viernes, 24 de mayo de 2013

¿Centralidad o marginalidad del trabajo?



El pensamiento posmoderno ha menospreciado al trabajo como fuente primordial de identidad pero la psicopatología tiene algo para decir al respecto

¿CENTRALIDAD O MARGINALIDAD DEL TRABAJO?
Fernando Britos V.
Resumen - Al negar la centralidad del trabajo se banaliza el sufrimiento que este puede generar, se promueve la indiferencia ante el mismo, la estigmatización y la invisibilidad, se ocultan las estrategias colectivas de defensa y se sustenta la idea de que el trabajo es inocuo cuando en realidad no hay trabajo que no ejerza influencia sobre nuestra salud mental.
El trabajo desempeña un papel fundamental en la conformación de la identidad de las personas y ésta es la base sobre la que se erige el bienestar y la salud mental. Christophe Dejours (2011) defiende la centralidad del trabajo[1]. Este puede acarrear gratificación o sufrimiento pero en modo alguno resulta neutral o indiferente. No hay trabajo que no afecte, de un modo u otro, la vida de las personas.
Desde que Jeremy Rifkin popularizó su tesis acerca de “el fin del trabajo”[2], hace casi 20 años, ha quedado claro que el pronóstico era errado pero sin embargo ha tenido consecuencias perversas y ha llevado a los gurúes del gerencialismo a promover la marginalidad del trabajo y la omnipotencia de la tecnología, la inteligencia artificial y los sistemas informáticos que sustituirían con ventaja a los trabajadores en todos los ámbitos. La singularidad y el transhumanismo positivo van de la mano con estas concepciones. Para esta gente, el trabajo que provoca sufrimiento está y estará a cargo de computadoras inteligentes[3].
Sin embargo, es notorio, en todo el mundo, el aumento y diversificación de las enfermedades profesionales y el incremento de distintas formas de sufrimiento producido por el trabajo (accidentes laborales, estrés, surmenage, burn out, estados depresivos e incluso suicidios).
Al mismo tiempo, la idea de que con los cambios en el mundo del trabajo se producirá un aumento inevitable del desempleo estructural, se ha utilizado para romper la solidaridad entre los trabajadores y para azuzar el individualismo en defensa del puesto de trabajo a cualquier costo ante el temor a la desocupación.
En forma paradojal, el anuncio del fin del trabajo ha conducido a que se trabaje cada vez más y ha sido instrumental para las concepciones gerenciales que buscan maximizar las ganancias de los empleadores, rebajando las condiciones laborales, la seguridad, las remuneraciones y jubilaciones, al tiempo que se incrementa la super explotación y el consumismo.
Los fenómenos catastróficos que han golpeado a los trabajadores de la confección en Bangladesh se desarrollan en forma más insidiosa en todos los países y la desocupación brutal, como en España o en Grecia, la precarización, el multiempleo, la degradación ocupacional, van acompañados por un aumento del sufrimiento aún en aquellos países donde el flagelo del desempleo no es la principal manifestación de la crisis.
Lo cierto es que la lista de enfermedades profesionales puede crecer[4] pero nunca alcanza a contemplar la multiplicación de las patologías generadas por la sobre carga de trabajo. El sobre trabajo produce, por ejemplo, un incremento importante de lo que en Japón se denomina karôshi, es decir la muerte súbita de personas jóvenes, sin antecedentes, por infartos agudos de miocardio o derrames cerebrales cuya etiología se relaciona directamente con el sobre trabajo prolongado en condiciones de exigencia desmesurada.
En relación con la psicopatología del trabajo, es decir ante el estudio de aquellas enfermedades y trastornos psíquicos producidos por el trabajo, se comprueba resistencia entre los legisladores, los expertos y entre la ciudadanía en general, a reconocer la existencia y extensión de estos.
Las afecciones músculo-esqueléticas, la contaminación físico-química y biológica, los accidentes de trabajo y otros riesgos para la salud son aceptados como tales y referenciados pero los sistemas gerenciales son altamente renuentes a admitir que sus métodos de organización del trabajo aumentan el sufrimiento y generan enfermedades mentales.
Últimamente se empieza a adquirir consciencia acerca de la frecuencia y graves consecuencias del acoso moral laboral, una práctica muy difundida, especialmente en organismos públicos y comúnmente en los de enseñanza, que cuentan entre los factores que lo hacen posible, la banalización de la injusticia y la negación de los efectos de métodos “tóxicos” de organización.
La tolerancia social respecto al sufrimiento en el trabajo tiene directa relación con el discurso gerencial. En este discurso, el éxito de una organización no se valora según los avances de la producción y la calidad de los servicios sino en el terreno de la eficiencia de la gestión. Esto es moneda corriente en las instituciones de servicio y especialmente en las públicas donde existe una devaluación del trabajo de los funcionarios que, en mayor o menor medida, se considera trabajo marginal.
Al destacar la importancia de la gestión (gestión de costos, de riesgos, de personal, de stocks, del tiempo) se procura descalificar la preocupación por el trabajo y como sostiene Dejours (2011), se cuestiona la centralidad de este en todos los planos, no solamente en el epistemológico sino en el económico, social, psicológico, de género.
La promoción de la “mejora de la gestión” como clave ideológica para la consideración del mundo laboral viene acompañada por una fuerte presión tendiente a implantar la evaluación individual del desempeño, los criterios de certificación, las normas ISO y otras que se presentan como inofensivas formas de “medir” el trabajo.
En realidad se trata de introducir una modificación profunda de las relaciones laborales que procura incrementar la explotación y la maximización del rendimiento aún a costa de la seguridad (lo que implica riesgos físicos inmediatos) y de la solidaridad, la contención del colectivo y las condiciones de trabajo lo que, desde el punto de vista de la psicopatología, redunda en una multiplicación de las enfermedades y trastornos mentales.
La evaluación individual del desempeño ha demostrado que no sirve para describir la realidad del trabajo o siquiera para traducirse en formas de reconocimiento de la centralidad del mismo. Por el contrario, en forma más o menos declarada, la evaluación individual busca introducir una lógica competitiva de “todos contra todos” que resulta disruptiva del trabajo en equipo y sobre todo de las redes sociales solidarias que hacen posible la movilización de los trabajadores para enfrentar las injusticias y mejorar las condiciones en que desarrollan su labor.
Cuando el trabajo es considerado una actividad marginal destinada, de un modo u otro, a desaparecer merced a la “inteligencia artificial”, se tiende hacerlo invisible. Es lo que hace tanto tiempo sucede con el trabajo femenino, con el trabajo doméstico en general, con el trabajo infantil, con todas las formas de “trabajo benévolo”, es decir no remunerado, con los trabajos de servicio y con la mayoría de los “trabajos sucios” que resultan invisibles cuando no francamente estigmatizados.[5]
Recuperar la centralidad del trabajo como concepción fundamental para la comprensión y la transformación del mundo laboral requiere, invariablemente, enfrentar la invisibilidad de muchos oficios, exponer el sufrimiento que el trabajo genera y los mecanismos colectivos de defensa que los trabajadores desarrollan para enfrentar la estigmatización (Matta, 2011) [6]. La invisibilidad es parte y condición de la banalización de la injusticia que permite la perpetuación de esta.
En una entrevista que le efectuó la psicóloga valenciana Berta Chulvi[7], Christophe Dejours, al tiempo de señalar que el sufrimiento en el trabajo es viejo problema advierte acerca de un fenómeno nuevo: el que la mayoría de las personas aceptemos con pasividad ese sufrimiento y que, en cierta medida, colaboremos con él. “Sin coacción, sin amenazas, la inmensa mayoría de nosotros – dice Dejours – somos capaces de colaborar con un sistema que consideramos injusto ¡Qué haríamos si nos pusieran una pistola en la sien!” (…) “¿Cómo hacen tantos y tantos trabajadores para no volverse locos a pesar de estar confrontados a unas exigencias de trabajo insufribles? ¿Por qué no se produce una movilización social frente al sufrimiento que elabore este sufrimiento en términos de injusticia? Lo que resulta enigmático es la normalidad con la que aceptamos el sufrimiento propio y ajeno”.
En su obra, Dejours y sus colaboradores, han Investigado esos mecanismos que muchas veces desarrollan los trabajadores para evitar que el sufrimiento los desborde y les cause enfermedades. Uno de ellos, es el denominado “coraje viril” donde el desprecio por las normas de seguridad – por ejemplo -  pasa a ser una demostración de valor que permite conjurar, temporalmente, el temor a perder el empleo (actos de virilidad colectiva para hacer frente al miedo).
Además hay mecanismos para tranquilizar las conciencias negando el sufrimiento mediante la adhesión a métodos de organización del trabajo supuestamente científicos. Este tipo de mecanismos permite comprender la continuada aparición y reincidencia de “las modas gerenciales”[8].
Algunos fenómenos, como el acoso moral laboral, apelan directamente a la violencia, una violencia insidiosa contra la víctima, cuyo objetivo es atemorizar, producir miedo no solamente en la destinataria del acoso sino en forma ejemplificante para su entorno, lo cual paraliza e impide pensar. Si no se piensa no hay movilización colectiva.”Tendemos a pensar que la violencia genera sufrimiento – advierte Dejours – pero olvidamos un paso intermedio fundamental que es el miedo. El sufrimiento consciente genera movilización, el miedo genera prácticas defensivas que nos evitan la consciencia”.
El sufrimiento en el trabajo y el sufrimiento por no tener trabajo se complementan  y se retroalimentan. Como se sabe, la desocupación, la pérdida de un empleo, más allá de la “herida narcisista”[9], perjudica la salud mental. Sin embargo, trabajo y empleo no son la misma cosa. El trabajo juega un papel central en el desarrollo de la identidad y por ende en la salud mental entendida como estado de bienestar y plenitud.
Tener un empleo (o varios) no es garantía de salud mental. El solo hecho que el empleo proporcione un salario no exime del sufrimiento si las condiciones del trabajo son inadecuadas y/o penosas. El sufrimiento causado por la desocupación y el generado por las malas condiciones de trabajo no son iguales pero tienen un común denominador: en ambos casos se ve afectada la identidad del trabajador.
Hay trabajos que entrañan conflictos éticos, situaciones dilemáticas donde el trabajador se ve obligado a una acción que va en detrimento del bien común o del bienestar ajeno o donde se compromete en lo que se da en llamar un conflicto de esfuerzo[10].
Hay trabajos estigmatizados o invisibilizados donde los métodos gerenciales acentúan la sensación de incompetencia del trabajador o las metas individualistas que se contraponen al funcionamiento colectivo, en equipo. En tales trabajos, como en el caso de la desocupación, es inevitable la aparición de una crisis de identidad. Aunque la enfermedad no es inexorable es verdad de a puño que detrás de un trastorno mental hay siempre una crisis de identidad. Ante esto la única respuesta inane es la indiferencia.



[1] Dejours, Christophe y Jean-Philippe Deranty (2010) La centralidad del trabajo. Traducción de la revista Critical Horizons (CRIT 11.2 (2010) 167-180. A esta versión, en inglés, se puede acceder en www.criticalhorizons.com.au . La traducción al español es asequible en “Ética y psicopatología del trabajo”,  fernandobritosv.blogspot.com
[2] Economista y ensayista que publicó, en 1995, su libro “El fin del trabajo” donde plantea que dicho fin es inevitable, en razón de la globalización y de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) que pueden aumentar la productividad rápidamente.
[3] Britos, Fernando (2013) Raymond el profeta y los apóstoles del culto tecno ahora en Uruguay. En La Onda Digital, Nº 622; 23/4/2013. Asequible en www.laondadigital.com.
[4] En el Uruguay la obligatoriedad de la Lista de Enfermedades Profesionales de la OIT (revisión 2010) fue adoptada por decreto, el 13 de junio de 2011, pero exceptuó, expresamente, las enfermedades referidas en el numeral 2.4 “Trastornos mentales y del comportamiento”. Es interesante el informe de la Reunión de expertos de la OIT sobre la revisión de la lista de enfermedades profesionales (Recomendación núm. 194) para percibir las dificultades que existen en reconocer los riesgos para la salud mental que acarrea el sobre trabajo.




[5] Entiéndase por trabajo sucio (dirty work, sale boulot, etc.) aquellas actividades que carecen de prestigio o que conllevan riesgos físicos, psíquicos, morales, que contaminan a quienes lo desempeñan y a su entorno. Los trabajos sucios, en mayor o menor medida, sufren el fenómeno de la invisibilización, es decir que sus características, la forma en que las personas adquieren el oficio, los problemas que enfrentan, el sufrimiento que soportan, son desconocidos o ignorados: son invisibles para los demás.
[6] Matta, Leticia (2011) El oficio de sepulturero. Etnografía. En: Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay 2012, Vol. 10,133-146. Sonnia Romero (ed.) Unesco, Montevideo. Asequible en: www.unesco.org.uy/institucional/.../anuario-de-antropologia-2012.html
[7] Dejours, Christophe(2009) “No hay trabajo neutral para nuestra salud mental”. En revista porExperiencia, Nº45, 12-13, Dossier Trabajo y sufrimiento. Julio de 2009, Madrid (revista de Salud Laboral para delegados y delegadas de prevención de CCOO). Asequible en http://www.ccoo.com/comunes/recursos/1/pub13638_porExperiencia_n_45.pdf
[8] Britos, Fernando (2012) Participación de baja intensidad. Modas gerenciales de pacotilla. En “Ética y psicopatología del trabajo”, Montevideo, 27/9/2012. Asequible en: http://fernandobritosv.blogspot.com/2012/09/participacion-de-baja-intensidad.html
[9] Un término de origen freudiano que debe interpretarse como hechos que afectan la imagen que la persona tiene de sí misma (tal como se distorsiona y destruye la imagen en el mito de Narciso) y que repercute sobre la autoestima.
[10] Los conflictos de esfuerzo son una variante de conflicto ético que se presenta, típicamente, en el multiempleo y en todos aquellos casos donde el trabajador se compromete, deliberadamente o en forma inadvertida, a desarrollar más actividades de las que normalmente puede desempeñar bien.

1 comentario:

  1. Una entrada muy completa, el trabajo puede ser la solución o la causa de muchos trastornos psicológicos. Por eso es de suma importancia que el tratamiento de los trastornos mentales sea por parte de un profesional.

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