sábado, 21 de junio de 2014

Miserias de la inteligencia artificial



MISERIAS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Lic. Fernando Britos V.
Hace unos días se celebró en la Universidad de Reading, con el auspicio de la Real Sociedad para el Avance de las Ciencias Naturales de Gran Bretaña, una competencia basada en el test de Turing para conmemorar el sexagésimo aniversario del fallecimiento del ahora famoso científico que propuso la prueba que lleva su nombre. Las aplicaciones periódicas del test de Turing, cuyo objetivo es determinar si una computadora es capaz de pensar, se llevan a cabo desde 1990. Incluso se ha desarrollado anualmente el Premio Loebner, dotado con 100.000 dólares de premio para el robot conversador que sea capaz de hacerse pasar por humano.
La novedad ahora es que un programa de computación (un robot conversador o chatbot) llamado Eugene Goostman ha pasado la prueba de Turing y su éxito ha sido proclamado como un hito en la historia de la robótica y en materia de inteligencia artificial. Ahora veremos que este asunto de hito e inteligencia tiene poco y de artificio bastante.
En octubre de 1950 un brillante matemático británico, precursor de la informática, el joven Alan Turing [1], publicó un artículo en la revista Mind [2] (Computing machinery and intelligence) donde proponía una prueba para demostrar la existencia de inteligencia e incluso sentimientos. En esa época no existían computadoras personales y la informática era una disciplina incipiente; la hipótesis parecía de ciencia ficción pero era típicamente positivista y sigue siendo ensalzada por los paladines de la inteligencia artificial: si una máquina se desempeña en todos los aspectos como inteligente, entonces ha de ser necesariamente inteligente. Turing también pronosticó que en medio siglo las máquinas replicarían la inteligencia humana.
De todos modos la prueba de Turing parte de una serie de facilitadores presupuestos reduccionistas, entre otros que la conversación es una forma de comunicación característicamente humana pero con cierta disociación entre forma y contenido. Además es una conversación mediatizada. Un juez ubicado en una habitación se comunica mediante un terminal (pantalla y teclado) con dos interlocutores que se encuentran en otro lugar, uno de ellos es un programa, un chatbot o robot conversador, el otro una persona de carne y hueso.
No hay regla alguna para el intercambio pero este no debe durar sucesivamente más de cinco minutos. El juez puede decir cualquier cosa, incluso proferir insultos, recitar canciones, lo que sea pero, al cabo de los cinco minutos debe entregar su veredicto cual de los interlocutores es una máquina y cual una persona. Si el programa es calificado como humano por un tercio de los jueces se considera que ha pasado la prueba de Turing y esto es lo que sucedió hace unos días con Eugene Goostman. Como puede verse el criterio es bastante simplote 
Este robot conversador (o bot conversacional como también se le llama) fue desarrollado por un grupo de tres programadores; el ruso Vladimir Veselov (residente en los EUA), el ucraniano Eugene Demchenko, y el ruso Sergey Ulasen, en San Petersburgo, ya en el año 2001. Goostman es retratado como un adolescente ucraniano de 13 años, un rasgo que pretende suscitar la benevolencia en sus interlocutores respecto a la gramática inglesa defectuosa y a su nivel de conocimientos.
En realidad Goostman es un veterano que ha competido en varios concursos de prueba  Turing, desde su creación, que como vimos coincide con el “nacimiento” del personaje. Terminó en el segundo puesto en el Premio Loebner tanto en el 2005 como en el 2008. Dicho sea de paso en esta última ocasión, el chatbot que aparentó mayor “humanidad” quedó a un solo punto de alcanzar el tercio clasificatorio. En junio de 2012, en una convocatoria para celebrar el centenario de Turing, Goostman convenció al 29 % de los jueces de que era humano. Finalmente el 7 de junio pasado, el 33 % de los jueces opinó que Goostman era humano. El organizador de los últimos concursos, Kevin Warwick[3] consideró que “pasó” la prueba dada la predicción de Turing que para el año 2000, las máquinas serían capaces de engañar a un 30 % de los jueces humanos después de cinco minutos de interrogatorio.
La validez y la pertinencia de Goostman han sido criticadas, así como la exageración de los “logros” de Warwick y de los organizadores del concurso. Este chatbot no parece el más “inteligente” de los interlocutores por su juventud dado que el tipo de personalidad que diseñaron sus creadores y el uso del humor habrían sido fundamentales para desviar la atención de los jueces de sus aspectos “inhumanos”. Eugene Goostman se presenta como un joven de 13 años, residente en Odessa, Ucrania, que tiene como mascota un conejillo de indias y que es hijo de un ginecólogo. Veselov aseguró que la elección de la edad fue importante porque a los 13 años no se es demasiado veterano para saberlo todo y no se es demasiado joven para no saber nada. Para la versión 2014, los programadores se esmeraron en la mejora del “controlador de diálogo” una parte del programa que permite al chatbot iniciar el diálogo en forma más natural y más parecida a la de los humanos.
Sin embargo, el mundo de los robots conversadores parece mucho más complejo que el acontecimiento propagandístico organizado por Warwick. Todos los chatbot son programas capaces de simular conversaciones con una persona. De hecho muchos expertos han mantenido verdaderos idilios y complejas relaciones amorosas chateando, durante meses, hasta descubrir que su interlocutora o interlocutor era un robot. Habitualmente, la conversación se establece escribiendo pero ya hay modelos que disponen de una interfaz de usuario multimedia y últimamente se ofrecen chatbots que utilizan programas para convertir texto en sonido (CTV), lo que da un mayor realismo al intercambio.
Para entablar un diálogo suelen usarse frases fácilmente comprensibles y coherentes. aunque la mayoría de los robots, incluyendo a Goostman, no consiguen una comprensión completa. Lo que hacen con gran facilidad es identificar palabras o frases del interlocutor y recurrir a un abundante repertorio de respuestas preparadas de antemano. De esta manera, el chatbot es capaz de seguir una conversación más o menos hilvanada pero sin saber realmente de qué está hablando. Se trata de una simulación muy habilidosa pero que, en esencia no es muy diferente de los autómatas de Vaucanson[4] que maravillaban al público europeo en el siglo XVIII.
Para muchos los chatbots comenzaron como un juego, pero hoy en día están muy extendidos y prestan ciertos servicios, como por ejemplo el Captcha (Te agarré), el programa que se utiliza para neutralizar el spam enviado por robots. Los robots conversadores más conocidos son Eliza, SmarterChild, Parry, SHRDLU, Racter, A.L.I.C.E o Jabberwacky y Dr. Abuse (sobre cualquiera de estos hay buena información en Internet). En todo caso, programar un robot conversador es un proceso muy laborioso y que requiere enormes recursos.
Los expertos estiman que en pocos años el desarrollo de los repertorios de vocabulario y de algoritmos de inteligencia artificial se habrá popularizado de modo que cada persona podría contar con uno para su uso. Sin embargo, la utilidad de estos robots se apoya en su condición de especialistas en materias muy concretas, en su capacidad para brindar un cúmulo de información sobre temas o asuntos específicos. El perfeccionamiento de los robots conversadores seguramente continuará y tal vez en lugar de un tercio serán capaces de convencer a dos  tercios de sus interlocutores de la “humanidad” de su conversación pero su limitación esencial radica en una ausencia que parece imposible de colmar: la falta de consciencia de si mismos que, por definición, es antitética al concepto de programación.
Lo que no se ha manifestado esta vez es que en el Premio Loebner se había incluido un galardón para “el humano más humano” y este es tal vez el mayor valor de estos concursos para el resto de las personas, es decir para quienes no son programadores: el test de Turing en tanto simulación obliga a pensar en la verdadera inteligencia humana, en el principio humano de la vida. Esto lo ha abordado con singular profundidad y buen humor Brian Christian (2011) [5] un especialista estadounidense graduado en computación, filosofía y poesía que intervino como jurado en el Premio Loebner del año 2009, recibió el Premio al Humano más Humano por su participación en el concurso y escribió un libro extraordinario acerca de lo que “hablar con computadoras nos enseña acerca del significado de estar vivo” y de características esenciales de la condición humana como la imaginación, el pensamiento, la conversación, el amor y el engaño. Christian se preparó para actuar como juez y aprovechó la experiencia para explorar la esencia de lo humano.
Una reflexión sobre la condición humana es seguramente el resultado práctico más importante y valioso que se puede extraer de estos concursos y ahora nos permitiremos seguir al filósofo español Fernando Savater (2003) [6]. La característica de los humanos es la actividad pero actuar no es para nosotros solamente ponerse en movimiento para satisfacer un instinto sino llevar a cabo un proyecto trascendente en cuanto a lo instintivo hasta volverlo irreconocible. La acción humana – dice el filósofo – está vinculada a la previsión pero también a lo imprevisible y a la incertidumbre.
