GOBERNANZA Y EMBAUCAMIENTO
Como
se impuso la reforma neoliberal de la seguridad social en 1995 y como podrían
aplicarse procedimientos similares para promover la ”mano dura” y el lenguaje
de las armas en materia de seguridad ciudadana.
Lic. Fernando Britos V.
Este texto consta de dos partes: en la
primera se alude al plan que, en 1995, condujo a la imposición de la reforma de
la seguridad social en el Uruguay, estableciendo las cuentas individuales y
liquidando la solidaridad intergeneracional[1].
En la segunda se aduce que el “sistema mixto”, “a la uruguaya”, como sostienen
sus apologistas, sintonizó perfectamente con la globalización neoliberal y
especialmente con la constelación de la gobernanza[2]
y se hace una reflexión acerca del modo en que ciertos actores políticos
conservadores y sectores empresariales y sociales, procuran aplicar ahora la
receta que resultó eficaz hace 17 años, para capitalizar el miedo y la
preocupación y presentar a “la mano dura”, el autoritarismo y el lenguaje de
las armas como panacea en materia de seguridad ciudadana.
I - COMO LA COALICIÓN BLANQUICOLORADA IMPUSO
SU SISTEMA DE SEGURIDAD SOCIAL Y EVITÓ
UN PLEBISCITO DEROGATORIO RECURRIENDO A LA GOBERNANZA.
Desde fines de la década de los 50 del siglo
pasado la economía uruguaya estaba estancada y el sistema de seguridad social a
pesar de mantener un déficit crónico conservaba una apariencia aparentemente
generosa pero deterioraba sistemáticamente las jubilaciones y pensiones
mediante el aumento del costo de vida y trámites interminables. Los partidos
blanco y colorado empleaban el sistema previsional como un recurso clientelista,
de “prontos despacho” y privilegios para captar votos. Después la inflación y
la pobreza se encargaban de reducir los costos reales de la seguridad social: los
déficits y las ineficiencias se enjugaban reduciendo las jubilaciones. Durante
la dictadura (1973-1984) se siguió con el mismo sistema aunque con la
corruptela y autoritarismo que caracterizaron ese periodo.
En 1989, se produjo un cambio que conmovió a
la coalición blanquicolorada liderada por los Dres. Julio María SanguinettI y Alberto
Volonté. Las organizaciones sociales y la izquierda promovieron una reforma
constitucional en la que se estableció que las jubilaciones y pensiones se
ajustarían según el índice medio de salarios acumulado. Los efectos positivos
de esta reforma fueron notables. Según De los Campos (1997)[3]
las pasividades aumentaron en términos reales, por primera vez, y entre un 35 y
un 40% de los mayores de 65 años salieron de la situación de extrema pobreza en
que se encontraban. Los dirigentes políticos blancos y colorados vivieron el
plebiscito de 1989 como una temible rebelión. Los mecanismos legítimos de la
democracia directa se oponían a los designios neoliberales que ellos habían hecho
suyos y que contaban con el respaldo y la bendición de los organismos
internacionales (FMI, BID, BM).
El viejo sistema clientelista fue herido de
muerte. El monto de las jubilaciones ya no estaba en manos del Poder Ejecutivo
y del Poder Legislativo sino que, constitucionalmente, se establecía
automáticamente. Si a esto se le suma que en el mismo acto electoral la
izquierda accedió a la Intendencia Municipal de Montevideo y pasó a gobernar
casi la mitad de la población del país, queda perfectamente claro que en ese
momento, blancos y colorados empezaron una carrera contra reloj para imponer
las reformas neoliberales (desregulaciones, privatizaciones, reducción y
reforma del Estado, instauración de las “leyes del mercado” como eje de las
políticas sociales, etc.) antes de perder el gobierno nacional como
efectivamente sucedería en el 2005.
El Dr. Luis Alberto Lacalle fracasó en sus
intentos para privatizar las empresas públicas. El equipo del electo Presidente
Sanguinetti comenzaría a preparar su segundo gobierno en las suites del
Victoria Plaza y uno de los puntos clave fue la solución para volver a bajar
los costos de la seguridad social mediante una reforma neoliberal. En esa
materia se aplicó un plan maestro que resultó exitoso. Un ejemplo de gobernanza[4]
cuyos pasos vale la pena considerar con más detenimiento.
Primer paso: objetivos claros bajo
apariencias ambiguas – La clave de la gobernanza
es la diferencia entre su retórica y sus verdaderos resultados. Una de las
claves del éxito, desde los juegos combinatorios hasta la guerra o la política,
es el requisito de una estrategia clara pero acompañada de tácticas que no sean
evidentes para todos, aún para los aliados, de modo de alcanzar los objetivos
con la mayor eficacia.
La estrategia en materia de seguridad social
resultaba clara y compartible por la gran mayoría de la sociedad uruguaya y de
sus organizaciones sociales: el viejo sistema previsional, lleno de
desigualdades y discriminaciones, topes para unos y privilegios para pocos,
gestión ineficiente y redistribución negativa, estaba completamente agotado,
debía ser reformado y nadie lo defendería.
