jueves, 26 de diciembre de 2013

La fuga mística de Martín Heidegger



EL DEBATE INTERMINABLE: FILOSOFÍA Y POLÍTICA
¿Fue el Heidegger de carne y hueso el filósofo más importante del siglo pasado?
Lo sucedido suele retornar una y otra vez bajo distintas formas, científicas, artísticas y hasta sobrenaturales. ¿Por qué el pasado ha prefigurado tantas veces el presente, ha permitido avizorar el futuro y no se ha dado nunca como fue concebido? Los interrogantes, los sueños y las pesadillas, las utopías y los proyectos, son ineludibles, adquieren sentido y se reconstruyen permanentemente, en la vida cotidiana de los individuos y en las diversas culturas. La andadura filosófica y política del profesor de la Selva Negra seguirá alimentando las polémicas del presente y del futuro.
Fernando Britos V.
AMAR A HEIDEGGER. Martín Heidegger (1889–1976) fue un influyente filósofo alemán, especialmente apreciado por franceses y estadounidenses como precursor del posmodernismo, como adalid de las concepciones conservadoras, por su existencialismo de derecha y su oscuridad expresiva. Heidegger adhirió al nazismo en 1933 y si bien siempre se mantuvo en el campo estrictamente académico, sin colaborar directamente en los crímenes de lesa humanidad, tampoco modificó sus puntos de vista o hizo una autocrítica.
Este filósofo oscuro también fue y es reverenciado por muchos intelectuales. Por ejemplo: Hannah Arendt, que de jovencita fue amante de su docto profesor antes de huir de Alemania, retomó su amistad con él como si nada y después de la guerra, en una banalización del mal avant la lettre, intentó reconciliarle con su digno colega, Karl Jaspers, que se había opuesto al nazismo y había estado a punto de ser fusilado por ello. Afortunadamente no lo consiguió y Jaspers continuó denunciando la colaboración y complicidad de muchos de sus compatriotas con el nazismo, hasta su muerte en 1969.
Herbert Marcuse, el más izquierdista de los miembros originales de la Escuela de Frankfurt, fue otro filósofo judeoalemán, discípulo y ayudante de Heidegger en Friburgo, que debió exiliarse y nacionalizarse en Estados Unidos. Después de la guerra Marcuse volvió a tratar cordialmente a su maestro, se entrevistó con él y le pidió que se retractara, pero éste se negó reiteradamente pese a lo cual el discípulo le elogió públicamente “absolviendo” al filósofo de la Selva Negra de sus pecados nazis[1]. A su vez, el maestro confesaba en correspondencia privada al discípulo (1948) que él había esperado del nazismo una renovación espiritual y total de la vida, una conciliación de la lucha de clases y la salvación de la existencia occidental ante el peligro del comunismo.
Muchos autores que incursionan en la historia de la filosofía suelen considerar a esta disciplina como una meditación que se encuentra perfectamente separada de la peripecia o el drama personal de los filósofos. De este modo, los críticos suelen barrer para abajo de la alfombra los pecados y pecadillos de hombres y mujeres cuestionables, ignorando el contexto social e histórico en el que se desarrolló su pensamiento. Así asignan a sus ideas un valor grandioso e intangible. Lo hacen aduciendo que no pueden rebajarse a la falacia ad hominem, esto es rechazando que se critique o descalifique a las ideas mediante la crítica o la descalificación de las personas que las promovieron. Esta es una posición muy cómoda y también muy reaccionaria.
En nuestras épocas de estudiante debimos enzarzarnos con El Ser y el Tiempo (Sein und Zeit, 1927) y no vamos a cometer el soberbio sacrilegio de intentar interpretar filosóficamente al exrector de la Universidad de Friburgo[2]. Sin embargo, no había que ser un erudito para darse cuenta que el antiguo seminarista, mostraba su raigambre de catolicismo ultramontano y místico. Hoy en día se cuenta con textos traducidos e inéditos hasta hace poco tiempo, que desvelan el sentido político de la meditación heideggeriana[3] y la razón por la que, sin caer en las burdas estupideces de un Alfred Rosenberg, fue el precursor, el numen y el sucesor de una filosofía conservadora e idealista que formaba el cerno reaccionario del pensamiento europeo y que, de hecho, se identificó y se extasió con la política que llevó adelante Adolf Hitler.
El que muchos consideran como el filósofo más importante del siglo XX redujo toda su analítica de la existencia a esperar una renovación del espíritu alemán por parte de Hitler. De este modo un vulgar acto de adhesión política se transformó en un gesto filosófico. Se ha debatido mucho acerca del compromiso personal del filósofo o si dicho compromiso no fue más que una consecuencia natural de su propia filosofía.
