SUFRIMIENTO Y REMEMBRANZAS
Imagen o conjunto de imágenes de hechos o situaciones pasados que quedan en la mente.
“Fue terrible – dijo Laura Martínez, actriz y conductora de
televisión – mis padres siempre tuvieron ideales izquierdistas, no eran
tupamaros. Hacían ollas populares como se hacen ahora, mi madre docente
de historia y mi papa escritor, periodista y estanciero con buena
posición económica, que siempre ayudaban a los más necesitados. Eso yo
vivía en mi niñez: la lucha de mis padres ayudando a los más pobres.
Hasta que un día nos entraron de noche, nos arrebatan cosas,
allanamientos hacían. Entonces había mucho miedo y había mucho pánico y
mis padres decidieron venirse a Montevideo. Ese día hacían una despedida
a orillas del Río Santa Lucía con sus amigos y profesores, a partir de
ese día fueron presos. Hemos mantenido en silencio esta historia, por
respeto a mi madre, por el dolor que sufrió. Ella nunca nos contaba
nada. De pronto fue floreciendo la verdad y es difícil recordarlo”.
Laura es hija de la profesora María Julia Listur quien
después de más de 35 años de silencio se ha dedicado a producir
documentales para rescatar los testimonios de quienes sufrieron prisión y
torturas durante la dictadura (1973-1985). En un programa de
espectáculos, su hija sorprendió a los entrevistadores al decir “me abro
a contar esta historia por primera vez porque el dolor, el dolor te
paraliza, te hace perder la memoria, te deja en la quietud, en etapas y
en años que se borran, es una historia de vida que no la tengo muy clara
por el dolor, porque yo era muy chica”.
Las reacciones ante este tipo de testimonios están teñidas, algunas
veces, por la ignorancia, la incredulidad o la mala fe. En este último
caso se trata del factor común de los negacionistas, es decir de quienes
niegan, minimizan o justifican los crímenes de lesa humanidad y las
brutales violaciones de los derechos humanos.
Nada nuevo. Al amparo de “la obediencia debida”, del “no saber”, de
la mentira, de la promoción del odio o de la justificación doctrinaria,
se cultiva la pretensión de “dar vuelta la página” que encubre el
cobarde recurso de eludir responsabilidades, escapar del castigo
merecido y, sobre todo, de la preservación de los viejos odios para una
futura reiteración. Nada nuevo. Basta ver lo sucedido con los nazis,
Hitler y sus secuaces, o con los militaristas japoneses, encabezados por
su emperador Hirohito, responsables de la guerra con más víctimas
civiles en toda la historia de la humanidad , de genocidios y crímenes
sistemáticos y monstruosos.
Pero esta es una parte de la historia, la que tiene que ver con los
perpetradores, que como se sabe no es posible extinguirla o encubrirla,
aunque pasen las décadas. En cuanto a las víctimas sucede un fenómeno,
nunca suficientemente estudiado por la psicología, que tiene que ver con
la enorme y a veces insuperable dificultad de quienes han sido abusados
o avasallados para rememorar lo ocurrido, en el sentido de relatar a
otros sus sufrimientos, exponer y exponerse en su inmenso dolor (como le
sucedió por más de 35 años a la Prof. Listur).
Lo que la investigación ha demostrado es que ese sufrimiento no
expresado reaparece en las remebranzas y fantasías de los descendientes,
sin que padres o abuelos hayan roto su silencio o traducido en forma no
verbal su dolor y sus fantasmas ni una sola vez en su vida. Para una
concepción solipsista o individualista de la psicología, este fenómeno
resulta incomprensible. Sin embargo, es sabido que la memoria es social y
cultural, no se limita o encierra únicamente en el relato y por eso
mismo el odio sufrido y el temor que lo acompañó no solamente abarca a
las víctimas directas o a las generaciones que vivieron bajo regímenes
bestiales sino que se incorporan en un patrimonio cultural.
Patrimonio cultural para el cual , dicho sea de paso, no es preciso
apelar a las fantasmadas junguianas de los inconscientes colectivos o
tropos similares, sino tomar nota de que el efecto abrumador o el
silencio autoimpuesto por las víctimas encierra también la capacidad de
superarlo como lo ha demostrado en nuestro país la Prof. Listur o el
grupo de 28 mujeres que en el año 2011 denunciaron las violaciones y
abusos sexuales a los que fueron sistemáticamente sometidas por lo
militares más de 35 años antes.[i]
Cabe señalar que esta causa se reactivó en el 2018 y que hasta ahora no
se ha producido sentencia, lo cual no solamente es una prueba de la
forma en que las remembranzas del terrorismo de Estado operan sobre la
justicia.
Un asunto vinculado con la dificultad de evocar, de actuar y de
enfrentar las remembranzas por parte de quienes sufrieron directa o
indirectamente el terrorismo de Estado, es la forma en que dichas
remembranzas se han de manifestar en los perpetradores y en sus
descendientes. Este es naturalmente un terreno menos explorado pero ya
llegará el momento. De hecho y por ejemplo, en Alemania (sobre todo en
la RFA), los hijos de los perpetradores de delitos de lesa humanidad y
criminales de guerra tendieron a guardar silencio, a ocultarse o a
justificar a sus progenitores pero esa actitud cambió en la generación
de los nietos y bisnietos que mayoritariamente tendieron a repudiar a
sus antepasados criminales.
Lo que nos interesa señalar ahora es el efecto que el sufrimiento
actual puede producir sobre nosotros. Por ejemplo: tanto quienes pierden
el trabajo como los que no pueden conseguirlo viven un proceso de
desocialización progresiva que ataca las bases de la propia identidad.
Eso implica un sufrimiento capaz de conducir a dolencias mentales y/o
físicas. Si a esto le sumamos la posibilidad de contraer una enfermedad
potencialmente peligrosa (la Covid-19) se extiende una sensación de
temor, de exclusión y pobreza, que abarca a los seres queridos y amigos.
En este caso nadie puede alegar ignorancia.
Desde los primeros días de marzo y con la imposición de una
enciclopédica ley regresiva “de urgente consideración” viene quedando
claro que la urgencia del gobierno es la instalación de un plan
reaccionario que junto con la pandemia ya está acarreando pobreza y
exclusión social. Sin embargo no todo el mundo cree que los desocupados,
los pobres o los excluidos sean víctimas de una injusticia. Hay
personas que perciben la infelicidad que acompaña al sufrimiento pero
eso no los mueve a reaccionar. Darse cuenta de la infelicidad puede
justificar la compasión piadosa o la caridad pero no desencadena la
indignación o produce un llamado a la acción colectiva.
En otras palabras: el sufrimiento solamente genera solidaridad si se
establece una relación clara entre el sufrimiento ajeno y la convicción
de que este es producto de la injusticia. También hay casos extremos de
individuos que son incapaces de percibir el sufrimiento ajeno pero
entonces ni siquiera se plantea la existencia de la justicia y la
injusticia. Con mayor frecuencia, las personas que disocian la
percepción del sufrimiento ajeno y la indignación suelen adoptar una
actitud de resignación como si la desocupación, la pérdida del trabajo –
por ejemplo – fuera un fenómeno natural, una fatalidad comparable a la
pandemia o a una inundación.
Para quienes se resignan el sufrimiento es producto de un fenómeno
inexorable de la economía sobre el que el común de los mortales no puede
actuar. Por lo tanto, para quienes adoptan esta postura la injusticia
no existe.
Sin embargo, quien relaciona la desocupación o la pobreza con una
injusticia no depende de una percepción o una intuición, no es un
problema de sentimiento como pasa con el sufrimiento porque la justicia y
la injusticia pasan, en primer lugar, por una reflexión acerca de la
responsabilidad personal. La responsabilidad y la justicia son asuntos
que corresponden a la ética y no a la psicología.
Quienes sostienen que el origen de la infelicidad se afinca en la
naturaleza humana no llegan a tal idea como producto de una especulación
o reflexión personal sino que se trata de algo que proviene del
exterior a partir de un cultivo netamente ideológico. Las ciencias
sociales (y desde luego la psicología) se plantean la necesidad de
establecer las razones por las que muchas personas pueden llegar a
pensar que la infelicidad es fruto del destino lo cual equivale a
rechazar la existencia de cualquier tipo de responsabilidad individual
no solamente en el origen de la infelicidad sino en el de la injusticia.
