martes, 21 de febrero de 2012

Trabajo radiofónico

VOCES EN LA NOCHE DE LA DICTADURA
Cómo se hacían los informativos de CX-30 en los años 1973 a 1977
Por el Lic. Fernando Britos V.
Algunas actividades y momentos decisivos deben ser relatados, de una vez, por quienes realmente estuvimos allí. Es posible que muchas cosas se olviden y que se produzcan diferentes apreciaciones sobre hechos que entonces tuvieron lugar pero recordar es especialmente importante en radiodifusión porque, como se sabe, las palabras y las grabaciones se las lleva el viento. Los que actuamos directamente debemos ayudar a esta vivificante empresa.
Los obituarios, los anecdotarios y los ridiculum vitae se caracterizan - más allá de las  intenciones de quienes los confeccionan - por omitir más de lo que incluyen y por “normalizar” o acomodar los relatos desproveyéndolos de humor e intereses.
Algunos de los protagonistas han muerto, otros están muy lejos, olvidados, jubilados, apartados o desinteresados. Los magros girones que arroja una buena búsqueda en Internet nos indica que ha llegado el momento de recordar lo que algunos hicimos en una emisora que marcó un hito en la radiofonía uruguaya. El periodo 1973-1977 fue crucial. A principio de los 80 los peligros y dificultades que se cernían sobre los periodistas seguían existiendo pero ya se avizoraba la luz al final del túnel. Germán Araújo ya se había consagrado como una figura política biografiable.
En febrero de 1973, José Germán Araújo se hizo cargo de la vieja Radio Nacional y empezó un capítulo que habría de prolongarse hasta 1988. El petiso, que provenía del Canal 12, se lanzó a crear una plataforma totalmente nueva. En ella la información iba a jugar un papel clave. Ahí actuaba el Germán empresario, hábil negociador y declarante, lleno de iniciativa. Detrás del genio de Germán e incluso de sus limitaciones se movía la visión política de la izquierda uruguaya, del Frente Amplio y en particular del Partido Comunista.
En pocos meses CX-30 se volvió una radio de gran rating que le pisaba los talones a CX-20. Pasó de dar pérdidas a ganancias y parte del éxito se debió a la convicción de que la radiofonía sería una herramienta fundamental para mantener encendida la llama de la democracia y para promover los valores cívicos amenazados primero y pisoteados después por el fundamentalismo retrógrado de Bordaberry y por las ansias de poder y saqueo de sus socios militares. Desde el principio de esa etapa el secreto radicó, en forma primordial, en la credibilidad de los informativos.
Desde marzo de 1973  se fue conformando en CX-30 un equipo de periodistas que hizo época y que funcionó, durante esos años, como una verdadera orquesta del aire. Ninguno de los informativistas éramos recién llegados al oficio. El jefe indiscutido era Mario Nelson Santos (1939-1994), un periodista fogueado, con vínculos en el ámbito político a través de años de cronista parlamentario y formado en la escuela de Infantino en El Espectador. Un hombre culto, amante de la buena música, un conversador ingenioso, un maestro, un luchador, un buen amigo y gran compañero.   
Tenía todas las condiciones para dirigir: redacción impecable (nuestro libro de cabecera fue La ciencia del lenguaje y el arte del estilo, de Martín Alonso; los dos teníamos la misma edición de Aguilar); dicción perfecta  con la fluidez admirable de los grandes improvisadores e instinto político certero para buscar, desarrollar y profundizar las noticias. Puntualidad y organización del tiempo (predicaba con el ejemplo) se conjugaban con buen humor. Daba gusto trabajar con Mario Nelson.
Otro de la misma generación de Zitarrosa (n.1936), Viglietti (n. 1939) y otros grandes, que fueron antes que nada radiofonistas, todos nacidos a fines de la década de los 30, fue Salvador Bécquer Puig (1939-2009) (Bécquer para nosotros). Gran poeta bohemio, crítico literario y periodista de voz emblemática en la radiofonía uruguaya (barítono de extraordinaria ductilidad). Un amigo que solía recalar en algunos boliches tranquilos (uno de los que le conocí era el de Mercedes y Paraguay, hoy desaparecido). Algún día habrá que estudiar de qué modo la profunda amistad que unía a Bécquer con Alfredo se reflejó en mutuas influencias en su poesía.
El poeta no era un divagante y como periodista demostraba su dominio perfecto del oficio de escribir. Leer a dos voces un informativo de una hora (el Informativo Nacional del Mediodía) con Bécquer era, desde el punto de vista vocal, como interpretar un concierto de Bach a dos violines (la versión de Oistraj y Stern, grabada para la Deutsche Gramophon parece haberse perdido para siempre). Nos divertíamos haciéndolo.
Otro miembro importante del equipo era Manolo Martínez Carril (n.1938), siempre dedicado con alma y vida al cine (crítico cinematográfico, gestor cultural, escritor) también actuaba como periodista y radiofonista aunque, en realidad lo hacía como refuerzo ocasional o para introducir su voz privilegiada en el Semanario Nacional o en alguna emisión especial del mediodía.
Mario Nelson, Bécquer y Manolo eran el trío de veteranos con mayor experiencia. Desde un principio nos incorporamos otros tres informativistas: Jorge Wilson Arellano y Efraín Chury Iribarne (ambos con experiencia radiofónica en Minas de donde eran oriundos) y quien ahora escribe: Fernando Britos (mejor puntaje en el concurso de ingreso al S.O.D.R.E. en 1969 cuando llamaron para proveer la vacante que dejó, entre otros, Daniel Viglietti). Llegué a Radio Nacional en 1973, poco antes del golpe de Estado, y permanecí hasta julio de 1977 cuando me vi obligado a marchar al exilio.
Algunos otros compañeros se fueron incorporando al equipo, a veces en forma pasajera o circunstancial como Pinpín Dominzaín, que era un excelente operador pero que no marchó como informativista, y otros iniciaron la que sería una larga carrera, como fue el caso de Mario Almeida, que empezó como notero  en CX-30, al tiempo que trabajaba en la Corporación de Ómnibus, y hasta hace poco era voz en off emblemática en el Canal 5. Pinpín solía caer en alguno trampa inocente y la toleraba con la bonhomía que lo caracterizaba. Una vez escribí una noticia en una máquina en la que el gatillo de la mayúscula estaba desgastado, por lo tanto incluí, entre paréntesis: ¡cómo se salta la mayúscula! En un párrafo y lo recitó sin caer en la cuenta. Nos reímos juntos.
La experiencia (que ayudaba a salir del paso improvisando cuando se producía algún bache), una voz bien timbrada (con potencia pero sin amaneramientos ni gritería así que había que dominar la respiración diafragmática), la lectura a primera vista ( la capacidad de ir leyendo cuatro o cinco líneas antes de lo que se va diciendo) eran requisitos indispensables pero lo realmente importante era la aptitud para escribir en forma clara y al mismo tiempo renovada.
Se sabe que para leer bien hay que escribir bien y viceversa. En aquella época no existían los teleprompters y trabajábamos en vivo y en directo, generalmente a velocidad. Las inevitables fallas, tartamudeos y furcios había que superarlos con altura y buen humor (pero sin tentarse). Algunos teníamos antecedentes como músicos (yo clarinete y saxo tenor; Jorge cantante) y en general la escuela SODRE requería pronunciar correctamente en cualquier idioma original (si no se sabía se preguntaba antes) y la escuela El Espectador y el periodismo escrito, en el cual todos teníamos fogueo, nos exigían redactar las noticias en forma original, no copiar, y por lo general “darlas vuelta” es decir simplificarlas, ampliarlas o modificarlas dentro de un estilo que privilegiaba la claridad, para utilizarlas varias veces en forma renovada.
Esto último era imprescindible por la orientación del contenido, dado que los diarios y revistas y en menor medida las agencias noticiosas eran tendenciosos y complacientes con la dictadura y con las dictaduras en general. Leer de los diarios (sin excepción) implicaba hacer loas o comentarios benévolos para Sudáfrica, para Franco, Pinochet y el “proceso”. Además era posible cometer un error tonto (“como se ve en la foto”) o violar el principio del estilo radiofónico: ser espontáneo y convincente.
Llegábamos tempranito, más o menos a las seis de la mañana, y a buscar noticias. Cuando Internet no era siquiera un sueño de ciencia-ficción  nuestras principales fuentes eran: la lectura de diarios y revistas nacionales, los despachos de las agencias internacionales (teníamos tres o cuatro teletipos encerradas en unos cajones por su ruidaje infernal); el seguimiento de temas, personajes o acontecimientos que lo ameritaban; los datos o informes que llegaban a la redacción; la lectura de diarios y revistas extranjeras; la escucha radial (onda corta y larga) y televisiva (siempre escuchábamos a la competencia y sabíamos que la Dirección Nacional de Relaciones Públicas que ejercía la censura y la competencia, siempre nos escuchaban). Además bajo la dictadura era obligatorio grabar todo lo que se emitía y los censores frecuentemente lo pedían para hacernos sentir la marcación o para amenazarnos.
Mario Nelson organizaba el trabajo, repartía los asuntos entre los miembros del equipo y hacíamos un par de comprobaciones para determinar cuales serían las noticias de portada, cuales las de fondo. Siempre teníamos una buena jerarquización del temario porque no solamente queríamos buscar novedad sino profundizar y desarrollar manteniendo el ritmo. Se empezaba arriba y se terminaba arriba. En medios audiovisuales esto era y es fundamental. La regla de oro era la elaboración propia, ninguna fuente, ninguna versión, iba al aire sin ser elaborada y bien masticada previamente por nosotros. Aunque nuestros estilos y modalidades no eran idénticos vivíamos en función del equipo y nos ayudábamos entre nosotros para mejorar el producto.
Los comunicados de la DINARP y cualquier boletín o gacetilla oficial no podía ser tocada o leída en forma intencionada. Los censores eran muy celosos de eso y nosotros no teníamos inconveniente en respetar puntualmente el formato de las basuras que escribían. Algunos de esos escribas hicieron carrera periodística durante y después de la dictadura pero nosotros siempre conseguimos ser mejores que ellos.
El informativo del mediodía, que empezaba puntualmente a las 12 y 30, se desarrollaba entre cuatro informativistas y a veces entre seis o más. Había grabaciones de entrevistas, cortinas y resúmenes para las distintas secciones. Este era el objetivo central de nuestro trabajo matutino pero se producían informativos breves cada media hora (dos o tres minutos) y a las horas en punto (cuatro o cinco minutos). Esos informativos eran casi siempre a dos voces y nos permitían ir afinando las noticias y puliendo la redacción.
El primer informativo de la mañana era en realidad una especie de menú de lo que íbamos a desarrollar y si era del caso aseguraba el seguimiento de alguna noticia del día o días anteriores. Hasta el mediodía, los seis o siete que trabajábamos en la redacción íbamos escribiendo, entrevistando y leyendo al aire lo que escribíamos pero siempre intercambiábamos y en todo caso leíamos al punto, lo que significa que cada uno no leía más de dos o tres renglones de una página que solía tener 20 o 24 líneas.
El físico jugaba su papel porque las venerables Remington, Underwood y Adler eran duras como piedra. Muchas veces había que moverlas. El espacio era escaso. Las roturas eran pocas pero cuando se producían éramos capaces de arrebatar alguna máquina de la administración que eran peores que las nuestras.
La crueldad de los objetos inanimados se manifestaba sobre todo en los teléfonos que, siendo una importantísima herramienta de trabajo, eran increíblemente inoperantes. Montevideo mantenía entonces las viejas centrales electromecánicas alemanas (databan de 1939) y los teléfonos eran unos armatostes negros de bakelita con disco de metal. Uno descolgaba el auricular y la señal de libre para discar podía demorar 5 o 10 minutos en oírse si andábamos con suerte o era muy temprano. A las horas pico, la demora para conseguir línea podía ser de media hora o más.