Las tácticas para imponer reformas no podían
exponerse públicamente antes de que la mayoría parlamentaria de la coalición la
aprobara en el Parlamento. Política y técnicamente los distintos aspectos del
plan requerían un manejo cuidadoso. Dentro de la coalición de gobierno y también
entre sus aliados (organizaciones empresariales, grupos de presión, organismos
internacionales) imperaban posiciones distintas. Los “halcones” tecnocráticos,
inspirados en el sistema pinochetista, tenían como objetivo fundamental
establecer cuentas individuales, arrasar con la solidaridad intergeneracional y
entregar todos los fondos de jubilación y pensiones a administradores privados.
Las “palomas” gradualistas, sabían que lo que en Chile se había implantado en
medio de una dictadura sanguinaria no prosperaría en un Uruguay que se había
librado de otra pocos años antes, y no querían exponerse a un revolcón como el
de 1989.
De este modo, el primer paso fue una
negociación política reservada con la participación exclusiva de tres grandes
grupos: el Dr. Sanguinetti, al que se reputa como articulador y promotor de la
reforma neoliberal de la seguridad social, y su entorno en el que descollaba
como máximo tecnócrata el Cr. Ariel Davrieux; el Dr. Alberto Volonté, dirigente
de Manos a la Obra, sector del Partido Nacional identificado como socio
principal del Dr. Sanguinetti al punto que Quirici (2011)[5]
lo menciona como “primer ministro” del presidente colorado y un tercer grupo de
menor incidencia que incluía a los sectores francamente neoliberales como los
del Dr. Lacalle y el Dr. Jorge Batlle y sectores denominados como los
centristas de la coalición gobernante cuyo peso electoral era poco
significativo pero que debían jugar un papel de señuelos en las tácticas de
implantación (entre ellos se cita a los encabezados por Hugo Batalla y por
Carlos Julio Pereyra).
Después, el entonces secretario de la
Presidencia, contó que en esas negociaciones, Lacalle y Batlle eran partidarios
del modelo chileno sin anestesia. Davrieux que al principio figuraba entre los
más audaces después adoptó una postura conciliadora. Volonté y Pereyra querían
un modelo menos osado que no generara la resistencia popular y Sanguinetti se
desempeñó como árbitro de modo que, al final primaron los menos osados, es
decir quienes coincidían con los grandes objetivos pero requerían disimular sus
aspectos más cruentos. Veremos sintéticamente donde y como.
Un punto que debían acordar era el alcance de
la reforma, es decir los alcances del principio de universalidad. Se discutió
si debía alcanzar a los ya jubilados. Los duros querían reducir los beneficios
de todos los pasivos pero los cautelosos se opusieron y se dice que a instancias
del Dr. Batalla se acordó que los derechos adquiridos no serían afectados.
En la retórica se cita una pretendida
universalidad pero en los hechos las cajas militar y policial no fueron
incluidas en la reforma y las no estatales (bancaria, profesionales
universitarios y notarial) tampoco fueron afectadas. Todos se pusieron de
acuerdo rápidamente por obvias razones. Las mismas por las que las cajas de
jubilaciones y pensiones de los aparatos represivos no fueron tocadas en
ninguna de las reformas neoliberales de la seguridad social que se hicieron en
América Latina. Quirici (2011)[6]
no descarta la existencia de temores y/o acuerdos políticos secretos para no
meterle mano a las jubilaciones y pensiones de policías y militares.
Sanguinetti se limitó la reforma al BPS y el herrerismo se opuso
terminantemente a cualquier propuesta relativa a las cajas militar y policial y
su déficit crónico y enorme.
En este punto queda clara la diferencia entre
la retórica y la realidad de la gobernanza: quienes argumentaban que la reforma
de la seguridad social se hacía en aras de la eficiencia, el equilibrio
financiero y la equidad se preocuparon por dejar intactas las cajas más
ineficientes, deficitarias e inequitativas. De todas maneras para tratar de
disimular de algún modo semejante contradicción patearon la pelota para
adelante y anunciaron que el tema se
trataría en un futuro que, lógicamente, nunca llegó.
Otro asunto fundamental a cocinar era el de
quien manejaría los fondos jubilatorios. El sistema chileno de capitalización
individual total en manos de empresas privadas tenía muchos partidarios pero
había sufrido ya algunos descalabros estrepitosos (administradoras de fondos
que habían quebrado y otras estafas resonantes) y cronológicamente parece haber
sido el último punto de acuerdo entre los coaligados. Se dice que el Dr.
Volonté fue quien propuso una administradora de fondos estatal (de todas
maneras como empresa pública de derecho privado como lo exigía la doctrina
neoliberal) y aunque tuvo mucha oposición terminó siendo aceptada a
regañadientes por el Dr. Sanguinetti para aprovechar la confianza de los
uruguayos en los bancos estatales y quitarle fuerza a los argumentos de quienes
se opondrían a las privatizaciones.
