculos de la alta sociedad, de los llamados
“formadores de opinión” (es decir operadores mediáticos) e incluso de la
judicatura, ante la formalización de la colección de depredadores
sexuales que actúan desde las redes para explotar sexualmente a niñas y
adolescentes.
Los que van siendo formalizados en esta oportunidad pertenecen a una
categoría peculiar y extendida de abusadores: individuos en buena o muy
buena situación económica, con reconocimiento en el medio social en que
se mueven, que tuvieron acceso a educación superior, sin antecedentes
delictivos (por lo menos de delitos contra las personas porque algunos
parecen tenerlos por estafa o apropiación). En suma, aparentan ser
integrantes honorables de la buena sociedad.
Entonces se desarrollan esfuerzos frenéticos en varios sentidos – uno
solapado porque como “la obediencia debida” ya es argumento gastado
para defender a perpetradores de delitos – se trata de la modalidad de
descargarse contra las víctimas (“ellas provocaban”, “son unas
atorrantas”, “putitas”); otro método estúpido pero repetido: el pobre
abusador no sabía que la chiquilina era menor de edad (“me dijo que
tenía 20 años”); también el despegue a cualquier costo y el “respeto de
la privacidad” (“no era mi socio”, “no era mi amigo”, “no me saqué fotos
con él”) como si no dar a conocer los nombres de los abusadores fuera
capaz de preservar la investigación (está claro que hace semanas que hay
gente tirando las laptop y machacando los celulares para borrar las
huellas de sus andanzas en la movida).
Lo que llama la atención es la diligencia con la que parecen moverse
fiscales y policías, contra quienes han difundido en Facebook los
nombres de los abusadores formalizados, respondiendo con insólita
presteza a denuncias como la de la candidata oficialista e la
Intendencia de Montevideo, Laura Raffo, que se siente difamada por la
revelación de su vinculación con alguno de los presuntos delincuentes
expuestos.
Ni que hablar que el secretismo y el rigor sería mucho menor y aún
inexistente si el abusador fuese alguien de condición humilde, ausente
y/o rechazado por “la buena sociedad”, carente de medios para costearse
los mejores abogados.
Es machismo corriente y agresivo que un ministro de Estado sea capaz
de equiparar la gravedad de los femicidios con el abigeato. Carlos María
Uriarte, ministro de ganadería, agricultura y pesca, dijo en un
programa televisivo, intentando llamar la atención sobre el robo de
ganado que las cifras de abigeato eran similares a las de femicidios.
Acorralado por las críticas Uriarte, dijo que sus palabras habían
sido sacadas de contexto y en declaraciones al diario “El País” produjo
un acto fallido: «Soy absolutamente sensible respecto al delito del
femicidio. Estoy totalmente de acuerdo con quienes lo defienden (sic).
Pido disculpas si pude ofender a alguien. No fue nunca mi intención»,
reiteró.
Otro indicador del machismo corriente es, precisamente, la existencia
de “mujeres machistas”, mucho más frecuente de lo que se cree y que
responde a una postura profundamente reaccionaria que niega
sistemáticamente la relación inexorable entre feminismo y justicia
social, entre feminismo y derechos humanos.
Esta negación es similar a la que opera en el caso del racismo (hoy
por hoy ardiendo en los Estados Unidos) donde la peor forma de racismo
es la que adopta la tesitura de que el racismo no existe o no está
profundamente imbricado en la sociedad. Las mujeres que niegan la
existencia del machismo o en todo caso que le restan importancia a su
existencia y manifestaciones se cuentan, precisamente, entre las
machistas más pertinaces.
De lo corriente a lo catastrófico – Llegados a este
punto hay que recordar que el abuso y la explotación de menores, la
pedofilia, como las violaciones no son actividades sexuales. Es decir
son actos y desde luego fantasías que no tienen que ver con la
sexualidad sino con trastornos profundos de personalidad que en modo
alguno eximen de responsabilidad a los perpetradores.
Los violadores, los torturadores, los pedófilos, son trastornados que
aunque experimenten excitación sexual al perpetrar sus crímenes no
están obteniendo una satisfacción sino una retroalimentación de sus
perversiones, incluyendo sus fantasías autoreferenciales (la ansiedad
por su propia violación, por su impotencia, por sus inconfesables
tendencias aberrantes, etc.). La literatura científica abunda sobre la
relación entre la crueldad, el sadismo con los conflictos, terrores y
fantasmas que obsesionan al perpetrador.
Las violaciones en manada – por ejemplo – no son una competencia de
proezas sexuales sino, en el fondo y muchas veces no tan en el fondo,
una forma de conjurar el temor a ser violado o abusado, a combatir el
terror a la muerte y a la depresión autodestructiva infligiendo dolor y
brutalidad a seres más débiles. La distancia entre una violación grupal y
el asesinato es muy breve. El sometimiento de un cuerpo ajeno y
especialmente si se trata de el de una mujer llega muy fácilmente al
femicidioo deja daños psicofísicos permanentes.
Recientemente el grupo de jóvenes argentinos conocido como “la manada
de Chubut” fue prácticamente exonerado de la violación a que sometieron
a una muchacha, en el 2012, porque la causa fue caratulada como
“desahogo sexual delictivo”, que los códigos argentinos tratan en forma
leniente.
Ya veremos con que condena terminan los formalizados en la Operación
Océano pero lo que debe quedar claro es que no se trata de alegres
hombres aficionados a “la vida loca”, a la concupiscencia, al chiveo
sexual, que cometieron algún exceso pero que son buenas personas.
En verdad, aunque en forma potencial, son capaces de llevar a una
muchacha a la muerte (como efectivamente sucedió), a destruirla mediante
el suministro de drogas, a prostituirla en su beneficio, a venderla a
una red de trata. La reeducación y el tratamiento de estos casos es
complejo, prolongado, difícil y muchas veces ineficaz.
El machismo corriente puede no parecer, en sus formas más frecuentes,
un trastorno de personalidad pero si se encuentra, en mayor o menor
medida en los abusadores y perpetradores de explotación sexual, los
distribuidores de drogas y pornografía que en la enorme mayoría de los
casos no son psicóticos, es decir no son individuos que tengan
impedimentos mayores para la convivencia en sociedad o que requieran
atención psiquiátrica y psicológica.
Lo que suele encontrarse en estos casos es, sobre un trasfondo
cultural de deshumanización de las otras personas, que se consideran o
perciben como diferentes, y del machismo o el patriarcalismo como
actitudes genéricas, lo que se denomina trastorno límite de personalidad
o personalidad borderline, frecuentemente sub diagnosticado o no
diagnosticado en la gran mayoría de los perpetradores de violencia
doméstica, especialmente contra mujeres, niños, ancianos y es
especialmente difícil de percibir y de tratar por parte de los
especialistas.
Los borderline (y las borderline porque muchas mujeres presentan este
trastorno) viven en una montaña rusa emocional. Se caracterizan por una
enorme labilidad, capaz de pasar de la euforia a la depresión y de la
seducción y la amabilidad a la violencia. Pueden ser “el alma de la
fiesta” para convertirse en un instante en el violador o el golpeador.
El origen de este trastorno se relaciona con problemas vinculares muy
tempranos (en la primera infancia) pero el trastorno suele tomar cuerpo
durante la adolescencia. Los estudios sobre esa violencia doméstica que
hace de la vida de muchas mujeres, niñas y niños, un verdadero
infierno, demuestran que los borderline siguen una pauta del llamado
ciclo de la violencia intrafamiliar. Esta es especialmente ominosa
porque se desarrolla en el interior del hogar, generalmente
imperceptible para amigos y vecinos.
Las mujeres que traban una relación con un varón borderline suelen
caer en la cuenta tardíamente de que se encuentran atrapadas en una
situación compleja. El hombre puede ser amable y seductor, adoptar
repentinamente actitudes agresivas sin razón ni motivo y después de la
descarga violenta entrar en una fase de remisión, de “reconciliación”,
de pedir perdón y de promesas que se romperán cuando se termine la fase
bondadosa y se desencadene nuevamente la violencia.
Quienes presentan este trastorno de personalidad tienen una
“identidad dañada” y una profunda inseguridad que se compensa por un
narcisismo exacerbado, un machismo autoritario en los varones y una gama
de mecanismos de defensa primitivos. El borderline no es capaz de
explicarse a si mismo que es lo que le sucede y su entorno suele no
percibir nada llamativo en sus conductas.
Hasta hace unos años se pensaba que no existía un tratamiento para
quienes padecen este trastorno de personalidad. Es más, los borderline,
que son extraordinariamente sensibles a las situaciones de ruptura de
relaciones o a las críticas que se les hagan, también presentan una
propensión estadísticamente significativa – en sus formas más extremas
– a cometer suicidio o lo que es peor aún a ocasionar un desenlace
catastrófico con un reguero de sangre y de muertes.
Muy posiblemente un profundo trastorno de este tipo afectaba a Martín
Bentancur, el doble homicida que hace dos años asesinó a su suegra y a
un policía para montar después un escenario junto a la carretera y
suicidarse. Seguramente el hombre que el pasado 31 de mayo fue a buscar a
su ex-pareja y madre de sus hijos, a la casa de su suegro en Cebollatí,
sufría el trastorno límite de personalidad en forma especialmente
extrema.
Germán Vaz hizo la visita en el día del cumpleaños de su ex mujer,
intentaba que volvieran los tres a vivir con él en Vergara. La mujer no
accedió, el hombre llevó a los niños a dar un paseo en su auto. Al
anochecer le mandó un mensaje diciendo que iba a matar a sus hijos (un
varoncito de 10 y una niña de 8) y se iba a quitar la vida. Lo hizo con
una escopeta. Mató a sus hijos a sangre fría, se quitó la vida y
destruyó psíquicamente a la madre de los niños.
En este como en todos los terribles y estremecedores desenlaces
catastróficos hubo antecedentes, amenazas de muerte, discusiones. Solo
pensar lo que sufrieron esos niños resulta sublevante. Aunque el
machismo corriente parezca distante de estos acontecimientos sangrientos
no hay que olvidar el abordaje psicológico no es suficiente.
El mensaje es que las mujeres deben ser escuchadas con atención y
protegidas en todas las instancias. Nada parece ser más peligroso que un
violento que procura una reconciliación o un acercamiento. No alcanza
con las pulseras electrónicas y la multiplicación de la vigilancia
porque la prevención de los crímenes pasa por una profunda
sensibilización de la sociedad para enfrentar el machismo, el
patriarcalismo, el desprecio por los derechos más elementales de las
mujeres, los niños, los ancianos y en general de todos los desvalidos.
Los crímenes son evitables pero la conciencia de la sociedad no debe
ser adormecida por la negligencia, el olvido, el desinterés que se apoya
en la calificación que los agentes sociales hacen de quien efectúa la
denuncia o de quien teme hacer dicha denuncia porque sabe o presume que
tendrá que enfrentarse sola con un violento, un asesino. El machismo
corriente no es responsable de los crímenes pero si lo es, en menor o
mayor medida, de la negligencia, la leniencia o el olvido que cubre como
una bruma espesa el sufrimiento de las víctimas.
Lic. Fernando Britos V.
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