domingo, 19 de junio de 2011

Traducido de la revista de la Cruz Roja Internacional


MÉDICOS Y TORTURA: LECCIONES DE LOS DOCTORES NAZIS
Michael Grodin y George Annas
El Doctor en Medicina Michael A. Grodin es profesor en el Departamento de Leyes de la Salud, Bioética y Derechos Humanos, en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Boston y profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston. Es cofundador de Abogados y Médicos Globales y codirector del Centro para la Salud de los Refugiados y Derechos Humanos. George J. Annas, Doctor en Derecho, Master en Salud Pública, es profesor y catedrático en la cátedra Edward R. Utley y profesor de la Escuela de Medicina y de la Escuela de Leyes de la Universidad de Boston. Es cofundador de Abogados y Médicos Globales y miembro del Comité de Derechos Humanos de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.
Resumen
¿Cómo es posible?. ¿Cuáles son los contextos personales, profesionales y políticos que posibilitan que los médicos utilicen sus habilidades para torturar y matar en lugar de curar?. ¿Cuáles son las características psicológicas y los factores sociales, culturales y políticos que predisponen a los médicos para participar en el abuso de los derechos humanos?. ¿Qué puede hacerse para reconocer las situaciones de riesgo e intentar proveer estrategias correctivas o preventivas?. Este artículo examina el estudio de casos provenientes de la Alemania nazi de contestar estas preguntas. Los asuntos que se discuten incluyen la psicología del perpetrador individual, la deshumanización, la insensibilización, la escisión, la omnipotencia, la medicalización, la dinámica de grupo, la obediencia a la autoridad, la dilución de la responsabilidad, las teorías de la agresión, el entrenamiento cultural y los contextos sociales, la rendición de cuentas y la prevención.

La tortura es un crimen particularmente horrible y cualquier participación de médicos en la tortura siempre ha sido difícil de comprender. Como el general Telford Taylor lo explicó a los jueces estadounidenses durante el juicio a los doctores nazis en Nuremberg, Alemania (llamado el “Juicio de los Doctores”, “matar, mutilar y torturar es criminal bajo todos los modernos sistemas legales… y aún así estos (médicos) acusados, todos los cuales eran completamente capaces de comprender la naturaleza de sus actos… son responsables por el asesinato al por mayor y torturas inefablemente crueles” [1]. Taylor le dijo a los jueces que era la obligación de los Estados Unidos “con todos los pueblos del mundo, explicar porqué y cómo sucedieron estas cosas”, con el objeto  de establecer un registro de los hechos y tratar de prevenir su repetición en el futuro. Los doctores nazis se defendieron primeramente argumentando que estaban involucrados en investigaciones médicas necesarias en tiempos de guerra y que seguían las órdenes de sus superiores.[2]  Estas defensas fueron rechazadas porque se contradecían con los Principios de Nuremberg, articulados al concluir el juicio multinacional por crímenes de guerra en 1946, de que existen crímenes contra la humanidad (como la tortura) por los cuales los individuos pueden ser criminalmente responsabilizados al haberlos cometido y que la obediencia de órdenes no es una defensa admisible.[3]
Casi sesenta años después, la cuestión de la tortura en épocas de guerra y el papel de los médicos en la tortura es, nuevamente, una fuente de consternación y controversia. Steven Miles, por ejemplo, basándose primariamente en documentos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, ha señalado que en las prisiones de Abu Ghraib, Irak, y la base naval estadounidense de la Bahía de Guantánamo en Cuba, “a nivel operativo, el personal médico evaluaba detenidos para ser interrogados y monitoreaba interrogatorios coercitivos, permitía a los interrogadores utilizar registros médicos y certificados de defunción, y no era capaz de suministrar los cuidados de salud básicos”[4]. El Comité Internacional de la Cruz Roja, sobre la base de una inspección en la prisión de la Bahía de Guantánamo en junio de 2004, comentó que la coerción física y mental de los prisioneros es “equivalente a tortura” y calificó específicamente el activo papel de los médicos en los interrogatorios como “una flagrante violación de la ética médica” [5].
Bloche y Marks, sobre la base de sus entrevistas con médicos involucrados en interrogatorios en la Bahía de Guantánamo y en Irak, se refieren a la creencia de algunos de los médicos “que los médicos que se desempeñan en esas funciones no actúan como médicos y por lo tanto no están sometidos a la ética orientada hacia el paciente”.[6] El psiquiatra Robert Jay Lifton, sugirió que los informes acerca del involucramiento de médicos estadounidenses en la tortura en Irak, Afganistán y Guantánamo equiparan a los de los doctores nazis quienes fueron “el más extremo ejemplo de doctores convertidos y socializados para la atrocidad”[7]. Sin embargo, el silenciamiento de las críticas sobre esas torturas impulsó a Elie Wiesel a preguntar porqué la “vergonzosa tortura a que son sometidos los prisioneros musulmanes por los soldados estadounidenses (no ha) sido condenada tanto por los profesionales de las leyes como por los doctores militares”[8]. Los desafíos de la guerra contra el terror presentan una oportunidad para que las organizaciones profesionales de médicos y legistas trabajen en conjunto transnacionalmente para erigir ética médica y leyes humanitarias internacionales, respectivamente, en lugar de buscar formas para eludir los dictados de la ley y la ética.
Hace treinta años, Sagan y Jonsen observaron que a causa de que las habilidades médicas empleadas para curar pueden ser maliciosamente pervertidas “con efectos devastadores sobre el espíritu y el cuerpo”, es “responsabilidad de la profesión médica y de todos quienes la practican, el protestar en forma efectiva contra la tortura como instrumento de control político”[9]. Estas protestas pueden ayudar en la guerra contra el terrorismo. Ni el uso de la tortura ni las violaciones de los derechos humanos - como otro profesor de leyes, el jesuita Robert Drinan, ha observado - “inducirán a otras naciones a seguir la ruta menos transitada que conduce a la democracia y la igualdad”,  sino que  “la movilización de la vergüenza” y el “poder moral” del ejemplo pueden hacerlo[10]. En este artículo, utilizamos las percepciones obtenidas acerca de las acciones de los doctores nazis para ayudarnos a entender la sostenida intervención de los médicos en la tortura.

Higiene racial, asesinato y genocidio
En Nuremberg, Telford Taylor comprendió la necesidad de reconocer y denunciar activamente las maldades del Holocausto e imploró a la comunidad internacional que tomara una actitud firme contra el mal. En el prólogo a The Nazi Doctors and the Nuremberg Code: Human Rights in Human Experimentation, el Profesor Elie Wiesel preguntó “¿cómo es que los médicos pueden haberse involucrado en tales atrocidades?”[11]. Uno bien podría preguntarse cómo cualquier ser humano podría haberse involucrado pero lo que Wiesel y Taylor reconocieron fue que los médicos ocupan un sitial moral especial en sus comunidades y en la sociedad en su conjunto: por la naturaleza de su avanzada educación y su juramento para servir y proteger a la humanidad, los médicos han adoptado voluntariamente una responsabilidad especial. ¿Cuáles fueron los contextos personales, profesionales y políticos que permitieron a los médicos emplear sus habilidades para torturar y matar en lugar de ayudar y curar?. Alguna noción de lo sucedido en el Holocausto - y del empleo de la tortura en la actualidad – puede alcanzarse a través de las relaciones históricas sobre el papel de la medicina y de los médicos en relación con las teorías de la higiene racial, la medicalización de las enfermedades sociales y la mezcla de la medicina con la ideología nacional socialista.
La idea de la higiene racial surgió a principios del soilo XX y las políticas raciales del Tercer Reich fueron adaptadas, en diversos modos, de las prácticas de eugenesia desarrolladas en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. [12]. Antes de que el Partido Nacional Socialista llegara al poder en Alemania, ya existían varios institutos de higiene racial en varias universidades alemanas. Las teorías de estos institutos se desarrollaron a partir de la “ciencia de la eugenesia” empleada en los Estados Unidos para justificar el apoyo gubernamental a veintitrés leyes estatales separadas que permitían la esterilización involuntaria de individuos [13]. En la decisión de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos que recayó en Buck vs. Bell, referentes al hecho que el Estado puede reclutar gente para el servicio militar, la Corte concluyó,
Hemos visto más de una vez que el bienestar público puede requerirle a los ciudadanos sus vidas. Sería extraño si no pudiera reclamar, a quienes ya minan la fortaleza del Estado, estos sacrificios menores que a menudo no son sentidos como tales por los afectados, para prevenir que nuestra esencia sea empantanada por la incompetencia. Es mejor para todo el mundo si en lugar de esperar para ejecutar por crímenes a unos descendientes degenerados, o dejarlos morir de hambre a causa de su imbecilidad, la sociedad pueda prevenirlo en quienes son manifiestamente inapropiados para continuar su especie. El principio que sustenta la vacunación compulsiva es suficientemente amplio para abarcar el corte de las trompas de Falopio. Tres generaciones de imbéciles ya son suficientes.[14]
Finalmente, los nazis llevarían esta ideología más allá de la esterilización. No solamente eliminaron a los “indeseables” de su sociedad sino que desarrollaron múltiples programas para la creación de una “raza superior”, incluyendo el programa Lebensborn, que promovía que los miembros de las SS engendraran hijos con mujeres que tuviesen rasgos arios[15]. Al mismo tiempo destacaron la faceta “terapéutica” de sus programas, señalando que la destrucción de lo inútil era “un tratamiento puramente curativo”[16].
La eugenesia fue sólo una de las muchas facetas de la fachada biológica que los nacional socialistas le pusieron a sus políticas. Los líderes nazis consideraban que su filosofía política era “biología aplicada” y adoptaron muchas políticas de salud pública además de las guiadas por el darwinismo social, incluyendo iniciativas anti-tabaco.[17]. Le dieron una connotación médica a su movimiento político y a menudo se referían a Hitler como “el gran doctor del pueblo alemán”[18]. Tal vez atraídos por las metáforas médicas, los doctores se plegaron en bandada a la causa del nacional socialismo. El 65% de todos los doctores alemanes se convirtieron en miembros del partido nazi.[19] Ya en 1937, la representación de doctores en las SS – el aparato más maligno del partido nazi – era siete veces más alta que la del promedio para los varones en la población ocupada y en 1942 , el 50% de todos los doctores alemanes se habían afiliado al partido nazi.[20] Adherir a un partido político es una cosas, usar su ideología para justificar la tortura y el exterminio de un pueblo entero es otra muy distinta. Para ver porque algunos médicos y científicos dieron este paso extremo, debemos examinar a los perpetradores en un contexto de psicología individual y de grupo, así como en un contexto social más amplio.

Psicología del perpetrador individual
En primer lugar, es imposible explicar los actos de los torturadores y asesinos sin entender algunas cosas de la psicología de la conducta humana, incluyendo los conceptos de auto engaño, el inconsciente, impulso, defensas, agresión, narcisismo, superyó permisivo y servicio social por un ideal. Estas ideas psicológicas tienen sus raíces en teorías filosóficas acerca de la naturaleza humana. Antes de examinar una psiquis individual es importante considerar la visión que uno tiene de la humanidad. Existe una tensión fundamental entre la visión clásica y la romántica de la realidad humana, la cual es muy relevante para un examen de los perpetradores de torturas. Según la concepción “clásica”, todos tenemos intrínsecamente la capacidad de hacer el mal y estamos muy precariamente contenidos por el orden y la tradición, en otras palabras, potencialmente todos podemos ser torturadores. Según la concepción “romántica” , los hombres y las mujeres son intrínsecamente buenos pero son corrompidos por las circunstancias y la cultura; esta visión de la realidad humana está llena de posibilidades habitualmente contenidas por la sociedad. Dentro de este marco dual, los individuos son o bien perpetradores del mal impedidos de actuar por la socialización y los límites sociales, o bien seres morales transformados en torturadores debido a entornos sociales malignos. Sin embargo la verdad de la psicología humana probablemente no sea tan extrema.
Deshumanización
Hay varios mecanismos psicológicos por lo cuales los individuos pueden superar los condicionamientos sociales que les impiden transformarse en perpetradores de atrocidades. La deshumanización es un mecanismo psicoanalítico de defensa clave que permite a los individuos evitar el procesamiento completo de los acontecimientos problemáticos. Las deshumanización del propio yo y de los demás conduce a otros mecanismos de defensa, incluyendo la negación inconsciente, la represión, la despersonalización, el asilamiento del afecto, la compartimentación ( la eliminación del significado mediante las desconexión de los elementos mentales relacionados y la separación de los mismos mediante barreras erigidas entre ellos).[21] En última instancia, las deshumanización le permite al perpetrador ir más allá del odio y la ira, de modo que puede cometer actos atroces como si fueran parte de la vida cotidiana.
Existen dos tipos de procesos de deshumanización. En primer término existe una deshumanización dirigida contra el propio yo, una disminución del propio sentido de humanidad y auto imagen de un individuo, la cual se ve a menudo en casos complejos de desorden por estrés postraumático (CPTSD). Para los sobrevivientes de la tortura u otras personas expuestas a grandes traumas, este proceso es una forma de auto protección.[22] El segundo tipo de deshumanización es la dirigida a un objetivo, en la cual los otros son percibidos como carentes de atributos humanos. Los dos procesos se refuerzan mutuamente, en la medida en que la reducción del propio yo se agrega a la reducción como objeto y la reducción como objeto se agrega a la reducción del propio yo. Los perpetradores desarrollan el proceso de deshumanización haciendo que los otros (el objeto) sean sucios, malolientes y físicamente infrahumanos. Se podría argumentar que, hoy en día, existe una capacidad  incrementada para deshumanizar a los demás como efecto lateral de la incorporación de tecnología, tal como en la guerra moderna, la automatización, la urbanización, la especialización, la burocratización y los medios de comunicación masiva, todos los cuales contribuyen al aislamiento de los individuos. El anonimato y lo impersonal ocasionan una sensación de fragmentación del propio papel en la sociedad, lo cual contribuye a la deshumanización. Algunas veces la deshumanización puede ser adaptativa; por ejemplo, en una crisis, la deshumanización de los heridos o enfermos permite un rescate eficiente. Ciertas ocupaciones clásicamente enseñan y tal vez requieran una deshumanización selectiva, entre las que se incluye a la policía, los militares y las profesiones médicas. Esto hace posible que los profesionales tomen distancia de las reacciones plenamente emocionales en un momento preciso pero también puede resultar muy peligroso.
Disociación
La deshumanización por si sola no permite explicar completamente la paradoja curar / matar. La disociación o escisión, como modelo de personalidad, hace posible que las personas manejen el trauma.[23] Esta es una forma de autoengaño en la cual la mente inconsciente puede encapsular el conflicto para evitar incompatibilidades con la auto imagen, mediante la separación del pensamiento y aún de los hechos actuales del sentimiento. En el caso de un perpetrador, las escisión puede ser usada para racionalizar y justificar sus acciones y a través de una formación reactiva puede convencerse a si mismo de que está haciendo el bien o aún de que es un héroe. Las entrevistas de Robert Lifton con médicos nazis y sus familias sobrevivientes demostraron cuan lejos llegó la disociación o el “doblaje” (como lo denomina Lifton) en estos individuos.[24] Los médicos nazis escindieron su personalidad: se veían a si mismos como sanadores con poderes especiales, prácticamente omnipotentes, y el matar se convirtió en una parte de la curación; en sus mentes, se debía matar al enemigo para curar a su propio pueblo, su propio ejército y su propia persona. Bajo este paradigma mental, no era paradojal el emplear camiones de la Cruz Roja para llevar víctimas a un campo de la muerte o el vestir túnicas blancas mientras se mataba niños sistemáticamente en experimentos: la medicina se vuelve equivalente a la guerra y los médicos medicalizan y humanizan la mortandad aún  mientras deshumanizan a las víctimas.
Insensibilización
La disociación se combina con insensibilización para distanciar más efectivamente al perpetrador de sus víctimas. La insensibilización psíquica disminuye la capacidad de sentir. El bloqueo de los sentimientos conduce a una represión extrema, incluyendo la negación hasta el punto de negar expresamente lo que se percibe y despojar de realidad los hechos hasta el punto en que las víctimas nunca existieron en las consciencias de los perpetradores. Un sobreviviente polaco que trabajaba en el bloque médico de un campo de concentración efectuaba una defensa parcial de los doctores polacos que maltrataban a los internados judíos al señalar que “la gente se vuelve indiferente a ciertas cosas, de la misma manera que el doctor que corta un cadáver [para hacer una examen post mortem]  desarrolla cierta resistencia”[25]. Sin embargo, este proceso de insensibilización no fue completamente eficaz, en la medida en que muchos médicos que seleccionaban en las rampas necesitaban auto-medicarse mediante una fran ingesta alcohólica.[26]
Omnipotencia
El omnipotente control sobre la vida y la muerte que ejercían los oficiales en los campos de concentración era balanceado por la visión de si mismos que los nazis tenían, como partes importantes de una máquina social mayor y omnipotente.[27] La profesión médica es susceptible a los sentimientos de omnipotencia y el sobreviviente del holocausto Bruno Bettelheim sugiere que “es este orgullo por las habilidades profesionales y el conocimiento, independiente de las implicancias morales” el que hace a los médicos vulnerables y capaces de convertirse en perpetradores.[28] En última instancia, sin embargo, los doctores son importantes para controlar la muerte y las enfermedades y esto forma parte de la ansiedad de muerte que muchos médicos tienen. En estos doctores que tomaron parte activa en los abusos nazis, la omnipotencia se unió estrechamente con el sadismo – obtenían placer de la dominación y el control – pero aún así necesitaban erradicar su propia vulnerabilidad y susceptibilidad al dolor y a la muerte; hay una impotencia asociada con omnipotencia. Subsumieron la ansiedad causada por su impotencia en su orgullo por formar parte de la maquinaria bélica de su país. El partido nazi era capaz de manipular las vulnerabilidades psicológicas específicas de los individuos en la medida en que los presionaba para servir lso deseos del grupo. En la lucha mental para mantener su identidad profesional, los médicos nazis veían a Hitler como el “padre médico” y se volvieron un grupo unificado de sus seguidores.
Medicalización
Los doctores nazis erigieron una construcción abstracta, puramente médica, técnica y profesional sobre sus actividades; por ejemplo, diciéndose a si mismos que la tarea del doctor es aliviar el sufrimiento, ellos empleaban habilidades médicas y técnicas para disminuir el dolor de las víctimas mientras organizaban asesinatos masivos. Se absorbieron en los aspectos técnicos del trabajo médico al examinar a los internados como criterio para enviarlos a la cámara de gas. [29] Se volvieron robóticos en lo que hacían y el proceso de los asesinatos se volvió una actuación; en sus uniformes médicos, actuando según el ideal nazi masculino, emplearon su poder profesional para mantener a raya sus ansiedades de muerte, mataron para rechazar su propia muerte. Los profesionales médicos tienen una capacidad especial para escindirse: en tanto un individuo es parte de la profesión sanadora resulta que todo lo que hace debe ser sanador. A través de estas justificaciones y dentro de un contexto más amplio de “medicina política”, los doctores nazis fueron mentalmente capaces de conectar la curación con sus acciones asesinas.