El principio de lo humano está en la acción, en una intervención sobre lo real que selecciona, planea e innova. “La acción – en el sentido humano y humanizador que aquí le damos al término – es lo contrario del cumplimiento de un programa”. Los demás seres vivos están programados para ser lo que son, hacer lo que hacen y vivir como viven. Los seres humanos también estamos programados pero en una medida diferente – dice Savater – porque nuestra estructura biológica responde a programas estrictos pero nuestra capacidad simbólica no. Junto con nuestra dotación genética recibimos la capacidad innata de ejecutar comportamientos no innatos.
El filósofo español se refiere a la comparación que frecuentemente se hace entre humanos y animales pero sus conceptos pueden hacerse extensivos, perfectamente, a las comparaciones entre inteligencia humana e inteligencia artificial, entre la super especialización de las computadoras por un lado y la apertura, el inacabamiento, la disponibilidad de los humanos para lo nuevo, lo inesperado, para transformar creativamente las dificultades.
“En el supermercado de la vida, casi todos los animales parecen ser tecnología de punta, herramientas finísimamente calibradas con el fin de cumplir tal o cual tarea en un determinado nicho ecológico. Como ocurre con otros instrumentos semejantes sirven muy bien para lo que sirven pero para nada más. En cuanto cambian las circunstancias o el paisaje, se marchitan y extinguen sin remedio. Los seres humanos, por el contrario, son anatómicamente indigentes, padecen un diseño chapucero y carente de adecuación precisa pero soportan las mudanzas y compensan con su actividad inventiva las limitaciones que les aquejan. Hacen de la necesidad virtud y convierten su esencial imprecisión en estímulo y posibilidad flexible de adaptación”.
¿Queda alguna duda sobre las similitudes de bestias y computadoras, exquisita y totalmente programadas? Y sobre todo ¿está claro que la simulación de la inteligencia no es ‘la inteligencia’ creativa y limitadamente humana?  



[1] Alan Mathison Turing, OBE (Orden del Imperio Británico (Londres, 1912 - Wilmslow, 1954), fue un matemático, lógico, científico de la computación, criptógrafo y filósofo británico. Es considerado uno de los padres de la ciencia de la computación siendo el precursor de la informática moderna. Proporcionó una influyente formalización de los conceptos de algoritmo y computación: la máquina de Turing. Durante la Segunda Guerra descifró los códigos de las fuerzas armadas alemanas (la máquina Enigma).
[2] Mind es una publicación científica que se edita desde fines del siglo XIX (actualmente a cargo de la Oxford University Press) que ahora se dedica a temas filosóficos pero que durante mucho tiempo se ocupó de la posibilidad que la psicología se legitimase como una “ciencia dura” o natural según el paradigma conductista.
[3] Kevin Warwick (1954, Coventry, Gran Bretaña) es un científico, ingeniero, profesor de Cibernética en la Universidad de Reading. Es conocido por sus investigaciones sobre Interfaz Cerebro Computadora que comunican el sistema nervioso humano con diferentes tipos de computadores y por sus trabajos en el campo de la robótica. Es tal vez el gurú más activo de la inteligencia artificial y de las vinculaciones de esta con el biologicismo,  la sociobiología posmoderna y otras tesituras reaccionarias.
[4] Jacques de Vaucanson (1709 - 1782) fue un ingeniero e inventor francés considerado el creador del primer robot y del primer telar completamente automatizado. En 1737, construyó su primer autómata, El flautista, una figura de tamaño natural que tocaba el tambor y la flauta y presentaba un repertorio de doce canciones. Sus criaturas mecánicas fueron reconocidas por su perfección mecánica y su realismo. En 1738, creó otros dos autómatas, El tamborilero y el Pato con aparato digestivo, que es considerado su obra maestra. Este tenía más de 400 piezas móviles, podía batir las alas, tomar agua, digerir granos y defecar. Se le atribuye haber creado el primer tubo flexible de goma durante el proceso de construcción de los intestinos del pato. A pesar de la naturaleza revolucionaria de sus autómatas, se dice que se cansó rápidamente de ellos y los vendió en 1743.
[5] Christian, Brian (2011) The Most Human Human; What Talking with Computers Teaches Us About What It Means to Be Alive. Doubleday, Nueva York.
[6] Savater, Fernando (2003) El valor de elegir. Buenos Aires, Ariel.

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