Su mentor le había dicho a Hannah Arendt que él no servía para la política y parece que ella se lo creyó, pero sin embargo no cabe duda de que fue un filósofo comprometido con su tiempo. Los heideggerianos alemanes sabían del compromiso de su maestro con el nazismo pero callaron; los heideggerianos franceses, aparentemente en forma ingenua, hicieron del profesor de la Selva Negra[4] el más importante de los filósofos franceses.
Umberto Eco remitió el escándalo a un problema propio de franceses y estadounidenses porque según él solamente ellos son capaces de confundir una moda con la filosofía. Para otro italiano, más reaccionario, Gianni Váttimo, la preocupación es saber si detrás de las críticas a Heidegger y de las acusaciones de nostálgico del nacionalsocialismo, se esconde alguna filosofía tercermundista.
LA COARTADA DEL FILÓSOFO DISTRAÍDO. La polémica cerca de la responsabilidad política de Heidegger se mantendrá por mucho tiempo, no como una curiosidad, una extravagancia, una preocupación deontológica o corporativa sino por la vigencia, en todo el mundo, de la necesidad de ver la realidad en profundidad para prevenir las tergiversaciones, el ocultamiento, la desmemoria, que son el caldo de cultivo de todos los crímenes y la sombrilla bajo la cual se esconden las larvas del despotismo y la crueldad.
En 1933, Heidegger asumió el Rectorado de la Universidad de Friburgo y lo desempeñó por poco más de diez meses, hasta 1934. Su discurso de asunción y sus escritos posteriores eran piezas conocidas de identificación con el nazismo y en 1945 le costaron sus cargos. Se retiró a su cabaña de la Selva Negra y en 1951 fue reinstalado en la cátedra para lo cual debieron nombrarle Profesor Emérito.
Para sus seguidores, a Heidegger le pasó, como a Tales de Mileto, que por observar el firmamento (en su caso el firmamento del Ser) se había caído en el pozo de la política. La obra filosófica de Heidegger sería apolítica pero negativamente responsable de los traspiés políticos del filósofo. La síntesis de esta reconstrucción hagiográfica sería que, dedicado a encontrar el verdadero destino de Occidente, en medio de una crisis personal profunda producida por el desencanto de su formación teológica, coincidente con el derrumbe de la república de Weimar, el modesto profesor, pequeño burgués y provinciano, resultó subyugado por el ascenso fulgurante del nacionalsocialismo. Para ellos, la ontología de Heidegger, en sus aspectos esenciales, no habría tenido resultados políticos al servicio del nazismo.
Durante más de treinta años esta versión se mantuvo, alimentada por numerosos simpatizantes y combatida por otros tantos detractores. Karl Löwith, discípulo de Edmund Husserl y uno de los primeros discípulos de Heidegger, también fue de los primeros y más agudos críticos de su antiguo maestro pero habría que esperar por el historiador Hugo Ott y un tardío discípulo chileno, Víctor Farías, para disponer de todas las evidencias acerca de su profundo compromiso con el nazismo.
Pierre Bourdieu ha definido el producto final de Heidegger y sus epígonos actuales como un galimatías abstracto y totalmente desligado de los problemas, preocupaciones y desafíos de la vida real[5]. El discurso filosófico –sostiene Bourdieu– como cualquier forma de expresión, es el resultado de una transacción entre una intención expresiva y la censura ejercida por el universo social en la que debe llevarse a cabo.
Para comprender la obra de Heidegger en su inseparable verdad filosófica y política es necesario rehacer el trabajo de eufemización que le permite desvelar, velándolas, las pulsiones o los fantasmas políticos. Es preciso analizar la lógica del doble sentido y de los sobreentendidos que permiten que las palabras del lenguaje ordinario funcionen simultáneamente en dos registros sabiamente unidos y separados. Darle a éstos forma filosófica es también darle forma política: se trata de presentar en una forma filosóficamente aceptable los temas fundamentales del pensamiento de los “revolucionarios conservadores”[6] mediante el procedimiento de disfrazarlos para volverlos irreconocibles.
Para los posmodernos, la demostración que Heidegger fue y siguió siendo nazi hasta su muerte, fue una sorpresa. En el último tercio del siglo XX habían querido alejarse de toda forma de compromiso histórico o social y habían “descubierto” el pensamiento de Heidegger que ofrecía una reflexión más o menos lúdica que podía conducir inclusive a la desaparición de un sujeto de responsabilidad y aun apto para un diálogo racional. La desvinculación de la realidad se prestaba a la construcción y deconstrucción de textos.
Cuando se descubrió el vínculo esencial entre el pensamiento y la persona del filósofo con el nazismo, cuando se comprobó que su filosofía no era funcional sin su compromiso fanático y xenófobo con la superioridad intelectual de los alemanes, se produjo una sorpresa porque precisamente en el cerno de la privatización del pensamiento resurgía la responsabilidad en relación con uno de los crímenes más monstruosos de la historia. Víctor Farías[7] sostiene que en muchos se produjo la sorpresa y no el asombro. “El asombro conduce a la reflexión, la sorpresa suele provocar la defensa a ultranza e incluso el insulto atolondrado”.

Farías ha hecho un resumen de las estrategias dicotómicas de defensa que se basan en enfrentar a una persona miserable con una filosofía grande e intocable. La primera fórmula, la más primitiva, es la negación: negar los hechos y atribuir todo al deseo de hacer daño y causar escándalo. Es el caso del historiador conservador Ernst Nolte.

Otra estrategia es la de Jacques Derrida: no hay nada nuevo, ya todo se sabía, ahora hay que hacer una nueva lectura, pensar todo de nuevo, y lo hace denominando a los hechos, en forma vaga y fría, como “abismos fascinantes”. Otros, como Váttimo, disocian al autor de su obra negando al propio Heidegger que reconocía que su actividad política se había apoyado en elementos esenciales de su filosofía.
Todas las estrategias apuntadas a “volver bueno” al profesor de Friburgo ocultan cuidadosamente el hecho de que, a partir de 1945, él mismo aplicó sus malabarismos textuales para transformar su adhesión al nazismo en “el destino de Occidente” y a los alemanes en “el corazón de los pueblos”. Heidegger no le reprochó a sus compatriotas los crímenes cometidos, la guerra, la destrucción, los exterminios, sino el no haber filosofado con profundidad. Les critica su superficialidad. Una superficialidad muy parecida a la que su antigua discípula, Hannah Arendt, vio en Adolf Eichmann cuando el jerarca nazi fue juzgado en Israel.
La eufemización, los malabarismos de Heidegger, hicieron que, después de 1945 y el derrumbe del Tercer Reich, el “Ser” se convirtiera en “Acontecimiento”, entendiendo el lenguaje como “la casa del ser”, el lugar donde el ser humano deviene propiamente tal. Para Heidegger únicamente el lenguaje de los alemanes puede rescatar al “Ser” y esto solamente puede ser comprendido como una radical discriminación. Ante el “peligro de la expansión planetaria de la técnica”, Heidegger afirma, en un texto publicado póstumamente, que sólo el nazismo, el verdadero el de los comienzos y sólo él estuvo en condiciones de enfrentar el problema esencial del hombre moderno. En ese texto postrero, el filósofo reafirma su desprecio por la democracia y nada dice sobre los crímenes del nazismo.
EL CABALLERO TEUTÓNICO. La filosofía práctica de Heidegger se desarrolló en un sustrato antimodernista imperante en la República de Weimar y de fuerte reacción contra el marxismo. En una entrevista ante el Comité de Depuración que Francia instaló en su zona de la Alemania ocupada contra los funcionarios importantes del nacionalsocialismo, Heidegger sostuvo, bajo juramento, el 25 de julio de 1945 en Friburgo, que “apoyar al nacionalsocialismo era la única y suprema posibilidad de evitar el avance del comunismo en Alemania...”
Nicolás González Varela[8] señala indicios de anticomunismo de Heidegger en su obra previa, al aludir a un par de menciones a Karl Marx, especialmente en la última página de El Ser y el Tiempo. En su conclusión, que anuncia la segunda parte de su libro más famoso, jamás escrita, termina discutiendo nuevamente con una teoría en la que no se menciona al autor de Treveris y repite citas entrecomilladas sobre “la cosificación de la conciencia”. Los lugares en que aparece la teoría del fetichismo y la cosificación indican que, para Heidegger, la concepción marxista fue un problema central en su debate aunque elípticamente abordado. Heidegger intentó proponer una concepción de la praxis alternativa a la de Marx, la Sorge (Cura), pero no tuvo éxito.
El conocimiento de Marx que tenía el Heidegger de los años treinta del siglo XX es defectuoso y de segunda o tercera mano. Sus críticas ni siquiera rozan la problemática de la categoría “valortrabajo”. Este Marx descafeinado y poco interpretado era una versión común entre los intelectuales de la nueva derecha alemana de la primera posguerra y entre los ideólogos nazis. Era la versión cómoda que manejaban incluso filósofos de la talla de Wilhelm Dilthey, Max Scheler, Heinrich Rickert, Werner Sombart o Georg Simmel para “rebatir” al marxismo.
Pero Marx aparece indirecta aunque ostensiblemente en los discursos políticos de Heidegger entre 1933 y 1938. Para Heidegger, el trabajo bajo el nacionalsocialismo, no es más producción de plusvalía (Mehrwert ) sino el nombre de toda acción bien ordenada, nacida y originada por la responsabilidad de los ciudadanos, los estamentos y el Estado alemán, y que, de esta forma, está al servicio de la comunidad racialpopular (Volksgemeinschaft). El trabajador (Arbeiter), no es más un mero objeto de explotación, ni una especie de clase de desheredados que son reunidos por la lucha de clases, sino la figura (Gestalt) jüngeriana[9] de dominio, que crea continuamente lazos y une a todos los camaradas de raza, (Volksgenossen), en la grandiosa voluntad del Estado (discurso del 30 de junio de 1933, “La Universidad en el nuevo Reich”). Este malabarismo terminológico es una de las claves de la ontología política de Heidegger a la que aludía Bourdieu.
En un texto de 1937 (Nietzsche: Der Wille zur Macht als Kunst), Heidegger comenta que “se necesita un conocimiento profundo y una seriedad que llegue al fondo de las cosas con el fin de entender lo que (Friedrich) Nietzsche ha designado como ‘Nihilismo’ (Nihilismus). Para Nietzsche, el Cristianismo es tan nihilista como el Bolchevismo y, por lo tanto, que el más simple Socialismo”. Heidegger coloca como causas del olvido del Ser al platonismo, cristianismo, liberalismo, socialismo, marxismo y comunismo. En su texto, el comunismo es sólo un desarrollo más con el cual prosigue y se completa el “despliegue del Poder”.
Heidegger fracasó en la empresa de confrontar con el marxismo y por esa razón sus epígonos actuales tampoco se muestran muy ufanos. Un filósofo marxista como Georg Lukács, excepcional testigo de esa época, dijo treinta años después que creía firmemente que en el plano de la objetividad (cualquiera fuese el aspecto de la cuestión desde el lado subjetivo y filológico) el “Ser y Tiempo” de Heidegger no fue más que un escrito polémico de dimensiones imponentes contra la concepción marxista del fetichismo y las consecuencias filosóficas y sociales que se desprenden de ello. Naturalmente esa tesis no le gusta a los heideggerianos.
FINALE MÍSTICO. Una pieza muy interesante y reveladora proviene del mismo filósofo, diez años antes de su muerte. Se trata de una entrevista que concedió a la revista alemana Der Spiegel[10]. El periodista empieza ubicando al profesor en 1933. “Hemos podido comprobar que su obra filosófica está un tanto ensombrecida por ciertos sucesos de su vida… que nunca han sido aclarados –dice– bien porque ha sido Ud. demasiado orgulloso, bien porque no ha estimado conveniente pronunciarse sobre ellos”. Heidegger responde con su táctica habitual: él nunca había actuado políticamente y estaba dedicado a “la interpretación global del pensamiento presocrático”. Como su predecesor socialdemócrata se negó a colgar el “cartel de judío” fue fulminantemente destituido por el ministro de educación del gobierno hitleriano y según Heidegger fue el destituido quien le ofreció el Rectorado.
Enseguida el periodista le pregunta sobre el tono de su discurso inaugural, cuyos antecedentes Heidegger remontaba a 1929, y más precisamente sobre su frase que calificó la llegada de Hitler al poder como “la grandeza y el esplendor de esta puesta en marcha”. Sí, el Rector estaba convencido de ello, el nazismo era la única alternativa en medio de la confusión de las opiniones y de “las tendencias políticas de 22 partidos”. Sin embargo, se presenta como un reafirmador de la universidad, opuesto a la politización de la ciencia, a las presiones de las SA y a la libertad de cátedra.
El periodista le señala la contradicción “bipolar” de su posición y Heidegger se defiende. Cuando se le interroga sobre la acusación de que había participado en la quema de libros organizada por las juventudes hitlerianas, Heidegger lo niega, él había prohibido la quema de libros y se negó a retirar de la biblioteca los libros de autores judíos. Ha sido calumniado, sostiene. Después se le pregunta sobre su relación con estudiantes judíos y exhibe como prueba de sus buenas migas con ellos que una de sus estudiantes predilectas (Helene Weiss) que se exilió y doctoró en Suiza, le hizo un reconocimiento por haberse inspirado en su obra.
