NO
HAY TRUENOS EN NOCHE DESPEJADA
Invisibilidad
de los antecedentes e impotencia de la represión
Lic.
Fernando Britos V.
Crepitan los medios de
comunicación alimentando la hoguera con los detalles nimios o morbosos, con las
especulaciones eruditas de los criminólogos aficionados, con las peroraciones
de profetas que aprovechan para promover sus credos redentores y vender sus
pócimas, con los innumerables caranchos que amasan beneficios electorales y defienden
sus intereses económicos. Casi todos están dispuestos a hacer la suya y para
esto apelarán hasta el último niño o la última mujer asesinada.
El infinito ciberespacio
acústico devuelve ecos distorsionados por la ansiedad, el miedo y la
incertidumbre de millones de personas diferentes, desiguales y desconectadas.
Mientras dura la tormenta de los ¿cómo?, los ¿porqué?, es posible que los
antecedentes pasen desapercibidos, que los signos precursores del mal se
mantengan en segundo o tercer plano, y de este modo cada crimen horrendo podrá
volver a explotarse como novedoso, como impredecible, como un trueno en una
noche despejada, que por inexplicable tampoco tiene responsables.
Ese trueno ominoso también
nos anula cívicamente y nos vuelve más propensos a la acción de los enemigos de
las diferencias que son, precisamente, los defensores de las desigualdades. En
todo el mundo la fauna de los explotadores del crimen se manifiesta en formas
variadas pero reconocibles a pesar de las diferencias culturales e idiomáticas:
son los mercachifles del miedo, los vendedores de represión, mano dura y
seguridad nacional, los politicastros hijos del terror, los talibanes
religiosos, los falsos objetores de conciencia, los paradójicos defensores de
“valores inmutables” o de una “naturaleza prístina” que nos devolvería a una
sociedad cavernícola idealizada y mentirosa.
Hay otro rasgo común y es el
desconocimiento, sistemático, de los antecedentes. Ya sabemos que los servicios
de inteligencia más poderosos del mundo, los que vigilan todas las comunicaciones
y mensajes (incluyendo esta), los que ven desde el cielo todos los movimientos
y mandan sus drones para arrasar ciudades y perpetrar asesinatos, los que
mantienen escuelas de tortura y cientos de prisiones clandestinas por todo el
mundo, los gendarmes de la intervención universal, no pudieron prevenir los
atentados de las Torres Gemelas. ¿Cómo podrían haber impedido la masacre de
Columbine o la de ahora, en la escuela Sidney Hook?
¿Tiene algún sentido que se
pregunten por qué sucedió esto, en el país más armado del mundo, en la nación
donde la mayoría de los habitantes cree en fenómenos paranormales, desconoce la
evolución humana y en dónde cualquiera puede comprar un arma de guerra como si
fuera un helado y municiones a granel como si fueran chupetines? ¿Nadie
advirtió a esa madre enajenada y aterrorizada que acumulaba armas y municiones
donde vivía con su hijo, a la postre su asesino? ¿Nadie percibió a ese “raro” Adam,
inteligente y ensimismado, que seguramente acumulaba cientos de horas de
práctica en polígono y miles de rondas de proyectiles disparados contra blancos
móviles para adquirir la mortal destreza que le permitió efectuar más de
doscientos disparos en menos de cinco minutos con semejante efectividad (medio
centenar de víctimas empleando armas largas y cortas)?
¿Cómo se fabrica semejante
máquina de matar? ¿Quién vendió los miles de dólares de material bélico,
incluido el uniforme de camuflaje? ¿Quién pagó el entrenamiento del asesino?¿Cuánto
tiempo, dinero y premeditación demanda una operación comando unipersonal que
deben envidiar los que despacharon a Osama Bin Laden y los suyos? ¿Cuántas
lágrimas de Barack Obama se necesitarán para encubrir sus promesas incumplidas
y sus actitudes complacientes y electoreras hacia la violencia privada e
institucional que reina en su país?
Asombrosa imprevisión,
ineptitud total ¿o se trata de qué no hay peor sordo que el que no quiere oir
ni peor ciego que el que no quiere ver? Ahora importa poco en que categoría de
las enfermedades mentales podría catalogarse el desorden que condujo a esta
masacre en la escuela de Newtown, una urbanización residencial de la alta
burguesía donde un liceal claramente perturbado pasó desapercibido durante
años, con una madre claramente perturbada que mantenía un bunker con alimentos,
agua y armas, como para defenderse del asedio de legiones de zombies. ¿No lo
sabían los vecinos, su otro hijo y hermano, su ex esposo, lo ignoraban? Era un
ama de casa ejemplar, sostenía una vecina, para ella los hijos siempre estaban
primero. ¿De qué manera?
No hay que ir a Estados
Unidos para encontrar esa aparente ceguera a los antecedentes, esas noches
desapacibles, esos signos precursores, esos gestos sofocados como pedidos de
ayuda o de intervención benévola, que tal vez, y sólo tal vez, podrían haber
evitado alguno de los tremendos crímenes y aún la muerte del asesino
equiparable a la de un perro rabioso. Basta pensar en la infeliz mujer apuñalada
por su ex pareja no hace mucho, aquí en Montevideo.
Una madre llorosa declarando
“mi hija está muerta y nadie hace nada”; su marido, un padre desolado que confiesa
con una candidez rayana en la imbecilidad moral, que el asesino le había dado
una paliza tremenda a él y a su mujer a quien le había fracturado el maxilar a
golpes por lo que le habían denunciado en la comisaría, meses atrás, pero
después habían retirado la denuncia a pedido de la víctima.
Una mujer golpeada, separada
debido a lo sufrido, que se empeñaba en reconstruir una relación perversa y ya
destruida, anulando la débil voluntad protectora de sus padres que levantaron
la denuncia policial a su pedido. Una víctima que mandaba mensajes amorosos a
su verdugo, el que respondió a su último SMS con una visita para darle cuatro
mortales puñaladas.
Atención a los antecedentes,
a las vísperas, a la cadena de hechos que conduce a los crímenes, a las
secuelas, a la explotación morbosa de los detalles, a la exacerbación del
temor. Repudio a los promotores del armamentismo, a quienes promueven la
justicia por mano propia, la ley del Talión, el amparo a los autores
intelectuales, el olvido de los hechos luctuosos y la represión como única
solución. La gran lección es que la invisibilidad de los antecedentes, el
oscurecimiento de la memoria y las ambigüedades del contexto explican la incapacidad
de la prevención y la impotencia de la represión.
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