VIEJITOS
ASESINOS
Lic.
Fernando Britos V.
Un paseo veraniego - Los
romanos solían decir que, bajo la canícula veraniega de su ciudad, los únicos
que caminan al sol del mediodía son los ingleses y los perros. Erich Priebke no
es inglés sino alemán pero vive en Roma y el pasado lunes 29 de julio, en
oportunidad de su cumpleaños número 100, bajó de su apartamento céntrico para
dar una vuelta y hacer algunas compras. Un anciano delgado y bien conservado
que aprendió a caminar por la sombra en la ciudad donde cometió terribles
crímenes hace algo más de setenta años. En razón de su edad cumple prisión
domiciliaria para satisfacer la condena a prisión perpetua que se profirió en
1998 y se pasea como un apacible jubilado.
Roma en 1944 - A
fines de marzo de 1944, la ofensiva de los Aliados en la Italia ocupada por
Alemania estaba empantanada ante las ruinas de Montecassino. La soberbia y la
ineptitud del general estadounidense Mark Clark - que ansiaba el galardón de
ser el primero en entrar en Roma para compensar la pasividad y lentitud de sus
acciones anteriores – había provocado la mayor masacre sufrida por tropas
norteamericanas hasta entonces. Después hindúes, ghurkas, maoríes, neozelandeses,
franceses y polacos fueron lanzados al mejor estilo suicida de carne de cañón contra
el punto más fuerte de las líneas alemanas y también fracasaron.
El frente de batalla había sido convertido en un paisaje
lunar por los bombardeos de la aviación inglesa y estadounidense y por el
martillo pilón de una concentración de artillería como no se había visto desde
1916 en el Chemin des Dames ante Verdún. La Wehrmacht mantenía su cuartel
general en Roma, un desembarco fallido tenía aprisionados a los Aliados en
Anzio y los partisanos antifascistas libraban su propio combate solitario
contra los nazis.
En la mañana del 23 de marzo de 1944 un barrendero romano
detuvo su carrito ante la puerta de un cuartel de la policía alemana en la Via
Rasella y cruzó la calle con su escobillón. Cuarenta segundos después estalló
el contenido del carrito, una bomba casera con unos 20 kilos de dinamita
encerrados en una caja de acero y en tubos de metal. El barrendero y quince de
sus compañeros lanzaron granadas y ametrallaron a los miembros del Polizeiregiment Bozen y mató a 28 de
ellos, tres morirían poco después de sus heridas. También murieron dos civiles
italianos. Los partisanos desaparecieron en pocos segundos.
Las víctimas del atentado eran italianos de lengua
alemana, provenientes de la provincia de Bolzano. Se trataba de sobrevivientes
de las tropas italianas que huyeron del desastre de la Wehrmacht en Stalingrado
(enero de 1943) y que para no ser enviados de nuevo al frente germano-soviético
se habían enrolado en la policía de los ocupantes.
La matanza de las Fosas Ardeatinas - Hitler
ordenó personalmente la represalia: ejecución de diez civiles italianos por
cada uno de los policías muertos. El operativo fue encomendado a Herbert
Kappler (1907-1978) un comandante de las SS y comisario de la Gestapo que
estuvo a cargo de la misma y de la totalidad de los servicios de seguridad en
la Italia ocupada.
Kappler, que hablaba italiano con fluidez, fue asesor de
la policía fascista y planeó la liberación de Mussolini tras su derrocamiento
en 1943 pero sus méritos como carnicero y torturador los había hecho antes en
Polonia (como integrante de los Einsatzgruppen
SS) y en Bélgica. Después jugó un papel decisivo en la deportación de
judíos italianos a Auschwitz y otros campos de exterminio, la persecución a los
partisanos y a prisioneros de guerra y la ejecución de “enemigos del Estado”.
Kappler hizo fortuna robando dinero, joyas y propiedades de sus víctimas.
Los principales colaboradores de Kappler fueron los SS,
el teniente Erich Priebke y Karl Haas. Su jefe había confeccionado en un
santiamén una lista con italianos presos y condenados a muerte, por otros que
estaban siendo juzgados y que consideró serían condenados, con 75 judíos
italianos que iban a ser enviados a Auschwitz, por decenas de detenidos
acusados de terrorismo y por otros tantos que permanecían detenidos en espera
de liberación por falta de pruebas. Todos estaban detenidos en cárceles
dependientes de las SS, del alto mando alemán, del gobierno italiano y de una
organización paramilitar fascista. La cifra de rehenes “se redondeó” en 335.
El 24 de marzo, Priebke y Haas, los llevaron en camiones
del ejército a las Fosas Ardeatinas, unas antiquísimas minas cuyas galerías se
encuentran cerca de Roma. Los dos verdugos de las SS los hacían entrar en
grupos de cinco y los ejecutaban a quemarropa de un tiro en la nuca. Sesenta y
siete veces repitieron la sangrienta operación que se extendió por muchas
horas. Después zapadores alemanes dinamitaron las entradas. Terminada la guerra
el lugar se convirtió en un memorial de los crímenes cometidos por nazis y
fascistas.
Pocos contemporáneos sobreviven. Muchos italianos
recuerdan las dificultades para obtener justicia ante este y los demás crímenes
cometidos por nazis y fascistas. Periódicamente se recuerda la pasividad del
Papa Pío XII, que mantuvo una actitud complaciente sino alentadora con el
nazismo, antes, durante y después de su caída, desde sus épocas de Nuncio
Apostólico en Alemania. El Papa se dice que supo de la orden de Hitler y no
intercedió para conseguir que se dilatara la ejecución de los rehenes, lo que
podría haberlos salvado, pues los alemanes se retiraron de Roma nueve semanas
después.