Luego le interroga acerca del distanciamiento de su amigo Karl Jaspers, presumiblemente debido a que la esposa de éste era judía. “Eso que Ud. dice es mentira” responde un indignado Heidegger. Explica que fue amigo de Jaspers desde 1919 y siguió siéndolo (“entre 1934 y 1938 me envió todas su publicaciones, con un cordial saludo; aquí las tiene”). El Spiegel vuelve a la carga preguntándole sobre la relación con su predecesor en la cátedra, Edmund Husserl, que además era judío. Heidegger recuerda que Ser y Tiempo fue dedicada a Husserl y que en 1929 el fue el organizador y orador en el homenaje que se le tributó por su septuagésimo cumpleaños. No niega que se distanció de su predecesor y antiguo amigo y tampoco que retiró su dedicatoria de las nuevas ediciones pero explica esto por una solicitud del editor para evitar la prohibición de su libro.
Preguntado acerca de la persecución que sufrieron otros profesores judíos, Heidegger se presenta como el defensor de algunos de ellos y por ende niega haber prohibido la entrada del profesor emérito Husserl a la biblioteca. Cuando se le pregunta por el origen de una comunicación firmada por él con esa prohibición dice que no puede explicar eso. Expone sus presuntas diferencias con el partido y con la organización estudiantil nazi y su renuncia al rectorado, en 1934.
El interrogatorio continúa y Heidegger se defiende presentándose como un académico, vigilado permanentemente por los nazis. “En el último año de la guerra, quinientos científicos y artistas fueron liberados de cualquier tipo de servicio militar. A mi no me incluyeron entre ellos –se queja Heidegger–, al contrario, fui destinado en el verano de 1944 a trabajos de atrincheramiento al otro lado del Rin”.
La conversación sigue, Heidegger desarrolla sus concepciones sobre la técnica y los desafíos de la época actual. En determinado momento el Spiegel pregunta: “¿puede el individuo influir aún en esa maraña de necesidades inevitables, o puede influir la filosofía, o ambos a la vez, en la medida en que la filosofía lleva a una determinada acción a uno o a muchos individuos?” Y Heidegger responde con su “fuga mística”: “la filosofía no podrá operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto vale no sólo para la filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos. La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente que no ‘estiremos la pata’ sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente”.
Podría haberlo dicho su compatriota el papa Joseph Ratzinger o aun el papa Jorge Bergoglio, pero lo dijo Martin Heidegger.



[1] En uno de los últimos viajes de Marcuse a Alemania, escribió en el libro de visitantes de una librería de la que ambos eran clientes, “En memoria de la admirable dignidad con la que Heidegger terminó sus días. Que también a nosotros nos pueda ser concedida la gracia de envejecer con dignidad, lucidez y serenidad”.
[2] Nos la veíamos con la traducción de José Gaos: Heidegger, M. (1951) El Ser y el Tiempo, trad. por José Gaos; México: Fondo de Cultura Económica.
[3] Nos referimos a KOINON. El Comunismo y el Destino del Ser (1939/40) por Martín Heidegger. Introducción y traducción de Nicolás Alberto González Varela. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=86465 .
[4] Friburgo, la soleada ciudad en cuya Universidad actuó Heidegger, es la más sudoccidental y cálida de toda Alemania. En un rinconcito entre Francia y Suiza, se la considera la puerta de entrada de las montañas boscosas de la Selva Negra. Allí, en medio de la espesura, Heidegger tenía una cabaña en la que se retiraba a escribir.
[5] Bourdieu, P. (1988) l’ontologie politique du Martin Heidegger; París, Editions du Minuit.
[6] Estos “revolucionarios conservadores” eran personificados por intelectuales como Ernst Jünger (18951998) un escritor, filósofo, novelista e historiador alemán, belicista, elitista y profundamente reaccionario que, sin embargo y a diferencia de Heidegger, rechazó al nazismo.
[7] Farías, V. Heidegger y el nazismo. Asequible en: http://es.scribd.com/doc/32725926/Victor-Farias-Heidegger-y-el-Nazismo. Esta es la última edición en español. La primera data de 1989 y fue escrita en francés.
[8] Ob.cit. nota 3.
[9] Refiere a Ernst Jünger.
[10] En: http://es.scribd.com/doc/93344670/Entrevista-Del-Spiegel-a-Martin-Heidegger. La entrevista fue concedida al semanario Der Spiegel el 23 de septiembre de 1966, pero solamente se publicó el 31 de mayo de 1976, una semana después de su muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario