EL DEBATE
INTERMINABLE: FILOSOFÍA Y POLÍTICA
¿Fue el Heidegger de
carne y hueso el filósofo más importante del siglo pasado?
Lo sucedido suele retornar una y otra vez bajo distintas
formas, científicas, artísticas y hasta sobrenaturales. ¿Por qué el pasado ha
prefigurado tantas veces el presente, ha permitido avizorar el futuro y no se
ha dado nunca como fue concebido? Los interrogantes, los sueños y las
pesadillas, las utopías y los proyectos, son ineludibles, adquieren sentido y
se reconstruyen permanentemente, en la vida cotidiana de los individuos y en
las diversas culturas. La andadura filosófica y política del profesor de la Selva Negra seguirá
alimentando las polémicas del presente y del futuro.
Fernando Britos V.
AMAR A HEIDEGGER. Martín Heidegger (1889–1976) fue un
influyente filósofo alemán, especialmente apreciado por franceses y
estadounidenses como precursor del posmodernismo, como adalid de las
concepciones conservadoras, por su existencialismo de derecha y su oscuridad
expresiva. Heidegger adhirió al nazismo en 1933 y si bien siempre se mantuvo en
el campo estrictamente académico, sin colaborar directamente en los crímenes de
lesa humanidad, tampoco modificó sus puntos de vista o hizo una autocrítica.
Este filósofo oscuro
también fue y es reverenciado por muchos intelectuales. Por ejemplo: Hannah
Arendt, que de jovencita fue amante de su docto profesor antes de huir de
Alemania, retomó su amistad con él como si nada y después de la guerra, en una
banalización del mal avant la lettre,
intentó reconciliarle con su digno colega, Karl Jaspers, que se había opuesto
al nazismo y había estado a punto de ser fusilado por ello. Afortunadamente no
lo consiguió y Jaspers continuó denunciando la colaboración y complicidad de
muchos de sus compatriotas con el nazismo, hasta su muerte en 1969.
Herbert Marcuse, el
más izquierdista de los miembros originales de la Escuela de Frankfurt, fue
otro filósofo judeoalemán, discípulo y ayudante de Heidegger en Friburgo, que
debió exiliarse y nacionalizarse en Estados Unidos. Después de la guerra
Marcuse volvió a tratar cordialmente a su maestro, se entrevistó con él y le
pidió que se retractara, pero éste se negó reiteradamente pese a lo cual el
discípulo le elogió públicamente “absolviendo” al filósofo de la Selva Negra de sus
pecados nazis[1]. A su
vez, el maestro confesaba en correspondencia privada al discípulo (1948) que él había esperado del nazismo
una renovación espiritual y total de la vida, una conciliación de la lucha de
clases y la salvación de la existencia occidental ante el peligro del comunismo.
Muchos autores que
incursionan en la historia de la filosofía suelen considerar a esta disciplina
como una meditación que se encuentra perfectamente separada de la peripecia o
el drama personal de los filósofos. De este modo, los críticos suelen barrer
para abajo de la alfombra los pecados y pecadillos de hombres y mujeres
cuestionables, ignorando el contexto social e histórico en el que se desarrolló
su pensamiento. Así asignan a sus ideas un valor grandioso e intangible. Lo
hacen aduciendo que no pueden rebajarse a la falacia ad hominem, esto es rechazando que se critique o descalifique a las
ideas mediante la crítica o la descalificación de las personas que las
promovieron. Esta es una posición muy cómoda y también muy reaccionaria.
En nuestras épocas de
estudiante debimos enzarzarnos con El Ser y el Tiempo (Sein und Zeit, 1927) y
no vamos a cometer el soberbio sacrilegio de intentar interpretar
filosóficamente al exrector de la Universidad de Friburgo[2].
Sin embargo, no había que ser un erudito para darse cuenta que el antiguo
seminarista, mostraba su raigambre de catolicismo ultramontano y místico. Hoy
en día se cuenta con textos traducidos e inéditos hasta hace poco tiempo, que desvelan
el sentido político de la meditación heideggeriana[3]
y la razón por la que, sin caer en las burdas estupideces de un Alfred
Rosenberg, fue el precursor, el numen y el sucesor de una filosofía
conservadora e idealista que formaba el cerno reaccionario del pensamiento europeo
y que, de hecho, se identificó y se extasió con la política que llevó adelante Adolf
Hitler.
El que muchos
consideran como el filósofo más importante del siglo XX redujo toda su analítica de la existencia a
esperar una renovación del espíritu alemán por parte de Hitler. De este modo un
vulgar acto de adhesión política se transformó en un gesto filosófico. Se ha
debatido mucho acerca del compromiso personal del filósofo o si dicho
compromiso no fue más que una consecuencia natural de su propia filosofía.
Su mentor le había dicho a Hannah
Arendt que él no servía para la política y parece que ella se lo creyó, pero
sin embargo no cabe duda de que fue un filósofo comprometido con su tiempo. Los
heideggerianos alemanes sabían del compromiso de su maestro con el nazismo pero
callaron; los heideggerianos franceses, aparentemente en forma ingenua,
hicieron del profesor de la Selva Negra[4]
el más importante de los filósofos franceses.
Umberto Eco remitió el escándalo a
un problema propio de franceses y estadounidenses porque según él solamente
ellos son capaces de confundir una moda con la filosofía. Para otro italiano,
más reaccionario, Gianni Váttimo, la preocupación es saber si detrás de las
críticas a Heidegger y de las acusaciones de nostálgico del nacionalsocialismo,
se esconde alguna filosofía tercermundista.
LA COARTADA DEL FILÓSOFO DISTRAÍDO. La polémica cerca de la responsabilidad política de Heidegger se mantendrá
por mucho tiempo, no como una curiosidad, una extravagancia, una preocupación
deontológica o corporativa sino por la vigencia, en todo el mundo, de la
necesidad de ver la realidad en profundidad para prevenir las tergiversaciones,
el ocultamiento, la desmemoria, que son el caldo de cultivo de todos los
crímenes y la sombrilla bajo la cual se esconden las larvas del despotismo y la
crueldad.
En 1933, Heidegger asumió el
Rectorado de la
Universidad de Friburgo y lo desempeñó por poco más de diez
meses, hasta 1934. Su discurso de asunción y sus escritos posteriores eran
piezas conocidas de identificación con el nazismo y en 1945 le costaron sus
cargos. Se retiró a su cabaña de la Selva Negra y en 1951 fue reinstalado en la
cátedra para lo cual debieron nombrarle Profesor Emérito.
Para sus seguidores, a
Heidegger le
pasó, como a Tales de Mileto, que por observar el firmamento (en su caso el
firmamento del Ser) se había caído en el pozo
de la política. La obra filosófica de Heidegger sería apolítica pero negativamente responsable de los traspiés
políticos del filósofo. La síntesis de
esta reconstrucción hagiográfica sería que, dedicado a encontrar el
verdadero destino de Occidente, en medio de
una crisis personal profunda producida por el desencanto de su formación
teológica, coincidente con el derrumbe de la república de Weimar, el modesto profesor, pequeño burgués y provinciano,
resultó subyugado por el ascenso fulgurante del nacionalsocialismo. Para ellos,
la ontología de Heidegger, en sus aspectos
esenciales, no habría tenido resultados políticos al servicio del nazismo.
Durante más de
treinta años esta versión se mantuvo, alimentada por numerosos simpatizantes y
combatida por otros tantos detractores. Karl Löwith, discípulo de Edmund Husserl
y uno de los primeros discípulos de Heidegger, también fue de los primeros y
más agudos críticos de su antiguo maestro pero habría que esperar por el
historiador Hugo Ott y un tardío discípulo chileno, Víctor Farías, para
disponer de todas las evidencias acerca de su profundo compromiso con el
nazismo.
Pierre Bourdieu
ha definido el producto final de Heidegger y sus epígonos actuales como un
galimatías abstracto y totalmente desligado de los problemas, preocupaciones y
desafíos de la vida real[5]. El discurso
filosófico –sostiene Bourdieu– como cualquier forma de expresión, es el
resultado de una transacción entre una intención expresiva y la censura
ejercida por el universo social en la que debe llevarse a cabo.
Para comprender la
obra de Heidegger en su inseparable verdad filosófica y política es necesario
rehacer el trabajo de eufemización que le permite desvelar, velándolas, las pulsiones
o los fantasmas políticos. Es preciso analizar la lógica del doble sentido y de
los sobreentendidos que permiten que las palabras del lenguaje ordinario
funcionen simultáneamente en dos registros sabiamente unidos y separados. Darle
a éstos forma filosófica es también darle forma política: se trata de presentar
en una forma filosóficamente aceptable los temas fundamentales del pensamiento
de los “revolucionarios conservadores”[6]
mediante el procedimiento de disfrazarlos para volverlos irreconocibles.
Para los
posmodernos, la demostración que Heidegger fue y siguió siendo nazi hasta su
muerte, fue una sorpresa. En el último tercio del siglo XX habían querido
alejarse de toda forma de compromiso histórico o social y habían “descubierto”
el pensamiento de Heidegger que ofrecía una reflexión más o menos lúdica que
podía conducir inclusive a la desaparición de un sujeto de responsabilidad y aun
apto para un diálogo racional. La desvinculación de la realidad se prestaba a
la construcción y deconstrucción de textos.
