DIOSES CRUELES Y CRÍMENES HORRENDOS
Lic. Fernando Britos V.
Horror y desasosiego - Cuando José Saramago publicó su “Caín” [1], en el 2009, estalló el revuelo porque empleando las historias bíblicas hizo una cruda y humorística parodia del gobierno del cielo. Según Saramago la historia bíblica fue escrita por un dios cruel e irresponsable capaz de ordenar a un padre el asesinato de su hijo o de exterminar a miles de niños inocentes. En suma un Dios que podría haber tenido su altar en Auschwitz o una gruta en el Batallón Nº 14 de Toledo.
La mayor acusación que se me hizo - decía Saramago - fue que tomé el texto de la Biblia en forma literal, en lugar de hacer una lectura simbólica pero es precisamente la literalidad la que es un horror. Poco antes de su fallecimiento, el gran escritor portugués atribuía el escándalo armado en torno a su relato de esos horrores a un aborregamiento inconcebible que existe en la sociedad actual. "No escribo para agradar, tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar. Me gustaría que todos mis libros fueran considerados como libros del desasosiego" decía.
Por cierto los crímenes desasosiegan a las personas, a las instituciones, a la sociedad. Son una gran plataforma para la pirotecnia mediática, la remoción de archivos y todo tipo de estremecimientos. También es campo fértil para los caranchos políticos que tratan de ganar votos azuzando temores, para los especialistas que ofrecen sus exclusivas explicaciones y teorías y para quienes aspiran a unos minutos de gloria ante las cámaras, comprendidos algunos abogados cuya técnica conduce a desaviar la atención hacia otro lado aunque lo hagan a costa de exponer patéticamente sus sentimientos personales. Abundan los pescadores de río revuelto. El miedo vende mucho y fácilmente. El temor siempre ha sido caldo de cultivo de la crueldad, la venganza, las matanzas y persecuciones, los fundamentalismos religiosos, la caza de brujas, la discriminación, el despojo, el darwinismo social[2] , la eugenesia nazi[3] y todos sus epígonos.
Afortunadamente, el desasosiego no solamente conlleva el revoloteo de caranchos y pavos reales sino que moviliza a los elementos más sanos y lúcidos de la comunidad. Entonces es posible ver hoy a los responsables de la salud pública y a sindicalistas de la salud que actúan valientemente impulsando medidas, dando explicaciones y apoyo a los dolientes, restableciendo la confianza, repudiando los crímenes sin ambages. También hay expertos serios que hacen un esfuerzo, generalmente discreto, para descubrir, explicar y prevenir estos delitos y especialistas internacionales que aportan la experiencia de otros países ante situaciones antecedentes y desgraciadamente similares.
En crímenes horrendos como los perpetrados por los nazis, los cometidos por las dictaduras en los países del Plan Cóndor (Uruguay, Argentina, Brasil, Chile y Paraguay) o por las tropas estadounidenses y sus aliados en Irak y Afganistán, o los asesinatos ejecutados por los enfermeros procesados el domingo 18 de marzo en Montevideo, el ¿cómo pudo suceder?, ¿cómo lo llevaron a cabo? Y sobre todo el ¿porqué? constituye una fuente de desasosiego que nos confronta con la crueldad que pueden llegar a desarrollar personas “como nosotros”, aparentemente incapaces de tales atrocidades.
¿Entes sobrenaturales o seres de carne y hueso? - Consciente o inconscientemente sabemos que para estos sucesos estremecedores no hay ni podrá haber sosiego aunque se los atribuya a designios sobrenaturales, a enfermedades o locura transitoria. Los crímenes horrendos demuestran a algunos y hacen sospechar a otros, que los dioses han sido hechos a semejanza de los humanos y no a la inversa. La mayoría de los interrogantes no tiene respuestas unívocas ni sobrenaturales aunque se suela denominar a los criminales como ‘ángeles de la muerte’, ‘seres demoníacos’ u otras entidades más o menos infernales o celestiales, en todo caso tan distantes de nosotros como el Dios y los querubines con espadas de fuego de las historias bíblicas. Los crímenes monstruosos no son obra de monstruos ni de dioses sino de seres comunes y corrientes.
¿Por qué lo hicieron?, ¿por qué fueron asesinados incontables inocentes, hombres y mujeres, niños y ancianos, desarmados, enfermos, presos, indefensos? ¿Por qué torturaron, mutilaron y violaron? ¿Cuáles son los elementos comunes en estos crímenes horrendos? ¿Se los puede prevenir o siempre nos sorprenderán sumando el temor de la sorpresa a la atrocidad? ¿Existen explicaciones o atenuantes? ¿El tiempo es capaz de borrar este desasosiego o la condición humana obligará a su repetición? Por ahora solamente es posible hacer algunos apuntes con el beneficio de un eterno inventario, es decir como parte de una reflexión crítica que, más allá de cualquier intelectualización o racionalización, es la forma humana de conjurar el temor junto con las medidas prácticas que se deben adoptar o revisar.