Psicología de los grupos de perpetradores
Al identificarse a si mismos como parte de una maquinaria mayor que trabajaba para “curar” a la sociedad, los médicos nazis disolvieron la responsabilidad, transfiriéndola al grupo en lugar de asumir responsabilidad individual por sus acciones. Alcanzaron la unidad como grupo a través de la creación de un lenguaje grupal especial: eufemismos para los actos malignos que llevaban a cabo. Ellos se vieron a si mismos  como parte de un grupo “especial”, como una élite importante. Había cierto sentido de pertenencia y de ser parte de un movimiento. Esta unidad de grupo se veía facilitada por un entrenamiento especial, la ritualización de sus actos y, como se discutió antes, la deshumanización dirigida a las personas y la disociación que les permitía subsumir la identidad individual mientras actuaban con capacidad profesional.
Dos experimentos clave en los Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, examinaron la obediencia a la autoridad y la dilución de la responsabilidad en los grupos y más allá de eso demostraron con que facilidad individuos previamente bien adaptados podían involucrarse en actividades malignas.
Obediencia a la autoridad
A partir de 1961, Stanley Milgram desarrolló una serie de experimentos en la universidad de Yale en los cuales se requería a los sujetos que “aplicaran electrochoques” a otras personas.[30]  Sesenta y cinco por ciento de los sujetos emplearon lo que ellos creían que eran niveles peligrosamente altos de corriente eléctrica cuando el experimentador les dijo que lo hicieran. En un experimento posterior, una tercera parte de los sujetos siguieron aplicando choques eléctricos aún cuando estaban suficientemente cerca como para tocar a la persona afectada.[31]  La clave en estos experimentos radica en que otra persona – una figura de autoridad – aceptaba la responsabilidad por los resultados finales. Milgram propuso tres categorías de razones por las cuales se obedecía o desobedecía a la autoridad: en primer lugar, una historia personal familiar o una experiencia escolar que aliente la obediencia o el desafío; en segundo lugar, un sentimiento de comodidad derivado de la obediencia a la autoridad, que es conocido como “adhesión”; y una tercera, el sentimiento de incomodidad que las personas experimentan cuando desobedecen a la autoridad.[32] Todos los sujetos de las pruebas creían que el experimentador era responsable por cualquier consecuencia y presumían la legitimidad del experimento.
Al considerar el efecto que la dinámica de grupos puede tener sobre los individuos, es importante señalar que conduce a ciertas personas hacia ciertos grupos. Las personas orientadas hacia la autoridad presentan una preferencia por la jerarquía y por las relaciones de poder claramente delimitadas: disfrutan obedeciendo y dando órdenes.[33] Estas personas valoran mucho la obediencia y si la auto-conducción no es posible buscarán una conducción externa incorporándose a grupos como los militares para suministrarles la oportunidad de órdenes externas y para llenar su vacío interior. Las entrevistas con viudas de oficiales de las SS revelan que varios de esos hombres se referían a una “necesidad de pertenencia”.[34] Las personas que buscan autoridad también evitan la confrontación con figuras de autoridad (tales como padres estrictos y abusadores), en lugar de buscar la cercanía con ellas para sentirse seguras. Estos individuos  pueden ser aún más capaces de responder a la autoridad que el promedio de las personas que actuaron como sujetos en los experimentos de Milgram.
Dilución de la responsabilidad
            Diez años después del trabajo pionero de MIlgram, Philip Zimbardo simuló la vida en prisión entre estudiantes universitarios en el famoso Experimento de Prisión en la Universidad de Stanford, asignando al azar a compañeros de habitación ya el papel de guardias o de presos. Al cabo de seis días, los sujetos habían pasado de ser estudiantes universitarios que eran amigos y compañeros de cuarto, a ser carceleros controladores y abusivos y presos serviles.[35] Los presos se volvieron pasivos, dependientes e indefensos. Los carceleros expresaban sentimientos de poder y de pertenencia grupal. Asignaban toda la responsabilidad por sus actos a los investigadores y al grupo como un todo, en lugar de aceptar la culpa por las acciones individuales. El experimento se volvió violento y debió ser terminado antes de lo previsto. Zimbardo, quien había actuado, al mismo tiempo, como supervisor de la prisión y como investigador principal, concluyó que el experimento demostraba la forma en que los factores situacionales pueden causar conductas inhumanas, correspondiéndose, en esta forma, con los experimentos de Milgram.
            La forma en que los sujetos de estos experimentos depositaron toda la responsabilidad sobre los hombros de los investigadores principales y /o el grupo es paralela a la forma en que los perpetradores del holocausto negaron la posibilidad de ser acusados porque ellos lo que habían hecho era, meramente, seguir órdenes. A menudo Hitler estableció a propósito de sus conquistas militares que asumía sobre si tal responsabilidad  y procediendo de este modo dio el fundamento para que sus subordinados se exceptuaran a si mismos de las normas morales o juicios.[36] Esta dilución de la responsabilidad puede ocurrir en cualquier situación de violencia masiva, ya sea que esté jerárquicamente estructurada o no.

Teorías de la agresión
            Algunas teorías de la agresión se enfocan sobre los individuos como perpetradores y especialmente sobre la idea de que el deseo de infligir violencia sobre los demás es una condición y/o una expresión de un impulso sexual primario.[37] Esta idea apunta a los sádicos para quienes el infligir violencia es sexualmente excitante y cuyas agresiones están al servicio de Eros. El sadismo está presente en todas las personas pero en algunas se discoia de los factores reguladores y se transforma en una urgencia dominante; en estas personas existe un deseo competitivo de dominación sobre los demás. La satisfacción que resulta de ganar o de dominar a otra persona se vuelve un impulso incontrolable en los sádicos. En forma similar, los sociópatas carecen de control sobre su impulso apuntado a lastimar a los demás. De esto resulta que los sádicos y los sociópatas no funcionan eficazmente en la aplicación sistemática de la violencia a través de la tortura o el genocidio; tienden a matar o lastimar individuos. De este modo, el sadismo como tal no es explicación suficiente para la conducta de los perpetradores de torturas o de violencia masiva.
            La conducta de grupo tiende a apoyarse en una disminución de la personalidad individual consciente, enfocando los pensamientos y sentimientos en una dirección común, otorgándole dominio a la emoción y al inconsciente sobre la razón y el juicio. Como resultado, las personas comunes, cuyos impulsos resultan más fácilmente subsumidos que los de los sádicos o los sociópatas, son asesinos más eficientes, especialmente en el marco de una entidad jerárquicamente estructurada como el ejército. Las entrevistas con un grupo especial de perpetradores, la élite del Partido Nazi, la Schutzstaffel o SS, mostraron que no eran psicópatas sino personas comunes.[38] Como lo sugirió Hannah Arendt en su obra sobre el juicio de Eichmann, el mal perpetrado por Eichmann y las SS no estuvo en función de una malevolencia profundamente arraigada sino en una falta de la capacidad de imaginación y como resultado de no pensar en el impacto de sus actos.[39] La idea de Arendt sobre “la banalidad del mal”, aunque fue muy criticada por subestimar la significación de los traumáticos actos individuales de violencia, acierta en la razón por la cual algunos actos malignos son fácilmente perpetrados. Por ejemplo, no fue difícil conseguir doctores para asesinar 100.000 pacientes psiquiátricos alemanes. Dado el inmenso número de personas requerido como participantes activos o por lo menos como cómplices para tal programa de “eutanasia”, es altamente improbable que todos los doctores participantes fueran depravados. En cambio, la fragmentación y división del trabajo permitió a cada individuo excusar su participación diciendo que “solamente” hicieron las tareas específicas que se les asignaron.

El carácter único del grupo
            ¿Por qué participa la gente en la tortura?. Las teorías acerca de la obediencia y la difusión de la responsabilidad explican como pueden ser llevados los individuos a incorporarse a grupos que desarrollan prácticas malignas, como la tortura, pero, en primer lugar,  es más difícil comprender como estos grupos comienzan con la tortura. Se podría suponer que el propósito de los torturadores es extraer información o una admisión de culpabilidad, para intimidar, para justificar la represión o una venganza, real o supuesta, para establecer superioridad o para su propio enaltecimiento, pero eso no se refiere a la psicología del grupo que crea y facilita las situaciones de tortura. Grupos tales como los nazis emplearon votos o juramentos de lealtad para comprometer a cada individuo y emplearon rituales para crear una atmósfera mística que incorporó a sus miembros más profundamente y los separó del exterior. Cuando un grupo ha compartido una mística y valores comunes, sus miembros desarrollan la camaradería, una devoción por la ideología organizacional y por la causa y el sentido de que son parte de la élite. Se enorgullecen por el desempeño de actos importantes y difíciles y se vuelven seres completamente subordinados a la organización. Después de un cierto nivel de adoctrinamiento, se vuelve difícil desviarse del grupo o desafiarlo. Este vínculo impide que los miembros individuales se resistan a la participación en la tortura.

Utilidad del entrenamiento
            Más allá de la vinculación a un grupo, los individuos a menudo reciben un entrenamiento especial para moldearlos como torturadores (ver tabla 1). El adoctrinamiento y el entrenamiento de un torturador a menudo incluye el abuso; en el régimen nazi, por ejemplo, los miembros de las SS eran cuidadosamente seleccionados, a partir de individuos que se sentían confortables al obedecer a la autoridad, a menudo a causa de su historia personal (los antecedentes familiares o escolares) que resaltaba la obediencia. A partir de esta base, los grupos eran capaces de conformar un torturador mediante una serie de pasos. El primero, los miembros son seleccionados por su intelecto, su aptitud física y por una poderosa identificación positiva con el régimen político.[40] Esto no solamente ayuda al grupo a encontrar individuos con las aptitudes que buscan sino que también genera entre sus miembros la idea que su inclusión es especial y que el grupo es una élite, lo cual diferencia a sus integrantes de los demás. Los nuevos miembros son incorporados al grupo mediante un entrenamiento básico, un conjunto de ritos de iniciación, que a menudo incluyen el asilamiento de la gente exterior al grupo, y la imposición de nuevas reglas y valores. A partir de este comienzo, los miembros desarrollan una actitud elitista y un lenguaje intra grupo. Aprenden a deshumanizarse a si mismos asi como a los demás, a subsumir su identidades individuales en la del grupo. Los líderes hostigan e intimidan a los reclutas, impidiendo el razonamiento lógico e instalando respuestas instintivas.[41] Las distinciones o recompensas se otorgan a la obediencia y la socialización del grupo incluye el presenciar la violencia grupal, frecuentemente bajo la forma de intimidación a miembros recalcitrantes.[42]  Como resultado, los miembros se tornan insensibles a la violencia, tanto a la contemplación como a la perpetración de la violencia como rutina. Todo este entrenamiento se agrega para completar el control del grupo sobre sus miembros.

Tabla 1 – La formación de un torturador
Seleccionado por una historia personal de obediencia a la autoridad
Examinado por su intelecto, su fuerza física y la identificación positiva con las políticas
Incorporado con ritos de iniciación, aislamiento, nuevas reglas, nuevos valores
Utilización de un lenguaje elitista
Deshumanización y culpabilización
Hostigamiento, intimidación, insensibilización, promoción de respuestas instintivas
Recompensa a la obediencia
Empleo del moldeamiento social de la violencia grupal
Hacer de la violencia un acontecimiento regular y rutinario
Practicar la violencia controlada

Vulnerabilidad de los médicos
Mediante la comprensión de la psicología grupal es fácil ver como los miembros de las fuerzas armadas son susceptibles a transformarse en perpetradores. Menos obvias pueden ser las razones por las cuales los médicos son vulnerables. (ver Tabla2). Se debe recordar que los médicos son expertos en compartimentar, que lidian con la vida y la muerte todos los días y que su profesión conlleva un sentimiento de poder.
Tabla 2 – Porqué los médicos son vulnerables a convertirse en perpetradores
Compartimentación          
Tendencias al sadismo y voyeurismo
Curar lastimando (infligiendo dolor), represión de la sensibilidad a la violencia
Uso de la ciencia para objetivar la violencia
Uso de metáforas y eufemismos
Tendencias a justificar y racionalizar
Distanciamiento impersonal del médico
Sentimientos narcisistas de superioridad
            La motivación para escoger la carrera de medicina es, a menudo, un fantasía de poder, ya sea narcisista o voyeurista, en la medida en que la medicina da licencia para mirar, tocar y controlar. Los doctores tratan a los pacientes como casos médicos impersonales, de modo de poder procesar más fácilmente lo que deben hacer: al adoptar un enfoque científico para mantenerse distantes en su trabajo, ellos curan atacando y matando la enfermedad con cirugía, terapia o cualquier otro medio disponible. Los estudiantes de medicina también pasan por un rito iniciático. En la clase de anatomía manejan un cadáver deshumanizado u observan operaciones sin conocer a los pacientes y se les hace sentir vergüenza por cualquier error en el cual demuestren demasiada “debilidad” o incapacidad para deshumanizar a los pacientes.[43]  La medicina como profesión contiene los rudimentos del mal y muchos de los actos médicos más humanos están solamente a unos pequeños pasos del mal real. Por ejemplo, aunque la cirugía para amputar un miembro gangrenado es un acto de curación, implica cortar y amputar el cuerpo humano, lo cual, en circunstancias no médicas sería un acto dañino y criminal.
            Durante el holocausto, Joseph Mengele fue el paradigma de doctor nazi. En los campos de concentración, frecuentemente asumía un doble papel ante sus víctimas infantiles: actuaba como un padre, jugando con ellas y dándoles caramelos, antes de matarlas brutalmente en sus experimentos sobre gemelos. Presentaba los signos de un desorden obsesivo-compulsivo, fijado en la limpieza y perfección de sus experimentos aún cuando los pacientes tratados por él serían enviados rápidamente a la muerte.[44]  En sus veintiún meses en Auschwitz, Mengele llevó a cabo una elaborada investigación sobre niños gemelos, sondeando, infectando, cortando y exponiéndolos a dolorosos procedimientos sin anestesia alguna y finalmente asesinándolos. Uno de sus asistentes, Miklos Nyiszli, describió los experimentos:
En el cuarto de trabajo próximo al cuarto de disección, catorce gemelos gitanos estaban esperando y llorando amargamente. El DSr. Mengele no nos dijo una sola palabra y preparó dos jeringas, una de 10 cc. Y otra de 5 cc. De una caja sacó Evipal y de otra cloroformo, que estaba en frascos de 20 cc., y los puso sobre la mesa de operaciones. Después que la primera de los gemelos… una niña de catorce años … fue traída, el Dr. Mengele me ordenó desvestirla y poner su cabeza sobre la mesa de disección. Entonces le inyectó el Evipal en su brazo derecho en forma intravenosa. Después que la niña se durmió, auscultó para ubicar el ventrículo izquierdo del corazón y le inyectó los 10 cc. de cloroformo. Después de un ligero estremecimiento la niña murió, luego de los cual el Dr. Mengele la hizo llevar al depósito de cadáveres. De esta manera, los catorce gemelos fueron muertos durante la noche.[45]
            Una de las víctimas de los experimentos con gemelos de Mengele ofreció una relación más personal:
No era porque su cara fuera terrorífica. Su rostro podía parecer muy agradable. Sino que la atmósfera en las barracas antes de que él llegara y la preparación por parte de los supervisores creaba esa atm´sofera de terror y horror de que Mengele estaba llegando. Todo el mundo debía permanecer de pie, firme. Podía, por ejemplo, darse cuenta que en una de las cuchetas uno de los gemelos estaba muerto. Entonces aullaba y gritaba”¿queé sucedió?, ¿cómo es posible que este gemelo haya muerto?”. Desde luego, hoy lo comprendo, un experimento se había arruinado.[46]
Mengele, aunque tal vez sea el más notorio, no fue el único médico nazi que podía disociar las muertes que causaba y las muertes que sucedían meramente “por accidente” en los campos. Los doctores de las SS podían asesinar y después sentarse a comer, azotar y después vestirse para ir a cenar, torturar y después ir a la ópera, y volver a los campos. Empleaban eufemismos para encubrir la violencia y disociarla de sus sentimientos; lo que ellos hacían era “tareas médicas de campo”; “evacuaban”, “transferían” y “reubicaban” a la población judía europea.[47] Con este lenguaje especial, la matanza no era una matanza sino una acción burocrática rutinaria.
Algunos tipos de doctores pueden estar más o menos predispuestos a la deshumanización de los pacientes, viéndolos como casos puramente médicos: los cirujanos, por ejemplo, cuyas interacciones principales con sus pacientes es violenta y ocurre mientras el paciente está inconsciente. Sin embargo, al desarrollar una actividad curativa, el embotamiento psíquico, la difusión de la responsabilidad, la irrealización y la compartimentación, que se produce en muchos sectores diferentes de la profesión médica, conducen todos a una disminución del sentimiento. Por lo tanto, los doctores en cualquier lugar, independientemente de su especialidad, tienen la potencialidad de convertirse en perpetradores y, en la Alemania nazi y en otros países muchos lo hicieron.

Los contextos culturales y sociales que determinan a los perpetradores
            La ideología del partido nazi fue presentada en una forma medicalizada que resultó atractiva para los doctores. Escribiendo en Mein Kampf acerca del Estado alemán, Hitler dijo “quien quiera curar esta era, que está internamente enferma y podrida, debe antes que nada reunir el coraje para hacer claridad sobre la causa de esta enfermedad”.[48] En esta metáfora “científica”, las víctimas finales del régimen nazi  eran una amenaza: planteaban un peligro de contagio que podría infectar el cuerpo político alemán y sin una “purificación” contaminaría raza y clase. En este imaginario, los doctores se ubicaban en el papel de chamanes, que trataban no a los individuos sino al grupo, convirtiéndose en “médico parta el volk (pueblo)”.[49] El doctor vestido de blanco se convirtió en el sacerdote vestido de negro, un profesional capaz de conducir a los soldados biológicos en una misión de purificación médica, erradicando a los minusválidos e incurables.
            Su misión empezó con la eliminación de los discapacitados. Psiquiatras y psicoanalistas desempeñaron un papel muy importante en la matanza de unas 100.000 personas mental y físicamente discapacitadas entre 1939 y 1941 en el marco de un proyecto denominado Acción T4, una abreviatura por Tiergartenstrasse 4, que era la dirección de la Fundación para el Bienestar y la Atención Institucional.[50] Los políticos y los doctores nazis usaban el término “eutanasia” para describir las matanzas.[51] Sin embargo, estas matanzas no eran eutanasia según la definición usual de una “muerte compasiva”, para aliviar el sufrimiento extremo de un paciente. Los individuos asesinados por lo general no presentaban sufrimiento y por cierto no habían pedido ser muertos. . Fueron muertos simplemente para aliviar al Estado de la carga de tenerlos a su cuidado. La publicidad por toda Alemania proclamaba que el costo de mantener personas discapacitadas era inmenso para los contribuyentes. Este programa fue llevado a cabo en tiempo de guerra, cuando el público podía aceptar más fácilmente las acciones asesinas en beneficio del Estado pero ya se había  registrado el presagio del programa de esterilización que comenzó en 1933.
            En julio de 1933 el gobierno nazi promulgó la Ley de Prevención de Descendencia de Enfermos Hereditarios, que requería que los médicos reportasen cada caso de enfermedad hereditaria que encontrasen, excepto en mujeres de más de 45 años de edad.[52]  Se crearon Tribunales de Salud Genética para decidir quien debía ser esterilizado y hacia fines del régimen nazi se había ordenado la esterilización forzada de más de 400.000 personas.[53] El programa de esterilización estaba apuntado a las enfermedades metales tales como la esquizofrenia, los desórdenes maníaco depresivos y el alcoholismo, junto con las enfermedades físicas hereditarias.
            Esta “solución” medicalizada y política de los desórdenes mentales y la discapacidad puede haber jugado un papel en la atracción hacia el régimen de psiquiatras y psicoanalistas. A menudo se presenta al Tercer Reich como censurador del psicoanálisis: el partido nazi efectuó una quema ceremonial de las obras de Freud junto con las de Marx y otros pensadores “judíos” que eran vistos como amenazas contra el Estado Nacional Socialista .[54] A pesar de esto, algunos analistas permanecieron en Alemania y formaron parte del Instituto Göring. Quienes permanecieron cambiaron sus ideas para engranar con la ideología del partido gobernante y finalmente jugaron un papel sustancial en la eliminación de “pacientes no tratables”. La ciencia fue distorsionada para ponerla al servicio del partido nazi y el nuevo espíritu guía del psicoanálisis nazificado fue utilizado para desarrollar tratamientos de salud mental que se alinearon con la ideología racista del Tercer Reich.[55] Muchos contextos sociales diferentes pueden combinarse para crear una situación en la cual cualquier persona puede convertirse en un torturador. Bajo el régimen nazi, la integración de las ideologías médico-científicas y políticas, así como las presiones económicas y las preocupaciones sociales acerca de la “raza”, facilitaron a ciertos individuos las deshumanización de sus conciudadanos. El nacionalismo ferviente y el abrumador apoyo al Tercer Reich hizo difícil para la gente el desarrollar protestas racionales contra el exterminio de otros seres humanos. En cualquier situación en que los seres humanos están divididos en grupos, - los genéticamente puros contra los débiles, los ciudadanos contra los extranjeros, los ricos contra los pobres – la opresión y la discriminación contra el grupo menos favorecido se ve facilitada.
La medicina traicionada: un problema internacional
            Las atrocidades perpetradas por los nazis hace más de medio siglo pueden ser el más prominente abuso de los derechos humanos en la consciencia global; sin embargo, la tortura y otros actos inhumanos todavía son ampliamente desarrollados hoy en día. La tortura se practica en más de 150 países y hasta ha sido considerada como un mal necesario en la lucha global “contra el terror”.[56] En muchos países existe evidencia documentada de la participación de los médicos y la tortura puede ser especialmente destructiva cuando quienes curan están involucrados en ella. Una víctima de la tortura en la Argentina, Jacobo Timmerman, dio cuenta de su experiencia con médicos perpetradores :
Tomó mi brazo y muy suavemente dijo “tu sabes Jacobo que los doctores tenemos muchos secretos… ves aquí… esta azul es una de tus arterias y yo puedo inyectar aquí. Sabes que tenemos algunas sustancias que te hacen hablar pero siempre es tan doloroso porque afecta tu cerebro… por lo tanto porque no hablas y podremos ser amigos”. Su presencia era un símbolo de que un instrumento científico los acompaña cuando son torturadores.[57]
Todas las formas de tortura socavan el sentido de seguridad y auto estima de quien la sufre pero la participación de un médico destruye la confianza de la víctima en forma más completa. Los médicos pueden involucrarse antes, durante y después de la tortura y muchos desempeñan diversos papeles separados: supervisando, observando, asistiendo, falsificando los registros médicos y a veces tratando a un paciente de modo que la tortura pueda continuar.
Quienes intentan señalar los distintos factores que conducen a este abuso, a veces son criticados como si excusaran a los perpetradores pero la perspectiva situacionista no absuelve de responsabilidad a los torturadores; más bien hace que más personas sean responsables por esos actos, incluyendo tanto a los participantes como a los cómplices que los facilitan. Al alertar acerca de la muchas causas diferentes para estas situaciones atroces simplemente ayuda a la gente a reconocer las actitudes y contextos que pueden contribuir a la deshumanización y a situaciones que facilitan la tortura, y también puede ayudar a prevenir que tales abusos puedan ser reiterados. El sugerir que quienes torturan son nada más que unos pocos depravados nos permitiría cerrar los ojos ante el hecho que tales cosas pueden suceder y sucederán nuevamente a menos que actuemos para detenerlas.
Tabla 3Elementos en la formación de los perpetradores ___________________________________________________________
Psicología individual
Características que predisponen
            Obediencia a la autoridad
Características desarrolladas
            Deshumanización
Disociación
Insensibilización
Omnipotencia
Psicología grupal
            Dilución de la responsabilidad
            Teorías de la agresión
            Utilidad del entrenamiento
            Carácter único del grupo
Contexto social

            Tres elementos son necesarios para hacer un torturador (ver tabla anterior). En primer lugar el torturador debe poseer ciertas características de personalidad que lo predisponen; en segundo lugar debe haber factores situacionales conducentes a la perpetración de la tortura y en tercer lugar, el entrenamiento militar y las identificaciones grupales pueden promover la perpetración. Los torturadores provienen de las filas de los hombres y mujeres comunes. Aunque los perpetradores frecuentemente han tenido una crianza estricta y son deferentes ante la autoridad, no existe un factor personal único que haga que una persona se convierta en perpetrador de torturas. La decisión de obedecer a las figuras de autoridad es reforzada por factores vinculantes: proferir juramentos, votos de pertenencia, el desarrollo de la adhesión al grupo y la creación de un lenguaje y  rituales especiales . Cuando los individuos son lentamente empujados más allá de los límites de la decencia y cuando la violencia llega a ser vista como un acontecimiento normal, cualquiera puede convertirse en un torturador.
            Esto no quiere decir que torturar sea una acción sencilla o que convertirse en un torturador no tenga consecuencias. Los torturadores muestran evidencias de tensión en el trabajo y a menudo emplean el alcohol para superarla que se agrega a los mecanismos psicológicos, los cuales incluyen la desvinculación moral, por medio de la reestructuración mental y las justificaciones, la deshumanización y la culpabilización de las víctimas, el uso de lenguaje eufemístico y la disociación. Todos estos mecanismos son apoyados por un entrenamiento militar especializado que incluye la selección de reclutas por su intelecto para actuar después sobre sus creencias políticas y para alentar la obediencia. Este entrenamiento permite la dilución de la responsabilidad en el grupo y refuerza las racionalizaciones individuales que son empleadas por cada soldado para arreglárselas con sus actos.
            La incidencia de la tortura en todo el mundo ha llamado la atención acerca de la necesidad de esfuerzos preventivos sin perjuicio de que se necesite más investigación acerca de cómo prevenirla. Hay varios niveles importantes de prevención (ver Tabla 4). La prevención primaria incluye la educación de los médicos, los militares y el público en general acerca de los derechos humanos, la ética y la violencia potencial, de modo que  reconozcan estos fenómenos y puedan resistirse. La prevención secundaria incluye el establecimiento de códigos legales de derechos humanos capaces de hacerse cumplir y que se hagan cumplir efectivamente y reglas mínimas para el trato humano de los prisioneros. Mediante el monitoreo de las situaciones de alto riesgo, la identificación de los doctores o soldados que podrían estar involucrados y la protección de quienes los denuncian, la prevención secundaria puede ayudar a disminuir la expansión de la tortura. Finalmente, la prevención terciaria consiste en adoptar acciones contra los perpetradores, haciéndolos responsables y habiendo establecido los mecanismos legales para hacerlo, con el propósito de desalentar  ulteriores actos de tortura.
Tabla 4La prevención de la tortura
Primaria: educar a los médicos, los militares y al público para reconocer la violencia potencial y familiarizarse con los derechos humanos.
Secundaria: detener el involucramiento de los médicos, monitorear las situaciones de alto riesgo, proteger a los denunciantes, reconocer que personas con lealtades mezcladas/duales se encuentran en alto riesgo.
Terciaria: llamar a responsabilidad a los perpetradores y tener mecanismos para castigarlos.
            Antes de los juicios criminales se puede tomar una serie de medidas contra los abogados y los médicos que son cómplices en la tortura. En 1993, junto con nuestro colega Leonard Glantz, propusimos establecer un Tribunal Médico Internacional que pudiera entender en los casos y condenar públicamente las acciones de médicos que a título individual violaran los estándares internacionales de la ética médica.[58] Aunque este tribunal no sería capaz de castigar con sanciones a los criminales, sus decisiones podrían resultar en el aislamiento profesional de tales médicos y sería un poderoso disuasivo para las conductas groseramente violatorias de la ética.[59] A diferencia de los tribunales penales, en los cuales los cargos deben ser probados más allá de la duda razonable y de las defensas adicionales, incluyendo la interpretación de buena fe de la ética médica, que estuvieran disponibles, estos elementos del debido proceso no estarían presentes ante el tribunal profesional propuesto. Esto no solamente se debe a que no se impondrían sanciones penales sino , primariamente, porque el objetivo es la disuasión y la protección del público, no el castigo. En este campo, una prueba de complicidad por medio de evidencia preponderante sería suficiente y no se dispondría de defensa de buena fe alguna porque quienes creen en la tortura amenazan con dañar al público (y a los preceptos de la ética médica) tanto como lo hacen los abogados y médicos ignorantes o incompetentes. Una medida de este daño es la declinación de la reputación de nuestro país en el mundo. Otra son los estándares éticos de nuestros militares: en el 2006, una encuesta sobre ética en el campo de batalla llevada a cabo entre personal militar de los EUA en Irak, por ejemplo, mostró que solamente el 47% de los soldados del ejército de los EUA y el 38% de los Marines estaba de acuerdo con que los no combatientes debían ser tratados con dignidad y respeto y más de un tercio de los soldados y Marines creían que la tortura debía permitirse para salvar la vida de un compañero (más del 40%) o para obtener otra información importante acerca de los insurgentes (ligeramente menos del 40%).[60]
            En ausencia de un foro internacional como el que propusimos, el otro camino primario disponible es la junta habilitante profesional que es responsable por el otorgamiento de licencias para el ejercicio médico o legal. En el caso de un médico, una acción para obtener la revocación de la habilitación para el ejercicio de la profesión podría ser presentada ante la junta médica. La revocación de la habilitación no es una acción apuntada a castigar a un médico sino a proteger a la población. No es un procedimiento penal y por lo tanto las reglas del debido proceso que se aplican en un juicio no son necesarias. Sin embargo, en los pocos casos en que esto se ha intentado, hasta ahora, no se ha tenido éxito, en lo fundamental porque la junta ha visto la acción primariamente como política en lugar de ética.[61] La junta de habilitación médica de California, por ejemplo, se ha negado a escuchar la denuncia que se presentó contra uno de los médicos militares responsable por el tratamiento de los presos en Guantánamo porque cree que el asunto debería ser atendido, en todo caso, por los mismos militares [62]. Nosotros pensamos que la junta habilitante de California simplemente está equivocada en este caso. Los médicos no pueden ejercer en el ejército a menos que estén habilitados por la junta médica del Estado. Conservar esa habilitación o licencia requiere respetar los preceptos de la ética médica. Cuando estos son violados, aún – y tal vez especialmente – cuando esto sucede según los deseos del Estado, la revocación o suspensión de la licencia para ejercer la profesión médica es completamente apropiada.[63]
            Todos somos víctimas potenciales de los médicos que se han convertido en proscritos de los derechos humanos. Los individuos que han sufrido torturas o tratos crueles e inhumanos facilitados por ellos o de hecho ordenados o conducidos por ellos merecen más que el hecho que estos culpables sean sometidos a la justicia. No solamente merecen un reconocimiento público de los abusos ilegales y contrarios a la ética que se les infligieron sino también una compensación justa por los daños.[64]
            La prevención de la tortura y los tratamientos crueles e inhumanos es un asunto de todos pero hay tres profesiones que parecen especialmente bien situadas para prevenir la tortura: los médicos, los abogados y los oficiales militares. Cada una de ellas tiene también obligaciones especiales. Los médicos tienen obligaciones especiales por su papel universalmente reconocido y respetado como capaces de curar. Los abogados tienen la obligación especial de respetar y apoyar las leyes, incluyendo las leyes humanitarias internacionales y los militares tienen la obligación especial de atenerse a las leyes internacionales de la guerra, incluyendo las Convenciones de Ginebra. Cualquier violación de las leyes internacionales de derechos humanos y especialmente una violación seria de las Convenciones de Ginebra o la ayuda y colaboración para llevar a cabo tales violaciones, debería ser suficiente para que las autoridades habilitantes pongan en cuestión la aptitud de una persona para ser médico o abogado y quienes se hubieran convertido en violadores de los derechos humanos deberían perder el privilegio de ejercer su profesión. La reaparición de complicidad médica en la tortura es una oportunidad para que las organizaciones profesionales de la medicina y la abogacía trabajen en conjunto, transnacionalmente, para respaldar tanto la ética médica como los derechos humanos.[65]


           