Cuando se
descubrió el vínculo esencial entre el pensamiento y la persona del filósofo
con el nazismo, cuando se comprobó que su filosofía no era funcional sin su
compromiso fanático y xenófobo con la superioridad intelectual de los alemanes,
se produjo una sorpresa porque precisamente en el cerno de la privatización del
pensamiento resurgía la responsabilidad en relación con uno de los crímenes más
monstruosos de la historia. Víctor Farías[7] sostiene que en muchos se
produjo la sorpresa y no el asombro. “El asombro conduce a la reflexión, la
sorpresa suele provocar la defensa a ultranza e incluso el insulto
atolondrado”.
Farías ha hecho un resumen de las estrategias dicotómicas de defensa que se basan en enfrentar a una persona miserable con una filosofía grande e intocable. La primera fórmula, la más primitiva, es la negación: negar los hechos y atribuir todo al deseo de hacer daño y causar escándalo. Es el caso del historiador conservador Ernst Nolte.
Otra estrategia
es la de Jacques Derrida: no hay nada nuevo, ya todo se sabía, ahora hay que
hacer una nueva lectura, pensar todo de nuevo, y lo hace denominando a los
hechos, en forma vaga y fría, como “abismos fascinantes”. Otros, como Váttimo,
disocian al autor de su obra negando al propio Heidegger que reconocía que su
actividad política se había apoyado en elementos esenciales de su filosofía.
Todas las
estrategias apuntadas a “volver bueno” al profesor de Friburgo ocultan
cuidadosamente el hecho de que, a partir de 1945, él mismo aplicó sus
malabarismos textuales para transformar su adhesión al nazismo en “el destino
de Occidente” y a los alemanes en “el corazón de los pueblos”. Heidegger no le
reprochó a sus compatriotas los crímenes cometidos, la guerra, la destrucción,
los exterminios, sino el no haber filosofado con profundidad. Les critica su
superficialidad. Una superficialidad muy parecida a la que su antigua discípula,
Hannah Arendt, vio en Adolf Eichmann cuando el jerarca nazi fue juzgado en
Israel.
La eufemización,
los malabarismos de Heidegger, hicieron que, después de 1945 y el derrumbe del Tercer
Reich, el “Ser” se convirtiera en “Acontecimiento”, entendiendo el lenguaje
como “la casa del ser”, el lugar donde el ser humano deviene propiamente tal.
Para Heidegger únicamente el lenguaje de los alemanes puede rescatar al “Ser” y
esto solamente puede ser comprendido como una radical discriminación. Ante el “peligro
de la expansión planetaria de la técnica”, Heidegger afirma, en un texto
publicado póstumamente, que sólo el nazismo, el verdadero –el de los
comienzos y sólo él– estuvo en
condiciones de enfrentar el problema esencial del hombre moderno. En ese texto
postrero, el filósofo reafirma su desprecio por la democracia y nada dice sobre
los crímenes del nazismo.
EL CABALLERO TEUTÓNICO. La filosofía
práctica de Heidegger se desarrolló en un sustrato antimodernista imperante en la República de Weimar y de
fuerte reacción contra el
marxismo. En una entrevista ante el Comité
de Depuración que Francia instaló en
su zona de la Alemania
ocupada contra los funcionarios importantes del nacionalsocialismo,
Heidegger sostuvo, bajo juramento,
el 25 de julio de 1945 en Friburgo, que “apoyar al nacionalsocialismo
era la única y suprema posibilidad de evitar el avance del comunismo en
Alemania...”
Nicolás González Varela[8]
señala indicios de anticomunismo de Heidegger en su obra previa, al aludir a un
par de menciones a Karl Marx, especialmente en la última página de El Ser y el
Tiempo. En su conclusión, que anuncia la segunda parte de su libro más famoso,
jamás escrita, termina discutiendo nuevamente
con una teoría en la que no se menciona al autor de Treveris y repite citas
entrecomilladas sobre “la cosificación de la conciencia”. Los lugares en que
aparece la teoría del fetichismo y la cosificación indican que, para Heidegger,
la concepción marxista fue un problema central en su debate aunque
elípticamente abordado. Heidegger intentó proponer una concepción de la praxis
alternativa a la de Marx, la Sorge (Cura), pero no
tuvo éxito.