De la misma manera debieron cocinar otros
puntos. Entre ellos un sistema mixto que establecía tres niveles: para
mantenerse con aportaciones al BPS, para optar por este y por la capitalización
individual y para remitirse a esta última exclusivamente. El objetivo era
promover las cuentas individuales y perforar, de una vez por todas, el sistema
de solidaridad intergeneracional o de reparto.
Los participantes en esta cocina preliminar
hicieron grandes esfuerzos para ocultar la influencia decisiva de los asesores
extranjeros y de los organismos internacionales (BID,BM, CEPAL, OIT, etc) en la
gestación y características de la reforma. Los organismos internacionales
habían elaborado proyectos y el BID prestó dinero para que el sistema de ahorro
individual obligatorio pudiera ponerse en marcha. En esos esfuerzos se gestó la
retórica de una reforma “a la uruguaya” y sus aspectos engañosos.
La operación de embaucamiento llegó a incluir
un informe del Banco Mundial que, en febrero de 1995, hizo un curioso informe
crítico sobre el proyecto del gobierno que culminó en un “distanciamiento” que
se prolongó durante dos años. Por su parte, el BID, a través de su Presidente
que era entonces el Cr. Enrique iglesias, reclamó participación en el proyecto
antes de que éste ingresara al Parlamento. Quirici (2011)[7]
cita estudios que consideran que declaraciones de ese tipo estaban destinadas a
hacer aparecer el proyecto como de factura puramente nacional y a ocultar que
tanto el BID como el BM habían estado comprometidos ideológica y prácticamente
con la reforma desde muchos años antes.
Segundo paso: exclusión de la crítica, ausencia
de diálogo y desconcierto de la oposición - Esta
etapa de negociaciones preliminares, a puertas cerradas en el hotel Victoria
Plaza, se concluyó en marzo de 1995. ONAJPU y el PIT-CNT habían reclamado
participar en las sesiones pero sólo se permitió que asistieran a alguna
reunión de intercambio de informaciones, de modo que, deliberadamente, se los
mantuvo bien distantes de cualquier participación efectiva y del conocimiento
de los aspectos concretos acordados. Las organizaciones sociales tenían
posturas claras y habían manifestado, reiteradamente, su deseo de participar en
un diálogo pero fueron sistemáticamente excluidas.
Las críticas
apuntaban certeramente al objetivo estratégico de la coalición blanquicolorada
y a las tácticas empleadas para “confeccionar” una reforma que únicamente
procuraba bajar el gasto en seguridad social, trasladar el control de los
fondos al mercado de capitales del sector privado y desvirtuar la universalidad
y la solidaridad como principios.
El primer paso del
plan gubernamental funcionó perfectamente. La coalición de gobierno unificó
posiciones, negoció sus diferencias y concibió a lo largo de ese proceso una
retórica que serviría para desconcertar y confundir a los opositores. El actual
Presidente del Directorio del BPS, Ernesto Murro, que en aquellos tiempos era representante
de los trabajadores en el organismo reconoció, en 1997, la carencia de un
proyecto alternativo cuando apareció la reforma neoliberal y la demora en
elaborar uno que pudiera sustituirlo al contraponerlo públicamente. [8]
Es un capítulo aparte
la escasa capacidad del Frente Amplio para dar una respuesta contundente tanto
en el debate parlamentario como en la campaña posterior para plebiscitar la ley
que la mayoría parlamentaria de la coalición blanquicolorada había impuesto.
Posiblemente la falta de coherencia, la ambiguedad y la excesiva confianza de
la fuerza política en que la mayoría de la ciudadanía rechazaría la ley
mediante un plebiscito derogatorio fueron igualmente importantes para
desmovilizar y facilitar así el plan del neoliberalismo.
Tercer
paso: creación de un clima de catástrofe inminente por parte de la coalición
blanquicolorada y maniobra política de la Corte Electoral
– Desde 1989, los partidos Colorado y Nacional y sus tecnócratas habían venido
trabajando junto con los “expertos” de los organismos internacionales y los
chilenos contratados para crear un clima de catástrofe en materia de seguridad
social. Un gobierno como el del Dr. Sanguinetti que había edificado obras tan
costosas como prescindibles (por ejemplo, la Torre de las Comunicaciones y los
más de 120 millones de dólares que demandó) se especializó en generar
incertidumbre respecto a un próximo e inevitable colapso de las jubilaciones y
pensiones.
Los planteamientos
eficientistas y el temor que sembraron en la ciudadanía, especialmente en los
jubilados, no solamente estaba destinado a “castigar” a quienes les habían
apabullado en 1989 sino a generar un clima favorable a la aceptación o por lo
menos a la no oposición a una reforma de la seguridad social de carácter
neoliberal. El enfoque de “resolución de problemas” propio de la gobernanza
necesita de esas situaciones de pánico puesto que en ellas la reivindicaciones,
las críticas, los razonamientos complejos tienden a ser relegados ante
consensos o soluciones salvadoras que se presentan en las instancias de
consulta.
Esos climas
catastrofistas se desarrollaron, sistemáticamente, en todas las privatizaciones
de servicios públicos que tuvieron lugar en el continente. A veces la creación
del clima iba precedida de una operación fáctica de vaciamiento acelerado de
empresas o entes públicos, en otros casos se trataba del desarrollo prolongado
de determinadas perversiones estructurales y de la redistribución negativa de
la riqueza a lo largo de generaciones. Este último fue el caso de la seguridad
social en el Uruguay anterior al 2005 y específicamente, en el caso de las
jubilaciones y pensiones, antes de 1989. La variable de ajuste para enfrentar
las crisis económicas habían sido hasta entonces los salarios, las jubilaciones
y las pensiones. En épocas de bonanza las ganancias son privadas, en épocas de
crisis la pérdidas son socializadas mediante el sacrificio de los trabajadores
y los pequeños empresarios.
La retórica del
proyecto neoliberal para la seguridad social era reduccionista porque limitaba
el problema a las jubilaciones y pensiones (ignorando la concepción integral de
la seguridad social), atemorizante, porque presentaba un colapso inminente
cuando en realidad tal inminencia no existía y, en todo caso, las cajas
absolutamente deficitarias eran piadosamente ignoradas y con las
características de “el último tren” (es decir súbanse a este porque no habrá
otra oportunidad) y comprendía una concepción vital típica del neoliberalismo:
el individualismo contrapuesto a la solidaridad.
En 1995 el parlamento
aprobó la reforma neoliberal que endureció los requisitos jubilatorios,
extendió las edades y los plazos para calcular los montos, estableció la
historia laboral, mantuvo intactos los inicuos topes jubilatorios establecidos
por la dictadura en 1979, preservó las jubilaciones de privilegio, estableció
el sistema mixto (reparto y capitalización individual) y creó las AFAP, una de
las cuales es un engendro de capital público pero de derecho privado.
En mayo de 1999, la
Comisión Nacional en Defensa de los Principios de la Seguridad Social presentó
ante la Corte Electoral 330.000 firmas en apoyo a la solicitud de plebiscitar
la derogación de las AFAP. Para consultar a la ciudadanía se requería un total
de 240.000 firmas equivalentes al 10% del padrón electoral. La Corte Electoral
recibió únicamente 311.000 de las entregadas y en uno de los procesos más
vergonzosos de la historia política de nuestro país rechazó al mes siguiente
casi 80.000 firmas por lo que, de hecho, impidió la realización del plebiscito
(“faltaron” algo más de 7.800 firmas).
Los motivos
esgrimidos por la Corte Electoral y los procedimientos insólitos que desarrolló
para anular firmas fueron precedidos de una intensa campaña de terror
desencadenada desde la Presidencia de la República. Semanas antes de conocerse
el resultado de la faena, voceros del Poder Ejecutivo afirmaban que las firmas
no alcanzarían para habilitar la consulta popular y se anunciaban demandas,
juicios y graves perjuicios si las AFAP fueran derogadas. Naturalmente los
gerentes de las AFAP declaraban que la derogación afectaría la credibilidad del
país aunque se cuidaban de divulgar el monto de los salarios que perderían
ellos en caso de que sus empresas desapareciesen.
La maniobra de la
Corte Electoral jugó un papel político decisivo y fue la culminación del
proceso que había comenzado en las suites del Victoria Plaza a principios de
1995. Los coaligados respiraron aliviados, la consulta popular en que las
encuestas daban como ampliamente mayoritaria la derogación de las AFAP no se
llevaría a cabo; la reforma neoliberal estaba a salvo y en materia de
jubilaciones, la biología se encargaría de liquidar lo que quedaba del sistema
de reparto.
II – LA GOBERNANZA EN
LA REFORMA DE LA SEGURIDAD SOCIAL Y ALGUNAS DE SUS TÁCTICAS EN LA AGITACIÓN
SOBRE SEGURIDAD CIUDADANA
Al referirse a las
doctrinas neoliberales se produce a veces cierta simplificación que dificulta
la comprensión de sus alcances prácticos y aún la crítica superadora. Una de
estas simplificaciones radica en considerar que la esencia de la doctrina
neoliberal se reduce a la desregulación, es decir al retroceso del Estado en el
campo normativo, y a la privatización. Si bien ambas características son
comunes, el neoliberalismo no se ha limitado a disminuir el poder del Estado y
a aumentar el del mercado. Las contraposiciones entre regulación y
desregulación o entre lo público y lo privado no alcanzan a esclarecer la
complejidad y los alcances de las transformaciones que ha producido.
En nuestro país, los
promotores del neoliberalismo no han puesto el énfasis mayor en la
desregulación sino en nuevas formas de regulación y sobre todo en una
concepción distinta de la relación entre lo público y lo privado. En la década
de los 90 del siglo XX fueron derrotados los principales intentos de
privatización de las grandes empresas y servicios públicos. Esta fue una de las
grandes diferencias entre el Uruguay bajo Lacalle y Sanguinetti y la Argentina
bajo Menem pero esto no sirve para que nos sintamos mejor o superiores a nuestros
hermanos de la otra orilla. En definitiva ellos tienen unos trenes que
funcionan horriblemente y ocasionan muchas muertes en accidentes evitables y
nosotros no tenemos trenes de pasajeros y nos especializamos en muertes en
pasos a nivel o en accidentes carreteros.