El horror no tiene atenuantes aunque los perpetradores invariablemente los esgriman. Un perpetrador que resulte ser un psicótico violento, que en un estado delirante perciba voces que le ordenan cometer un crimen, podrá ser condenado por la justicia bajo una categoría de responsabilidad distinta que la de un psicopático o un perverso cuyo desorden suele ser poco perceptible y cuya característica fundamental es la ausencia total de sentimientos de culpa[4]. Sin embargo la enormidad del crimen no puede ser amortiguada por informes de la psicología forense. Deliberadamente la mayoría de los perpetradores de asesinatos masivos recurren a la negación de la evidencia y a las formas de banalización del mal bien conocidas, entre otras: “obediencia debida”, “culpa colectiva como diseminación y desplazamiento de la responsabilidad”, “cumplimiento del deber”, “compasión” , “justificación”, “expiación” , “insanía temporal”[5] etc.
Reiteradamente, ante los crímenes monstruosos hay quien apunta a “fallas del sistema”, “mala praxis”, “excesos que se cometieron durante los interrogatorios”, “accidentes durante los traslados”, “estrés provocado por condiciones insoportables de trabajo”, “responsabilidad de los superiores” y genera la tendencia a desplazar la responsabilidad de los perpetradores directos hacia otro lado. Estos son sofismas de distracción que, por lo común, se emplean para enturbiar las aguas, sembrar rencores y eludir responsabilidades.
Una cosa son los errores (así fueran de juicio) y los accidentes, las carencias o los estados mentales de las personas y otra muy distinta la comisión deliberada de un asesinato o de una masacre, la organización de un genocidio, la ejecución de prisioneros, las violaciones y las torturas. La búsqueda de justicia y de prevención contra los crímenes no puede conducir a peligrosos desplazamientos de la responsabilidad (típicos de los linchamientos y de la caza de brujas). Los responsables de asesinatos múltiples y otros graves crímenes contra la vida, la libertad y la dignidad de las personas, son antes que nada criminales que deben responder por sus delitos pues actuaron deliberadamente y no hay justificación o atenuante de su responsabilidad dado que, en el caso de los enfermeros asesinos, conocían la entidad y el fin de sus acciones aunque pudieran no tener una percepción consciente de las consecuencias que acarrearían para ellos.
En otras palabras, los intentos por satanizar determinados trabajos, profesiones u organizaciones mediante las culpabilización colectiva, tienden a amortiguar las responsabilidades de los principales perpetradores, contribuyen a ocultar las causas y el papel que jugaron otros actores y permiten disimular las circunstancias concretas que favorecieron la ocurrencia de los crímenes[6]. Cualquiera de estos enfermeros asesinos se puede identificar perfectamente con Gavazzo, con Rodríguez Buratti, con Arab y su psiquismo criminal no es comparable con sus compañeros o reductible a males profesionales o imputable a las condiciones de trabajo. Para poder interpretar correctamente esta analogía, aún en sentido inverso y sin caer en el psicologismo, tenemos que referirnos a las organizaciones criminales porque una cosa son estas y otra distinta las que se ha dado en denominar organizaciones tóxicas (aquellas donde los trabajadores enfrentan grandes riesgos psicosociales).
Organizaciones criminales y asesinos infiltrados - Cualquier crimen y en particular los asesinatos múltiples y masivos requieren un grado importante de organización. Algunas organizaciones son o fueron netamente criminales como las Schutz Staffel (SS) de los nazis, la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) de Chile, la Central Intelligence Agency (CIA) de los Estados Unidos o el Servicio de Información y Defensa (SID) y el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA) en el Uruguay, así como las distintas mafias y cárteles del narcotráfico, por mencionar solo algunas.
En algunos casos los perpetradores pueden introducirse en una organización existente cuyos fines originales son antagónicos con sus propósitos, como son las instituciones de salud, de educación, de asistencia social, de beneficencia, algunas instituciones militares, policiales o religiosas, etc. Entonces pueden utilizar a la organización infiltrada y a sus integrantes (sus compañeros, sus vecinos, sus subalternos y, a veces, sus superiores, sus amigos, sus camaradas de armas) para encubrir sus acciones o para obtener cómplices y desarrollar su propia organización criminal[7]. Los asesinos se mimetizan bien, basándose en su conocimiento del terreno y los procedimientos, en sus vínculos, en su aparente espíritu de colaboración, en la buena reputación y confianza que generalmente se ganan con la ejecutividad, obsesividad y prolijidad que, invariablemente, son notorios rasgos de personalidad en estos individuos.
