Reflexiones sobre la
centralidad y la psicopatología del trabajo
DE
LA RESIGNACIÓN ANTE EL SUFRIMIENTO A LA
BANALIZACIÓN
DE LA INJUSTICIA SOCIAL
Las
técnicas gerenciales aplicadas a la organización del trabajo para incrementar
la productividad generan sufrimiento e interrumpen, mediante la resignación, el
proceso solidario que permite a los trabajadores consolidar su identidad y
obtener gratificación. La resignación es inseparable de la injusticia social y
es preciso reflexionar sobre la forma en que la banalización de esta última nos
conduce a tolerar lo intolerable.
Fernando
Britos V.
Hace muchos años que
venimos estudiando los efectos deletéreos de las pruebas psicolaborales en los
procesos de selección y reclutamiento de personal. En estos procesos aparecen,
de un modo u otro, formas engañosas de inducir la conformidad o sofocar la
inconformidad de quienes han sido excluidos. Las devoluciones a quienes fueron
sometidos a las horcas caudinas de los tests psicológicos y las entrevistas de
selección - cuando se producen, lo que no es frecuente - están por lo común
dirigidas a conseguir la resignación de los perdidosos (“otra vez será, siga
participando”, “este trabajo no es el más conveniente para Ud.”, etc.).
A veces tales
procederes forman parte de un tinglado que, como recientemente recordó un ex
subdirector de la O.P.P.[1],
responde a la forma en que, en la mayoría de los casos, se arreglan los llamados
y concursos para que gane el caballo o la yegua del comisario en una
competencia aparentemente objetiva y científicamente dirimida pero que en
realidad es una simple manipulación.
Esas prácticas no ponen
en cuestión la centralidad del trabajo sino que destacan el papel que juegan
las formas gerenciales de organización del mismo para controlar el acceso al mundo
laboral y después para manipular la ocupación de puestos decisorios por parte
de quienes están comprometidos con la reproducción acrítica del sistema.
Hay un carácter
esencialmente ambiguo, contradictorio, en el trasfondo de esta cuestión. En
efecto, detenerse a considerar el trabajo no es un tema de moda y como en un
retorno al mundo antiguo se le considera, por una parte, como una especie de
desgracia socialmente generada [2]
porque muchas formas contemporáneas de su organización y sus técnicas contribuyen a esa idea.
Por cierto, no hay
trabajo sin sufrimiento pero lo definitorio es el destino de ese sufrimiento
que, como vimos en un artículo anterior, puede ser un ingrediente fundamental
para la superación del trabajador, para el desarrollo de la identidad y para la
gratificación que hacen del trabajo vivo la piedra angular de la sociedad.
Desde las obras
precursoras de José Bleger, Louis Le Guillant y Alain Wisner, a mediados del
siglo pasado, hasta las actuales de Christophe Dejours, es posible comprobar
que ciertas formas de organización del trabajo generan un incremento en las
patologías mentales. Uruguay no es una excepción.
Estas patologías pueden
clasificarse en cinco categorías meramente indicativas de lo que debería
constituirse en un análisis etiológico de las “nuevas enfermedades”. Aunque el
aumento de su incidencia es inocultable la mayoría de ellas no ha llegado a ser
incluida entre las “enfermedades profesionales” reconocidas por la OIT y la
OMS.
a) las de sobrecarga que comprenden las patologías
músculo-esqueléticas y sobre todo el agotamiento o quemazón conocidos como burn out por los estadounidenses o karoshi por los japoneses.
b) las patologías que desarrollan los trabajadores
que enfrentan agresiones y violencia por parte del público, de vecinos,
usuarios, clientes, alumnos, etc. Los casos más notorios son los que sufre el
personal de la salud, los maestros y profesores, los bomberos, policías e
inspectores de tránsito, los empleados de los supermercados, bancos y servicios
públicos y, en general, el personal que atiende público.
c) las patologías que sufren quienes pierden el
empleo por despido, por jubilación forzosa o en condiciones indignas, quienes
enfrentan la inestabilidad laboral o se desempeñan en trabajos precarios y/o
informales y otras formas de violencia, todo lo cual deriva en depresiones,
alcoholismo y otras toxicomanías y en una degradación de la vida cotidiana y de
relación.
d) las patologías que desencadenan las situaciones
de acoso moral laboral, acoso sexual y otras formas de persecución y
discriminación que acarrean consecuencias muchas veces irreversibles sobre la
salud de los trabajadores.
e) las patologías depresivas que pueden derivar y/o
potenciar diversas enfermedades y que son capaces de conducir al suicidio[3].
La
resignación ante el sufrimiento es esencial para la persistencia de los
sistemas gerenciales de organización del trabajo y juega un doble papel, por un
lado encubre las groseras inequidades y la arbitrariedad, limitando o
desarticulando así los mecanismos de defensa colectivos en contra de esos
métodos y la reacción de los trabajadores organizados (“la vida es así”, “no
hay nada que hacer”, etc.). Por otro lado, la resignación impide la dinámica
del reconocimiento y de la solidaridad que es la que permite superar el
sufrimiento, transformarlo en experiencia y alcanzar la gratificación en el
trabajo. En otras palabras, cuando el sufrimiento que implica enfrentarse a lo
real y asumir la incertidumbre y el fracaso, no puede alcanzar el
reconocimiento del colectivo, la gratificación no se produce. Sólo queda el
sufrimiento y sus secuelas patológicas.
Las
formas de organización destinadas a maximizar los beneficios mediante la
explotación agudizada del personal
requieren cierta anuencia por parte de los trabajadores o por lo menos
la neutralización de su oposición. Algunas de las técnicas más comunes son:
·
El toyotismo, es decir formas de
“participación de baja intensidad” que buscan involucrar a los trabajadores
aunque sin concederles autonomía ni verdadera capacidad de decisión sobre su
trabajo en aras de la “calidad total”.
·
La evaluación individual del desempeño
que busca desarrollar la competencia entre individuos en desmedro de los
mecanismos colectivos. Esta forma de evaluación procura remitir el rendimiento
al desempeño individual y desviar la atención de las ineficiencias y
distorsiones que producen las formas gerenciales de organización.
·
La precarización y descalificación del
trabajo que, entre otras modalidades, promueve la sub contratación de trabajadores
independientes como empresas unipersonales, la llamada sub contratación en
cascada, etc.
En términos generales,
dichas técnicas aumentan la presión en pos de una mayor productividad y de
hecho, a veces, lo consiguen aunque no en forma sostenida. Al mismo tiempo
generan el aislamiento, el sufrimiento y la soledad de los trabajadores.
Ahora es preciso establecer
el nexo entre la resignación ante el sufrimiento y la banalización de la
injusticia social. Dejours (2013) llama la atención sobre la relación entre la
banalización de la injusticia social y el sufrimiento negado[4].
Está claro: la resignación es prima hermana de la negación.
Por esta via de
análisis confrontamos directamente con el funcionalismo que campea en el
ambiente intelectual de las ciencias humanas. El funcionalismo presenta como
inexorable la instalación de las formas de organización del trabajo que hemos
señalado. La proliferación de las técnicas ya mencionadas y especialmente las
pruebas psicolaborales se expone como el resultado de una lógica, endógena y al
mismo tiempo ineludible: la de la economía de mercado, de la globalización y de
la universalización del sistema financiero internacional. Sin embargo, como
dice Dejours, “en materia de defensa contra el sufrimiento no hay leyes naturales,
sino reglas de conducta construidas por los hombres y las mujeres” (2013, 20).
Hay
que reconocer que no todo el mundo considera que quienes sufren exclusión,
desempleo, marginación, discriminación o miseria son además víctimas de la
injusticia. Muchas personas mantienen un bloqueo entre el sufrimiento y la
injusticia. De este modo, aunque adviertan la infelicidad en el primero no son
capaces de reaccionar políticamente contra la segunda. El sufrimiento del otro
puede movilizar la compasión, la piedad o la caridad pero la solidaridad activa
o la protesta indignada solamente se produce cuando se percibe la conexión que
existe entre ese sufrimiento ajeno y la injusticia. Las nociones de
responsabilidad, solidaridad y justicia corresponden a la ética y no a la
psicología.
Hay
discursos que explican y justifican la infelicidad atribuyéndola al destino u
otras causas sobrenaturales, a ciertas formas de determinismo biológico o
económico. De este modo se encubre la responsabilidad de la sociedad y de la injusticia
social en la existencia de la infelicidad. La adhesión de muchas personas a
este discurso - que no es el resultado de la experiencia o de la reflexión
individual sino una postura ideológica promovida para la defensa del statu quo
– es la que termina haciendo tolerable lo intolerable, difundiendo la
resignación. desactivando la movilización y devaluando sutilmente la
solidaridad [5].
Al
decir de Dejours (2013, 25) el problema no tiene que ver únicamente “como
muchas veces se cree, con la simple resignación o la aceptación de la
impotencia frente a un proceso que nos supera, sino que funcionaría además como
una defensa contra la conciencia dolorosa de la propia complicidad, de la
propia colaboración y de la propia responsabilidad en el desarrollo de la
infelicidad social”.
La
banalización de la injusticia social es la forma que adopta una concepción que
promueve la tolerancia ante la injusticia y que hace pasar por infelicidad algo
que, en realidad tiene que ver con el mal que unos individuos infligen a otros.
Si se trata de la psicopatología del trabajo se hace imprescindible investigar
estos procesos, identificar a los responsables, en el bien entendido de que
esta labor no nos otorga a los demás el beneficio de la inocencia.
Exponer
estas cuestiones es el primer paso para desarrollar, autocríticamente,
estrategias de defensa, para superar las negaciones y la resignación y para promover
la movilización que permita des-banalizar el mal. Si el lector llegó hasta aquí
sabrá que este será el tema de próximos artículos.
[1] Conrado Ramos: para cambiar el funcionamiento del Estado es necesario "refundar el pacto entre políticos y burócratas"14.05.2013 | 17.24. En: http://www.espectador.com/noticias/264864/conrado-ramos
[2] Trabajo proviene del término
latino tripalium que era una especie
de caballete empleado para torturar (tripalliare).
[3]
Ver Britos, F. (2009) “La campana dobla por ti” En el blog: Ética y psicopatología del trabajo.
[4] Dejours, Christophe (2013) La
Banalización de la Injusticia Social. Ed. Topía, Buenos Aires (se trata de la
segunda edición de una obra de Dejours publicada en Francia, hace quince años,
bajo el título Souffrance en France: la
banalisation de l’injustice sociale. Ed. Du Seuil, París, 1998.
[5] Esto nos recuerda a John Rawls y
su teoría liberal de la justicia que aunque está correctamente apuntada contra
el utilitarismo promueve el igualitarismo dejando tras “el velo de la
ignorancia” las razones concretas de las desigualdades. Uno de sus críticos,
desde la izquierda, le asestó un libro cuyo título, traducido del inglés, es
algo así como “¿Si eres igualitarista, cómo es que te has vuelto tan rico?”.
Cfr. Gracia, Francisco (s/f) La teoría de la justicia de John Rawls y sus
críticos Nozick, Sandel y Sen;
asequible en: http://www.slideshare.net/pakogracia/la-teora-de-la-justicia-de-j-rawls-y-sus-crticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario