El pensamiento
posmoderno ha menospreciado al trabajo como fuente primordial de identidad pero
la psicopatología tiene algo para decir al respecto
¿CENTRALIDAD O MARGINALIDAD
DEL TRABAJO?
Fernando Britos V.
Resumen - Al negar la centralidad del
trabajo se banaliza el sufrimiento que este puede generar, se promueve la
indiferencia ante el mismo, la estigmatización y la invisibilidad, se ocultan
las estrategias colectivas de defensa y se sustenta la idea de que el trabajo es
inocuo cuando en realidad no hay trabajo que no ejerza influencia sobre nuestra
salud mental.
El trabajo desempeña un papel
fundamental en la conformación de la identidad de las personas y ésta es la
base sobre la que se erige el bienestar y la salud mental. Christophe Dejours
(2011) defiende la centralidad del trabajo[1]. Este puede acarrear
gratificación o sufrimiento pero en modo alguno resulta neutral o indiferente.
No hay trabajo que no afecte, de un modo u otro, la vida de las personas.
Desde que Jeremy Rifkin popularizó su
tesis acerca de “el fin del trabajo”[2], hace casi 20 años, ha
quedado claro que el pronóstico era errado pero sin embargo ha tenido
consecuencias perversas y ha llevado a los gurúes del gerencialismo a promover
la marginalidad del trabajo y la omnipotencia de la tecnología, la inteligencia
artificial y los sistemas informáticos que sustituirían con ventaja a los
trabajadores en todos los ámbitos. La singularidad y el transhumanismo positivo
van de la mano con estas concepciones. Para esta gente, el trabajo que provoca
sufrimiento está y estará a cargo de computadoras inteligentes[3].
Sin embargo, es notorio, en todo el
mundo, el aumento y diversificación de las enfermedades profesionales y el
incremento de distintas formas de sufrimiento producido por el trabajo (accidentes
laborales, estrés, surmenage, burn out, estados depresivos e incluso
suicidios).
Al mismo tiempo, la idea de que con
los cambios en el mundo del trabajo se producirá un aumento inevitable del
desempleo estructural, se ha utilizado para romper la solidaridad entre los
trabajadores y para azuzar el individualismo en defensa del puesto de trabajo a
cualquier costo ante el temor a la desocupación.
En forma paradojal, el anuncio del
fin del trabajo ha conducido a que se trabaje cada vez más y ha sido
instrumental para las concepciones gerenciales que buscan maximizar las
ganancias de los empleadores, rebajando las condiciones laborales, la seguridad,
las remuneraciones y jubilaciones, al tiempo que se incrementa la super
explotación y el consumismo.
Los fenómenos catastróficos que han
golpeado a los trabajadores de la confección en Bangladesh se desarrollan en
forma más insidiosa en todos los países y la desocupación brutal, como en
España o en Grecia, la precarización, el multiempleo, la degradación
ocupacional, van acompañados por un aumento del sufrimiento aún en aquellos
países donde el flagelo del desempleo no es la principal manifestación de la
crisis.
Lo cierto es que la lista de
enfermedades profesionales puede crecer[4] pero nunca alcanza a
contemplar la multiplicación de las patologías generadas por la sobre carga de
trabajo. El sobre trabajo produce, por ejemplo, un incremento importante de lo
que en Japón se denomina karôshi, es
decir la muerte súbita de personas jóvenes, sin antecedentes, por infartos
agudos de miocardio o derrames cerebrales cuya etiología se relaciona
directamente con el sobre trabajo prolongado en condiciones de exigencia
desmesurada.
En relación con la psicopatología del
trabajo, es decir ante el estudio de aquellas enfermedades y trastornos
psíquicos producidos por el trabajo, se comprueba resistencia entre los
legisladores, los expertos y entre la ciudadanía en general, a reconocer la
existencia y extensión de estos.
Las afecciones músculo-esqueléticas,
la contaminación físico-química y biológica, los accidentes de trabajo y otros
riesgos para la salud son aceptados como tales y referenciados pero los
sistemas gerenciales son altamente renuentes a admitir que sus métodos de
organización del trabajo aumentan el sufrimiento y generan enfermedades
mentales.
Últimamente se empieza a adquirir
consciencia acerca de la frecuencia y graves consecuencias del acoso moral
laboral, una práctica muy difundida, especialmente en organismos públicos y
comúnmente en los de enseñanza, que cuentan entre los factores que lo hacen
posible, la banalización de la injusticia y la negación de los efectos de
métodos “tóxicos” de organización.
La tolerancia social respecto al
sufrimiento en el trabajo tiene directa relación con el discurso gerencial. En
este discurso, el éxito de una organización no se valora según los avances de
la producción y la calidad de los servicios sino en el terreno de la eficiencia
de la gestión. Esto es moneda corriente en las instituciones de servicio y
especialmente en las públicas donde existe una devaluación del trabajo de los
funcionarios que, en mayor o menor medida, se considera trabajo marginal.
Al destacar la importancia de la
gestión (gestión de costos, de riesgos, de personal, de stocks, del tiempo) se
procura descalificar la preocupación por el trabajo y como sostiene Dejours
(2011), se cuestiona la centralidad de este en todos los planos, no solamente
en el epistemológico sino en el económico, social, psicológico, de género.
La promoción de la “mejora de la
gestión” como clave ideológica para la consideración del mundo laboral viene
acompañada por una fuerte presión tendiente a implantar la evaluación
individual del desempeño, los criterios de certificación, las normas ISO y
otras que se presentan como inofensivas formas de “medir” el trabajo.
En realidad se trata de introducir
una modificación profunda de las relaciones laborales que procura incrementar
la explotación y la maximización del rendimiento aún a costa de la seguridad
(lo que implica riesgos físicos inmediatos) y de la solidaridad, la contención
del colectivo y las condiciones de trabajo lo que, desde el punto de vista de
la psicopatología, redunda en una multiplicación de las enfermedades y
trastornos mentales.
La evaluación individual del desempeño
ha demostrado que no sirve para describir la realidad del trabajo o siquiera
para traducirse en formas de reconocimiento de la centralidad del mismo. Por el
contrario, en forma más o menos declarada, la evaluación individual busca
introducir una lógica competitiva de “todos contra todos” que resulta
disruptiva del trabajo en equipo y sobre todo de las redes sociales solidarias
que hacen posible la movilización de los trabajadores para enfrentar las
injusticias y mejorar las condiciones en que desarrollan su labor.
Cuando el trabajo es considerado una
actividad marginal destinada, de un modo u otro, a desaparecer merced a la
“inteligencia artificial”, se tiende hacerlo invisible. Es lo que hace tanto
tiempo sucede con el trabajo femenino, con el trabajo doméstico en general, con
el trabajo infantil, con todas las formas de “trabajo benévolo”, es decir no
remunerado, con los trabajos de servicio y con la mayoría de los “trabajos
sucios” que resultan invisibles cuando no francamente estigmatizados.[5]
Recuperar la centralidad del trabajo
como concepción fundamental para la comprensión y la transformación del mundo
laboral requiere, invariablemente, enfrentar la invisibilidad de muchos
oficios, exponer el sufrimiento que el trabajo genera y los mecanismos colectivos
de defensa que los trabajadores desarrollan para enfrentar la estigmatización
(Matta, 2011) [6]. La invisibilidad es parte
y condición de la banalización de la injusticia que permite la perpetuación de
esta.
En una entrevista que le efectuó la
psicóloga valenciana Berta Chulvi[7], Christophe Dejours, al
tiempo de señalar que el sufrimiento en el trabajo es viejo problema advierte
acerca de un fenómeno nuevo: el que la mayoría de las personas aceptemos con
pasividad ese sufrimiento y que, en cierta medida, colaboremos con él. “Sin coacción, sin amenazas, la inmensa
mayoría de nosotros – dice Dejours – somos
capaces de colaborar con un sistema que consideramos injusto ¡Qué haríamos si
nos pusieran una pistola en la sien!” (…) “¿Cómo hacen tantos y tantos trabajadores para no volverse locos a pesar
de estar confrontados a unas exigencias de trabajo insufribles? ¿Por qué no se
produce una movilización social frente al sufrimiento que elabore este
sufrimiento en términos de injusticia? Lo que resulta enigmático es la normalidad
con la que aceptamos el sufrimiento propio y ajeno”.
En su obra, Dejours y sus
colaboradores, han Investigado esos mecanismos que muchas veces desarrollan los
trabajadores para evitar que el sufrimiento los desborde y les cause enfermedades.
Uno de ellos, es el denominado “coraje viril” donde el desprecio por las normas
de seguridad – por ejemplo - pasa a ser
una demostración de valor que permite conjurar, temporalmente, el temor a
perder el empleo (actos de virilidad colectiva para hacer frente al miedo).
Además hay mecanismos para
tranquilizar las conciencias negando el sufrimiento mediante la adhesión a
métodos de organización del trabajo supuestamente científicos. Este tipo de
mecanismos permite comprender la continuada aparición y reincidencia de “las
modas gerenciales”[8].
Algunos fenómenos, como el acoso
moral laboral, apelan directamente a la violencia, una violencia insidiosa
contra la víctima, cuyo objetivo es atemorizar, producir miedo no solamente en
la destinataria del acoso sino en forma ejemplificante para su entorno, lo cual
paraliza e impide pensar. Si no se piensa no hay movilización colectiva.”Tendemos a pensar que la violencia genera
sufrimiento – advierte Dejours – pero
olvidamos un paso intermedio fundamental que es el miedo. El sufrimiento
consciente genera movilización, el miedo genera prácticas defensivas que nos
evitan la consciencia”.
El sufrimiento en el trabajo y el
sufrimiento por no tener trabajo se complementan y se retroalimentan. Como se sabe, la desocupación,
la pérdida de un empleo, más allá de la “herida narcisista”[9], perjudica la salud mental.
Sin embargo, trabajo y empleo no son la misma cosa. El trabajo juega un papel
central en el desarrollo de la identidad y por ende en la salud mental
entendida como estado de bienestar y plenitud.
Tener un empleo (o varios) no es
garantía de salud mental. El solo hecho que el empleo proporcione un salario no
exime del sufrimiento si las condiciones del trabajo son inadecuadas y/o
penosas. El sufrimiento causado por la desocupación y el generado por las malas
condiciones de trabajo no son iguales pero tienen un común denominador: en
ambos casos se ve afectada la identidad del trabajador.
Hay trabajos que entrañan conflictos
éticos, situaciones dilemáticas donde el trabajador se ve obligado a una acción
que va en detrimento del bien común o del bienestar ajeno o donde se compromete
en lo que se da en llamar un conflicto de esfuerzo[10].
Hay trabajos estigmatizados o
invisibilizados donde los métodos gerenciales acentúan la sensación de
incompetencia del trabajador o las metas individualistas que se contraponen al
funcionamiento colectivo, en equipo. En tales trabajos, como en el caso de la
desocupación, es inevitable la aparición de una crisis de identidad. Aunque la
enfermedad no es inexorable es verdad de a puño que detrás de un trastorno
mental hay siempre una crisis de identidad. Ante esto la única respuesta inane
es la indiferencia.
[1]
Dejours, Christophe y Jean-Philippe Deranty (2010) La centralidad del trabajo. Traducción
de la revista Critical Horizons (CRIT
11.2 (2010) 167-180. A esta versión, en inglés, se puede acceder en www.criticalhorizons.com.au
. La traducción al español es asequible en “Ética y psicopatología del
trabajo”, fernandobritosv.blogspot.com
[2]
Economista y ensayista que publicó, en 1995, su libro “El fin del trabajo” donde
plantea que dicho fin es inevitable, en razón de la globalización
y de las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación (TICs) que pueden aumentar la productividad
rápidamente.
[3]
Britos, Fernando (2013) Raymond el profeta y los apóstoles del culto tecno
ahora en Uruguay. En La Onda Digital, Nº 622; 23/4/2013. Asequible en www.laondadigital.com.
[4] En el Uruguay la
obligatoriedad de la Lista de Enfermedades Profesionales de la OIT (revisión
2010) fue adoptada por decreto, el 13 de junio de 2011, pero exceptuó,
expresamente, las enfermedades referidas en el numeral 2.4 “Trastornos mentales
y del comportamiento”. Es interesante el informe de la Reunión de expertos de la OIT sobre la
revisión de la lista de enfermedades profesionales (Recomendación núm. 194)
para percibir las dificultades que existen en reconocer los riesgos para la
salud mental que acarrea el sobre trabajo.
[5]
Entiéndase por trabajo sucio (dirty work,
sale boulot, etc.) aquellas actividades que carecen de prestigio o que
conllevan riesgos físicos, psíquicos, morales, que contaminan a quienes lo
desempeñan y a su entorno. Los trabajos sucios, en mayor o menor medida, sufren
el fenómeno de la invisibilización, es decir que sus características, la forma
en que las personas adquieren el oficio, los problemas que enfrentan, el
sufrimiento que soportan, son desconocidos o ignorados: son invisibles para los
demás.
[6]
Matta, Leticia (2011) El oficio de sepulturero. Etnografía. En: Anuario de Antropología Social y Cultural en
Uruguay 2012, Vol. 10,133-146. Sonnia Romero (ed.) Unesco, Montevideo. Asequible
en: www.unesco.org.uy/institucional/.../anuario-de-antropologia-2012.html
[7]
Dejours, Christophe(2009) “No hay trabajo neutral para nuestra salud mental”.
En revista porExperiencia, Nº45,
12-13, Dossier Trabajo y sufrimiento. Julio de 2009, Madrid (revista de Salud
Laboral para delegados y delegadas de prevención de CCOO). Asequible en http://www.ccoo.com/comunes/recursos/1/pub13638_porExperiencia_n_45.pdf
[8]
Britos, Fernando (2012) Participación de baja intensidad. Modas gerenciales de
pacotilla. En “Ética y psicopatología del
trabajo”, Montevideo, 27/9/2012. Asequible en: http://fernandobritosv.blogspot.com/2012/09/participacion-de-baja-intensidad.html
[9]
Un término de origen freudiano que debe interpretarse como hechos que afectan la imagen que la persona tiene de sí misma (tal como se distorsiona y
destruye la imagen en el mito de Narciso) y que repercute sobre la autoestima.
[10]
Los conflictos de esfuerzo son una variante de conflicto ético que se presenta,
típicamente, en el multiempleo y en todos aquellos casos donde el trabajador se
compromete, deliberadamente o en forma inadvertida, a desarrollar más
actividades de las que normalmente puede desempeñar bien.
Una entrada muy completa, el trabajo puede ser la solución o la causa de muchos trastornos psicológicos. Por eso es de suma importancia que el tratamiento de los trastornos mentales sea por parte de un profesional.
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