Las tipologías individuales no suelen funcionar muy bien ni permiten establecer un “perfil” de los asesinos si no se insertan en un contexto concreto[8]. Estos asuntos recaen en un campo de la psicología y la psicopatología inquietante y ajeno a los esquemas tipológicos. Ante las organizaciones criminales el problema consiste en denunciar y probar los crímenes para obtener primero una condena genérica y la desarticulación de la organización; identificar y capturar a sus integrantes; establecer la responsabilidad de los perpetradores y juzgarlos por crímenes de lesa humanidad, por ende imprescriptibles; desmontar los mecanismos de reproducción de la organización criminal y adoptar medidas para prevenir su resurgimiento mediante – entre otras medios – la información y divulgación, la exposición de los crímenes, la reflexión y las acción sobre las causas, la enseñanza y una serie de actividades de promoción cívica a las que nos referiremos más adelante.
La lucha no es sencilla aunque tales organizaciones hayan sido identificadas como esencialmente criminales, entre otras cosas, como efecto de la monstruosidad misma de sus crímenes y de los fines, confesos e inconfesables pero aplicados para los que fueron concebidas. Debe recordarse lo que advertía Simon Wiesenthal en su libro Los asesinos están entre nosotros al señalar la convicción que mantenían los responsables de los campos de concentración acerca de que la enormidad de sus crímenes les favorecería mediante la incredulidad y la desaparición de testigos lo que terminaría amparándolos [9].
En el caso de las organizaciones complejas con fines sociales de cualquier tipo: hospitales, clínicas, escuelas, asilos, guarderías, organizaciones benéficas, no existe una forma fácil y sensata para detectar a los criminales reales o potenciales. No hay test o evaluación psicológica que permita, en forma válida y confiable, “filtrar” a quienes ingresan a estas instituciones o a quienes trabajan en ellas de modo de descartar a los que tengan “predisposición criminal”. Es lamentable que alguien sostenga - como ha sucedido en estos días de desasosiego turbulento - que las pruebas psicológicas y psiquiátricas, que se dejaron de practicar a los estudiantes de enfermería hace 25 años, deberían reimplantarse para evitar estos desastres.
La interpretación de los estudios de la personalidad, la fisonomía, la gestualidad, las reacciones psicofisiológicas, la activación de regiones de la corteza cerebral o cualquier otra característica o fenómeno que se registre en una persona, no son evidencia de un “estado peligroso” y no tienen valor preventivo: son pseudociencia. Las pruebas psicológicas usadas como filtros pueden determinar la existencia o inexistencia de ciertas aptitudes específicas para ciertos trabajos concretos pero nunca se ha demostrado su eficacia para prevenir el ingreso o la acción de asesinos infiltrados en organizaciones complejas. A sabiendas o no, la promoción de técnicas psicológicas que estudian la personalidad, en estos casos, son actos oportunistas que los mercaderes de la certeza promueven para vender, a buen precio, supuestas servicios o para ganar prestigio explotando las histerias represivas que se generan por el temor que producen los crímenes masivos[10].
En suma, las técnicas psicológicas y los exámenes psiquiátricos son rudimentarios o carecen de idoneidad para hilar fino en estas materias. No sirven para pronosticar la ocurrencia de crímenes o para descubrir a los potenciales perpetradores. ¿Por qué son inútiles? La respuesta es más sencilla de lo que parece. Las técnicas psicológicas (tests, cuestionarios, entrevistas, dinámicas de grupo, polígrafo, etc.) están diseñadas y fueron concebidas para “descubrir” ciertos rasgos de personalidad que se aparten de la norma. Están fuertemente sesgadas hacia lo patológico en el sentido manualístico del término. Pero los asesinos seriales y grandes criminales se “especializan” en parecer normales, son eficientes y suelen ser amables, compasivos, simpáticos, serviciales y buenos compañeros. La mayoría de ellos son inteligentes y para nada descuidados.
Seguramente si alguien estudiara la personalidad de criminales como Juan Carlos Blanco, José Gavazzo, Gregorio Álvarez, Silveira o Cordero se encontraría con un grupo de señores mayores que, aparte de los cambios que produce la edad, no se distinguirían psicológicamente de los jueces, de los abogados o del común de los ciudadanos.
Eichmann era un gestor eficiente que se limitaba a cumplir con sus obligaciones aunque estas consistieran en enviar a la muerte a millones de inocentes. La monstruosidad de sus acciones llevó a los psicólogos, en distintas instancias, a estudiar la personalidad de los jefes nazis apresados como Hermann Goering, Julius Streicher y Rudolf Hoess (el comandante de Auschwitz), en busca de explicaciones para tanta maldad. Los psicólogos que aplicaron el conocido test proyectivo de manchas de tinta (el Rorschach) a los criminales nazis juzgados en Nuremberg no pudieron descubrir anomalías: eran individuos “normales” que los mismos expertos no podían distinguir de sus propios amigos y compañeros[11] .
Omnipotencia, obediencia e impunidad – La máscara de normalidad y la justificación por presuntos fines superiores que adoptan los grandes criminales son aspectos del camuflaje psicológico con que se aseguran las condiciones para un delito reiterado. Estos crímenes son siempre una cadena o espiral terrorífica. Cuando se habla de asesinatos seriales se hace el énfasis en el sistematismo y la adicción que genera en los perpetradores. Descifrar el sistema, es cometido de la policía, los criminalistas, la justicia y puede conducir a la captura de los criminales a través del trabajo de un conjunto de peritos, técnicos y especialistas que contribuyen a la recolección de evidencias y consolidación de las pruebas.
Además los psicólogos y otros especialistas pueden aportar algunas claves para comprender lo que impulsa o sostiene el comportamiento criminal y tal vez puedan contribuir a descubrir a los potenciales perpetradores pero no mediante cuestionarios o pruebas sino estudiando las características de las organizaciones, especialmente la que las convierten en presa fácil para la infiltración criminal o la corrupción de sus fines.
La base psicológica es una mezcla de omnipotencia[12], autoritarismo[13] e impunidad. Los criminales se sienten superiores al común de los mortales, tienen “una misión”, un destino superior, un poder absoluto sobre otros seres, el poder de quitarles la vida, de despojarles de su dignidad, de su identidad, de su conciencia. Fueron en su momento en todo semejantes al Dios bíblico que impuso a Job las pruebas más inicuas y que este recibió con aborregamiento extremo. Esta omnipotencia, de poder absoluto, junto con la sensación de impunidad total, de ausencia de responsabilidad, constituyen la mezcla maldita con la que se embriagan, en sentido figurado, los asesinos y verdugos voluntarios.
Ahora bien, la omnipotencia a pesar de ser un sentimiento vinculado con la capacidad fáctica de ejercer poder sobre otras personas o seres vivientes no está en relación inexorable con el poder real que ejercen los individuos. Si no fuera así, los responsables de crímenes atroces se encontrarían siempre y solamente entre los dirigentes. Por el contrario, algunos perpetradores y responsables de asesinatos, masacres, desapariciones y torturas tienen una responsabilidad mayor e insuperable pero en tanto autores intelectuales o jefes supremos. En Uruguay y hasta donde sabemos, Bordaberry, Blanco, Álvarez – por ejemplo – dieron órdenes para torturar y asesinar pero no ejecutaron directamente esos crímenes sino a través de sus esbirros lo que hace más grave su responsabilidad.
Prevenir las consecuencias nefastas de la omnipotencia de los jefes máximos es un problema de ejercicio cívico, de participación de la gente, de control democrático sobre las instituciones, de defensa de las libertades, de rechazo al aborregamiento que denunciaba Saramago, de conciencia, de defensa y ejercicio de los derechos y libertades. La cuestión es más compleja cuando la parcela de poder de un perpetrador es más reducida, más discreta, menos evidente y cuando los antecedentes del victimario lo aproximan a la víctima, cuando ésta última está más aislada, más indefensa, más incapaz de reaccionar. Por eso en los antecedentes de los perpetradores suelen encontrarse episodios de abuso, de sometimiento violento, de privación emocional o daño grave, de postergación y humillación, sobre todo en la infancia, aunque debe advertirse que el haber sufrido estos daños no determina que la víctima se volverá, inexorablemente, un victimario. Por el mero relevamiento de antecedentes no se llega a una comprensión suficiente de estos fenómenos.
La enorme mayoría de las víctimas de abuso infantil, por ejemplo, tendrán secuelas de por vida pero, afortunadamente, la mayoría serán capaces de recuperarse y desarrollar una buena vida adulta. Algunos pueden manifestar problemas en distintos momentos de sus vidas pero solamente una minoría se transforma en alguien capaz de infligir a otros los abusos que sufrió y muchísimos menos se convierten en asesinos o torturadores. Sin historia no hay comprensión o intervención posible pero los antecedentes nunca deben conducir a un determinismo condenable y condenante.
Aquí aparece otro ingrediente de esta peligrosa carga psicológica: la obediencia propia de las llamadas personalidades autoritarias. Simplificando diremos que alguien es autoritario cuando se muestra sumiso y servil con quienes considera que están por encima y prepotente y distante con quienes considera inferiores. La obediencia acrítica que la mayoría de los sistemas de entrenamiento procuran introducir en los integrantes de las organizaciones regimentadas y extremadamente jerarquizadas (militares, policiales, en ciertos trabajos de alto riesgo, etc.) es uno de los elementos que los miembros de una organización criminal o los infiltrados en una organización de otro tipo utilizan más a menudo para encubrir su accionar delictivo, para eludir su responsabilidad si son descubiertos (“cumplía órdenes”), para coaccionar a otros integrantes de modo que lo encubran (consciente o inconscientemente) y para racionalizar las secuelas de sus actos delictivos (una forma de impunidad).
En suma, omnipotencia, autoritarismo e impunidad, real o presunta, conforman el medio en que un asesino serial, un sicario, un torturador, pueden desenvolverse. En términos generales, cualquier presupuesto de análisis, de prevención, de lucha contra este tipo de crímenes debe partir de un abordaje de esos tres elementos “catalizadores” de la violencia contra las personas, tanto en cuanto a los individuos como en cuanto a las organizaciones.
Estigmatización y mecanismos de defensa - En los casos de enfermeros, niñeras, educadores entre otras actividades, esencialmente benéficas y humanas, debe considerarse otro ingrediente: la estigmatización propia del trabajo sucio. Son trabajos sucios todos aquellos que la sociedad considera imprescindibles pero que menosprecia o rechaza por una o varias de las siguientes razones, entre otras: porque la actividad implica el contacto con personas estigmatizadas (enfermos, ancianos, discapacitados, minorías, etc.), porque se trata de un trabajo que requiere contacto físico con cuerpos muertos, basura y desperdicios, sustancias tóxicas y otros elementos temibles o repugnantes; porque son trabajos que se llevan a cabo en condiciones de dependencia extrema y servilismo o donde se pone en juego la integridad física; trabajos que exigen gran sacrificio y esfuerzo a cambio de una remuneración escasa; trabajos rutinarios y carentes de sentido; trabajos que para otras personas aparecen como moralmente censurables; trabajos sometidos a grandes riesgos psicosociales (estrés, acoso laboral, acoso sexual).
La estigmatización de los trabajos sucios no excluye la admiración o el aprecio que pueda o deba recibir una persona en su desempeño. Por ejemplo, el trabajo de los bomberos tiene un elevado grado de reconocimiento por la heroica función que cumplen pero la diferencia entre ese reconocimiento y lo que expresa la remuneración, las condiciones de trabajo y los riesgos reales es tan grande que el resultado es un prestigio escaso y por ende el estigma de un trabajo sucio.
El desempeño de un trabajo que sufre cierto grado de estigmatización (la enfermería se encuentra en ese caso sin duda alguna), no es causa ni explicación de una actividad criminal pero el gradiente[14] social opera o sirve a un psicopático o un perverso y puede desencadenar los complejos mecanismos de la omnipotencia capaz de conducir a una serie de crímenes atroces. Debe quedar meridianamente claro que el desempeño de un trabajo estigmatizado no implica, en modo alguno, una predisposición al desarrollo de conductas criminales. Los enfermeros asesinos, por ejemplo, son asesinos infiltrados en una organización de la salud y disfrazados como enfermeros.
No hay evaluación psicotécnica o batería de tests que puedan dar cuenta de que estos ominosos mecanismos se han puesto en marcha. Los mismos criminales generalmente son incapaces de darse cuenta en que forma han empezado a matar y como se han involucrado en una espiral de violencia fría y solapada, donde se juega con la vida de otros seres humanos y las maldades mayores que puedan concebirse se convierten en una actividad cotidiana. Por lo común no son capaces de expresar las verdaderas razones por las que se han embriagado de impunidad para entrar en una competencia perversa o en una carrera por trofeos.
Todos los trabajos sucios (y muchos se sorprenderían de cuántos lo son, en una sociedad con una compleja división del trabajo como lo es la nuestra) conducen al desarrollo de mecanismos de defensa, individuales, grupales e institucionales. Los asesinos infiltrados no son recién llegados. Tal vez se convirtieron en asesinos cuando ya formaban parte de una organización y la utilizaron para encubrir su acción o para montar su propia organización criminal. Tal vez una organización criminal los reclutó porque conoció sus antecedentes o su potencial delictivo expresados en ciertos rasgos psicofísicos[15] pero en todo caso, los asesinos no solamente se ponen la piel de la organización sino que utilizan los mecanismos de defensa contra la estigmatización.
Esto es muy inquietante y favorece los manejos aviesos que algunos hacen deliberadamente, buscando réditos inconfesables y otros apremiados por el temor, el dolor o la angustia. Uno de los mecanismos de defensa de cualquier organización y en particular en las que presentan algún grado de estigmatización es “el espíritu de cuerpo”. Todas aquellas medidas que conducen a sentirse integrante de un grupo específico, con características y quehaceres propios, diferentes y superiores que los demás, refuerzan el respaldo que reciben los miembros del grupo. En definitiva, los uniformes, las túnicas, los galones, las insignias, cierto tipo de lenguaje, de trato, de costumbres, de hábitos, de preferencias, están incorporados en la pertenencia al grupo. Son la marca y símbolo del amparo que el grupo confiere.
En las organizaciones criminales represivas, mafiosas, delictivas, el mecanismo de defensa que se emplea para reforzar el grupo no solo “protege” a los integrantes sino que los desensibiliza y prepara para matar y cometer todo tipo de atrocidades sin reparos o, en lo posible, sin culpa. La desensibilización debe ir acompañada por la despersonalización o cosificación de quienes no pertenecen al grupo, los que potencialmente son sus víctimas. Bastante se ha sufrido este trato cuartelero y carcelero como para que no sea reconocido pero es importante que el ritual de despersonalización sistemáticamente aplicado en los cuarteles, el Penal de Punta de Rieles y el de Libertad durante la dictadura no sea olvidado y pueda ser analizado a fondo.
En el caso de una organización con fines altruistas, como son las de la salud por ejemplo, el mecanismo del espíritu de cuerpo funciona en forma mucho más compleja y todas las consideraciones que ahora se hacen deben ser tomadas como insumos para una reflexión más profunda y para acciones de mediano y largo plazo.
En inglés existe un término peyorativo que no tiene traducción, “warmonger”, no es exactamente un belicista sino un promotor de la guerra, alguien que da manija para que los pueblos se enfrenten en una guerra. Entre nosotros hay una variante, los promotores del miedo, de la desconfianza y el temor. De la misma manera hay gente que reacciona ante esta manija desde el espíritu de cuerpo y esto tampoco ayuda a reparar lo reparable, a consolar y a prevenir. Está claro que el comportamiento de dos asesinos y eventualmente de alguno más y de sus cómplices o encubridores no puede ser tomado ni desarrollado como un ataque contra los profesionales de la salud. Sin embargo, de hecho puedan producirse tensiones y episodios agresivos contra personal médico y de enfermería como producto del terror sembrado por los promotores del miedo entre los usuarios del sistema de salud.
Por otra parte, el dolor, a veces, lleva a reclamar retaliación más que justicia o responsabilidades. Los promotores del miedo procuran todo tipo de desplazamientos, culpabilizan, siembran versiones, venden mucho y ganan notoriedad y/o dinero. Día a día cambia el tenor, desde el 18 de marzo se ha pasado de la variante “los asesinatos serían cientos y por doquier” hasta “todo falla, todo está mal, todos los enfermeros son omisos, todos los médicos son omisos” pasando por “sabían desde hace tiempo y no hicieron nada”. La mayoría de estas formulaciones son falacias tendientes a sembrar miedo y desconfianza, como por ejemplo la que borra la diferencia entre todos y algunos: “todos los menores son delincuentes”.
Volvamos a los mecanismos de defensa. En ciertas profesiones, la desensibilización parcial aparece como necesaria para poder superar el estrés y la angustia que la misma actividad produce. También operan otros mecanismos individuales, como la negación o el desplazamiento, que son muchas veces superados por las exigencias del trabajo sucio. De este modo son necesarios mecanismos grupales para conseguir la “descompresión” que, como sucede con los buzos, deben llevar a cabo los trabajadores para hacer transiciones hacia y desde el trabajo. Los infiltrados se mimetizan muy bien. Utilizan la organización para acceder a las víctimas y se identifican con los demás integrantes aprovechando sus mecanismos de defensa aunque, a los ojos de sus compañeros, aparecen como los más “fuertes”, los más “equilibrados”, los más “confiables” y los que menos necesitan un respaldo.
Una observación cuidadosa, un funcionamiento fluido de un grupo humano, la atención y la auténtica solidaridad en una organización hace que las características de un psicopático o un perverso infiltrado en un hospital, en una escuela, en un asilo, en una guardería, se hagan notorios. Esto es todavía más notable cuando, como suele suceder, los perpetradores forman una organización dentro de la organización, se constituyen en un grupo criminal que tiene sus ejecutores, sus cómplices, sus informantes y, a veces, hasta sus admiradores. Los asesinatos, las violaciones, los secuestros y tantos otros crímenes pueden ser prevenidos y evitados si las prestan mayor atención a la transparencia de las acciones y al involucramiento cívico de sus integrantes. Además puede haber mecanismos institucionales para brindar apoyo psicológico y jurídico a quienes enfrentan riesgos psicosociales o sus secuelas (acoso moral, acoso sexual, discriminación, estrés, consunción, insomnio, adicciones, etc.).
Libertad y corresponsabilidad – Nos permitirá el lector, si ha llegado a este punto, que hagamos lo que parece una digresión pero que, sin embargo, consideramos esencial para enfrentar el desasosiego, el aborregamiento de la sociedad al que se refirió Saramago y la falta de solidaridad, de modo que se pueda erradicar la violencia y combatir los crímenes horrendos. La libertad y la responsabilidad son características inseparables de la condición humana. Los actos humanos no se explican mediante la causalidad de las ciencias naturales sino que intervienen las intenciones y las razones. Todos debemos responder de nuestros hechos, esa es la responsabilidad, y al hacerlo tratamos de explicar las razones que hemos tenido para actuar de tal o cual modo, tratamos de justificarnos. La capacidad de justificarse, a su vez, corresponde al haber actuado con libertad. Es cierto que no basta con poder justificarse sino que es preciso querer hacerlo; esto es la buena voluntad. Sin buena voluntad la justificación individual nunca se produce.
Todos sabemos que el ser humano es un ser social que construye su vida en comunidad y como nuestros actos afectan, directa o indirectamente, la vida de otras personas estamos obligados a responder no solamente por lo que hacemos sino por lo que omitimos. En la sociedad actual es fácil eludir las responsabilidades en razón de la complejidad en la división del trabajo.
Las grandes organizaciones tienden al desarrollo de cierto anonimato por parte de sus integrantes y por otra parte hoy en día nadie empieza y termina un trabajo por si solo. En la salud, en la enseñanza y en otros campos muy sensibles de la actividad esto resulta muy claro, hay una comunidad de esfuerzos para sanar un enfermo o para educar a un niño en la cual participan muchos actores y aunque las responsabilidades no desaparecen se pueden volver difusas.
“Las responsabilidades colectivas existen pero - como dicen Victoria Camps y Salvador Giner (2001) - son más eludibles que las individuales o es más fácil que paguen justos por pecadores” [16]porque estos últimos, amparados por el poder o por organizaciones criminales tienen más posibilidades de escapar. La democracia requiere tener en cuenta la responsabilidad compartida y su inhibición conduce a lo que se ha llamado la “judicialización” de la vida pública en la que, el reconocimiento de la responsabilidad se abandona, exclusivamente en manos de los jueces. Si los magistrados dictaminan que hubo delito u omisión se lo acepta (a veces) pero si no es así no hubo falta aunque haya damnificados. La responsabilidad jurídica es importante pero no es la única forma de responsabilidad.”Las leyes tienen fisuras y lagunas. Su generalidad permite trampas y, sobre todo, no todas las conductas incorrectas son o tienen que ser delictivas”.[17]
Entendemos que ahí está la clave para prevenir el delito, desenmascarar a los delincuentes (asesinos, ladrones, violadores, pedófilos, etc.) infiltrados en las organizaciones y ser capaces de enfrentar con éxito la subsistencia y el desarrollo de organizaciones criminales. Los problemas más graves, como estos, demandan una respuesta colectiva y cívica responsable, más allá de las soluciones puramente institucionales. “El civismo no es otra cosa que hacerse responsable de la conservación de aquellos valores que constituyen nuestro patrimonio ético y esa responsabilidad contribuye a configurar el interés común. (…) La sensibilidad hacia lo que no funciona como es debido, o hacia aquellos problemas que son de todos porque expresan injusticias, una sensibilidad que no se quede en puro lamento, sino que lleve a la acción, es la prueba de que aceptamos esos valores y nos hacemos responsables de ellos”.[18]
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[1] Saramago, José (2009) Caín, Alfaguara, Madrid, 2009. (280 pp.)
[2] Darwinismo social: es la creencia que la evolución social puede ser explicada por medio de leyes de la evolución biológica. Este determinismo biológico afirma que las leyes sociales forman parte de las leyes naturales y pone en primer plano la lucha entre individuos o grupos humanos por la supremacía, “los más aptos”, menospreciando las fuerzas sociales y las circunstancias históricas.
[3] La eugenesia nazi se manifestó en una serie de políticas sociales aplicada a la mejora de la raza que condujo a la eliminación de aquellos seres humanos que clasificaron como "vidas indignas de ser vividas" (Lebensunwertes Leben). Cientos de miles de discapacitados físicos y enfermos mentales fueron sistemáticamente asesinados en Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial.
[4] En estas instancias la divulgación de las categorías que maneja la psicopatología suele ser inevitable pero poco esclarecedora. El desasosiego también impulsa a los profesionales.
[5] Ejemplo reciente: Robert Bales, un sargento de 38 años, mató a sangre fría a dieciséis civiles, la mayoría mujeres y niños, en Kandahar, Afganístán, el pasado 11 de marzo. Será juzgado en EUA y un vocero del gobierno le confió a The New York Times que “hubo una combinación de estrés, alcohol y problemas domésticos que simplemente explotó”. Bales era un soldado distinguido, casado con dos hijos, buena conducta y 11 años de experiencia, en fin un hombre normal pero con un par de antecedentes como civil por violencia doméstica y omisión de asistencia. (El Observador, 19 de marzo de 2012, pp.22).