El conocimiento de
Marx que tenía el Heidegger de los años treinta del siglo XX es defectuoso y de
segunda o tercera mano. Sus críticas ni siquiera rozan la problemática de la
categoría “valor–trabajo”. Este Marx descafeinado y poco interpretado era una versión
común entre los intelectuales de la nueva derecha alemana de la primera
posguerra y entre los ideólogos nazis. Era la versión cómoda que manejaban
incluso filósofos de la talla de Wilhelm Dilthey,
Max Scheler, Heinrich Rickert, Werner Sombart o Georg Simmel para “rebatir” al
marxismo.
Pero Marx
aparece indirecta aunque ostensiblemente en los discursos políticos de Heidegger
entre 1933 y 1938. Para Heidegger, el trabajo bajo el nacionalsocialismo, no es
más producción de plusvalía (Mehrwert ) sino el nombre de toda acción bien ordenada,
nacida y originada por la responsabilidad de los ciudadanos, los estamentos y
el Estado alemán, y que, de esta forma, está al servicio de la comunidad racial–popular (Volksgemeinschaft). El trabajador
(Arbeiter), no es más un mero objeto de
explotación, ni una especie de clase de desheredados que son reunidos por la
lucha de clases, sino la figura (Gestalt) jüngeriana[9]
de dominio, que crea continuamente lazos y une a todos los camaradas de raza, (Volksgenossen), en la grandiosa voluntad
del Estado (discurso del 30 de junio de 1933, “La Universidad en el
nuevo Reich”). Este malabarismo terminológico es una de las claves de la
ontología política de Heidegger a la que aludía Bourdieu.
En un texto de 1937 (Nietzsche: Der
Wille zur Macht als Kunst), Heidegger comenta que “se necesita un conocimiento
profundo y una seriedad que llegue al fondo de las cosas con el fin de entender
lo que (Friedrich) Nietzsche ha designado como ‘Nihilismo’ (Nihilismus). Para
Nietzsche, el Cristianismo es tan nihilista como el Bolchevismo y, por lo
tanto, que el más simple Socialismo”. Heidegger
coloca como causas del olvido del Ser al platonismo, cristianismo, liberalismo,
socialismo, marxismo y comunismo. En
su texto, el comunismo es sólo un desarrollo más con el cual prosigue y
se completa el “despliegue del Poder”.
Heidegger fracasó en la empresa de
confrontar con el marxismo y por esa razón sus epígonos actuales tampoco se
muestran muy ufanos.
Un filósofo marxista como Georg Lukács,
excepcional testigo de esa época, dijo treinta años después que creía
firmemente que en el plano de la objetividad (cualquiera fuese el aspecto de la
cuestión desde el lado subjetivo y filológico) el “Ser y Tiempo” de Heidegger
no fue más que un escrito polémico de dimensiones imponentes contra la concepción
marxista del fetichismo y las consecuencias
filosóficas y sociales que se desprenden de ello. Naturalmente esa tesis no le
gusta a los heideggerianos.
FINALE MÍSTICO. Una pieza
muy interesante y reveladora proviene del mismo filósofo, diez años antes de su
muerte. Se trata de una entrevista que concedió a la revista alemana Der Spiegel[10].
El periodista empieza ubicando al profesor en 1933. “Hemos podido comprobar que
su obra filosófica está un tanto ensombrecida por ciertos sucesos de su vida…
que nunca han sido aclarados –dice– bien porque ha sido Ud. demasiado
orgulloso, bien porque no ha estimado conveniente pronunciarse sobre ellos”.
Heidegger responde con su táctica habitual: él nunca había actuado
políticamente y estaba dedicado a “la interpretación global del pensamiento
presocrático”. Como su predecesor socialdemócrata se negó a colgar el “cartel
de judío” fue fulminantemente destituido por el ministro de educación del
gobierno hitleriano y según Heidegger fue el destituido quien le ofreció el
Rectorado.
Enseguida el periodista le pregunta
sobre el tono de su discurso inaugural, cuyos antecedentes Heidegger remontaba
a 1929, y más precisamente sobre su frase que calificó la llegada de Hitler al
poder como “la grandeza y el esplendor de esta puesta en marcha”. Sí, el Rector
estaba convencido de ello, el nazismo era la única alternativa en medio de la
confusión de las opiniones y de “las tendencias políticas de 22 partidos”. Sin
embargo, se presenta como un reafirmador de la universidad, opuesto a la
politización de la ciencia, a las presiones de las SA y a la libertad de
cátedra.