Asesinos
en fuga – Al terminar
la guerra, Kappler se había replegado a Alemania y allí fue detenido por los
ingleses que lo entregaron a Italia en 1947. Fue juzgado por un tribunal
militar que sesionó en el mismo colegio militar donde él había recluido a los
judíos romanos que envió a las cámaras
de gas. Su defensa distó de ser original. Era tan banal como la misma
“obediencia debida”: él no había hecho nada más que ejecutar órdenes
superiores. Fue condenado a cadena perpetua y a 15 años adicionales por
extorsionar y robar a los judíos deportados.
Desde
entonces Kappler cambió de estrategia pero sus apelaciones fueron rechazadas. En
1959, pidió al Presidente de la República Italiana que le permitiera ir a las
Fosas Ardeatinas y permanecer en ellas el tiempo necesario para rendir homenaje
a las víctimas. Esta petición fue rechazada, así como las solicitudes de gracia
que el reo presentó en 1963 y en 1970.
El
gobierno de la RFA - que se había vuelto instantáneamente demócrata después de
la guerra - pidió clemencia para Kappler
repetidas veces: el Presidente de la República Federal de Alemania Gustav Heinemann
(en 1973) y en tres ocasiones el Canciller Helmut Schmidt.
Este último aprovechó el "caso" creado por los llamamientos para su
liberación hechos por su madre, Paula, quien murió a los 94 años sin haber
podido volver a abrazar a su hijo.
En 1975, se le diagnosticó a Kappler un cáncer y fue
trasladado, al año siguiente, a un hospital militar en Roma. Las nuevas
peticiones para que fuera liberado también se rechazaron pero en razón del
deterioro de su salud se le permitió a su esposa Anneliese un acceso ilimitado.
Esta lo aprovechó en 1977 cuando al cabo de una visita produjo la fuga de
Kappler hacia Alemania sacándolo del hospital en una valija grande. El gobierno
italiano exigió la extradición del fugado pero el de la RFA se negó y tampoco
lo juzgó por sus otros crímenes. De este modo, Kappler murió libre, en su casa
de Soltau y rodeado por el cariño de los suyos, a los 70 años de edad.
El verdugo Priebke en cambio fue mucho más favorecido.
Con la ayuda de ODESSA (Organisation
der ehemaligen SS-Angehörigen: Organización de Antiguos Miembros de la SS) la red secreta de que
ayudaba a escapar y ocultarse a los nazis, llegó a la Argentina. Permaneció
poco tiempo en Buenos Aires y se refugió en Bariloche, en 1954, donde prosperó
a salvo por más de 40 años. Cambió el Erich por Erico y se aplicó a dirigir un
colegio muy reconocido, el Instituto Primo Capraro. Se hizo famoso y apreciado
por la comunidad cordillerana como
educador y vecino ejemplar.
La
trivialización de la justicia
- En 1991 el velo del terrible secreto empezó a rasgarse. Fue denunciado por
Ernest Buch en un libro que descubría el pasado del criminal nazi. También ese
año, un periodista estadounidense, Sam Donaldson, ubicó a Reinhard Kopps un
antiguo SS que había ayudado a Priebke a establecerse en Bariloche. Cuando el
periodista interrogó a Kopps este le dijo que el verdadero criminal de guerra
era su prestigioso vecino y la denuncia alcanzó mayor difusión. En 1994, medio siglo después de la masacre,
Priebke fue ubicado por Donaldson y un equipo de la cadena de noticias ABC. Tal vez por soberbia o pensando que
el tiempo transcurrido, su edad y su posición social lo mantendrían a salvo,
Priebke consideró que no era ya un riesgo para él referirse a las Fosas
Ardeatinas y reconoció su autoría en los asesinatos. Alegó entonces – ¿cuándo
no? - que recibió órdenes superiores y que su deber era ejecutarlas. Priebke cortó
abruptamente la improvisada entrevista pero su fachada se había fisurado
irreparablemente.
La
sociedad barilochense se conmovió y hubo movimientos de solidaridad destacando
la obra benéfica de aquel afable abuelito pero Italia reclamó su extradición y
Argentina la concedió en 1995, de modo que en 1998, después de muchas chicanas
dilatorias, fue condenado en Roma a cadena perpetua. Como las leyes italianas
establecen que por su edad reciba arresto domiciliario, Priebke reside en un
confortable apartamento céntrico, que le facilita su abogado defensor Pablo
Giachini, y nunca ha demostrado remordimiento por sus crímenes. En el último
piso disfruta de la vista y tiene una terraza con malvones. Además se le
permite salir acompañado por un escolta, hace sus compras, va a los parques y
sale a cenar con sus amigos.
Ahora
en Italia se oyen voces que reclaman que Priebke se arrepienta pero muchos
piensan, como Primo Levi, que en estos casos el perdón es imposible e inútil.
En realidad lo chocante es que, arrepentido o no, el verdugo de las Fosas
Ardeatinas se ha mofado de la justicia humana durante casi 80 años y ahora no
solamente es un símbolo de la banalización del mal sino de la trivialización de
la justicia. Su abogado Giachini sostiene que asumió su defensa, a mediados de
los 90, porque considera que su cliente estaba siendo perseguido por motivos
políticos.
¿Será
este el último de los viejitos asesinos que morirá en dorado retiro y en su
casa?¿ Cobrará pensión como teniente jubilado? ¿Dónde está el oro de los
muertos? ¿Dónde su patrimonio barilochense?
No hay comentarios:
Publicar un comentario