jueves, 12 de septiembre de 2013

A vuelta de lápida



A VUELTA DE LÁPIDA
         Reflexiones sobre la imposibilidad de “dar vuelta la página”, sobre lo imperdonable y sobre dictaduras sin milagro.
Fernando Britos V.
         Los alrededores del undécimo día  de setiembre están cargados de recuerdos estremecedores, de duelos profundos y también de olvidos significativos, versiones ambiguas y redondas mentiras.
Nada de dar vuelta la página - Para el mediático filósofo argentino José Pablo Feinmann, el atentado contra las Torres Gemelas (el 11/9/2001) marca, en los hechos, el entierro del posmodernismo porque en el corazón del imperio - que había festejado y multiplicado el fin de “los grandes relatos”, de la historia y de las utopías – se había producido un impacto que restableció con inocultable vigor la vigencia universal de los grandes fenómenos mundiales. Parafraseando al gran Hobsbawm al corto siglo XX (1914-1989) ha seguido otro cuyo final no es previsible pero cuyo comienzo bien podría ubicarse en el 2001.
En las rememoraciones del atentado contra las Torres Gemelas (y las otras terribles secuelas discretamente colocadas en segundo plano, es decir los otros dos aviones estrellados en el campo y contra el Pentágono) impera la memoria, el dolor, el recogimiento, los tañidos de campana y el triste sonido de las gaitas. Allí a nadie se le ocurriría plantear la necesidad de la reconciliación, de dar vuelta la página o la lápida, que de todas maneras es más o menos lo mismo. Los gobiernos estadounidenses (no solamente el del belinún Bush sino el actual) no van a dar vuelta esa página mientras puedan utilizarla para sostener y justificar su papel global de señores de la guerra y el castigo.
Es memoria pero, por cierto, es una memoria flechada, bañada en el dolor por tantos miles de víctimas, que no amaina la paranoia del gendarme universal, que vigila las más recónditas intimidades de sus propios ciudadanos, que sirve de pretexto para violar los derechos humanos e ignorar a las Naciones Unidas, que ha desatado varias guerras e invasiones asolando países lejanos usando el lema sabidamente falso de castigar culpables, que asesina con alevosía mediante máquinas aéreas, que espía siempre y por doquier, que mantiene prisiones secretas, que patrocina torturadores y tiranos por todo el mundo, que trafica armas y saquea riquezas.
No hay perdones - Como sostiene Primo Levi – muy nombrado pero poco estudiado – hay hechos y personas imperdonables. Para Levi la existencia de Auschwitz ha probado la inexistencia de Dios y los pedidos de perdón carecen de sentido ante los crímenes de lesa humanidad que son característicos del terrorismo de Estado. En su relato titulado Vanadio (incluido en su libro “El sistema periódico”[1]) Levi relata su reencuentro después de la guerra con el Dr. Müller, un químico como él que había sido el jefe del laboratorio de la IG Farben donde trabajaba como esclavo durante su estancia en el campo de concentración. Müller no era un SS ni un kapo, no azotaba a los desgraciados que trabajaban para él pero no ignoraba nada de lo que sucedía en los campos de exterminio, en la Alemania nazi y en los países ocupados. Vanadio es un relato sobre el arrepentimiento, la culpa, la expiación y el perdón imposible.
Finalmente se han visto las rememoraciones del golpe de Estado, el 11 de setiembre de 1973, en Chile e independientemente de las interpretaciones que puedan hacerse acerca del acto oficial, de los arrepentimientos tardíos de la judicatura[2], de la perseverancia tanto del fascismo en la derecha chilena como de las investigaciones apuntadas a descubrir la verdad, es interesante una idea reiterativa que aparece por aquí y por allá. Esa idea es una variante de la nueva teoría del “demonio único” acuñada por Julio María Sanguinetti. A su amparo no se trata de que “la guerrilla” (demonio 1) haya impulsado a los militares (demonio 2) a hacerse con el poder sino que siempre existió un único demonio, la izquierda o en general quienes pretenden cambios, libertad y justicia. Al amparo de esta teoría arcaica, con el cinismo característico de la derecha chilena, Piñera viene de imputar a Salvador Allende, derrocado y muerto el 11 de setiembre de 1973, la responsabilidad del golpe de Estado porque durante su gobierno “no tuvo ningún respeto por la ley”.
De este modo se pretende exculpar a Pinochet y su banda de los crímenes cometidos y se completa esta acción con otra versión que no es novedosa pero muy utilizada: las dictaduras han hecho grandes obras públicas, son autoras de milagros económicos y por lo tanto sus crímenes (asesinatos, torturas, robos y saqueos) son efectos colaterales, indeseables pero en definitiva menores si se los compara con los presuntos beneficios que generaron.
Enterrados en el basurero de la historia - El terrorismo de Estado, los crímenes de lesa humanidad, no solamente son imperdonables e inexculpables sino que nunca han generado milagro alguno. Veamos: ciertas corrientes historiográficas y sobre todo ciertas distorsiones propagandísticas de la historia han planteado que el Tercer Reich (1933 – 1945) tuvo aspectos positivos. Hitler y el nazismo permitieron superar la terrible crisis que siguió a la Primera Guerra Mundial, produjeron un resurgimiento económico, dieron trabajo al pueblo alemán e incidieron en la recuperación de la industria, la salud, la educación, la ciencia y las artes. La Segunda Guerra Mundial fue un traspié, un error del Führer que acarreó muerte, destrucción y la anulación del milagro optimista y dinámico del sexenio prebélico.
Incluso hay quien ha sostenido que Hitler y su banda se equivocaron al apresurarse a desencadenar la guerra porque si hubieran esperado tres o cuatro años más su poderío habría sido insuperable. Los neonazis que promueven estos mitos sueñan con miles de Messerschmitt 262 (el primer avión a chorro de combate operativo en los años agónicos del nazismo) o con bombas atómicas lanzadas con los misiles de Von Braun que habrían ganado la guerra y en tal sentido coinciden con los mitómanos que culpan de la derrota a Hitler e insisten, todavía, en la eficiencia y sapiencia del Alto Mando Alemán que habría vencido si no fuera por la “locura” del Führer.
Estas versiones acerca del nazismo son probadamente falsas e insidiosas. En realidad, el complejo militar-industrial alemán y la cúpula del nazismo, con el apoyo de grandes sectores financieros y políticos internacionales, no tenía otros objetivos que la guerra de conquista y pillaje a nivel mundial, el exterminio masivo de quienes se opusieran, la aniquilación de las libertades y la destrucción de la Unión Soviética. De hecho el resurgimiento nacional de Alemania se había agotado aún antes de 1933; el régimen solamente se mantenía mediante el terror de una represión brutal y el fanatismo nazi. Sus crímenes prefiguraron claramente, desde antes de acceder al poder lo que sucedería poco tiempo después.
Los campos de concentración se inauguraron en 1933; la matanza sistemática de enfermos mentales, minusválidos y la experimentación con humanos comenzó en 1934; las leyes raciales y la discriminación más cruel estaban instaladas en 1936; los stukas habían ametrallado a los civiles indefensos en las carreteras españolas y Eibar, Irún y Guernica habían sido arrasadas por la Legión Cóndor en marzo y abril de 1937.
De la misma manera en que nadie podía hacerse el distraído respecto al potencial criminal del nazismo tampoco es posible ignorar ahora como el mantenimiento del régimen estaba inseparablemente unido al desencadenamiento de guerras y conquistas. En tal sentido, la anexión del Sarre, de Austria y la ocupación y desmembramiento de Checoeslovaquia no fueron resultado de la audacia o la clarividencia de Hitler sino de su desesperación y de la anuencia tácita de los gobiernos de Francia y sobre todo de Inglaterra que ya habían permitido que la República Española fuera ahogada en sangre.
El nazismo necesitaba transfusiones de todo tipo, recursos materiales, materias primas y mano de obra para una economía y maquinaria bélicas que no podía detenerse so pena de colapsar. El terror y el fanatismo no habrían sido capaces de mantener sin convulsiones o parálisis al Tercer Reich si la guerra no hubiera comenzado en el otoño de 1939.
Una historia similar había sido la del fascismo italiano cuyo periodo de “obra prolífica”, a partir de 1922, había sido un poco más largo que el del nazismo y en cierto sentido menos espectacular porque se jactaba de haber conseguido que los trenes circularan cumpliendo sus horarios y que los pantanos pontinos fueran desecados pero no pudo ni intentó resolver las contradicciones entre el sur sumido en la miseria y los sectores industrializados del norte, ni los problemas de una economía fracturada y la desocupación. Los sueños colonialistas e imperiales del Duce y la monarquía italiana desencadenaron la invasión de Etiopía (entonces Abisinia), Albania y la intervención contra la República Española, en 1936[3]. También terminaría sin milagro alguno cuando Mussolini y su amante, capturados por los partisanos cuando huían disfrazados con los nazis en retirada, fueron fusilados y colgados como reses en abril de 1945.
Con dolor y sin milagro – Hay quien sostiene, como lo ha hecho recientemente el Wall Street Journal, que lo que necesita Egipto ahora es uno o varios generales de la talla de Pinochet.
Claro que tampoco en Chile hubo milagro durante la dictadura de Pinochet (1973-1990). En realidad, varias de las reformas impulsadas por la Unidad Popular con Allende a la cabeza, y la situación institucional de Chile, fueron las que posibilitaron ciertos desarrollos que después se atribuyó Pinochet y sus Chicago Boys: por ejemplo en relación con la minería del cobre y sobre todo con la reforma agraria que fue la que permitió el desarrollo de una economía exportadora de base agroindustrial.
En los años de la dictadura chilena (1973 – 1990) la tasa de crecimiento del país fue casi la mitad de la que se alcanzó recién desde mediados de los 90 (aproximadamente el 5%) y se necesitó el retorno a la democracia para que el país enjugara la situación económica que creó la dictadura.
Heraldo Muñoz [4], subsecretario general de la Naciones Unidas y Director del PNUD para América Latina y el Caribe, sostiene que el régimen de Pinochet no fue un mal necesario ni produjo la modernización de la economía chilena.
No hubo obra benéfica sino represión, asesinatos y robos. Pinochet y sus secuaces se enriquecieron, acumularon oro y millones en cuentas secretas y en tanto Chile sigue siendo unos de los quince países más desiguales del mundo.
Con la dictadura la pobreza, que en 1973 agobiaba al 20% de la población, se duplicó de modo que cuando Pinochet abandonó el poder, en 1990, la pobreza alcanzaba al 40,8%. En el 2011 se había reducido al 9,9%. El consumo de carne era de 36,6 kilos por habitante al año en 1990 y en el 2011 alcanzó a 84,2 kilos. A la salida de la dictadura casi la mitad de los hogares chilenos no tenía heladera, hoy la tienen más del 92%, y casi las dos terceras partes de los hogares no tenían lavarropas, hoy lo tienen el 82%. Sin embargo, el milagro económico no ha llegado aún a Chile y en términos generales podría decirse que las desigualdades profundas que generó la dictadura no han sido superadas



[1] Una traducción (italiano al español) de Vanadio puede encontrarse en el archivo del blog “Ética y Psicopatología del Trabajo”).
[2] La Asociación de Magistrados de Chile pidió perdón a la población porque “el Poder Judicial pudo y debió hacer mucho más” contra la violaciones a los derechos humanos cometidas por Pinochet y su banda.
[3] Entre otros muchos crímenes de guerra cometidos hay que recordar el uso frecuente y abundante de gases tóxicos contra el ejército y sobre todo contra la población civil en Etiopía y el bombardeo sistemático con aviones y artillería contra poblados indefensos.
[4] Muñoz, Heraldo (2008) The Dictator's Shadow: Life Under Augusto Pinochet, Basic Books, Nueva York.

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