The New York Times Magazine
22 de octubre de 2006
UN DESCUBRIMIENTO MALVENIDO
Por Jeneen Interlandi[1]
En
una lluviosa tarde de junio, Eric Poehlman se encontraba de pie ante un jurado
federal en la Corte Distrital de los Estados Unidos en el centro de Burlington,
Vermont. La audiencia para su sentencia se había prolongado por más de cuatro
horas y Poehlman, invistiendo un traje negro, permaneció en silencio mientras
los juristas discutían acerca de la sentencia adecuada a sus transgresiones.
Ahora era su oportunidad para hablar. Un año antes, en el mismo juzgado,
Poehlamn se había declarado culpable de mentir en una presentación para
solicitar fondos federales y admitió
haber falsificado datos científicos sobre la obesidad, menopausia y
envejecimiento por más de una década, en su mayor parte mientras llevaba a cabo
investigación clínica como miembro contratado de una facultad de la Universidad
de Vermont. Presentó información fraudulenta en conferencias y en artículos
científicos y empleó dicha información para conseguir millones de dólares de
fondos federales del Instituto Nacional de Salud (NIH, su sigla en inglés) – un
crimen pasible de una pena de hasta cinco años de estadía en una prisión
federal. La admisión de culpabilidad por parte de Poehlman se produjo después
de más de cinco años durante los cuales negó los cargos que se le imputaban,
mintió bajo juramento y trató de desacreditar a quienes lo acusaban. Cuando el
caso finalizó se había transformado en uno de los más costosos, en cuanto a
fraudes científicos, en la historia de los Estados Unidos.
“Necesito empezar disculpándome”
dijo Poehlman en esta ocasión, de pie en el estrado ante el juez. Hablando
rápidamente y tartamudeando ocasionalmente, pidió disculpas a sus amigos y
antiguos colegas, algunos de los cuales estaban escuchándole en el fondo de la
sala. Se disculpó con su madre, que se sentó en primera fila, llorando. Y se
disculpó con Walter De Nino, su antiguo protegido que se había vuelto contra
él, que también estaba sentado en la corte, varias filas más atrás, del lado de
la fiscalía.
“Durante
cinco años he deseado decir que lo siento” dijo Poehlman sin darse vuelta para
encarar a De Nino. “Quiero dejar muy claro que estoy arrepentido. Acepto mi
responsabilidad. No hay forma de que yo pueda volver atrás el reloj y no soy el
individuo que era hace años”
Antes
de caer en desgracia, Poehlman supervisaba un laboratorio donde casi una docena
de estudiantes e investigadores posdoctorales desarrollaban sus proyectos. Su
investigación le granjeó reconocimiento entre sus pares e invitaciones para
hablar en conferencias por todo el mundo. También le otorgó 140.000 dólares,
uno de los mayores salarios en la Universidad de Vermont. Todo esto empezó a
cambiar hace unos seis años atrás, cuando De Nino trasladó a las autoridades de
la universidad su preocupación por las anomalías en los datos de Poehlman. La
investigación que se desarrolló después – una colaboración entre la Universidad
de Vermont, la Oficina de Integridad en la Investigación (ORI , su sigla en
inglés), que forma parte del Departamento de Salud y Servicios Sociales y el
Departamento de Justicia de los Estados Unidos – dejó al descubierto
investigaciones fraudulentas que se extendían retrospectivamente casi a la mitad
de la carrera de Poehlman. Lo desvelado condujo a la corrección o retractación
de diez artículos científicos y Poehlman fue proscripto para siempre de la
recepción de dineros públicos para investigación. Se transformó en el segundo
científico en los Estrados Unidos en afrontar cargos criminales por falsificar
datos de investigación.
A
los 50 años, con su carrera en ruinas y su reputación destruida, solamente le
quedaba la esperanza de evitar la humillación final: la de convertirse en el
primer investigador sentenciado a prisión a causa de mala conducta científica.
Aludiendo a los casi 200.000 dólares que había pagado como restitución, sus
abogados habían pedido al juez que lo condenara sometiéndolo al régimen de
libertad bajo palabra. “Espero que puedan considerar que esta sentencia es
equitativa y justa, tanto para mi como para la comunidad”, alegó Poehlman, sin
necesidad de “una sentencia de
encarcelamiento o prisión”.
En
el otoño del año 2000, Walter De Nino estaba comparando las mediciones en
algunos datos que Poehlman le había dado cuando encontró algo extraño. De Nino,
que entonces tenía 24 años, había empezado a trabajar en el laboratorio de
Poehlman durante su último año en la Universidad de Vermont. El joven admiraba
al experimentado investigador y disfrutaba de la camaradería de sus pares.