[6] Cfr. Finchelstein, Federico (edit.) (1999) Los Alemanes, el Holocausto y la Culpa Colectiva. El Debate Goldhagen. EUDEBA, Buenos Aires.
[7] El papel de la emulación y las ideas que se inculcan ha sido estudiado. Se sabe que los asesinos seriales tienden a replicar horrores que se difunden en las noticias y sobre todo que las organizaciones criminales “aprenden” de sus antecesoras e incluso preparan institucionalmente a sus cuadros para el terrorismo de Estado o para actuar en redes mafiosas. En la emulación y desarrollo de los perpetradores se procura que compitan por llegar a extremos de atrocidad que les excitan. Se respaldan entre si y forman agrupamientos virtuales que reproducen la crueldad. Por eso la emulación los mecanismos de desensibilización deben ser tomados muy en cuenta para poder desarticular una organización criminal, condenar a sus integrantes y prevenir la reaparición y el aprendizaje aunque se trate de organizaciones laxas de dos o tres individuos.
[8] El perfilismo es una desviación taxonómica donde la clasificación de los sujetos de estudio otorga tranquilidad y cierto respaldo a las generalizaciones endebles, abstractas o sesgadas.
[9]Palabras de un SS a un prisionero: “De cualquier modo que termine esta guerra, la guerra contra ustedes la hemos ganado, ninguno de ustedes quedará para contarlo pero incluso si alguno lograra escapar el mundo no lo creería. Tal vez haya sospechas, discusiones, investigaciones de los historiadores, pero no podrá haber certidumbre alguna porque con vosotros serán destruidas las pruebas. Aunque alguna prueba llegase a subsistir y aunque alguno de ustedes llegara a sobrevivir, la gente dirá que los hechos que cuentan son demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda aliada y nos creerá a nosotros que lo negaremos todo, no a ustedes. La historia de los campos de concentración seremos nosotros quienes la escribamos”.
[10] Los casos más claros se han inscripto en las secuelas de la destrucción de las Torres Gemelas, en setiembre de 2001, que además de servir de pretexto para las guerras y matanzas en Irak y Afganistán generaron un comercio de decenas de miles de millones de dólares en sistemas de seguridad muchos de los cuales han demostrado ser turbios negociados carentes de eficacia o, lo que es peor, utilizados para cometer más crímenes en lugar de proteger a las personas.
[11] Sobre este asunto Cfr. Britos V., Fernando (2012) “Cerebros violentos: desde la psicología y la medicina a las ciencias jurídicas y forenses con preocupación”. En el blog Ética y Psicopatología del Trabajo (7 de enero de 2012). En 1976, Mally Harrower de la Universidad de Florida pidió a 15 expertos en Rorschach que informaran los resultados de los tests aplicados a Eichmann, Goering y otros cinco criminales nazis junto con otros ocho pertenecientes a estadounidenses, algunos de ellos enfermos y otros sin evidencia de desórdenes psicológicos. El resultado fue abrumador: los expertos no pudieron descubrir cuáles correspondían a la gente común y cuáles a los criminales (Citado por Gibson, Janice y Mika Haritos-Fatouros (1986) “Existe un método muy cruel en la locura de enseñar a la gente a torturar casi cualquiera puede aprender” En: Psychology Today en Español, año 1, Nº 3, pp. 22-28).
[12] Cfr. Grodin y Annas (1997) Médicos y tortura: las lecciones de los doctoress nazis. Revista Internacional de la Cruz Roja, N.º 867, septiembre de 2007
[13] El estudio de la personalidad autoritaria sigue siendo atractivo a pesar de que los intentos por elaborar un cuestionario que permitiera revelarla no hayan tenido éxito. Cfr. Adorno, T. W. et al. (1965). La personalidad autoritaria. Estudios sobre el prejuicio. Buenos Aires: Proyección.
[14] El término se aplica en su acepción de pendiente, desequilibrio o inclinación que predispone a riesgos psicosociales como el aislamiento y rechazo, el acoso moral o sexual, el estrés y la consunción.
[15] Para profundizar sobre estas características y carreras criminales es interesante lo que refiere el Prof. Haritos-Fatouros (artículo de Gibson y Haritos-Fatouros citado en nota 9) acerca de la selección y entrenamiento de asesinos y torturadores por parte de la dictadura militar en Grecia (1967-1974) o la trayectoria del torturador y asesino chileno Osvaldo Romo (Cfr. Wikipedia).
[16] Victoria Camps y Salvador Giner (2001) Manual de civismo. Ed. Ariel, Barcelona.
[17] Ob. Cit. PP. 146.
[18] Ob.cit. pp.147.
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