PRINCIPIOS
AUSPICIOSOS Y CAMINOS ABRUPTOS
La Udelar
empieza a moverse para prevenir y erradicar una de las formas más ominosas de
violencia institucional: el acoso moral
Lic. Fernando Britos V.
Desde los trabajos pioneros de Heinz Leymann, hace
treinta años, hasta los más recientes de Iñaki Piñuel, pasando por las obras de
Marie-France Hirigoyen y los casos que hemos descripto y denunciado en Uruguay,
se sabe que el acoso moral es una de las formas de violencia más comunes y un flagelo
cuya incidencia es muy frecuente en las instituciones de enseñanza y
especialmente en las universidades públicas.
Sucede que el acoso es una forma de violencia
solapada, abominable, vergonzante y su abordaje teórico figura, por lo común,
entre los temas tabú, políticamente incorrectos, al tiempo que su mera existencia
es sencillamente inadmisible. Esto se debe a que la sola admisión de la posibilidad
de que casos de acoso moral hayan sucedido, estén sucediendo o puedan suceder
en una institución de tan elevados fines y valores éticos como una universidad
resulta sencillamente insoportable para muchas personas.
En los últimos tiempos, prácticamente desde diciembre
de 2011, el acoso moral ha empezado a ponerse sobre el tapete, en forma
incipiente, tímida y tangencial, en la Universidad
de la República. Por ahora se trata de charlas y talleres impulsados desde la
Comisión de Derechos Humanos de A.F.F.U.R (el gremio de los funcionarios no docentes)
y del Programa Central de Salud Mental (P.S.M) radicado en el Servicio Central
de Bienestar Universitario.
El 28 de noviembre las actividades del año de este programa
culminaron con un taller denominado “Acoso moral en la Udelar, ¿cómo
intervenir?”. Se trata, sin lugar a dudas, de un gran y auspicioso esfuerzo que
requiere un apoyo redoblado. Para ello hay que prestar atención a las palabras
inaugurales de la Asistente Social, Lic. Teresa Dornell, coordinadora del P.S.M.
Esta docente reconoció que la audiencia
y participación se limitaba a los funcionarios no docentes, que muchos de sus
colegas no se consideraban trabajadores públicos y por lo tanto se pensaban inmunes
al acoso moral y que algo parecido sucedía con los estudiantes que siempre
fueron una fuerza justiciera e innovadora en la Universidad.
Esta lúcida advertencia de Dornell no implica desaliento
pero no debe ser pasada por alto. Nuestra explicación empieza a partir de una
contextualización del acoso moral. Por lo común, las primeras aproximaciones al
tema son de tipo asistencial: se trata de ayudar a la o las víctimas del acoso
moral y en este terreno hay varias modalidades o procedimientos para
materializar esta ayuda solidaria y ya volveremos sobre esto más adelante.
Después se trata de identificar a los acosadores y existe una fuerte tendencia
hacia la tipificación tanto de las víctimas como de los perpetradores. Sin
embargo, queda poco claro el papel que juega el entorno, es decir los cómplices
por acción o por omisión y sobre todo la organización del trabajo que hace
posible la incidencia del acoso moral.
La experiencia demuestra que las organizaciones pasan
por tres etapas, a veces consecutivas, a veces simultáneas. La primera siempre es
la negación: en esta institución no existe el acoso moral; lo que se dice acoso
moral se reduce a problemas interpersonales; somos muy amplios, transparentes,
democráticos; aquí no existen conflictos de intereses, no hay curias de poder,
no hay patronales, no hay explotación, no existe el sufrimiento en el trabajo;
en esta organización no se aplican los principios gerenciales y tecnocráticos
del neoliberalismo, hay equidad perfecta y respeto por los derechos de todos.
La segunda etapa es la banalización del fenómeno : hay
problemas pero son excepcionales, producto de individuos desviados, acosadores
circunstanciales y equivocados, acosados con problemas de salud (de salud
mental), vulnerabilidad y baja autoestima; la organización no necesita ser
corregida, la organización es perfectible pero únicamente en el sentido
gerencial del término (“separar el timón de los remos”, “evitar el conflicto”, “hacer énfasis en la satisfacción en el
trabajo”, “establecer mecanismos de conciliación o mediación obligatoria”, “hacer
consultas pero evitar la participación de los asalariados en las decisiones que
les afectan”, “pensamiento positivo”, etc.).
La tercera etapa es la conocida como la de “matar al
mensajero de las malas noticias”. Es la etapa de las acciones excluyentes
cuando la negación y la banalización han resultado insuficientes para impedir
que los casos de acoso moral sean sofocados, negociados u ocultados.
Naturalmente lo que las organizaciones frecuentemente desarrollan en esta etapa
es una fuerte ofensiva que se encuadra en los límites de la violencia
institucional y que, en casos muy excepcionales, puede llegar a la agresión
abierta o la eliminación de quienes denuncian o exponen los casos que se trata
de ocultar. El caso más flagrante de “acción aversiva y disuasoria” es el
desarrollado por el Vaticano, a instancias del papa Juan Pablo II, hacia
quienes efectuaron denuncias contra sacerdotes pedófilos. Las instrucciones que
recibió la jerarquía eclesiástica en Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda, eran
no negociar con los denunciantes sino denunciarlos penalmente a su vez y
levantar todo tipo de cargos contra las víctimas.
Las iniciativas que se están empezando a promover en
la Udelar para identificar y prevenir el acoso moral son ciertamente auspiciosas
pero parecen estar transcurriendo aún por la etapa organizacional de la negación.
Todo indica que para avanzar no bastará con multiplicar los talleres y charlas
sino que será preciso dar un salto en la conciencia del colectivo acerca de la
incidencia del acoso moral, a partir de un análisis impostergable, público y
respetuoso de los casos reales que están sucediendo y de una consideración
temprana de las denuncias que se formulan.
Es preciso tener en cuenta que la clave del acoso
moral radica en su carácter solapado, alevoso, sostenido. Los primeros en
percibirlo pueden ser los compañeros de las víctimas y son ellos los que deben
ser alentados y respaldados para impedir el aislamiento de los acosados. Los
psicólogos, los asistentes sociales, los abogados, los médicos, que pueden y
deben hacer una contribución importante en los casos de acoso moral suelen “llegar
tarde”.
Sin embargo, el punto clave parece ser el
esclarecimiento de la vinculación que existe entre el acoso moral y otras
formas de violencia institucional con los dilemas éticos que suelen presentarse
en la enseñanza universitaria y la investigación científica. Por ejemplo, los
estudiantes pueden percibir claramente como hay ciertas formas de “explotación”
de su trabajo y de plagio que están directamente emparentadas con los fenómenos
del acoso incluyendo no solamente el acoso moral sino el acoso sexual, la
discriminación de género y otros flagelos.
Son caminos abruptos, no desprovistos de riesgos e
incertidumbres pero prometedores y los universitarios uruguayos están probando
ser capaces de recorrerlos.
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