viernes, 1 de febrero de 2013

Silencios de muerte



SILENCIOS DE MUERTE
Con las condiciones de trabajo subordinadas a la maximización de la ganancia seguirán muriendo trabajadores en accidentes evitables.
Lic. Fernando Britos V.
            La manipulación de la información y el ocultamiento de evidencias van de la mano y exponen, cada vez más, el cinismo y deliberada frialdad con que algunos medios de comunicación buscan promover sus concepciones acerca del riesgo, el sufrimiento en el trabajo y en general el valor de la vida humana.
El famoso “error” de El País de Madrid al publicar una supuesta foto de Hugo Chávez en su lecho de enfermo es un ejemplo resonante de este tipo de manejos. Los editores del gran diario madrileño se volvieron vulnerables a la estafa porque sus “defensas éticas” se deterioraron, con el correr de los años, como producto de su campaña solapada y sistemática contra el gobierno venezolano y especialmente contra la figura de su Presidente. Deseaban tan fervientemente lo peor para el mandatario venezolano que mordieron un cebo burdamente adobado, compraron una imagen cruel, vieja y manoseada, porque su campaña les indujo a confundir sus deseos con la realidad.
Esta es una manifestación inconfundible del pecado de hubris o hybris [1], la soberbia de los manipuladores masivos, acostumbrados a construir y destruir prestigios a punta de fotos y titulares que después amplifican por radio, TV y redes sociales una recua de corifeos.
Ahora bien, El País de Montevideo, en su encabezamiento del 1º de febrero, titula “SINDICATO DEMORA LA MAYOR INVERSIÓN DEL PAÍS POR ACCIDENTE FATAL”. Las palabras en negrita están impresas en color.  Informan así sobre las secuelas de la muerte del obrero de la construcción Mario Andrejuk, fallecido el 29 de enero al caer desde una altura superior a los diez metros en la obra que Montes del Plata está llevando a cabo en Conchillas, destinada a transformarse en una de las plantas de celulosa más grandes del mundo.
Como ya es norma, el SUNCA efectuó un paro general nacional de 9 a 13 horas del día siguiente, paralizó y desalojó la obra en que laboran más de 5.000 trabajadores y reclamó una investigación a fondo y un nuevo protocolo de seguridad. Este accidente fatal parece ser consecuencia de un aspecto perverso que incorporan los sistemas de contratación y subcontratación bajo el cual se desarrollan obras gigantescas como la de Montes del Plata. El sindicato ha venido denunciando irregularidades pero las responsabilidades se diluyen en la maraña de las subcontrataciones.
Sin embargo, como en el caso de las disculpas “a sus lectores” de El País de Madrid - que evita cuidadosamente disculparse con el pueblo y el gobierno venezolano agredido por ellos – Montes del Plata se disculpa por errores, aunque estos incluyan la “limpieza” del lugar del accidente lo cual obstaculizó la investigación de la Policía Técnica y por ende encubre las responsabilidades concretas en la muerte de Andrejuk. Naturalmente, el SUNCA reclama que se conozca “quien dio la orden” de ocultar las evidencias de un accidente que habría sido perfectamente evitable, además de mantener paralizada la obra hasta que se aplique un nuevo protocolo de seguridad.
Es transparente la intención del titular de El País de Montevideo: un simple accidente, lamentablemente fatal, paraliza la mayor obra jamás llevada a cabo en el país con una inversión estimada en mil millones de dólares. Lo que sucede aquí y no es novedoso como veremos enseguida es que las grandes obras entrañan riesgos igualmente grandes. Estos riesgos se pagan en vidas humanas pero las empresas tienden a minimizarlos por crudas razones de costos. La vida humana es, por lo general, un valor secundario. Se puede recompensar a los deudos, pagar indemnizaciones y seguros pero el valor supremo es “el cumplimiento a tiempo”.