Ahora bien, quienes creen en “la fuerza del destino” no son necesariamente fanáticos o “auténticos creyentes” (los true believers).
En la mayoría de los casos se trata de resignación, de conformismo o de
oportunismo, variantes todas de la falta de indignación y por lo tanto
de acción o movilización contra las verdaderas causas del sufrimiento o
la pobreza.
Según Christophe Dejours [ii], la psicodinámica del trabajo [iii]
sugiere que la adhesión al discurso economicista del destino es una
manifestación de la banalización del mal, en forma similar a lo que
Hannah Arendt expuso refiriéndose a Eichmann y al sistema nazi pero
referido a la sociedad contemporánea.
Cuando no hay movilización política contra la injusticia y la
exclusión es porque se ha producido una disociación entre infelicidad e
injusticia por efecto de la banalización del mal en relación con los
actos civiles ordinarios por parte de quienes no son víctimas de la
exclusión (o todavía no lo son), lo cual contribuye a agravar aún más la
infelicidad en el conjunto de la sociedad.
Para Dejours, la disociación entre infelicidad e injusticia no es una
simple resignación o aceptación de la impotencia sino que es una
defensa contra la conciencia dolorosa de la propia complicidad o sea de
la responsabilidad en el desarrollo de la infelicidad social. No se
trata solamente de la banalidad del mal sino de la banalidad de un
proceso subyacente en la eficacia de un programa económico neoliberal.
Como es natural, este llamado a responsabilidad que encierra la tesis
de Dejours hace que haya quien se sienta afectado porque el autor no se
limita a identificar al pequeño grupo de responsables de las
estrategias neoliberales y de sus malas acciones sino que no exime
automáticamente de responsabilidad al resto de la sociedad (incluidos
los lectores y el autor) ni otorga de barato el beneficio de la
inocencia a los indiferentes.
Comprender que no hay soluciones fáciles o a corto plazo para la
infelicidad social generada por el neoliberalismo requiere un análisis
penoso pero necesario. Los análisis sobre la banalización del mal
parecen un requisito ineludible para la movilización contra la
injusticia. Salvadas las distancias hay que señalar que no existe una
linea divisoria clara entre el neoliberalismo y el nazismo por lo que se
debe analizar las etapas intermedias que recorre necesariamente la
banalización del mal.
Cada una de estas etapas es una construcción humana y por lo tanto es
un encadenamiento que comprende las responsabilidades en su sentido más
amplio. El neoliberalismo puede ser enfrentado, interrumpido,
contrarrestado por acciones humanas que implican responsabilidades. Si
conocemos el funcionamiento del neoliberalismo tendremos mayor poder
para contrarrestarlo porque las acciones dependen de la voluntad y la
libertad.
Como producto de la participación y la conciencia social de grandes
sectores de la población uruguaya existen múltiples reacciones
colectivas ante el sufrimiento, la infelicidad y la injusticia. Sin
embargo, también ha operado en algunos sectores cierta reserva, duda,
perplejidad, o franca indiferencia junto con la tolerancia y la
resignación frente a la injusticia y al sufrimiento ajeno.
La movilización contra la injusticia – dice Dejours – no obtiene la
mayor parte de su energía de la esperanza de un bienestar futuro sino de
la indignación que provoca el sufrimiento, la injusticia, la pérdida de
derechos, cuando estos fenómenos se llegan a considerar intolerables.
Algunos analistas atribuyen la indiferencia al individualismo
exacerbado y a la pérdida de una utopía social o una ideología
alternativa, generados a partir de 1989 por la desaparición de la URSS y
el campo socialista. Sin embargo, con relación a lo que sucedió hace 30
años parecería que la verdadera dificultad no radica en la desaparición
del llamado “socialismo real” sino en el desarrollo de la tolerancia a
la injusticia, un fenómeno completamente distinto. En esto la
manipulación por parte de los medios de comunicación dominantes ha
jugado y está jugando un papel extraordinariamente poderoso.
El neoliberalismo ha introducido y reintroducido una serie de métodos
de gestión y dirección de las empresas y en un sentido más amplio del
manejo del Estado y endiosamiento del mercado. Eso conlleva el
desmantelamiento de los derechos de los trabajadores y de los beneficios
sociales así como de la agenda de derechos humanos de tercera y cuarta
generación.
La mera denuncia (sin movilización) no surte efecto contra el avance
del neoliberalismo. Es más, algunas denuncias (sobre todo las que a
veces difunden los medios de comunicación dominantes) parecen más bien
procurar el resultado de familiarizar a la sociedad con la infelicidad,
disuadir la indignación, naturalizar la resignación y preparar
psicológicamente a la gente para soportar la infelicidad en lugar de
promover una acción política.
En este ámbito y en el Uruguay de nuestros días, los acontecimientos
cotidianos exponen ante todo el mundo las manifestaciones concretas de
la infelicidad, la injusticia, la exclusión. En este marco también las
remembranzas – como ha indicado la consigna relativa a los desaparecidos
durante la dictadura – “son presente” y deben movilizarnos.
Lic. Fernando Britos V.
[i]
Militares y médicos fueron imputados por delitos de tortura y abuso
sexual cometidos entre 1972 y 1983. Las víctimas son ex presas políticas
que integraban distintos sectores de izquierda, entre ellos el
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y el Partido Comunista, y en
los delitos se identificaron “líneas de acción similares” por parte de
los represores.“Hubo manoseos, desnudez obligatoria, abusos sexuales de
todo tipo, violación, etcétera, como una forma de torturar y de destruir
a las personas”. Además, el abogado de ellas subrayó que para las
víctimas no fue nada fácil llegar a elaborar la denuncia –la trabajaron
con psicólogos durante bastante tiempo–, e incluso que algunas
decidieron no presentarse ante la Justicia. “Las víctimas siempre
estaban encapuchadas, en aquel entonces sólo los conocían [a los
torturadores] por los sobrenombres, pero cuando volvió la democracia los
empezaron a identificar. Hay algunos de los que no saben los nombres, y
sólo pudimos identificarlos en la denuncia por sus apodos”. Además,
dijo que los médicos denunciados estaban presentes durante las torturas,
“controlando que no se les fuera la mano” y “asesorando”.
[ii]
Christophe Dejours es profesor de la cátedra
Psicoanálisis-Salud-Trabajo en el Conservatoire National des Arts et
Métiers y director de la revista Travailler en Francia. Se lo considera
el padre de la Psicodinámica del Trabajo. Está especializado en temas
laborales y posee una vasta producción bibliográfica traducida al
castellano como El sufrimiento en el trabajo. En esta obra se refiere a
la clínica psicoanalítica del trabajo: “Al principio nos interesábamos
solamente por las patologías ocasionadas por las prescripciones en el
trabajo. Pero poco a poco el campo se amplió, más allá de las
enfermedades mentales, para dedicarse a la investigación de los recursos
psíquicos movilizados por los hombres y mujeres que en su gran mayoría
no se enferman a pesar de los efectos deletéreos de las restricciones
del trabajo. (…) luego nos interesamos por las condiciones específicas
que permiten a veces acceder al placer en el trabajo, incluso a la
construcción de la salud mental gracias al trabajo”.
[iii]La
psicodinámica del trabajo, originalmente denominada psicopatología del
trabajo, tiene por objeto específico el análisis clínico y teórico de la
patología mental provocada por el trabajo. Surgió en Francia, después
de la Segunda Guerra Mundial y su fundador fue el psiquiatra Louis Le
Guillant (1900-1968). Desde fines del siglo XX el nuevo desarrollo de
esta disciplina ha hecho que se la denomine como “análisis psicodinámico
de las situaciones de trabajo”. En él, el lugar asignado al sufrimiento
ocupa un lugar central por los efectos poderosos que tiene sobre el
sufrimiento psíquico. Contribuye tanto a agravarlo y a impulsar
progresivamente a los sujetos hacia la locura como, por el contrario, a
transformarlo en placer, al punto que en ciertas situaciones el sujeto
que trabaja está en condiciones mejores para defender su salud mental
que quienes no trabajan. A veces el trabajo es patógeno y otras veces
estructurante. El resultado nunca es dado de antemano, depende de una
dinámica compleja que es lo que analiza esta disciplina.
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