El abismo de las soluciones simples y los problemas
complejos
ÉBANO Y MARFIL
Lic. Fernando Britos V.
Miel
y limón - Hace exactamente treinta años Stevie
Wonder y Paul McCartney cantaban la meliflua balada Ivory and Ebony que, en su
momento, vendió muchos discos y figuró por siete semanas a la cabeza del
ranking estadounidense. Después, con el correr de los años, pasó a revistar en
la lista de las cien peores canciones de los últimos tiempos. El tema jugaba
con una vieja idea: las teclas blancas y negras del piano eran imprescindibles
para la armonía musical y estos destacados exponentes de la canción pop lo
escenificaron a dúo como una especie de alegato edulcorado acerca de la armonía
racial.
Lejos parecían estar los tiempos del Black Power
y la foto más famosa de cualquier Olimpíada, hasta el momento, cuando en el
podio de México 68 Tommie Smith y John Carlos con las medallas de oro y de
bronce en sus pechos levantaron sus puños enguantados de negro y mantuvieron
bajas sus cabezas. Los dos atletas negros que habían ocupado el primer y tercer
lugar (oro y bronce) en los 200 metros llanos contaron con el activo apoyo de
su colega australiano blanco Peter Norman (plata) que no levantó el puño pero
también lucía la insignia del Black Power y se había pronunciado públicamente
contra la discriminación racial en Australia.
Poco se recuerda la persecución y el odio
duradero que se desató contra estos tres grandes atletas. Al australiano Norman
(1942-2006) se le prohibió actuar en cualquier actividad olímpica posterior pese
a que en 1971 y 1972 marcaba tiempos espectaculares en su especialidad. Siguió
corriendo y jugando al fútbol pero fue vetado por la autoridades y los medios
que lo consideraban un traidor. Recién en el 2000 recibió una invitación
protocolar para presenciar la inauguración de los Juegos Olímpicos que se
desarrollaban en Sidney. Murió de un ataque al corazón, depresivo y
alcoholizado. Sus compañeros de aquel podio extraordinario llevaron el féretro
y le rindieron homenaje durante su sepelio en Melbourne.
Smith y Carlos nunca pudieron volver a correr
y fueron expulsados de la Villa Olímpica, recibidos como delincuentes,
perseguidos y amenazados de muerte. No consiguieron trabajo durante muchos años.
Smith, por ejemplo, lavaba autos en un estacionamiento hasta que el dueño se
enteró de quien era su peón y lo echó. La esposa de Carlos, que había
proporcionado los guantes negros, terminó suicidándose debido a las
insoportables presiones que sufrieron.
Atletas y militantes sobrevivieron hasta hoy
como entrenadores y en los últimos años han recibido premios y distinciones.
Sin embargo no han abandonado sus principios. Carlos, por ejemplo, volvió a
levantar su puño en octubre del año pasado durante un discurso que hizo en
Ocupar Wall Street (entre otras cosas dijo: “estamos aquí 43 años después porque hay una lucha que todavía debe
ganarse. Este día no es para nosotros sino para nuestros niños del porvenir”).
En estos momentos, en el Parlamento de
nuestro país circula una iniciativa para asignar un porcentaje de cargos en la
administración pública a los “afrodescendientes” y esto obliga a pensar muy
bien si la cuotificación o la llamada “acción afirmativa” con base en medidas
aisladas es capaz de contribuir en forma sencilla a resolver un problema
complejo: el de la discriminación o postergación de ciertos sectores de la
población.
Como todas las propuestas simples a ésta debe
reconocérsele cierto mérito y el riesgo del abismo del reduccionismo que se
abre ante quienes las promueven como solución a problemas complejos. El tema
admite (por no decir exige) enfoques de variable profundidad y amplia
pluralidad.
El
encanto de la diversidad – La diversidad de los
humanos siempre ha sido fascinante aún reconociéndola como una forma de las
variaciones que presenta la vida en el planeta Tierra. La capacidad de
observar, el impacto de nuevas tecnologías y el desarrollo de la ciencia
acrecientan esa fascinación.
Los viajes, las comunicaciones, reales y
virtuales, nos permiten establecer un contacto mucho mayor con los demás 7.000
millones de seres humanos y en cierto sentido más intenso que cuando el planeta
estaba poblado por algunos cientos de miles de individuos en el Paleolítico.
Ver no implica automáticamente comprender
pero es un primer paso y sobre todo alimenta, como nunca antes, la fascinación
que ejerce la diversidad sobre los humanos que son, como es sabido, los más
curiosos de los primates.
Ahora sabemos que los ancestros de nuestra
especie (el Homo Erectus) surgieron en África Oriental hace medio millón de
años. Las teorías paleoantropológicas que explican el origen de los humanos
coinciden en este punto. Todos los Homo Sapiens somos “afrodescendientes”.
A partir de esa hipótesis bien asentada
existen dos teorías que tienen sus defensores y evidencias de respaldo: el Modelo
de la Continuidad Multiregional por el que se sostiene que los Homo Erectus se
dispersaron por buena parte del mundo (Asia, Europa, Oceanía) y en distintos
puntos surgieron los Homo Sapiens cuyas características diferenciales más
notorias se deberían en general a una adaptación a las condiciones ambientales
y se habrían fijado por selección natural.
El Modelo Out of África (proveniente de
África) sostiene que el Homo Sapiens surgió en África hace unos 500.000 años y
que gradualmente, desde hace unos 100.000 o 120.000 años empezó a salir del
continente africano hacia el Medio Oriente y para extenderse por Europa, Asia,
América del Norte, Central y del Sur. Según este modelo, por ejemplo, los
primeros Homo Sapiens en lo que hoy es nuestro país habrían llegado, como
mucho, hace 12 o 15.000 años.
La genética y particularmente el análisis del
ADN mitocondrial (que se trasmite exclusivamente por las mujeres) nos remite a
todos a una “madre africana”: la Eva mitocondrial que habría vivido en África
hace medio millón de años. Una de las características del material genético que
se trasmite de unos individuos a otros generación tras generación no es su
inmutabilidad sino su cambio. Estas mutaciones se van incorporando a las cadenas
del ADN, han sido identificadas, se sabe cuando aparecieron y de esta manera es
posible hacer una genealogía genérica de toda la humanidad estudiando unas
gotas de sangre de cada individuo.
Los científicos chinos eran partidarios del
modelo de continuidad multiregional (apoyándose en fósiles humanos muy
antiguos, el llamado “hombre de Pekín” y el “hombre de Java”) de modo que
consideraban que en buena parte de Asia, el Homo Erectus salido de África había
evolucionado a Homo Sapiens con las características que hoy les conocemos. Sin
embargo, cuando se perfeccionó la técnica del análisis y datación de las
mutaciones del ADN mitocondrial hicieron decenas de miles de análisis de sangre
de sus compatriotas, de las diversas etnias que conviven en China y
descubrieron que los H. Sapiens del Oriente, contrariamente a su creencia,
habían llegado de África como tales.
Desde que los europeos empezaron un ciclo de
expansión colonialista, desde el siglo XV hasta alcanzar su apogeo en el siglo
XIX, los viajeros, descubridores, conquistadores y posteriormente los
científicos se dedicaron a describir y calificar las características externas
de los pueblos que encontraban: el color de su piel (negros, rojos, amarillos,
blancos, etc.), su contextura física, su rostros, su pelo, su vestimenta, sus
costumbres.
También fue la edad de oro de la
antropometría: se medía el cubicaje craneano y se forzaban los datos para
establecer lo que se quería creer: la superioridad de los europeos, y
especialmente los europeos septentrionales, en relación con otros pueblos y
culturas. Se justificaba así, en forma más o menos indiscreta, la explotación,
esclavización y dominación de otros seres humanos que era la base del
colonialismo y el imperialismo. Pero no hay que olvidar que esas
clasificaciones no solamente operaban para discriminar a los colonizados sino a
las clases y sectores dominados de sus propias sociedades: los pobres de la
ciudad y del campo, las mujeres, los campesinos, los enfermos, los más débiles.
Estos
prejuicios propios de las justificaciones pseudocientíficas siempre han tenido
que ver con el poder, la discriminación como sustento de la dominación y la
explotación y algunas de los peores males de las sociedades humanas: la
explotación de unos seres por otros, la xenofobia, el miedo y el rechazo de las
diferencias, el racismo, el sexismo, la limpieza étnica, las persecuciones, los
pogromos, las masacres, los genocidios.
El estudio de la diversidad humana muestra la
perversidad de la eugenesia (acuñada por Galton en 1883) que procura el
“mejoramiento de la raza” promoviendo la procreación de los “mejores” y la
exclusión de los “inferiores” y la monstruosidad de los genocidios y de los
apartheid. De la misma manera en que sabemos que África fue la cuna de la
humanidad, sabemos también que las diferencias externas entre los humanos son
absolutamente mínimas desde el punto de vista genético.
Compartimos un alto porcentaje del material
genético con seres que consideramos muy inferiores, por ejemplo gusanos, y que
estamos mucho más cerca de los gorilas que de los chimpancés como se creía
antes de la secuenciación del genoma de los grandes simios. Lo cierto es que
entre un ser humano y un chimpancé hay menos diversidad genética que entre dos
chimpancés y aún las diferencias genotípicas entre los humanos son mucho
menores. En general, la variabilidad genética entre individuos de dos poblaciones
humanas diferentes es menor que la que se registra entre dos individuos de la
misma población.
Por eso la genética no sustenta el racismo. No
lo hace porque la variabilidad genética es insignificante y porque las
variaciones del fenotipo, es decir los rasgos externos de los individuos, no
tienen relación unívoca con el genotipo. Las características externas pueden
responder a un conjunto de materiales genéticos, a diversos genotipos. Ningún
caso los rasgos externos, que efectivamente existen, pueden ser interpretados
como superioridad o inferioridad absoluta o relativa entre poblaciones o
individuos.
Uno de los problemas que enfrenta la
cuotificación del empleo, de la representación parlamentaria o de la igualdad
de oportunidades, cuando se trata de grupos étnicos o raciales, es la
determinación exacta de la categoría. En este caso la categoría
afrodescendiente. ¿Qué grado de ascendencia y cómo se comprueba? Si la
determinación se hiciese por rasgos externos (color de piel, cabello, rasgos
faciales, etc.) sería muy poco confiable o imposible con un grado de certeza
apenas aceptable y la determinación genética es igualmente precaria. Partamos
de la base de que no existen poblaciones genéticamente homogéneas inclusive en
países relativamente “cerrados” como Japón y de que América Latina es,
especialmente, un continente de fusión demográfica.
Desde este punto de vista, el establecer un
umbral que separe a los “afrodescendientes” de quienes no lo son es muy difícil
y puede generar grandes injusticias. Por otra parte, la búsqueda de indicadores
raciales “objetivos” conlleva la infame marca de la sociobiología, el
determinismo biológico y junto con ellos las formas más cruentas de
discriminación y persecución.
Esta dificultad no tiene nada que ver con el
derecho inalienable que tienen todos los seres humanos a considerarse
integrantes de determinada categoría, clase, etnia o grupo humano, a proclamarse
orgullosos de ello y a defender sus derechos y valores culturales siempre que
esto no implique avasallamiento o menoscabo de los derechos de otros
colectivos.
Definiciones
de la discriminación - Un segundo problema
radica en que los grupos, colectividades, clases y etnias que la sufren discriminación
suelen ser numerosos. En Canadá, por ejemplo, el Estado ha determinado la
existencia de cuatro grandes categorías que se considera son víctimas de la
discriminación: las mujeres, los discapacitados, los aborígenes y las minorías
visibles. Resulta sencillo concluir que los grupos humanos discriminados son
muchos más. Este fenómeno complica enormemente la eficacia de las cuotas como
medida para remediar los efectos malignos de la discriminación.
La discriminación adopta muchas formas pero
todas ellas incluyen alguna forma de exclusión o rechazo. Entre los humanos
existen diferencias y desigualdades. Las primeras deben ser asumidas y las
segundas deben ser eliminadas o superadas. La discriminación estigmatiza lo
diferente y sirve a la preservación de las desigualdades.
Sin ánimo taxativo hay que mencionar la
discriminación racial o étnica que se basa en diferencias reales o percibidas
como tales. Existe asimismo una discriminación basada en la nacionalidad o el
origen de las personas. También hay una discriminación por sexo, género e
identidad de género que se apoya en estereotipos de género. La discriminación
étnica y la nacionalista muchas veces se suma o complementa con la
discriminación religiosa y la discriminación por la lengua que se emplea as{i
como con la xenofobia. La discriminación clasista refuerza el poder de una
clase, casta o estamento dominante sobre el resto de la sociedad. La
discriminación laboral, es decir la privación del derecho a un trabajo digno se
combina y manifiesta bajo la forma de acoso moral en el trabajo, acoso sexual,
discriminación por edad y por sexo, discriminación de los discapacitados.
La discriminación juega un papel económico,
social, político e ideológico en las sociedades humanas. Sirve para reforzar la
dominación y el control y para abaratar costos y justificar la superexplotación
de los menos favorecidos y de los más débiles. Desde el punto de vista social, político
e ideológico, pueden distinguirse formas más cruentas y brutales de
discriminación y otras más sutiles.
En las sociedades contemporáneas no hay
necesidad de perjudicar a alguien para discriminar. Un ejemplo son las
donaciones especiales o los subsidios diferenciales cuando producen o acentúan
la distribución regresiva del ingreso. De este modo, se puede disponer un
subsidio para todas las personas que, sin embargo, sea menor en el caso de
algunos grupos. Asi, todos reciben algo pero las desigualdades se refuerzan.
Naturalmente el igualitarismo absoluto es también una forma de discriminación
al no tener en cuenta las condiciones concretas y la historia de los distintos
grupos o clases.
La discriminación requiere catalizadores
ideológicos justificantes y estos son el miedo, el odio y la desconfianza. Los
temores a lo diferente, a los desposeídos, a los migrantes, a presuntos
invasores, a las enfermedades, a ciertos grupos étnicos u organizaciones
políticas o religiosas, a los habitantes de ciertos barrios o regiones, han
sido un ingrediente fundamental de las formas extremas de discriminación y terrorismo de Estado junto con los
estereotipos y los prejuicios.
La cuotificación, es decir la asignación de
cupos preferenciales para ciertos grupos identificados como víctimas de
discriminación se aplica en algunos países para la educación, la vivienda, el
empleo pero es muy discutida y sus efectos han resultado muy difíciles de demostrar.
Como parámetro es complicada la promoción de
la cuotificación a favor de uno o algunos de los grupos discriminados dejando
de lado a los demás y mucho más difícil
si se trata de una medida aislada que no forma parte de un conjunto articulado
y sustentado en información demográfica, sociológica, antropológica y
psicológica actualizada acerca de la problemática social.
Los afrodescendientes han sufrido y sufren
discriminación pero además de alguna información demográfica hay pocos estudios
acerca de las características concretas que aquella está presentando en el
Uruguay. Las Naciones Unidas han definido a la discriminación racial como
cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en la raza,
el color, la ascendencia, el origen nacional o étnico, que tenga el propósito o
el efecto de anular o perjudicar el reconocimiento, disfrute o ejercicio de los
derechos humanos basados en la equidad y las libertades fundamentales en
materia política, económica, social, cultural o en cualquier otro ámbito de la
vida.
La
senda de la justicia – De últimas un análisis de
las experiencias de distintos países demuestra que la clave para combatir la
discriminación radica en la articulación de las medidas que se adopten a favor de
la justicia y la equidad, de recuperación de la solidaridad y la reconstrucción
de la trama social del país. La superación de las desigualdades es fundamental.
En ese sentido, desde el comienzo de la crisis estructural del país, en la década
de los sesenta del siglo pasado y hasta marzo del 2005 poco se había hecho para
evitar la destrucción de la trama social.
Por el contrario, la dictadura (1973 -1985) sembró
violencia, odio y terror que fueron fundamentales para la proliferación de todo
tipo de injusticias y discriminaciones. Los gobiernos de Sanguinetti, Lacalle y
Batlle, con su orientación neoliberal agudizaron la terrible herencia,
preservaron la impunidad, los primacía del mercado, es decir de los intereses más
regresivos que no por casualidad o simple coincidencia fueron los promotores de
las distintas formas de discriminación, racial, social y cultural que nos
afligen.
Medidas que se produjeron desde el 2005, como
la significativa reducción de la indigencia y la pobreza, el desarrollo del
Sistema Nacional Integrado de Salud, el Plan Ceibal, la creación de empleo y la
disminución de la desocupación, el desbaratamiento de la impunidad de la que
gozaban los perpetradores del terrorismo de Estado, la reparación a las víctimas,
las mejoras en la calidad de vida de todos los uruguayos y en particular de los
más modestos, son la mejor contribución a la lucha contra todas las formas de
discriminación y la reparación de los daños que ellas produjeron. Otras medidas
que vendrán como la despenalización del aborto, la profundización de la equidad
en materia tributaria, el saneamiento del sistema carcelario, consolidarán este
proceso de mejora que, sin embargo, entraña todavía enormes desafíos.
Este marco general no resuelve completamente
el enfrentamiento a las distintas formas de discriminación. Por eso mismo, los
casos de discriminación deben ser denunciados y será preciso tomar medidas
correctivas y preventivas específicas. Lo que debe quedar claro es que es establecimiento
de cuotas, por si solo, posiblemente no llegue a ser un aporte adecuado.
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