Una demora en una obra de esta magnitud es infinitamente más costosa que cualquier indemnización y aunque esta no sea una elección fríamente deliberada ( a veces lo es) se trata de la lógica de la eficiencia: economizar gastos, hacer más con menos aun a costa del mantenimiento de la maquinaria, a costa de los recursos y procedimientos de seguridad, a costa de las inversiones en condiciones de trabajo y de últimas minimizando los “daños colaterales”. Esta es una lógica de guerra porque, en definitiva, la guerra es el caso extremo de desvalorización y nulificación de la vida humana.
Estas presiones se solapan y también se potencian mediante las presiones a que están sometidos los operarios y proveedores de servicios bajo los sistemas de contratación y subcontratación. Estos sistemas no responden exclusivamente a los problemas inherentes a la división del trabajo y las formas de especialización sino también al acrecentamiento de la superexplotación, la contracción del gasto y la disipación de responsabilidades en cuanto a los daños colaterales.
Muchos adelantos se han conseguido con la colaboración de obreros y empresarios para aumentar la seguridad en la construcción en este país pero, evidentemente, queda mucho camino por recorrer. Las responsabilidades en la incidencia de accidentes con resultados irreversibles (muerte, invalidez, enfermedades crónicas) han sido valiente y sistemáticamente reclamadas por el SUNCA pero aún asi siguen registrándose víctimas de accidentes laborales en la construcción que superan a los de todas las demás ramas industriales.
El papel de algunos medios de comunicación o en todo caso el tratamiento que dan al tema es, muchas veces, el de banalizar la incidencia de los accidentes laborales y esto se consigue, entre otros procedimientos, mediante la contraposición con supuestos intereses mayores o propósitos grandiosos: ¿cómo puede ser que la muerte accidental de este pobre hombre paralice la obra más importante del país que da trabajo a cinco mil obreros?
La valoración de los riesgos es un tema muy complejo porque su incidencia va mucho más allá de las numerosas muertes evitables sino que es una de las claves para enfrentar el sufrimiento en el trabajo. La historia del trabajo marca hitos que conviene no olvidar. Las grandes obras civiles del pasado siglo han estado jalonadas con cientos y miles de muertos. Cada metro de los túneles, los puentes, las represas, los canales del siglo XX ha cobrado un altísimo costo.
El ejemplo más notorio fue el Canal de Panamá, donde fracasó Ferdinand de Lesseps y la ingeniería europea y produjo una quiebra fantástica que desangró a Francia. La fiebre amarilla cobró una cifra incalculable de muertos, en lo fundamental caribeños, indígenas, negros y chinos, pero también cientos de técnicos franceses. A cierta altura, para dar nuevo impulso a los trabajos que avanzaban muy lentamente, de Lesseps contrató a un famoso ingeniero francés como Director quien para demostrar que los rumores sobre la terrible mortandad que demoraba las obras no eran ciertos, se instaló en Panamá con su señora, su hija y el esposo de ésta. En seis meses su familia había muerto víctima de la fiebre amarilla y el ingeniero, solo y moralmente destruido, regresó a su país.
Los estadounidenses encararon el problema como un asunto sanitario y no como un problema de pura ingeniería. Al combatir y erradicar el mosquito transmisor de la fiebre amarilla consiguieron terminar la obra y apropiarse del canal interoceánico. Esto no quiere decir que los accidentes laborales hubieran desaparecido pero la cifra de “bajas” se hizo tolerable como para finalizar el proyecto.


[1] La hubris o hybris es un concepto de la Grecia clásica que podría traducirse como ‘desmesura’ ; en la actualidad se aplica a la omnipotencia y la grandiosidad que se atribuyen los que ejercen poder. Tanto en la antigüedad como ahora, la hubris implica un desprecio temerario por las demás personas y una  falta de control sobre los propios impulsos. La hubris es un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas y concretamente por la furia o el orgullo aunque no necesariamente se manifiesta como violencia física y, hoy en día, es esencialmente una obra de violencia simbólica. El viejo proverbio griego decía (hay distintas versiones) que los dioses ciegan o enloquecen a quienes quieren destruir.

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