El periodista le señala la
contradicción “bipolar” de su posición y Heidegger se defiende. Cuando se le
interroga sobre la acusación de que había participado en la quema de libros
organizada por las juventudes hitlerianas, Heidegger lo niega, él había
prohibido la quema de libros y se negó a retirar de la biblioteca los libros de
autores judíos. Ha sido calumniado, sostiene. Después se le pregunta sobre su
relación con estudiantes judíos y exhibe como prueba de sus buenas migas con
ellos que una de sus estudiantes predilectas (Helene Weiss) que se exilió y
doctoró en Suiza, le hizo un reconocimiento por haberse inspirado en su obra.
Luego le interroga acerca del
distanciamiento de su amigo Karl Jaspers, presumiblemente debido a que la
esposa de éste era judía. “Eso que Ud. dice es mentira” responde un indignado
Heidegger. Explica que fue amigo de Jaspers desde 1919 y siguió siéndolo
(“entre 1934 y 1938 me envió todas su publicaciones, con un cordial saludo;
aquí las tiene”). El Spiegel vuelve a la carga preguntándole sobre la relación
con su predecesor en la cátedra, Edmund Husserl, que además era judío.
Heidegger recuerda que Ser y Tiempo fue dedicada a Husserl y que en 1929 el fue
el organizador y orador en el homenaje que se le tributó por su septuagésimo
cumpleaños. No niega que se distanció de su predecesor y antiguo amigo y
tampoco que retiró su dedicatoria de las nuevas ediciones pero explica esto por
una solicitud del editor para evitar la prohibición de su libro.
Preguntado acerca de la persecución
que sufrieron otros profesores judíos, Heidegger se presenta como el defensor
de algunos de ellos y por ende niega haber prohibido la entrada del profesor emérito
Husserl a la biblioteca. Cuando se le pregunta por el origen de una comunicación
firmada por él con esa prohibición dice que no puede explicar eso. Expone sus
presuntas diferencias con el partido y con la organización estudiantil nazi y
su renuncia al rectorado, en 1934.
El interrogatorio continúa y
Heidegger se defiende presentándose como un académico, vigilado permanentemente
por los nazis. “En el último año de la guerra, quinientos científicos y
artistas fueron liberados de cualquier tipo de servicio militar. A mi no me
incluyeron entre ellos –se queja Heidegger–, al contrario, fui destinado en el
verano de 1944 a
trabajos de atrincheramiento al otro lado del Rin”.
La conversación sigue, Heidegger
desarrolla sus concepciones sobre la técnica y los desafíos de la época actual.
En determinado momento el Spiegel pregunta: “¿puede el individuo influir aún en
esa maraña de necesidades inevitables, o puede influir la filosofía, o ambos a
la vez, en la medida en que la filosofía lleva a una determinada acción a uno o
a muchos individuos?” Y Heidegger responde con su “fuga mística”: “la filosofía
no podrá operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo.
Esto vale no sólo para la filosofía, sino especialmente para todos los
esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos. La
única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y
la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el
ocaso; dicho toscamente que no ‘estiremos la pata’ sino que, si desaparecemos,
que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente”.
Podría haberlo dicho su compatriota
el papa Joseph Ratzinger o aun el papa Jorge Bergoglio, pero lo dijo Martin
Heidegger.
[1] En uno de los últimos viajes de
Marcuse a Alemania, escribió en el libro de visitantes de una librería de la
que ambos eran clientes, “En memoria de
la admirable dignidad con la que Heidegger terminó sus días. Que también a
nosotros nos pueda ser concedida la gracia de envejecer con dignidad, lucidez y
serenidad”.
[3] Nos referimos a KOINON. El Comunismo y el Destino
del Ser (1939/40) por Martín Heidegger. Introducción y traducción de Nicolás
Alberto González Varela. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=86465
.
[4] Friburgo, la soleada ciudad en cuya
Universidad actuó Heidegger, es la más sudoccidental y cálida de toda Alemania.
En un rinconcito entre Francia y Suiza, se la considera la puerta de entrada de
las montañas boscosas de la
Selva Negra. Allí, en medio de la espesura, Heidegger tenía
una cabaña en la que se retiraba a escribir.
[5]
Bourdieu, P. (1988) l’ontologie politique du Martin Heidegger; París, Editions
du Minuit.
[7] Farías, V. Heidegger y el nazismo.
Asequible en: http://es.scribd.com/doc/32725926/Victor-Farias-Heidegger-y-el-Nazismo.
Esta es la última edición en español. La primera data de 1989 y fue escrita en
francés.
[8] Ob.cit. nota 3.
[9] Refiere a Ernst Jünger.
[10] En: http://es.scribd.com/doc/93344670/Entrevista-Del-Spiegel-a-Martin-Heidegger.
La entrevista fue concedida al semanario Der Spiegel el 23 de septiembre de
1966, pero solamente se publicó el 31 de mayo de 1976, una semana después de su
muerte.
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