Poehlman exigía fuertemente a su equipo pero también era encantador y
energético, atraía a personas que eran atletas activos como él. Los miembros
del laboratorio concurrían regularmente al gimnasio del campus durante la pausa
del almuerzo y a menudo competían juntos en maratones. Poehlman corría
diariamente tanto con colegas como con estudiantes.
De
Nino encajaba bien. Era un atleta motivado; corrió tanto en Secundaria que
sufrió docenas de pequeñísimas fracturas por tensión, en ambas piernas. Cuando
el médico le sugirió que corriera menos,
De Nino reaccionó andando más en su bicicleta. Ya en la Universidad, después de
haber terminado entre los tres primeros en tres triatlones, fue invitado para
incorporarse al Equipo Residente de Triatlón Olímpico de los Estados Unidos
para entrenar en California y Colorado.
Profesionalmente
ambicioso, De Nino se graduó con sendos títulos en ciencias nutricionales y en
dietética en la Universidad de Vermont y ganó varios premios por la
investigación que completó bajo la tutela de Poehlman. Cuando éste lo invitó a
volver al laboratorio como técnico remunerado – permitiéndole continuar el
entrenamiento a tiempo parcial para la Olimpíadas – De Nino lo vio como la
forma ideal para apuntalar su candidatura para la escuela de medicina. Aunque
los técnicos habitualmente se encuentran en los lugares más bajos de la
jerarquía del laboratorio y llevan a cabo los aspectos más elementales del
trabajo del investigador principal, un científico generoso les daría crédito en
las publicaciones. De Nino suponía que la aparición de su nombre en uno de los
artículos de Poehlman podría hacer la diferencia en una solicitud de ingreso a
la escuela de medicina.
Durante
aquel otoño en que De Nino volvió al laboratorio, Poehlman estaba investigando
la forma en que los niveles de lípidos en sangre se modifican con la edad. La
tarea de De Nino era comparar los niveles de lípidos en dos conjuntos de
muestras de sangre , tomadas con varios años de diferencia , a un gran grupo de
pacientes. En la medida en que los pacientes envejecían, Poehlman esperaba, que
los datos mostrarían un aumento en las lipoproteínas de baja densidad (LDL),
que depositan el colesterol en las arterias, y una disminución en las
lipoproteínas de alta densidad (HDL) que lo llevan al hígado donde puede ser metabolizado.
La hipótesis de Poehlman no era materia de controversia; la idea que los
niveles de lípidos empeoran con la edad se apoyaba en décadas de evidencia
circunstancial. Poehlman esperaba contribuir a este conjunto de trabajos
mediante la demostración inequívoca del cambio por medio de un estudio clínico
de pacientes actuales a lo largo del tiempo. Sin embargo, cuando De Nino
efectuó su primer análisis, los datos no apoyaban la premisa.
Cuando
Poehlman vio los resultados inesperados, se llevó el archivo electrónico para
su casa. A la semana siguiente devolvió la base de datos a De Nino, le explicó
que había corregido algunas entradas equivocadas y le pidió que volviera a
efectuar el análisis estadístico. Ahora la tendencia era clara: el HDL parecía
disminuir marcadamente con el tiempo mientras que el LDL aumentaba, exactamente
como habían hipotetizado.
Aunque
De Nino confiaba implícitamente en su jefe, el cambio era demasiado grande para
ser explicado por un puñado de números erróneamente ingresados, como Poehlman
había asegurado que era todo lo que se había limitado a arreglar. De Nino sacó
las cifras originales y las comparó con las que Poehlman le había devuelto. En
la tabla inicial, muchos pacientes mostraban un aumento del HDL entre la
primera y la segunda visita. En la tabla revisada todos los pacientes mostraban
una disminución. Asombrado, De Nino examinó las cifras nuevamente. Con
seguridad resultaba que las únicas cifras que no habían sido cambiadas eran las
que apoyaban la hipótesis.
Confundido
por estas discrepancias entre los conjuntos de datos, De Nino volvió a Poehlman
y le pidió para ver las historias de los pacientes. Cuando Poehlamn descartó
esa posibilidad, un sentimiento de intranquilidad invadió a De Nino. Procurando
asesoramiento le mandó un correo electrónico a André Tchernof, un antiguo
colaborador posdoctoral de Poehlman que recientemente se había retirado para
encabezar su propio laboratorio en la ciudad de Québec. Tchernof le confió a De
Nino que algo similar había sucedido antes con otro miembro del laboratorio.
“Le
confrontó con el hecho que las cuentas no cerraban” – escribió Tchernof a De
Nino en un correo electrónico – “la respuesta fue, más o menos, una amenaza de
pérdida del empleo”. Tchernof advirtió a De Nino que procediera cautelosamente.
Aparecer como vinculado ya fuese con la falsificación de datos o con una
acusación frívola contra un científico tan prominente como Poehlman podría
terminar con la carrera de De Nino aún antes de que empezara. Poehlman también
tenía reputación de promover favoritismos en el laboratorio. Aunque De Nino
siempre había estado del lado de los buenos para Poehlman, tanto él como
Tchernof le habían visto llevar a otros subordinados hasta las lágrimas por
infracciones relativamente menores. Si la carrera de Poehlman era cuestionada
no había dudas acerca de lo que él haría para protegerse.
De
Nino compartió su preocupación acerca de las cifras con un puñado de
estudiantes de grado y de posgrado y descubrió que otros también se planteaban
cuestionamientos. Animado por esto se aproximó a Dwight Matthews, un miembro de
la Facultad que compartía espacios en el laboratorio con Poehlman, Matthews y
Poehlman habían escrito en conjunto
cierto número de artículos y compartido fondos a lo largo de los años por lo
que a De Nino le preocupaba que pudiera alertar a éste acerca de sus sospechas
pero no podía quitarse de la cabeza la idea que Poehlman estaba escondiendo
algo y aspiraba a conseguir orientación por parte de un miembro de la Facultad.
“Antes
que nada debes entender que, sin importar como procedas, todo el mundo saldrá
perdiendo” – le dijo Matthews a De Nino cuando se encontraron para discutir
sobre Poehlman – “tu carrera resultará arruinada porque nadie te va a proteger”.
Matthews fue brutalmente franco. “La universidad saldrá mal parada – continuó –
y la reputación de Eric será destruida”. Le dijo a De Nino que debería decidir
por si mismo que era lo que iba a hacer. A posteriori, Matthews le dijo a la
periodista en una entrevista reciente que él había formulado una sugerencia:
“si vas a hacer algo, asegúrate que realmente tienes la evidencia”.
De
Nino pasó varias de las noches siguientes examinando cientos de historias de
pacientes, en el laboratorio y en el hospital de la Universidad, tratando de
verificar las cifras contenidas en las tablas de Poehlman. Cada noche era peor
que la anterior. No solamente descubrió datos invertidos sino cifras de
evaluaciones que nunca habían sido efectuadas y aún pacientes que ni siquiera
parecían haber existido. Por las mañanas volvía al laboratorio, seguía
trabajando como técnico de Poehlman y esperando el momento apropiado para
confrontar al investigador principal.
Se
supone que el proceso científico es capaz de autocorregirse. Se supone que la
revisión por pares de las revistas científicas y la habilidad de los
científicos para replicar los resultados de otros, serán capaces de erradicar
las conclusiones erróneas y de preservar la integridad de los registros
científicos a lo largo del tiempo. Sin embargo, el caso Poehlman demuestra como
un tramposo sistemático puede eludir ser detectado durante años apoyándose en
la confianza – y en los intereses personales – de sus colegas más jóvenes.
El
investigador principal en un laboratorio tiene el poder de impulsar o iniciar
carreras. Al escribir artículos con estudiantes de grado y posdoctorales, al
utilizar sus contactos para conseguir becas y nombramientos, los científicos
veteranos pueden ayudar a los trabajadores de su laboratorio a asegurarse los
codiciados puestos titulares de carrera. También pueden perjudicar mediante la
privación de estos apoyos.
Una
persona con menos confianza en si mismo que De Nino no habría cuestionado los datos revisados por
Poehlman, en primer lugar y no solamente porque podría haber significado
arriesgar futuras posibilidades de trabajo. El investigador principal no es
solamente el patrón sino también un maestro con conocimientos y experiencia.
“La confianza es un componente esencial en cualquier relación pero especialmente
lo es entre un estudiante y su mentor, particularmente en un entorno de
investigación” me dijo Tchernof en una conversación telefónica que mantuvimos
la primavera pasada, antes de la audiencia de sentencia de Poehlman. “Si uno no
confía en la persona con la que está trabajando, debería comprobar cada uno de
los datos originales. Eso simplemente no funciona pero demanda un cantidad
sustancial de dudas el superar esa verdad establecida”.
Una
vez que se ha abierto una brecha en la confianza, las consecuencias pueden ser
de largo alcance. No solamente será necesario revisar todas las investigaciones
manchadas por la sospecha sino que los casos destacados de mala conducta
también puede conmover la confianza pública. “Para empezar, ya tenemos en la sociedad
una gran sub cultura de gente que no confía en la ciencia” – dice John Dahlberg,
uno de los investigadores de la Oficina de Integridad en la Investigación (ORI)
que supervisó el caso Poehlman – “esto no ayuda para nada”.
La
mayoría de las personas involucradas en el caso Poehlman sostienen que un
fraude tan extenso como el suyo representa una patología poco común, similar a
la que condujo al científico de Corea del Sur a proclamar que había clonado células
madre humanas o al físico de Lucent Technologies que falsificó grandes
cantidades de datos sobre nanotecnología. Más frecuentes, de acuerdo con un
estudio publicado en Nature en junio de 2005, son los pequeños lapsus en el
juicio ético, como no presentar los datos que contradicen lo previamente investigado
o la asignación inapropiada de los créditos por autoría. Brian Martinson, quien
condujo ese estudio con colegas de la Universidad de Minnesota, sugiere que
esas áreas grises, que muchos científicos habitan en un momento u otro durante
sus carreras, entrañan una enfermedad mayor del procedimiento científico. Las
transgresiones menores, mayormente inadvertidas y fácilmente racionalizadas,
pueden acumularse como una placa que, a la larga, compromete la integridad
científica.
A
fines de octubre del 2000, cuando las sospechas de De Nino supuraban, Poehlman
recibió el Premio al Logro Científico Lilly durante la reunión anual de la
Asociación Norteamericana para el Estudio de la Obesidad. El acontecimiento de
una semana de duración se llevó a cabo en Long Beach, California, y Poehlman y
todo su laboratorio voló hasta allí para celebrarlo. Más de cien científicos
escucharon la conferencia de 40 minutos de Poehlman, en la cual resumió la
investigación que había llevado a cabo en la última década. La mayor parte del
trabajo que discutió se enfocaba en la desregulación energética; una falta de
equilibrio entre lo que una persona consume y lo que gasta. Este desequilibrio
se vuelve más pronunciado a medida que la persona envejece o cuando una mujer
alcanza la menopausia y puede conducir a una pérdida de masa muscular y a un
aumento en el total de grasa corporal., lo que, a su vez, puede predisponer a
las personas mayores a la obesidad y las enfermedades cardiovasculares.
En
virtud de que la mayoría de los estudios que examinan la fisiología del
envejecimiento contemplan uno de los puntos a la vez, los investigadores no
podían decir si las diferencias comprobadas se deben a la edad, a la menopausia
o a variaciones individuales. El estudio longitudinal de Poehlman sobre la
menopausia recogió las mismas medidas de cada persona dos veces durante un
periodo de seis años. Esto le permitió mostrar, por vez primera, que algunos
cambios metabólicos se debían a la menopausia y no al envejecimiento. El
estudio – publicado en 1995 en los Anales de Medicina Interna - confirmó una
suposición de larga data y contribuyó a establecer la reputación de Poehlman.
Al
resumir este y otros trabajos para sus colegas, Poehlamn exudaba gracia y
confianza, mezclando proyecciones científicas con imágenes del equipo de
colaboradores de su laboratorio y filosofando ampulosamente acerca de los temas
que habían conformado su carrera. Mencionó el destacado trabajo de sus
asistentes y concluyó con el siguiente consejo: “trabajen con gente que sea más
inteligente que ustedes.”.
André
Tchernof abandonó el laboratorio de Poehlman dos meses antes de la reunión en
Long Beach pero asistió a la conferencia del Premio Lilly con sus antiguos
compañeros del laboratorio. La faceta de la investigación de Poehlman que más
le interesaba a Tchernof era la de si la terapia de reemplazo hormonal –
mediante el suministro de estrógeno complementario a las pacientes menopáusicas
– podía ayudarlas a perder peso. Cuando todavía estaba en el laboratorio de
Poehlman, Tchernof había analizado
cifras de Terapia de Reemplazo Hormonal (HRT) del que aparentemente era
el mismo grupo de pacientes al que se refería Poehlman en su charla y no había
encontrado diferencias significativas en la pérdida de grasa abdominal entre
las mujeres que habían tomado estrógeno y las que no lo habían hecho. Pero los
gráficos que Poehlman presentó en la reunión mostraban una gran diferencia: las
mujeres que habían recibido estrógenos perdieron el doble de la grasa abdominal
que las que no habían tomado los suplementos.
“No
tengo idea de dónde salieron esos números” le susurró Tchernof a De Nino que
estaba sentado cerca de él en la primera fila. “Eso no es lo que encontramos,
en modo alguno”.
Después
de la presentación, Tchernof y Poehlman salieron a correr por la playa frente a
su hotel. Ambos disfrutaban de una cálida relación durante el tiempo en que
Tchernof hizo sus estudios
posdoctorales. Ahora Tchernof se
encontró cuestionando a Poehlman acerca de los datos de la terapia de reemplazo
hormonal que había presentado. Poehlman le aseguró que las cifras estaban muy
bien y no hizo lugar a la sugerencia de Tchernof de volver a comprobar los
números. Mientras estiraba sus músculos bajo la luz crepuscular del Pacífico,
Tchernof no podía sacarse de la cabeza la idea de que algo estaba muy mal.
Hacia
diciembre la relación de De Nino con Poehlman se había deteriorado mucho.
Cuando Poehlman se enteró que De Nino estaba haciendo preguntas acerca de la
integridad de los datos a otras personas en el laboratorio, dejaron de
hablarse. A fines de mes, después de una serie de cartas, correos electrónicos
y confrontaciones entre Poehlman y De Nino, ninguno de los cuales le permitió a
este descartar sus preocupaciones, De Nino recurrió a Thomas Mercurio, el consejero
general de la Universidad, para formular una acusación formal de mala conducta
científica, por escrito, contra su antiguo mentor. El proceso que entonces se
puso en marcha tardó casi seis años en cerrarse.
Todas
las universidades que reciben dineros públicos para desarrollar investigación
deben contar con un jerarca encargado de la integridad que asegure el
cumplimiento de las normas federales. Pero supervigilar a sus científicos puede
ser una pesada carga para una Universidad. “Es la propia Facultad de uno y existe
esa concepción de que se la debe apoyar y enriquecer” dice Ellen Hyman-Browne,
una funcionaria encargada de controlar el cumplimiento de las investigaciones
en el Hospital Infantil de Filadelfia, un hospital universitario. Además, las
investigaciones demandan tiempo y dinero y ninguna institución quiere descubrir
algo que arroje sombras sobre su reputación.
“Las
influencias en conflicto pesan sobre una universidad cuando ella es co
receptora de fondos y responsable ante otros investigadores” sostiene Stephen
Kelly, el abogado del Departamento de Justicia que investigó a Poehlman. “Para
que el sistema funcione la universidad tiene que ser muy ética”.
El
Dr. Burton Sobel, titular del departamento de Poehlman, estaba decidido a hacer
todo de acuerdo con las reglas. Después de entrevistarse con De Nino, a quien
después describió como “recto, compuesto y claramente preocupado”, contactó a
Poehlman, diciéndole que deseaba discutir con él acerca de algo desagradable.
Sobel se sorprendió con la respuesta. El científico acusado le dio la impresión
de que nada era incorrecto y parecía sobre todo molesto por todo el asunto. En
su respuesta escrita a las acusaciones, sugirió que, con el correr de los años,
las cifras se le habían escapado de las manos y que se habían acumulado
numerosos errores debido a su manejo por múltiples técnicos y posdoctorandos.
“Me
pareció increíble, realmente, para un investigador con la experiencia de Eric”
dijo después Sobel a la junta investigadora. “Debía existir una copia de
respaldo pura” razonó Sobel ante la junta. “No se debería tener posdoctorandos
y técnicos de laboratorio a cargo de hojas de datos discrepantes”. Pero
Poehlman le dijo a Sobel que no existía tal copia original. Una vez que la
investigación se puso formalmente en marcha, Poehlman llamó a Sobel a su casa y
le pidió que detuviera los procedimientos diciéndole que no había nada
irregular. Sobel se negó y le aseguró a Poehlman que seguir el procedimiento
era del mayor interés, para todos. Sintió que la fachada de indiferencia de
Poehlman estaba empezando a resquebrajarse.
Dos
días después que De Nino formulara formalmente la acusación, Richard Galbraith,
el director de programas del Centro General de Investigación Clínica de la
Universidad, acompañó al jefe de la policía del campus hasta la oficina de
Poehlman. Era la semana que media entre Navidad y Año Nuevo y solamente un
puñado de investigadores continuaba encaramado sobre sus bancos de laboratorio.
Galbraith tenía el cometido de apoderarse de la evidencia necesaria para una
investigación acerca de los cargos hechos por De Nino.
Galbraith
personalmente, hanía reclutado a Poehlman para la Universidad de Vermont.
Poehlman había comenzado su carrera en esa universidad en 1988 pero la abandonó
durante un éxodo masivo de investigadores clínicos. Cuando Galbraith llegó a la
universidad en 1995, le pareció que la mejor forma de revivir aquel
languideciente centro de investigación clínica era contratar científicos
prominentes con el potencial como para asegurar fondos presupuestales.
Poehlman, que acababa de publicar su estudio sobre la menopausia, parecía un
candidato ideal para atraer prestigio y dinero para la institución.
Algunos
miembros de la Facultad habían expresado quejas sobre Poehlman. Galbraith nunca
alcanzó a tener la historia completa acerca de las razones por las que se había
ido, en primer lugar, y durante el reclutamiento surgieron rumores acerca de
las tácticas y las cifras de Poehlman. Cuando se reunió con la junta
investigadora, cinco años después, Galbraith recordó haberle preguntado a todo
el mundo acerca de eso. Definitivamente, Poehlamn había pisoteado a algunos y
se había hecho fama en el sentido de autopromoverse agresivamente pero esto no
era nada notable en un investigador exitoso y nadie tenía evidencias de mala
conducta. Como no deseaba descalificar a un candidato tan prometedor sobre la
base de rumores, la Universidad contrató a Poehlman en 1996 y este cumplió
consiguiendo para ella 2.900.000 dólares en fondos concursables del Instituto
Nacional de Salud de los 11 millones a los que se había presentado.
La
investigación fue confiada a cinco miembros de la facultad escogidos por el
Decano de la Escuela de Medicina. Uno de ellos, Charles Irvin, recién se había
incorporado al Colegio de Medicina de la Universidad de Vermont y provenía de
un instituto de investigación asociado con la Universidad de Colorado. Irvin
había tenido solamente una experiencia en materia de inconducta en
investigación y la recordaba como un caso insignificante. “Lo que nos habían dicho
en la Universidad de Colorado (Denver) era que la mayoría de estos casos son
similares: tienden a ser triviales o a transformarse en un asunto de dimes y
diretes” me dijo. “No se sabe que hacer porque tiende a haber insuficiente
información como para poder proceder”.
Cuando
la junta que investigó a Poehlamn empezó a reunirse, en enero de 2001, Irvin se
dio cuenta de que este caso era diferente. La búsqueda de la junta rápidamente
se extendió más allá de la acusación inicial de De Nino y el conjunto de evidencias
que acumuló – a través de una cuidadosa revisación del disco duro de la
computadora de Poehlman y entrevistas con De Nino y otros – puso al descubierto
una inquietante pauta de desplazamiento de culpas y rectificaciones.
“Al
poco tiempo, quedó claro que esto no eran nimiedades, que no era trivial, y que
las acusaciones apuntaban a algo sustancial” – explicó Irvin – “y entonces
cuando se profundiza un poco más y se encuentran un par de cosas, para mi, era
como decir ¡¡muchacho!! “.
El
9 de febrero de 2001, Poehlman compareció ante la junta para producir
descargos. Irvin quedó asombrado con sus respuestas. La defensa de Poehlamn
parecía enteramente apoyada en una serie de nociones deleznables. En primer
lugar, atribuía sus fallas a su propia ineptitud en el manejo de las planillas
Excel. Cuando se lo apuró acerca de la forma en que las cifras ficticias habían
aparecido en las tablas que le había dado a De Nino, Poehlman produjo la
explicación más elaborada que había ensayado hasta entonces: Había atribuido
cifras, es decir había establecido valores predictivos para ciertas mediciones
empleando un complicado modelo estadístico. Dijo que sus intenciones eran
buscar un resultado hipotético que más adelante iba a comparar con los reales.
Insistió en que nunca había pretendido que De Nino analizara los resultados
hipotéticos y que le había dado la hoja de datos por equivocación. Aunque la
información pueda ser ‘predictiva’ en algunas disciplinas, generalmente no es
considerada seriamente en la investigación clínica y ésta explicación apareció
como carente de sentido y sospechosa, especialmente porque Poehlamn no parecía
tener idea acerca de cómo era que la predicción se llevaba a cabo.
De
acuerdo con la transcripción de la sesión, Irvin le preguntó a Poehlamn “¿Por
qué fue que Walter… dijo todas estas cosas y llegó hasta este punto, quiero
decir que para mi la clave de esto es la motivación de las acusaciones?”.
Poehlamn respondió que De Nino era muy popular en el laboratorio y que había
influenciado a los demás para que le siguieran. “Me siento como si estuvieran
complotándose durante el tiempo transcurrido – le dijo Poehlamn a Irvin – y
estoy tan conmovido como lo estás tu”.
Cuando
la Universidad decidió pasar de una averiguación a una investigación formal, Poehlman
contratacó, procurando el amparo del juez William K. Sessions contra la
Universidad de Vermont con lo que paralizó los procedimientos por varios meses.
Durante ese lapso Poehlman trató de desacreditar a De Nino como denunciante,
sugiriendo que el técnico era un homofóbico – Poehlman es gay – entre otras
cosas. En su momento De Nino contrató a su propio abogado, Philip Michael del
estudio neoyorquino Troutman Sanders.
“Una
cantidad de denunciantes son pasados a retiro – dijo recientemente Michael que
es especialista en este tipo de casos – para Walter, esto es algo que le
seguirá por el resto de su vida”. Sin embargo, la desesperada defensa de
Poehlman empezó a desenmarañarse. Después que la orden judicial de amparo
expiró, una investigación de la Univeridad de Vermont que se había prolongado
por dos años condujo a una revisión del trabajo de Poehlman por la oficina de
integridad. Para el mes de marzo del 2005, su caso se había expandido hasta
incluir una infrecuente investigación criminal por el Departamento de Justicia
de los Estados Unidos. Para ese entonces, Poehlman había dejado la Universidad
de Vermont y se había ido a la Universidad de Montreal pero ante la amenaza de
una pena de prisión que se cernía sobre él, cambió de idea y ofreció una colaboración
completa.
Dejó
de lado su derecho a reclamar un auto de procesamiento y se declaró culpable de
falsificar información en una solicitud de fondos federales. También accedió a
pagar 180.000 dólares para zanjar un juicio civil que le había hecho la Universidad
de Vermont, así como 16.000 dólares en honorarios de abogados para De Nino. La
confesión arrojó una admisión especialmente devastadora: reconoció que su
investigación más notable, el estudio longitudinal sobre la menopausia, había
sido casi enteramente falsificada. Poehlamn le había hecho pruebas solamente a
dos mujeres, no a 35.
Lo
prolongado del lapso durante el que Poehlamn había perpetrado su fraude – 10
años – y sus alcances hicieron que el caso resultara único, aún entre los más
egregios ejemplos de mala conducta científica. Algunos científicos creen que su
habilidad para burlar al sistema durante tanto tiempo tuvo mucho que ver con
los temas de investigación que escogió y con sus tácticas agresivas. Su trabajo
fue notorio pero ninguno de sus estudios aportó novedades en el campo
científico. (Esto también puede explicar porqué ninguno de los demás
científicos que trabajan en esos campos haya hecho retractación de artículos a
raíz del fraude de Poehlman). Al someter a prueba conceptos indiscutidos sobre
temas populares, Poehlman atrajo suficiente atención sobre él como para
mantener el estatus pero no la suficiente como para despertar sospechas. Por
añadidura, replicar la información de sus estudios longitudinales habría sido
costoso y difícil de hacer.
“Eric
se destacaba en decirnos lo que queríamos oir” – me dijo Matthews el antiguo
colega de Poehlman – “publicaba resultados que confirmaban las hipótesis hacia
las que nos encontrábamos predispuestos”. Steven Heymsfield, un investigador
sobre obesidad de Merck Pharmaceuticals en Nueva Jersey, se hizo eco de los
sentimientos de Matthews y agregó que el éxito de Poehlman se debía más a su
sentido del negocio y al carisma que a sus aptitudes científicas.
“En
efecto, era un empresario exitoso y no un brillante pensador con ideas
revolucionarias - me escribió Heymsfield en un correo electrónico – pero los
decanos adoran a quienes les traen dinero y reconocimiento a sus universidades
y eso es Eric”.
En
su audiencia de sentencia, Poehlman asumió la responsabilidad por sus acciones
pero, entre líneas, parecía haber apuntado culpas hacia el sistema que requiere
que los investigadores principales consigan dinero para sus investigaciones a
través de fondos gubernamentales.
“Yo
me había colocado, con total honestidad, en una situación, en una posición
académica, en la que el monto de los fondos que se obtenían determinaban,
básicamente, mi propio valor”, le dijo a la corte en junio. “Todo se
desarrollaba a partir de eso”. Con un laboratorio lleno de personas que
dependían de él por sus salarios, Poehlman sostuvo que se convenció a si mismo
que alterar algunos datos era aceptable, aún plausible. “Con esos rubros yo
podría pagar los salarios de las personas, acerca de lo cual yo siempre estuve
muy pero muy preocupado”. Continuó diciendo: “asumo toda la responsabilidad por
el tipo de posición que tenía y que era tan dependiente de los fondos que se
obtenían, pero esto creó una pauta de conducta mal adaptada. Estaba en una
vorágine de la que no podía salir”.
Desde
luego, tener todas esas personas para pagarles, no era solamente una carga; era
una prueba de su éxito. Poehlman no perseguía el dinero de los fondos para su
propio beneficio material. Había sido seducido por un tipo de estatus
diferente. “Por cierto existe esa cuestión de obtener dinero mediante un
proyecto porque aumenta la autoestima y eleva tu estatura en comparación con
tus colegas” le dijo a la corte. Las
grandes publicaciones, los fondos del Instituto Nacional de Salud, las
invitaciones para dar conferencias, todo le daba un sentido de su propia
importancia. Era un hombre prestigioso en su comunidad.
Si
Poehlman hubiese hecho el duro trabajo en el estudio sobre la menopausia, si
hubiera perseverado en los resultados inesperados sobre los lípidos, eventualmente podría haber alcanzado el mismo estatus. Este
es el giro trágico del asunto. “Muchas cosas se aprenden cuando los estudios no
resultan como esperas que lo hagan” dice Sally Jean Rockey del Instituto
Nacional de Salud. “En razón de que Poehlman estaba trabajando en un área
crítica para una cantidad de personas, lo que hubiera aprendido habría sido
importante de cualquier modo”.
Aquel
día en el juzgado, a pocas millas de distancia de la universidad donde había
disfrutado jugando el papel de científico prominente, Poehlman se presentó a si
mismo como un hombre transformado, con una nueva visión más humilde de su
futuro. Le imploró al juez que le ahorrase una sentencia de prisión de modo que
pudiera pasar un tiempo con su padre enfermo y continuar enseñando ciencia a
niños de escuela primaria, tal como lo venía haciendo en el último año. También
esbozó un plan de servicio comunitario que incluía dar charlas a otros
estudiantes y científicos acerca de los errores en sus procederes.
Los
instructivos de sentencia de la justicia federal sugerían cinco años de prisión
con base en los montos de dinero que Poehlman había obtenido usando datos
falsos pero, hasta entonces, ningún científico había ido a prisión por
falsificar información (uno había pasado 60 días en una casa de semi
detención).
Rockey,
que efectuó una declaración en la corte por cuenta del Instituto Nacional de
Salud, dijo que el dinero perdido no era el único ni siquiera el más
significativo de los costos registrados. “La ciencia es incremental – dijo,
explicando que la mayoría de los avances científicos se producían basándose en
los anteriores – pero cuando la cadena se rompe todos los eslabones posteriores
a la ruptura pueden estar comprometidos”. Más aún, dijo ella, un fraude tan
extenso como el de Poehlman conduciría, inevitablemente, a una mayor erosión de
la confianza pública en la ciencia. Sostuvo que la sentencia debía trasmitir un
claro mensaje a la comunidad científica y al público en general, en el sentido
que el fraude no sería tolerado.
El
juez que debía sentenciar era William Sessions, el mismo ante el que Poehlman
había negado todos los cargos de mala conducta cuando pidió su amparo, cuatro
años antes. El juez le pidió que se pusiera de pie para recibir sentencia: un
año y un día en una prisión federal, seguidos de dos años de libertad
condicional.
“Cuando
los científicos usan sus habilidades
e inteligencia, su
influencia y su posición de confianza para hacer algo que pone en riesgo
a la gente, eso es extraordinariamente
serio – dijo el juez – en cierta forma esta es la lección final que usted está
ofreciendo”-
De
Nino, que vestía traje oscuro y corbata durante la audiencia, no dejó traslucir
emoción alguna durante la lectura de la sentencia. Cuando yo lo interrogué más tarde, dijo que Poehlman
“se merece cada uno de los días que pasará en prisión”. Nada de lo que había
dicho y mucho menos sus disculpas
personales a De Nino, cambiaron la
opinión del joven acerca de su antiguo mentor.”Ni por un segundo creo que
cualquier cosa que hubiera dicho fuese sincera – me dijo – desde luego va a decir esas cosas ahora que está
enfrentando una sentencia de prisión”.
Después
de la audiencia, Poehlam caminó por el centro de Burlington, acompañado por su
madre y un grupo de jóvenes colegas de Montreal que habían venido para
demostrarle su apoyo. La lluvia había parado y el sol proyectaba un brillante
reflejo sobre los adoquines húmedos de las calles. Cuando me aproximé a él, por
la calle Church, se mostró cordial y amable. Hablamos brevemente acerca de su época como profesor en la
Universidad Americana en Teherán, sus planes para seguir enseñando en la
escuela primaria, de cualquier cosa
menos de la sentencia a prisión que enfrentaba. Acordamos mantener esa discusión en un futuro próximo. Sin embargo, ante Poehlman se extendía el
lapso de 60 días antes de ingresar en la prisión federal por un año y él quería arreglar sus asuntos y
prepararse para lo que tenía por
delante.
“Necesito
algún tiempo – me dijo disculpándose -
pronto, un día de estos
conversaremos”. En la medida en que el
verano avanzaba los 60 días se volvieron 30 y después 20. Poehlman no respondió
a mis repetidos mensajes electrónicos, llamadas telefónicas y cartas.
Finalmente, dos semanas antes de la fecha fijada para el comienzo de su
sentencia, me puse en contacto con su madre la que me dijo que Eric había
decidido anticipar su ingreso a la prisión y que no hablaría más acerca de lo
que había sucedido.
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[1] Jeneen Interlandi es una especialista, residente en Nueva York, que
escribe regularmente sobre temas científicos y de salud no solamente colabora
con el Magazine del NYT sino con Scientific American. “An Unwelcome Discovery
fue su primer artículo para el magazine de The New York Times. La versión
original es asequible en: http://nytimes.com/2006/10/22/magazine/22sciencefraud.htm/
Esta traducción fue efectuada por el Lic. Fernando Britos V. el 30/IV/2012.
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