[1]  United States v. Karl Brandt et al., 9 de diciembre de 1946 (Telford Taylor, declaración de apertura por la fiscalía).
[2] George J. Annas y Michael a. Grodin (eds.), The Nazi Doctors and The Nuremberg Code: Human Rights in Human Experimentation, Oxford University Press, New York, 1992.
[3]  Ibíd.
[4] Steven H. Miles, “Abu Ghraib: its legacy for military medicine”, Lancet, Vol.364 (2004), pp.725-9.
[5] Neil A. Lewis, “Red Cross finds detainee abuse in Guantánamo”, New York Times, 30 Novembre 2004, p.1.
[6] M. Gregg Bloche y Jonathon H. Marks, “When doctors go to war”, New England Journal of Medicine, Vol.352 (2005), pp.3-6.
[7] Robert J. Lifton, “Doctors and torture”, New England Journal of Medicine, Vol. 351 (2004), pp.415-16.
[8] Elie Wiesel, Without conscience”, New England Journal of Medicine, Vol. 352(2005), pp. 1511-13.
[9] Leonard A. Sagan y Albert Jonsen, Medical ethics and torture”, New England Journal of Medicine, Vol. 295 (1976), p.1427.
[10] Robert F. Drinan, The Mobilization of Shame, Yale University Press, New Haven, Conn., 2001,p.94.
[11] Elie Wiesel, foreword to Annas and Grodin, above note 2, pp-vii-ix.
[12] Stefan Kühl, The Nazi Connection: Eugenics, American Racism and German National Socialism, Oxford University Press, Oxford, 1994.
[13] André N. Sofair y Lauris C. Kaldjian, “Eugenic sterilization and a qualified Nazi analogy: the United States and Germany 1930-1945”, Annals of Internal Medicine, Vol. 132 (2000), pp. 312-319.
[14] Buck v. Bell, 274 US 200 (1927).
[15] Mark Landler ,“Results of secret Nazi breeding program: Ordinary folks”, New York Times, 7 November, 2006.
[16] Robert Lifton, The Nazi Doctors Medical Killing and the Psychology of Genocide, Basic Books, New York, 1986.
[17] Robert N. Proctor, “The anti-tobacco campaign of the Nazis: a little known aspect of public health im Germany, 1933-1945”, British Medical Journal, Vol. 313 (1996), pp. 1450-3.
[18] Wolfgang Weyers, Death of Medicine in Nazi Germany: Dermatology and Dermopathology under the Swastika, Ardor Scribendi Ltd., Philadelphia, 1998.
[19] James Waller, Becoming Evil: How Ordinary People Commit Genocide and Mass Killing, Oxford University Press, New York, 2002.
[20] Robert N. Proctor, “Nazi doctors, racial medicine, and human experimentation”, en Annas y Grodin, anterior nota 2, pp. 17-31.
[21] Viola Bernard, Perry Ottenberg y Fritz Redl, “Dehumanization: a composite psychological defense in relation to modern war”, in Milton Schwebel (ed.) Behavioral Science and Human Survival, Behavioral Science Press, Palo Alto, Cal., 1965.
[22] Stanley W. Jackson, “Aspects of cultura in psychoanalityc theory and practice, Journal of the American Psychoanalityc Association, Vol.16 (1968), pp.651-70.
[23] Lifton, nota anterior 16.
[24] Íbid.
[25].Íbid.
[26] Waller, nota 19 anterior
[27] Lifton, nota 16 anterior.
[28] Bruno Bettelheim, prólogo a Miklos Nyiszli, Auschwitz: A Doctor’s Eyewitness Account, Arcade Publishing, New York, 2993, pp. v-xviii.
[29] Lifton, nota 16 anterior.
[30] Stanley Milgram, “Behavioral study of obedienca”, Journal of Abnormal and Social Psychology, Vol.67 (1963), pp.371-8.
[31] Waller, Nota anterior 19.
[32] Stanley Milgram, Obedience to Authority: An Experimental View, Harper Collins, Nueva York, 1973.
[33] Waller, nota anterior 19.           
[34] Tom Segev, Soldiers of Evil: The Commandants of Nazi Concentration Camps, McGraw-Hill, Nueva York, 1988.
[35] Craig Haney, W. Curtis Banks and Philip G. Zimbardo, “Interpersonal dynamics in a simulates prison”, International Journal of Criminology and Penology, Vol.1 (1973), pp.69-97.
[36] Fritz Redl, “The supergeo in uniform”, en Nevitt Sanford and Craig Comstock (eds.), Sanctions for Evil, Jossey-Bass Inc., San Francisco, 1971.
[37] Debra Kaminer y Dan J. Stein, “Sadistic Personality Disorder in perpetrators of human rights abuses: a South African case study”, Journal of Personality Disorders, Vol.15 (6) (2001), pp.475-86.
[38] Lifton, nota anterior 16, p.14.
[39] Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, Penguin Books, Nueva York, 1963.
[40]  Mika Haritos-Fatouros, “The oficial torturer”, en Ronald D. Crelinsten y Alex P. Schmid (eds.), The Politics of Pain: Torturers and Their Masters, Westview Press, Boulder, Colo., 1994.
[41] Lifton, nota anterior 16.
[42] Janice T. Gibson y Mika Haritos-Fatouros,, “The Education of a Torturer”, Psychology Today, Noviembre de 1986, pp. 50 – 8.
[43] Heidi Lempp y Clive Seale,  The hidden curriculum in undergraduate medical education: qualitative study of medical students’ perceptions of teaching”, British Medical Journal, Vol.329 (2004), pp. 770-3.
[44] Olga Lengyel, Five Chimneys, Ziff Davis, Chicago, 1947.
[45] Miklos Nyiszli, Auschwitz: A Doctor’s Eyewitness Account, trad. Richard Seaver, Arcade Publishing, New York, 1993 (1960).
[46] Eva M. Kor y Mary Wright, Echoes from Auschwitz: Dr. Mengele’s Twins – The Story of Eva and Miriam Mozes, CANDLE Press, Terra Haute, Ind., 1995.
[47] Waller, nota anterior 19.
[48] Adolf Hitler,  Mein Kampf, Houghton Mifflin, Boston, 1943 (1925-6), p.435.
[49] Weyers, nota anterior 18.
[50] Hans-Georg Güse y Norbert Schmacke, “Psychiatry and the origins of Nazism”, International Journal of Health Services, Vol.10 (2) (1980), p.177-96.
[51] Michael Burleigh, Ethics and Extermination: Reflections on Nazi Genocide, Cambridge University Press, Cambridge, 1997.
[52] Proctor, nota anterior 20.
[53] Johannes Meyer-Lindenberg, “ The Holocaust and German psychiatry”, British Journal of Psychiatry, Vol.11 (4) (1975), pp. 477-510.
[54] Rose Spiegel, Gerard Chrzanowski y Arthur H. Feiner, “On Psychoanalysis in the Third Reich”, Contemporary Psychoanalysis, Vol.11 (4) (1975), pp.477-510.
[55] Geoffrey Cocks, Psychotherapy in the Third Reich: The Göring Institute, segunda edición, Transaction Publishers, New Brunswick, Conn., 1997.

[56] Amnesty International, Annual Report 2006: The State of the World’s Human Rights, accesible en http://web.amnesty.org/report2006/index-eng; y Physicians for Human Rights, Break Them Down: Systematic Use of Psychological Torture by U.S. Forces, Physicians for Human Rights, Cambridge, Mass., 2005.
[57] Jacobo Timmerman, Prisoner without a Name, Cell without a Number, Penguin Books, Harmondsworth, 1982.
[58] Michael a. Grodin, Geroge J. Annas y Leonard H. Glantz, “Medicine and human rights: a proposal for international action “, Hastings Center Report, Vol.23 (8) (1993), p.11. Ver también George J. Annas y Michael A. Grodin (Jonathon M. Mann et al. Edits.), “Medicine and human rights: reflections on the fiftieth anniversary of the Doctor’s Trial”, en Health and Human Rights, Vol. 301 (1999); Luis Justo, “Doctors, interrogation and torture”, British Medical Journal, Vol.322(2006), pp.1462-1464.
[59] Los críticos han argumentado que nuestra propuesta es innecesaria y tal vez contraproducente en presencia de la nueva Corte Criminal Internacional. Ver, por ejemplo, Benjamin Mason Meier, “International Criminal Prosecution of physicians: a critique of Professors Annas and Grodin’s proposed international medical tribunal”, American Journal of Law & Medicine, Vol.30 (2004),pp.419-421.
[60] Mental Health Advisory Team IV, Office of the Surgeon General, US Army Medical Command, Operation Iraqi Freedom 05-07, Final Report 35(2006), que se puede obtener en http://www.armymedicine.army.mil/news/mhat/mhat_iv/MHAT_IV_Report_17NOV06.pdf.
[61] Ver, por ejemplo, Thornburn v. Department of Corrections, 78 Cal. Rptr. 2d 584.590-1 (Cal.Ct. App. 1998). Ver en general: Joan M. LeGraw y Michael A. Grodin, Health professionals and lethal injection execution in the United States”, Human Rights Quarterly, Vol.24 (2002), p.382 (afirmando que la  participación de los médicos en las inyecciones letales viola la ética médica).
[62] La denuncia contra John S. Edmonson fue presentada ante la Junta Médica de California el 6 de julio de 2005, y contenía una variedad de violaciones a la ética médica en el tratamiento de los presos. Ver Janice Hopkins Tanne, “Lawyers will appeal ruling that cleared Guantánamo doctor of ethics violations”, disponible en: http://www.bmj.com/cgi/content/full/331/7510.180-b (última visita 23/7/2005)
[63] Esto también es cierto en el caso de los abogados y las denuncias de complicidad o colaboración y ayuda en la comisión de crímenes de guerra sirve en igual forma como justificación para revocar la habilitación de los juristas. Ver George J. Annas “Human rights outlaws: Nuremberg, Geneva, and the golbal war on terror”, Boston University Law Review, Vol.87 (200/), pp.427-66.
[64] Hasta ahora, los esfuerzos para conseguir compensaciones han sido infructuosos. Ver, por ejemplo, In re Iraq & Afghanistan Detainees Litigation, 479 F.Supp.2d 85(DDC 2007).
[65] Dos organizaciones no gubernamentales dedicadas a hacer esto son Physicians for Human Rights y Global Lawyers and Physicians. Ver por ejemplo, Physicians for Human Rights, Leave No Marks, Enhanced Interrogation Techniques and the Risk of Criminality, Physicians for Human Rights, Cambridge, Mass., 2007.

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