Entre nosotros
triunfó el proyecto de reforma neoliberal de la seguridad social, que es una
nueva forma de regulación y no una desregulación, pero hubo otros casos menos
notorios que también se basan en una relación distinta entre lo público y lo
privado, fundamentalmente a través de las famosas empresas de servicio público
regidas por el derecho privado. Un ejemplo es el llamado Fondo de Solidaridad
que se estableció por ley, casi al mismo tiempo que la reforma previsional,
como una especie de matrícula universitaria post facto, un verdadero y
arbitrario impuesto a los títulos universitarios, presuntamente destinado a
financiar becas estudiantiles que es administrado por una institución de
derecho privado.
Los intentos fallidos
por imponerle a la Universidad de la República el cobro de matrícula derivaron
en este recurso: una gabela que recae sobre quien ha culminado la educación
superior pública independientemente de su medio de vida, de su profesión o de
cualquier racionalidad. En suma, un típico procedimiento neoliberal.
En muchos casos el
neoliberalismo promueve las leyes del mercado de modo que adoptan el nombre de
autorregulación que, en buen romance, significa que los mismos sujetos que
deben ser regulados son los que dictan las normas a las que se deben atener.
Este es un sistema muy propio de los países anglosajones pero en ciertos
sectores de la vida nacional se ha difundido o se ha asimilado con ciertas
“libertades” o vacíos jurídicos existentes. Muy claro es el ejemplo de los
medios de comunicación masiva, en especial los electrónicos donde los
permisarios se arrogan, de hecho o de derecho, la prerrogativa de regular su
propio negocio y de esgrimir contra cualquier intento de racionalización
regulatoria de los bienes comunes la acusación de atentar contra la libertad (el
zorro libre en el gallinero libre).
Las nuevas formas de
regulación se basan en mitos o afirmaciones dogmáticas que ya hemos visto al
considerar la gestación de la reforma neoliberal de la seguridad social.
Algunos de estos mitos se agitan intensamente en la actual crisis europea: el
Estado de bienestar se encuentra en una crisis irreversible (como si los
Estados hubiesen sufrido un colapso por causas ignotas y no debido a un proceso
de desmantelamiento), o bien: los distintos subsistemas sociales tienen sus
propios mecanismos de reproducción y son autónomos (de modo que la economía, la
política, las ciencias sociales, el derecho, etc. no pueden influir
directamente unos sobre otros). Otro de los mitos es que la administración
pública debe ser transformada, esta es “la madre de todas las reformas” que
invariablemente el neoliberalismo apunta contra los trabajadores y la
ciudadanía, recortando derechos y salarios, achicando y desarmando a los
poderes públicos para que el mercado opere libremente con la eficiencia que la
mitología neoliberal le atribuye.
Todas las nuevas
formas de regulación y de gestión constituyen lo que Estévez Araújo (2009)[9]
denomina “la constelación de la gobernanza”. Esta constelación está formada por
la autorregulación, las leyes de mercado, la desregulación y por la gobernanza
propiamente dicha. La gobernanza, en sentido estricto, es una nueva forma de
imponer decisiones políticas y un ejemplo notable de la misma fue la reforma
neoliberal de la seguridad social en 1995.
Como dijimos antes
hay que distinguir entre la retórica y la forma en que efectivamente se toman
las decisiones. Los promotores de la gobernanza abarcan un espectro político
relativamente amplio que llega a ciertos ámbitos tecnocráticos y políticos que
se consideran de izquierda. Esto sucede porque la retórica de la gobernanza
indica que el objetivo principal de la misma es sustituir la forma en que se
toman decisiones políticas “desde lo alto” por lo que llaman un círculo
virtuoso. Este círculo virtuoso integra a la interacción, la participación, las
redes sociales, etc. y en abstracto puede resultar atractivo.
La gobernanza muestra
sus verdaderos propósitos cuando su desarrollo contrapone la solución de
problemas con la reivindicación de derechos. De este modo, la gobernanza
blanquicolorada de 1995 se aplicó a solucionar “el problema de la seguridad
social” que para ellos era el volcar los aportes de los trabajadores al mercado
de capitales en contraposición con la reivindicación del derecho a una
jubilación digna y al conjunto de prestaciones sociales.
La gobernanza se
promueve como un mecanismo práctico para promover la participación y “manejar”
las críticas, para intercambiar ideas y evitar conflictos, porque la clave de
este método radica en cultivar la ilusión de participación pero mantener a los
participantes tan distantes como sea posible de las instancias de decisión.
Estas tácticas
funcionaron muy bien para homogeneizar a los promotores de la reforma de 1995 y
para embaucar y confundir a quienes tenían posturas críticas o reivindicaban
los derechos concretos que estaban en juego. Hay distintas versiones de la
gobernanza. En los Estados Unidos gravitan directamente las grandes empresas y
las agencias “independientes”. En Europa los intereses del gran capital están
representados por agentes políticos. La gobernanza blanquicolorada de 1995 se
asemejó al modelo europeo.
