DESAPARICIONES, VIDENTES Y PROMOTORES DEL MIEDO
Lic. Fernando Britos V.
Regaba los malvones cuando mi
vecina me comentó, de balcón a balcón, que una chica de buena familia, una
estudiante de 27 años, había desaparecido el día miércoles, al mediodía, después
haberse separado de sus amigas en 8 de Octubre y Garibaldi. La comprensible
angustia de sus padres y demás familiares había desencadenado toda la
pirotecnia de las redes, miles de personas recibían y enviaban sus fotos, la
policía se movía para ubicarla, los medios “mantenían a la población en vilo”.
Es cierto que estadísticamente
siempre hay, en estos casos, una posibilidad, menor pero terrible, de que se
trate de un crimen (secuestro, trata de blancas, robo y homicidio, ataque
pasional) pero la aceleración especulativa de los medios, especialmente el de
algunos participantes en programas de televisión, me hizo acordar del caso de
la novia de un amigo mío que hace unos años desapareció durante un par de días.
La flaca regresó una tardecita, algo descompuesta pero físicamente íntegra, y
le contó a sus padres que había sido secuestrada por un OVNI. Ellos le
creyeron. Mi amigo no. Cuando las explicaciones son extraordinarias las
evidencias deben ser aún más terrenales y contundentes.
Me pareció recordar que hace
algún tiempo, una joven del oeste de Canelones desapareció. Su novio recibió una llamada (maravilla
moderna de los celulares) anunciándole que la habían secuestrado. Emocionado
hasta las lágrimas, ante las angurrientas cámaras de televisión, el pobre
muchacho pedía a sus captores que la liberaran, que no le hicieran daño. Pocos
días después, la raptada apareció en la comisaría del Estadio, consiguió
escapar dándole un golpe a uno de los secuestradores y había corrido por la
gran ciudad, para ella desconocida, hasta dar con aquella comisaría. Nada podía
aportar, no sabía donde la habían retenido ni cuantos habían sido los
delincuentes, no recordaba nada, tal vez había sido drogada para someterla.
Algo no cerraba en esa historia y la mujer resultó procesada por simulación de
delito. El secuestro había sido concebido para mantener una tórrida aventura
amorosa sin arriesgar los favores del novio crédulo, o tal vez para
encenderlos.
Cada caso de desaparición de
personas tiene su propia historia, sus antecedentes, sus características
propias, sus móviles y también sus resultados y secuelas. Esto es historia
antigua. Los casos, de un modo u otro, resultan construidos y en todos, tarde o
temprano aparecen comedidos, charlatanes, videntes y astrólogos, investigadores
aficionados, testigos falsos, periodistas ingenuos, novelistas y guionistas en
busca de argumentos, criminólogos expertos y de ocasión y un largo etcétera. La
angustia y el miedo venden, dan prestigio, son capaces de proporcionar unos
minutos de vitrina, de conseguir algún dinerillo o de atraer futuros clientes.
Muchas veces es imposible trazar una línea capaz de separar claramente la
tragedia de la comedia, el drama de la farsa y lo que es más triste, el drama
de algunos puede representar la fortuna o la fama de otros.
Quien debe investigar, porque es
su trabajo, ya sea la policía o la justicia, naturalmente comete errores pero
tiene experiencia y se ha asomado muchas veces a los abismos de la bajeza y la
depravación y también a los de la pasión, la estupidez y la enajenación
humanas, como para saber que es necesario moverse rápido pero discretamente
para conseguir resultados.
También sucede que los casos se
aclaran solos como los resfriados: se dice que en el resfrío común, si se ataca
la afección con todas las armas de la farmacopea y la medicina modernas, se
consigue la cura en siete días mientras que si se deja el organismo librado a
sus propias defensas, la enfermedad remitirá, invariablemente, en una semana. En
las desapariciones no es posible esperar que los casos se resuelvan por si
mismos, ya sea que caigan por la endeblez de la acción criminal o por la
estupidez de los actores.
Los investigadores serios tienden
a aplicar un sistema que es exactamente lo contrario del pedido tragicómico del
cornudo/a: “si soy cornudo/a que no se entere nadie, si se entera alguien que
no se enteren mis amigos/as y si se enteran mis amigos/as que no me entere yo”.
Los periodistas imprudentes, los colaboradores solidarios pero ingenuos, los
videntes y charlatanes, que de todo hay, son tan indiscretos como sea posible
y, en algunos casos ya famosos, crean, inventan, evidencias y versiones, ven a
los desaparecidos, multiplican las llamadas, las convocatorias, los mensajes
electrónicos. A veces venden un alivio efímero pero generalmente contribuyen,
en forma simbiótica, con los promotores del miedo porque en tanto más
caprichoso e inexplicable parezca un fenómeno es posible vender “esto le puede
pasar a cualquiera, en cualquier momento”.
Quienes azuzan el miedo en la sociedad
se ocupan, especialmente, de quienes creen “tener más para perder”, es decir de
quien tiene una posición pública conocida, un bienestar real o presunto,
mayores vínculos y medios. A estos elementos no les interesa la angustia real
que viven las familias o las personas ante una desaparición, de este tipo o de
cualquier otro, sino el rédito que puedan sacar del temor colectivo. De este
modo, la visibilidad y el potencial para explotar un fenómeno está muy
ideologizado. La angustia de los padres cuyo hijo fue asesinado por niños
vecinos no les da muchos dividendos porque en un asentamiento humildísimo la
violencia “se justifica”, sufrir eso es parte del “vivir ahí”, no son “gente
como uno”. En esa línea de pensamiento los pobres son estigmatizados: se merecen
lo que les acontece porque son pobres y son pobres porque son diferentes. Es el
mismo razonamiento que pretendía descalificar a Mujica por vivir en un rancho
de Rincón del Cerro en lugar de hacerlo en una paquetísima casa de Carrasco.
En el fondo se trata de
obtener réditos políticos o propagandísticos mediante la manipulación de la
opinión pública y eso distingue a los aprovechadores de los charlatanes. Cada
uno de esos conjuntos informes tiene sus técnicas, y algunas son típicas. Su
presentación puede ser variada pero su tipicidad radica en la reiteración de
ciertos esquemas de vieja data.
En 1932, el hijo del
famoso y rico ingeniero y aviador estadounidense Charles Lindbergh fue
secuestrado. La policía detuvo a un carpintero alemán y en lo que fue denominado
como “el juicio del siglo” en los EUA, fue condenado y ejecutado en la silla
eléctrica en 1936. A fines del siglo
pasado, al hacerse públicos los archivos confidenciales del FBI (la policía
estadounidense), se cuestionó la limpieza del juicio contra Hauptmann. Hubo
falsificación de pruebas por parte de un periodista, la policía y por el
fiscal, ocultamiento y adulteración de pruebas que respaldaban las coartadas
del inculpado y falsos testimonios (un individuo legalmente ciego declaró haber
visto a Hauptmann entrar a la casa de los Lindbergh). Ni el padre del niño
secuestrado ni los que entregaron el rescate identificaron inicialmente a
Hauptmann.
El niño apareció muerto bastante
después y el forense no fue capaz de identificar el sexo del cadáver. En la
época pre-ADN y mediante un simple vistazo, el padre tampoco pudo identificarlo
(razón por la cual transcurrido medio siglo han aparecido sujetos declarando
ser el hijo de Lindbergh para cobrar su herencia).
Se ha afirmado que la
policía golpeó a Hauptmann además de efectuar una detención fuera de la ley e
intimidaron a otros testigos, y algunos afirman que fue la policía la que creó
pruebas tales como la escalera por la que el secuestrador habría entrado al
dormitorio del infante. La muerte del niño Lindbergh, de 20 meses, habría sido
accidental y no premeditada por lo que la pena de muerte correspondiente a
secuestro con homicidio en primer grado no habría sido aplicable. Tanto el
jurado como los participantes estaban bajo gran presión pública debido a la tremenda
manipulación de la prensa. Hauptmann siempre protestó su inocencia y su esposa
la reivindicó durante décadas. Todo parece indicar que se trató de un circo
mediático para ejecutar a un “culpable” y sobre todo para endurecer el castigo
y promover la pena de muerte como “solución” ante crímenes odiosos.
En cuanto a los videntes y charlatanes,
los que dicen que con una foto, una prenda y la fecha de nacimiento pueden
“captar energías” y decir donde está la persona buscada y en que condiciones,
es asunto hace tiempo dilucidado, como el de todas las pseudociencias, y
recomendamos consultar el desafío de James Randi quien ofrece (a través de la
Fundación Randi) un millón de dólares a quien, en condiciones experimentales
bien establecidas consiga probar sus supuestos poderes sobrenaturales. Aquellos
que están convencidos de que hay personas con poderes tendrían que preguntarse
por qué ninguno de ellos ha aceptado el desafío.
“Cada semana nos topamos con algún
candidato, pero no están suficientemente preparados para engañarnos. Rellenan
el formulario para obtener el premio, pero luego no oímos nada de ellos. Tratan
de ver si tenemos alguna flaqueza, pero no la tenemos”, asegura Randi. Alguno
intenta llegar un paso más allá. Pero al final todos los psíquicos se
esfuman y desaparecen…casi de manera sobrenatural. Sobre el tema recomendamos
consultar el siguiente artículo: http://elpais.com/elpais/2013/05/20/eps/1369069976_455393.html
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