SILENCIOS DE MUERTE
Con las condiciones de trabajo
subordinadas a la maximización de la ganancia seguirán muriendo trabajadores en
accidentes evitables.
Lic. Fernando Britos V.
La manipulación de la información y el
ocultamiento de evidencias van de la mano y exponen, cada vez más, el cinismo y
deliberada frialdad con que algunos medios de comunicación buscan promover sus
concepciones acerca del riesgo, el sufrimiento en el trabajo y en general el
valor de la vida humana.
El famoso “error” de El País de Madrid al publicar una
supuesta foto de Hugo Chávez en su lecho de enfermo es un ejemplo resonante de
este tipo de manejos. Los editores del gran diario madrileño se volvieron
vulnerables a la estafa porque sus “defensas éticas” se deterioraron, con el
correr de los años, como producto de su campaña solapada y sistemática contra
el gobierno venezolano y especialmente contra la figura de su Presidente.
Deseaban tan fervientemente lo peor para el mandatario venezolano que mordieron
un cebo burdamente adobado, compraron una imagen cruel, vieja y manoseada,
porque su campaña les indujo a confundir sus deseos con la realidad.
Esta es una manifestación inconfundible del pecado de hubris o hybris [1],
la soberbia de los manipuladores masivos, acostumbrados a construir y destruir
prestigios a punta de fotos y titulares que después amplifican por radio, TV y
redes sociales una recua de corifeos.
Ahora bien, El País de Montevideo, en su encabezamiento del
1º de febrero, titula “SINDICATO DEMORA
LA MAYOR INVERSIÓN DEL PAÍS POR ACCIDENTE FATAL”. Las palabras en
negrita están impresas en color.
Informan así sobre las secuelas de la muerte del obrero de la
construcción Mario Andrejuk, fallecido el 29 de enero al caer desde una altura
superior a los diez metros en la obra que Montes del Plata está llevando a cabo
en Conchillas, destinada a transformarse en una de las plantas de celulosa más
grandes del mundo.
Como ya es norma, el SUNCA efectuó un paro general nacional
de 9 a 13 horas del día siguiente, paralizó y desalojó la obra en que laboran
más de 5.000 trabajadores y reclamó una investigación a fondo y un nuevo
protocolo de seguridad. Este accidente fatal parece ser consecuencia de un
aspecto perverso que incorporan los sistemas de contratación y subcontratación
bajo el cual se desarrollan obras gigantescas como la de Montes del Plata. El
sindicato ha venido denunciando irregularidades pero las responsabilidades se
diluyen en la maraña de las subcontrataciones.
Sin embargo, como en el caso de las disculpas “a sus lectores”
de El País de Madrid - que evita cuidadosamente disculparse con el pueblo y el gobierno
venezolano agredido por ellos – Montes del Plata se disculpa por errores, aunque
estos incluyan la “limpieza” del lugar del accidente lo cual obstaculizó la
investigación de la Policía Técnica y por ende encubre las responsabilidades
concretas en la muerte de Andrejuk. Naturalmente, el SUNCA reclama que se
conozca “quien dio la orden” de ocultar las evidencias de un accidente que
habría sido perfectamente evitable, además de mantener paralizada la obra hasta
que se aplique un nuevo protocolo de seguridad.
Es transparente la intención del titular de El País de
Montevideo: un simple accidente, lamentablemente fatal, paraliza la mayor obra
jamás llevada a cabo en el país con una inversión estimada en mil millones de
dólares. Lo que sucede aquí y no es novedoso como veremos enseguida es que las
grandes obras entrañan riesgos igualmente grandes. Estos riesgos se pagan en
vidas humanas pero las empresas tienden a minimizarlos por crudas razones de
costos. La vida humana es, por lo general, un valor secundario. Se puede
recompensar a los deudos, pagar indemnizaciones y seguros pero el valor supremo
es “el cumplimiento a tiempo”.
Una demora en una obra de esta magnitud es infinitamente más
costosa que cualquier indemnización y aunque esta no sea una elección fríamente
deliberada ( a veces lo es) se trata de la lógica de la eficiencia: economizar
gastos, hacer más con menos aun a costa del mantenimiento de la maquinaria, a
costa de los recursos y procedimientos de seguridad, a costa de las inversiones
en condiciones de trabajo y de últimas minimizando los “daños colaterales”.
Esta es una lógica de guerra porque, en definitiva, la guerra es el caso
extremo de desvalorización y nulificación de la vida humana.
Estas presiones se solapan y también se potencian mediante
las presiones a que están sometidos los operarios y proveedores de servicios
bajo los sistemas de contratación y subcontratación. Estos sistemas no
responden exclusivamente a los problemas inherentes a la división del trabajo y
las formas de especialización sino también al acrecentamiento de la
superexplotación, la contracción del gasto y la disipación de responsabilidades
en cuanto a los daños colaterales.
Muchos adelantos se han conseguido con la colaboración de
obreros y empresarios para aumentar la seguridad en la construcción en este
país pero, evidentemente, queda mucho camino por recorrer. Las
responsabilidades en la incidencia de accidentes con resultados irreversibles
(muerte, invalidez, enfermedades crónicas) han sido valiente y sistemáticamente
reclamadas por el SUNCA pero aún asi siguen registrándose víctimas de
accidentes laborales en la construcción que superan a los de todas las demás
ramas industriales.
El papel de algunos medios de comunicación o en todo caso el
tratamiento que dan al tema es, muchas veces, el de banalizar la incidencia de
los accidentes laborales y esto se consigue, entre otros procedimientos,
mediante la contraposición con supuestos intereses mayores o propósitos
grandiosos: ¿cómo puede ser que la muerte
accidental de este pobre hombre paralice la obra más importante del país que da
trabajo a cinco mil obreros?
La valoración de los riesgos es un tema muy complejo porque
su incidencia va mucho más allá de las numerosas muertes evitables sino que es
una de las claves para enfrentar el sufrimiento en el trabajo. La historia del
trabajo marca hitos que conviene no olvidar. Las grandes obras civiles del
pasado siglo han estado jalonadas con cientos y miles de muertos. Cada metro de
los túneles, los puentes, las represas, los canales del siglo XX ha cobrado un
altísimo costo.
El ejemplo más notorio fue el Canal de Panamá, donde fracasó
Ferdinand de Lesseps y la ingeniería europea y produjo una quiebra fantástica
que desangró a Francia. La fiebre amarilla cobró una cifra incalculable de
muertos, en lo fundamental caribeños, indígenas, negros y chinos, pero también
cientos de técnicos franceses. A cierta altura, para dar nuevo impulso a los
trabajos que avanzaban muy lentamente, de Lesseps contrató a un famoso
ingeniero francés como Director quien para demostrar que los rumores sobre la
terrible mortandad que demoraba las obras no eran ciertos, se instaló en Panamá
con su señora, su hija y el esposo de ésta. En seis meses su familia había
muerto víctima de la fiebre amarilla y el ingeniero, solo y moralmente
destruido, regresó a su país.
Los estadounidenses encararon el problema como un asunto
sanitario y no como un problema de pura ingeniería. Al combatir y erradicar el
mosquito transmisor de la fiebre amarilla consiguieron terminar la obra y apropiarse
del canal interoceánico. Esto no
quiere decir que los accidentes laborales hubieran desaparecido pero la cifra
de “bajas” se hizo tolerable como para finalizar el proyecto.
[1]
La hubris o hybris es un concepto de la Grecia
clásica que podría traducirse como ‘desmesura’ ; en la actualidad se aplica a
la omnipotencia y la grandiosidad que se atribuyen los que ejercen poder. Tanto
en la antigüedad como ahora, la hubris implica un desprecio temerario por las
demás personas y una falta de control
sobre los propios impulsos. La hubris es un sentimiento violento inspirado por
las pasiones exageradas y concretamente por la furia o el orgullo aunque no
necesariamente se manifiesta como violencia física y, hoy en día, es
esencialmente una obra de violencia simbólica. El viejo proverbio griego decía
(hay distintas versiones) que los dioses ciegan o enloquecen a quienes quieren
destruir.
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