En todas sus formas
la gobernanza se caracteriza por una gran desconfianza hacia los representantes
de las organizaciones sociales, sindicales y políticas capaces de oponerse o de
bloquear las iniciativas del gran capital o sus representantes. Sin embargo, la
gobernanza pretende ser democrática y por lo tanto no reprime a quienes se
oponen sino que los posterga, con firmeza pero sin violencia. La clave para
lograrlo radica en controlar la participación de la sociedad civil en los
procesos de toma de decisiones. Es lo que se llama “solamente consultas”. Los
participantes son estrictamente seleccionados y se accede únicamente por
invitación, todas las opiniones son recogidas y las críticas son cuidadosamente
diluidas en la elaboración de los informes u olvidadas entre un cúmulo de
información que después es depurada. La etapa de consultas está claramente
separada de la toma de decisiones.
Estos fenómenos son
más comunes de lo que se cree en muchos organismos aparentemente democráticos.
Este es el caso del Diálogo Nacional sobre Seguridad Social que se desarrolla
en nuestro país desde el 2007. Lo esencial radica en el grado de acceso que
tienen los organismos de la sociedad civil a las instancias de decisión, el
grado en que sus opiniones son tomadas efectivamente en cuenta y la capacidad
de revisar o cuestionar las decisiones después que han sido adoptadas.
Por lo general, los
órganos de decisión se reservan la capacidad de actuar como árbitros ante los
distintos puntos de vista. Entonces no hay realmente un debate democrático sino
que quienes resuelven deciden inapelablemente que se tomará en cuenta y que se
dejará de lado. La lógica de la gobernabilidad no es la de la democracia porque
las críticas son excluidas lo cual permite que se lleven a la práctica los
planteamientos de corte neoliberal. En 1995 se trataba de controlar las
reivindicaciones, reducir el costo de la seguridad social e inculcar el individualismo como concepción
vital.
La gobernanza, que en
el Victoria Plaza personificaba el Cr. Davrieux, no procuraba la participación
democrática ni las transformaciones sociales sino la solución del problema
costo de la seguridad social, el mantenimiento de la redistribución negativa
del ingreso que se había visto afectada por la “rebelión” de 1989 mediante una negociación
exclusivamente circunscripta a los sectores políticos de la coalición de
gobierno.
Sería una ingenuidad
considerar que la gobernanza y sus tácticas para manejar conflictos solamente
pueden ser desarrolladas desde el gobierno o con fines exclusivamente oficialistas.
En realidad cualquier actor político o social políticamente conservador,
corporativo, o tecnocrático, identificado con las leyes del mercado o
representante de grandes intereses económicos, puede utilizar las tácticas de
la gobernanza en su provecho.
Algunos de los elementos de la receta
neoliberal de la gobernanza, que funcionaron bien en la década de los 90 pueden
encontrarse ahora entre los métodos que se emplean para promover determinadas
acciones y crear determinados fenómenos en materia de seguridad ciudadana.
Es indudable que
existe un problema de seguridad ciudadana que es multifacético, multicausal y
suficientemente complejo como para requerir acciones articuladas de corto,
mediano y largo plazo. También ante este tipo de problemas sociales existen
propuestas de distinto signo y algunas de ellas son de nítido corte neoliberal.
En tal sentido construyen una idea de la violencia como un fenómeno inherente a
la condición humana, abstracto en la medida en que no tiene historia ni
vinculación con el contexto social concreto e imprevisible porque se presenta
como capaz de atacar a cualquiera en cualquier momento.
La idea es reducir un
fenómeno tan complejo como la violencia a esquemas sencillos que erigen a algún
personaje en árbitro de lo malo y lo bueno, que se presentan en forma mesiánica
como salvadores y que relevan a las víctimas inexorables de cualquier
responsabilidad social porque focalizan a “la violencia” como un fenómeno
puramente individual. Esta es la visión catastrofista que genera y se alimenta
del temor.
El miedo no es un fin
sino un medio idóneo para vender protección, aerosoles de gas pimienta, perros
feroces, informativos, películas, machetes y sobre todo armas de fuego. La
industria del miedo genera también desconfianza, resentimiento y
enfrentamientos de distinto tipo aún entre gente que, en esencia, enfrenta los
mismos problemas. Históricamente el miedo ha sido utilizado para promover la
violencia, para discriminar, perseguir y destruir personas y aún pueblos
enteros. Esta dimensión social de los grandes temores y del terror en su
versión extrema es una herramienta política que afecta la trama social.
Revuelto el río por
el deterioro de la trama social surgen los pescadores turbios: los que procuran
arrimar votos para su candidatura política, quienes tratan de sacar algún
provecho multiplicando por diez o por cien lo que les sustrajeron, quienes
procuran ser “compensados” evitándose el pago de impuestos y quienes procuran
uniformizar todos los tipos de violencia para seguir comprando cosas robadas o
cascando a la mujer o a los chiquilines sin sentirse culpables. Como en el caso
de la violencia no todos los perpetradores, no todos los instigadores, no todos
los manipuladores son iguales y las responsabilidades tampoco lo son.
Hay un estilo liberal
o neoliberal de encarar los problemas de violencia y este se puede identificar
con gran claridad en los Estados Unidos, un gran país, una potencia y epicentro
del capitalismo mundial que también mantiene el triste privilegio de ser la
nación más violenta del planeta, la que presenta la mayor cantidad de
presidiarios en proporción al número de habitantes, una de la que muestra la
mayor tasa de homicidios y sin lugar a dudas la sociedad con la mayor
proporción de adictos a todo tipo de drogas. Precisamente es también la
sociedad más armada y donde las muertes accidentales o deliberadas por armas de
fuego son las más elevadas.
Es imposible trazar
el itinerario que ha llevado a esta situación en pocas líneas y sería injusto
atribuirla únicamente a una perversión del capitalismo salvaje pero hay datos
de la realidad que son inocultables. Existe una relación directa entre la
cantidad de armas de fuego en poder de las personas y la violencia y la
criminalidad en esa sociedad. Existe una relación directa entre el consumo y
sobre todo el tráfico de ciertas sustancias y los índices de morbimortalidad y
de violencia. No parece existir relación entre la dureza de las penas y la
incidencia de los crímenes contra la vida humana (el endurecimiento de las
penas no se acompaña necesariamente de una disminución de los delitos). La
“mano dura” o la “tolerancia cero” no han disminuido las tasas globales de
criminalidad pero los delitos han cambiado de forma.
Ya vimos que la
gobernanza es una nueva forma de imponer decisiones políticas y ante el
problema de la seguridad ciudadana de lo que se trata es de seguir los pasos de
la receta clásica. En primer lugar, conformar el problema (que en modo alguno
quiere decir crearlo porque existe y es complejo), es decir destacar los
aspectos más irracionales, hacer el énfasis en algunas de las formas de
violencia en desmedro de otras. Por ejemplo, presentando y repitiendo los
delitos contra la propiedad y ciertos crímenes cometidos por algunos sujetos
(jóvenes) en algunos lugares (comercios) como parte excluyente de una epidemia.
Darle forma al
problema requiere presentarlo en forma episódica. No hay ni un antes ni un
después. El impacto de la violencia genera tanto más temor cuanto menos
conocimiento exista de las razones, de las circunstancias, de los móviles, de
las secuelas, de los cómplices, instigadores y manipuladores. Las imágenes del
asesinato del empleado de La Pasiva, fueron repetidas cincuenta veces en 48
horas. Las razones de la autora intelectual
del crimen, ni joven ni marginal, en comparación, pasaron desapercibidas.
Las llamadas redes
sociales, inexistentes en 1995, son vehículos muy apropiados para el manejo
virtual de los problemas, para la simplificación no comprometida del anónimo y
ambiguo “me gusta/no me gusta” y encajan perfectamente con la receta del
círculo virtuoso de la gobernanza dado que cultiva la semejanza de
participación aunque los integrantes de la red no tengan la más mínima
capacidad real de incidir sobre las decisiones. La gobernanza se propone eludir
el debate cara a cara y sofocar las críticas reflexivas. Las redes utilizadas
como herramienta de agitación y propaganda son pues una buena herramienta para
mediatizar la participación y degradar el debate.
Un ejemplo reciente
fue la convocatoria de la marcha a la Plaza Independencia manipulada por los
operadores políticos del Dr. Pedro Bordaberry para montar una provocación
dirigida, directamente, contra la Presidencia de la República y específicamente
contra la imagen del Presidente Mujica. El manejo que los medios de
comunicación hicieron del episodio fue típico: los de la oposición contaban la
asistencia por miles, multitudinaria dijeron, y se regodeaban con los insultos
y la proclama fascistoide. Las imágenes mostraron una realidad muy distinta, un
par de centenares de activistas y otro tanto de apartados espectadores.
El problema de la
seguridad ciudadana se reduce y reconcentra en la seguridad de cada ciudadano y
sus propiedades y, especialmente, en la confrontación “jóvenes violentos y drogados”
y “comerciantes y trabajadores inermes”. Todas las otras formas de violencia
son eclipsadas por este problema. Las muertes y mutilaciones en accidentes de
tránsito, las víctimas de la violencia doméstica, los muertos y heridos en
accidentes de trabajo para no citar sino tres de los fenómenos más preocupantes
son relegados a un segundo o tercer plano.
Así planteado el
asunto, las reivindicaciones potables son claras “queremos protección”, “así no
se puede vivir”, “estamos cansados de que nos roben”, “nadie hace nada”,
“nosotros estamos presos y los delincuentes libres” y las soluciones sencillas
son insistentemente promovidas por los mercaderes del miedo, los políticos
autoritarios y nostálgicos de la dictadura que los crió, por sectores
empresariales que intentan sacar partido del miedo de sus colegas (los que no
pueden pagar costosos sistemas de seguridad) para tratar de evadir impuestos y
otros para eludir sus responsabilidades sociales o para hacer gala de su
mentalidad de estancieros prepotentes y feudales.
