MISERIAS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Lic. Fernando Britos V.
Hace unos días se celebró en
la Universidad de Reading, con el auspicio de la Real Sociedad para el Avance
de las Ciencias Naturales de Gran Bretaña, una competencia basada en el test de
Turing para conmemorar el sexagésimo aniversario del fallecimiento del ahora
famoso científico que propuso la prueba que lleva su nombre. Las aplicaciones
periódicas del test de Turing, cuyo objetivo es determinar si una computadora
es capaz de pensar, se llevan a cabo desde 1990. Incluso se ha desarrollado anualmente
el Premio Loebner, dotado con 100.000 dólares de premio para el robot
conversador que sea capaz de hacerse pasar por humano.
La novedad ahora es que un
programa de computación (un robot conversador o chatbot) llamado Eugene Goostman ha pasado la prueba de
Turing y su éxito ha sido proclamado como un hito en la historia de la robótica
y en materia de inteligencia artificial. Ahora veremos que este asunto de hito
e inteligencia tiene poco y de artificio bastante.
En octubre de 1950 un brillante
matemático británico, precursor de la informática, el joven Alan Turing [1],
publicó un artículo en la revista Mind [2] (Computing machinery and intelligence)
donde proponía una prueba para demostrar la existencia de inteligencia
e incluso sentimientos. En esa época no existían computadoras personales y la
informática era una disciplina incipiente; la hipótesis parecía de ciencia
ficción pero era típicamente positivista y sigue siendo ensalzada por los
paladines de la inteligencia artificial: si una máquina se desempeña en todos
los aspectos como inteligente, entonces ha de ser necesariamente inteligente.
Turing también pronosticó que en medio siglo las máquinas replicarían la
inteligencia humana.
De todos modos la prueba de Turing parte de una serie
de facilitadores presupuestos reduccionistas, entre otros que la conversación
es una forma de comunicación característicamente humana pero con cierta
disociación entre forma y contenido. Además es una conversación mediatizada. Un
juez ubicado en una habitación se comunica mediante un terminal (pantalla y
teclado) con dos interlocutores que se encuentran en otro lugar, uno de ellos
es un programa, un chatbot o robot conversador, el otro una persona de carne y
hueso.
No hay regla alguna para el intercambio pero este no
debe durar sucesivamente más de cinco minutos. El juez puede decir cualquier
cosa, incluso proferir insultos, recitar canciones, lo que sea pero, al cabo de
los cinco minutos debe entregar su veredicto cual de los interlocutores es una
máquina y cual una persona. Si el programa es calificado como humano por un
tercio de los jueces se considera que ha pasado la prueba de Turing y esto es
lo que sucedió hace unos días con Eugene
Goostman. Como puede verse el criterio es bastante simplote
Este robot conversador (o bot conversacional como
también se le llama) fue desarrollado por un grupo de tres programadores; el
ruso Vladimir Veselov (residente en los EUA), el ucraniano Eugene Demchenko, y
el ruso Sergey Ulasen, en San Petersburgo, ya en el año 2001. Goostman es retratado como un
adolescente ucraniano de 13 años, un rasgo que pretende suscitar la
benevolencia en sus interlocutores respecto a la gramática inglesa defectuosa y
a su nivel de conocimientos.
En realidad Goostman
es un veterano que ha competido en varios concursos de prueba Turing, desde su creación, que como vimos
coincide con el “nacimiento” del personaje. Terminó en el segundo puesto en el Premio
Loebner tanto en el 2005 como en el 2008. Dicho sea de paso en esta
última ocasión, el chatbot que aparentó mayor “humanidad” quedó a un solo punto
de alcanzar el tercio clasificatorio. En junio de 2012, en una convocatoria
para celebrar el centenario de Turing, Goostman
convenció al 29 % de los jueces de que era humano. Finalmente el 7 de
junio pasado, el 33 % de los jueces opinó que Goostman era humano. El organizador de los últimos concursos, Kevin Warwick[3]
consideró que “pasó” la prueba dada la predicción de Turing que para el año
2000, las máquinas serían capaces de engañar a un 30 % de los jueces
humanos después de cinco minutos de interrogatorio.
La validez y la pertinencia de Goostman han sido criticadas, así como la exageración de los
“logros” de Warwick y de los organizadores del concurso. Este chatbot no parece
el más “inteligente” de los interlocutores por su juventud dado que el tipo de
personalidad que diseñaron sus creadores y el uso del humor habrían sido
fundamentales para desviar la atención de los jueces de sus aspectos
“inhumanos”. Eugene Goostman se
presenta como un joven de 13 años, residente en Odessa, Ucrania, que tiene como
mascota un conejillo de indias y que es hijo de un ginecólogo.
Veselov aseguró que la elección de la edad fue importante porque a los 13 años
no se es demasiado veterano para saberlo todo y no se es demasiado joven para no
saber nada. Para la versión 2014, los programadores se esmeraron en la mejora
del “controlador de diálogo” una parte del programa que permite al chatbot
iniciar el diálogo en forma más natural y más parecida a la de los humanos.
Sin embargo, el mundo de los robots conversadores
parece mucho más complejo que el acontecimiento propagandístico organizado por
Warwick. Todos los chatbot son programas capaces de simular conversaciones con
una persona. De hecho muchos expertos han mantenido verdaderos idilios y
complejas relaciones amorosas chateando, durante meses, hasta descubrir que su
interlocutora o interlocutor era un robot. Habitualmente, la conversación se
establece escribiendo pero ya hay modelos que disponen de una interfaz de usuario multimedia
y últimamente se ofrecen chatbots que utilizan programas para convertir texto
en sonido (CTV), lo que da un mayor realismo al
intercambio.
Para entablar un diálogo suelen usarse frases
fácilmente comprensibles y coherentes. aunque la mayoría de los robots,
incluyendo a Goostman, no consiguen una
comprensión completa. Lo que hacen con gran facilidad es identificar palabras o
frases del interlocutor y recurrir a un abundante repertorio de respuestas preparadas
de antemano. De esta manera, el chatbot es capaz de seguir una conversación más
o menos hilvanada pero sin saber realmente de qué está hablando. Se trata de
una simulación muy habilidosa pero que, en esencia no es muy diferente de los
autómatas de Vaucanson[4]
que maravillaban al público europeo en el siglo XVIII.
Para muchos los chatbots comenzaron como un juego,
pero hoy en día están muy extendidos y prestan ciertos servicios, como por
ejemplo el Captcha (Te agarré), el programa que se utiliza para neutralizar el
spam enviado por robots. Los robots conversadores más conocidos son Eliza, SmarterChild, Parry, SHRDLU, Racter, A.L.I.C.E
o Jabberwacky y Dr. Abuse
(sobre cualquiera de estos hay buena información en Internet). En todo caso,
programar un robot conversador es un proceso muy laborioso y que requiere
enormes recursos.
Los expertos estiman que en pocos años el desarrollo
de los repertorios de vocabulario y de algoritmos de inteligencia artificial se
habrá popularizado de modo que cada persona podría contar con uno para su uso.
Sin embargo, la utilidad de estos robots se apoya en su condición de
especialistas en materias muy concretas, en su capacidad para brindar un cúmulo
de información sobre temas o asuntos específicos. El perfeccionamiento de los
robots conversadores seguramente continuará y tal vez en lugar de un tercio
serán capaces de convencer a dos tercios
de sus interlocutores de la “humanidad” de su conversación pero su limitación
esencial radica en una ausencia que parece imposible de colmar: la falta de
consciencia de si mismos que, por definición, es antitética al concepto de
programación.
Lo que no se ha manifestado esta vez es que en el
Premio Loebner se había incluido un galardón para “el humano más humano” y este
es tal vez el mayor valor de estos concursos para el resto de las personas, es
decir para quienes no son programadores: el test de Turing en tanto simulación
obliga a pensar en la verdadera inteligencia humana, en el principio humano de
la vida. Esto lo ha abordado con singular profundidad y buen humor Brian
Christian (2011) [5] un
especialista estadounidense graduado en computación, filosofía y poesía que
intervino como jurado en el Premio Loebner del año 2009, recibió el Premio al
Humano más Humano por su participación en el concurso y escribió un libro extraordinario
acerca de lo que “hablar con computadoras nos enseña acerca del significado de
estar vivo” y de características esenciales de la condición humana como la
imaginación, el pensamiento, la conversación, el amor y el engaño. Christian se
preparó para actuar como juez y aprovechó la experiencia para explorar la
esencia de lo humano.
Una reflexión sobre la condición humana es seguramente
el resultado práctico más importante y valioso que se puede extraer de estos
concursos y ahora nos permitiremos seguir al filósofo español Fernando Savater
(2003) [6].
La característica de los humanos es la actividad pero actuar no es para
nosotros solamente ponerse en movimiento para satisfacer un instinto sino
llevar a cabo un proyecto trascendente en cuanto a lo instintivo hasta volverlo
irreconocible. La acción humana – dice el filósofo – está vinculada a la
previsión pero también a lo imprevisible y a la incertidumbre.
El principio de lo humano está en la acción, en una
intervención sobre lo real que selecciona, planea e innova. “La acción – en el
sentido humano y humanizador que aquí le damos al término – es lo contrario del
cumplimiento de un programa”. Los
demás seres vivos están programados para ser lo que son, hacer lo que hacen y
vivir como viven. Los seres humanos también estamos programados pero en una
medida diferente – dice Savater – porque nuestra estructura biológica responde
a programas estrictos pero nuestra capacidad simbólica no. Junto con nuestra
dotación genética recibimos la capacidad innata de ejecutar comportamientos no
innatos.
El filósofo español se refiere a la comparación que
frecuentemente se hace entre humanos y animales pero sus conceptos pueden
hacerse extensivos, perfectamente, a las comparaciones entre inteligencia
humana e inteligencia artificial, entre la super especialización de las computadoras
por un lado y la apertura, el inacabamiento, la disponibilidad de los humanos
para lo nuevo, lo inesperado, para transformar creativamente las dificultades.
“En el supermercado de la vida, casi todos los
animales parecen ser tecnología de punta, herramientas finísimamente calibradas
con el fin de cumplir tal o cual tarea en un determinado nicho ecológico. Como
ocurre con otros instrumentos semejantes sirven muy bien para lo que sirven
pero para nada más. En cuanto cambian
las circunstancias o el paisaje, se marchitan y extinguen sin remedio. Los
seres humanos, por el contrario, son anatómicamente indigentes, padecen un
diseño chapucero y carente de adecuación precisa pero soportan las mudanzas y
compensan con su actividad inventiva las limitaciones que les aquejan. Hacen de
la necesidad virtud y convierten su esencial imprecisión en estímulo y
posibilidad flexible de adaptación”.
¿Queda alguna duda sobre las similitudes de bestias y
computadoras, exquisita y totalmente programadas? Y sobre todo ¿está claro que
la simulación de la inteligencia no es ‘la inteligencia’ creativa y
limitadamente humana?
[1] Alan
Mathison Turing, OBE (Orden del Imperio Británico (Londres,
1912 - Wilmslow, 1954), fue un matemático,
lógico,
científico de la computación, criptógrafo
y filósofo
británico.
Es considerado uno de los padres de la ciencia de la computación siendo el
precursor de la informática moderna. Proporcionó una influyente
formalización de los conceptos de algoritmo
y computación: la máquina de Turing. Durante la Segunda Guerra
descifró los códigos de las fuerzas armadas alemanas (la máquina Enigma).
[2]
Mind es una publicación
científica que se edita desde fines del siglo XIX (actualmente a cargo de la
Oxford University Press) que ahora se dedica a temas filosóficos pero que
durante mucho tiempo se ocupó de la posibilidad que la psicología se legitimase
como una “ciencia dura” o natural según el paradigma conductista.
[3] Kevin Warwick (1954, Coventry, Gran Bretaña)
es un científico, ingeniero, profesor de Cibernética
en la Universidad de Reading. Es conocido por
sus investigaciones sobre Interfaz Cerebro Computadora que comunican
el sistema nervioso humano con diferentes tipos de
computadores
y por sus trabajos en el campo de la robótica.
Es tal vez el gurú más activo de la inteligencia artificial y de las
vinculaciones de esta con el biologicismo,
la sociobiología posmoderna y otras tesituras reaccionarias.
[4]
Jacques de Vaucanson (1709 - 1782)
fue un ingeniero e inventor francés considerado el creador del primer robot y del primer telar completamente
automatizado. En 1737, construyó su primer autómata, El flautista, una figura de
tamaño natural que tocaba el tambor y la flauta y presentaba un repertorio de
doce canciones. Sus criaturas mecánicas fueron reconocidas por su perfección
mecánica y su realismo. En 1738, creó otros dos autómatas, El tamborilero
y el Pato con aparato digestivo, que es considerado su obra maestra.
Este tenía más de 400 piezas móviles, podía batir las alas, tomar agua, digerir
granos y defecar. Se le atribuye haber creado el primer tubo flexible de goma
durante el proceso de construcción de los intestinos del pato. A pesar de la
naturaleza revolucionaria de sus autómatas, se dice que se cansó rápidamente de
ellos y los vendió en 1743.
[5] Christian, Brian (2011) The
Most Human Human; What Talking with Computers Teaches Us About What It Means to
Be Alive. Doubleday, Nueva York.
[6] Savater, Fernando (2003) El
valor de elegir. Buenos Aires, Ariel.
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