Las soluciones
propuestas no son nuevas ni creación exclusiva del neoliberalismo: restituir el
“principio de autoridad”, más represión, penas más duras, armarse para
enfrentar a los criminales, ampliación del concepto de defensa propia, prisión
prolongada para ciertos delitos, más policías, gatillo fácil, sacar la tropa a
la calle, tirar primero y preguntar después, la prisión como retaliación y no
como rehabilitación. En suma: más restricciones y menos libertades y derechos
para la mayoría.
En una sociedad que
recupera lentamente su memoria y que ha sufrido la espiral y las formas
extremas del poder antidemocrático, brutal, asesino y ladrón, de la dictadura
(1973-1985), la promoción de semejantes soluciones necesita naturalmente las
formas engañosas y la retórica de la gobernanza neoliberal para adquirir un
imprescindible barniz de legitimación.
Para embaucar no
solamente hay que tener una propuesta estratégica aparentemente legitimada sino
que hay que desarrollar tácticas para unificar sectores en torno a esa
propuesta y para confundir a quienes se oponen. Una diferencia no menor pero
tampoco insuperable es que en 1995 y 1999, la reforma neoliberal de la
seguridad social había sido promovida desde el gobierno y ahora la coalición
blanquicolorada de entonces es oposición, presenta graves problemas y carece de
alternativas potabilizadoras idóneas (Batalla, Pereyra, etc.) mientras que los
reaccionarios más duros se han enseñoreado de la derecha clásica (Bordaberry,
Lacalle) y parecen condenados a jugar al contragolpe del gobierno
frenteamplista.
Sin lugar a dudas, el
ejemplo de las tácticas de gobernanza exitosas en la reforma de la seguridad
social serán tenidos en cuenta por todos los actores. Para la derecha es una
forma de recomponer una alianza algo más amplia con sectores sociales que los
habían abandonado y ganar nuevas adhesiones para su propuesta regresiva. Para
ellos también se trata de confundir a la fuerza política que gobierna y a las
organizaciones de la sociedad civil (el PIT-CNT, los defensores de los derechos
humanos, los comunicadores independientes, etc.) y sembrar diferencias que
dificulten el ejercicio efectivo del gobierno y el sustento de las medidas de
corto, mediano y largo plazo que se requieren para enfrentar a la violencia como
fenómeno social sin descuidar todos los grandes desafíos de la sociedad
uruguaya (salud, educación, trabajo, vivienda, desarrollo infraestructural,
etc.).
Para el Frente Amplio
y para cada una de las organizaciones que lo componen, así como para las organizaciones
sociales en general es preciso estudiar y evitar los errores y vacilaciones que
se tuvieron durante el enfrentamiento a la gobernanza que impuso la reforma
neoliberal de la seguridad social. Es posible que esto no implique,
necesariamente, proponerse liquidar las AFAP pero es seguro que requerirá
retomar consecuentemente los principios esenciales de universalidad y
solidaridad que son la base de cualquier sistema sano. Esto quiere decir que se
debe llevar a cabo una política de debate abierto y tratamiento serio de los
problemas previsionales, corrigiendo el secretismo y la exclusión del llamado
Diálogo Nacional sobre Seguridad Social. Al hacerlo será patente que es preciso
incluir, sin demora, a todas las cajas que la coalición blanquicolorada dejó
intactas y sobretodo eliminar los inicuos topes jubilatorios, un despojo para
miles de jubilados, que sobrevive impertérrito a la dictadura que los estableció
en 1979.
[1] En esta parte nos
basaremos en Quirici, Gabriel (2011) “Entre el Estado y el
mercado. La reforma de 1995: innovación. oposición y continuidad” (197-251).
En: Bucheli, Gabriel y Silvana Harriet (Coord.) (2011) – La seguridad social en
el Uruguay. Miradas desde la historia política; Facultad de Ciencias Sociales
(Instituto de Ciencias Políticas) y República AFAP, Montevideo.
[2] Para esta parte resulta fundamental el artículo de Estévez Araújo,
José A. (2009) “Que no te den gobernanza por democracia”. Revista Mientras Tanto (108-109), Enero de 2009
(pp. 33-49), Barcelona. El Dr. Estévez Araújo es catedrático de Filosofía del
Derecho en la Universidad de Barcelona.
[3] Citado por Quirici, p.201 – De los Campos, Hugo, “Los plebiscitos y
la seguridad social”. En La seguridad
social en el Uruguay de hoy. Una visión social. Montevideo; La República.
[4] La gobernanza es una forma de imponer decisiones políticas que se
presenta como un procedimiento para “solucionar problemas” sin promover la participación democrática ni
las transformaciones sociales.
[5] Citando a Finch, Henry (2005) La
economía política del Uruguay contemporáneo. 1870-2000. EBO, Montevideo.
[6] Op. Cit. P.211.
[7] Op. Cit. P.217
[8] Citado por Quirici (2011): Murro, Ernesto (1997) “Balance de la
representación de los trabajadores en el BPS 10/1992- 6/1997”. En: La seguridad social en el Uruguay de hoy.
Una visión social. Montevideo, La República.
[9] Op. Cit. P.42.
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