En la radio habíamos inventado una especie de gancho en la que se colgaba el auricular y cada tanto quien estaba cerca lo acercaba al oído para ver si aparecía el pip-pip que permitía discar. El problema no terminaba ahí porque los dispositivos que hacían los contactos en las centrales estaban tan desgastados que los errores eran frecuentes y había que empezar de vuelta. A esto se sumaba que todos nuestros teléfonos estaban permanentemente intervenidos lo que producía ruidos e intromsiones del tira que fisgoneaba.
El problema más grave no eran las limitaciones mecánicas sino la presencia grosera de la represión y la amenaza permanente de los esbirros. Por ejemplo, quien nos llamaba con mucha frecuencia para amenazarnos haciéndose el canchero era el entonces Mayor Regino Burgueño, encargado de la represión a los medios de comunicación (a través de la DINARP). El mismo que después ascendería al comando del Batallón N° 14 de Toledo, a cuyo frente se encontraba cuando asesinaron al maestro Julio Castro.
Recuerdo que cuando los últimos invasores estadounidenses huyeron en helicóptero desde la azotea de su embajada en Saigón (el 30 de abril de 1975) Burgueño nos había venido presionado a diario en un intento por “apagar” la noticia (la definitiva ofensiva vietnamita había empezado el 18 de abril). Algo parecido le había pasado cuando la Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974, terminó con el fascismo portugués cuando oficiales y soldados abandonaron a los asesinos y verdugos y se unieron con su pueblo para derrocar al gobierno. En Vietnam un pueblo modesto y tenaz, que había derrotado a los japoneses y a los franceses, acababa de vencer a la potencia militar más poderosa del orbe. Es natural que sujetos como Burgueño tuvieran miedo.
Nuestra prioridad eran las noticias nacionales y latinoamericanas pero dedicábamos bastante tiempo a las noticias internacionales que como las que acabamos de citar permitían alentar esperanzas, hacer divulgación cultural y/o científica. La búsqueda de noticias verdaderamente interesantes era un trabajo duro y peligroso. Muchos países y figuras no podían ser nombrados, salvo para denigrarlos. Sin embargo teníamos una audiencia creciente y muy fiel que había desarrollado rápidamente la habilidad de escuchar entrelíneas, captar lo no dicho como parte del discurso, adquirir una visión de conjunto y hacer rápidas inferencias.
Todos los actores políticos sabían que teníamos una orientación clara pero que trabajábamos con absoluto profesionalismo, no inventábamos noticias, no éramos panfletarios, no conspirábamos y no desaprovechábamos oportunidad alguna para dejar en evidencia a la dictadura y sus actos, para mostrar el papel del imperialismo y las violaciones a los derechos humanos y para enriquecer y profundizar la información de la población.
Después del informativo central del mediodía, durante la tarde, quedaba una guardia cuya función era seguir y trabajar las noticias y preparar el otro acontecimiento importante que era el informativo de las 20 horas. Mario Nelson y yo solíamos irnos a casa de tarde y volver por la noche pero cuando estábamos fuera de la radio la escuchábamos, alternando con la competencia. Para casi todo el equipo era un trabajo de 18 horas diarias.
No se podría haber sostenido ese ritmo demoledor bajo semejantes presiones sin un clima de camaradería y buen humor. Hay docenas de anécdotas pero alguna de ellas servirán para hacerse una idea de lo que quiero decir. Germán Araújo - con quien no era precisamente fácil trabajar - no incidía directamente en lo nuestro excepto en relación con los malabares económicos que hacía con nuestros sueldos y las negociaciones específicas que hacía con cada uno de nosotros. Sin embargo, una de sus facetas era la creerse infalible descubridor de talentos.
Un día apareció con Techera, un muchacho bajito con voz potente y grave, como incorporación a los informativos. Enseguida nos dimos cuenta que era muy simpático y dicharachero pero tenía el desparpajo propio de la ignorancia. No escribía y por tanto tampoco leía bien. Como andábamos cortos de gente para la tarde, Mario Nelson aceptó incorporarlo como informativista. Cuando terminaba el central del mediodía, Techerita quedaba con un puñado de noticias preparadas y cada media hora debía ir a la cabina y leer las que le tocaban. El más sencillo de los trabajos.
Poco después nos dimos cuenta que también era testarudo y presumido. Por ejemplo, en aquellos días los molucos del sur solían secuestrar trenes y escuelas en Holanda, para reclamar el retorno a su archipiélago. Sucede que estos melanesios habían sido reclutados por los holandeses para ser la policía colonial en Indonesia. En 1950 cuando los Países Bajos se deshicieron de los saldos de su imperio resolvieron llevarse para Europa a los policías y sus familias. No pasaron muchos años antes de que estos desarraigados empezaran a reclamar que los devolvieran a sus islas y para conmover al gobierno holandés hicieron algunos secuestros espectaculares. Durante semanas Techera corregía las noticias y cables de agencias para aludir a “los moluscos del sur”. Todas las explicaciones, mapas e indicaciones que se le hicieron fueron inútiles: él estaba seguro que nosotros no sabíamos nada de zoología y que las islas eran el hábitat natural de los moluscos.
El colmo se produjo cuando murió Francisco Franco Bahamonde. El tirano español murió en noviembre de 1975 después de una prolongadísima agonía. Le mantuvieron más de seis meses en el CTI con un encarnizamiento que parecía un castigo terrenal pero que necesitaba el finado Fraga y sus secuaces para tratar de impedir los cambios que se precipitarían con la muerte de aquella piltrafa. Los informativistas habíamos hecho una penca a propósito del momento en que lo desenchufarían. La mayoría concentramos nuestros pronósticos en julio y agosto. Techera ganó la penca porque sin saber porqué apostó al lejano noviembre.
Hasta ahí todo bien pero el caso fue que la muerte del Caudillo estalló como una bomba cuando Techera estaba de turno en solitario. El 20 de noviembre terminamos el Informativo del mediodía y nos retiramos. En esa calurosa tarde primaveral llegué a casa para almorzar y automáticamente prendí la radio. De repente se desencadenó la cortina de los flashes super urgentes, un sonido metálico increíble que creó Henry Jasa en su estudio y que deberían haber adoptado los bomberos y ambulancias porque era imposible de ignorar. Se interrumpió la programación y se escuchó la voz de Techera gritando como un poseido: “tin, tin, tin, campanitas, tin, tin, tin, más campanitas, tin, tin, tin, Madrid, urgente, falleció Francisco Franco, tin, tin, tin”.
La cuestión era que Techera había leído las comillas con las que los operadores de teletipo avisaban a sus clientes que venía una noticia urgente. Con cada comilla se producía un fuerte tintineo y él se había vuelto el rey de la onomatopeya. Mario Nelson desde Goes y yo desde el Cordón llegamos a La Radio al mismo tiempo para desenredar al novato de decenas de metros de papel que las teletipos arrojaban sin parar. El hombre estaba desbordado y en estado paroxismal (exaltación extrema de sentimientos y pasiones) . Para leer todas las biografías, partes médicos, opiniones de personalidades y detractores, crónicas de ambiente y copioso material de archivo estaba dispuesto a levantar toda la programación de La Radio pero no sabía por donde empezar. Fue muy divertido y Germán cayó en la cuenta que su improvisación no había sido feliz. Techera se fue contento con unos cientos de pesos de la penca. En 1989 me lo encontré vendiendo cande en un ómnibus. No me reconoció.
Entre informativistas también intercambiábamos bromas que no eran precisamente intelectuales. A veces, mientras estábamos en la cabina saliendo al aire, le prendíamos fuego a la parte inferior de la hoja que se estaba leyendo. El afectado debía apagarla y seguir desarrollando la noticia sin vacilar y sin pedirle corte al operador. Se improvisaba sin que nadie lo percibiera.
Trabajábamos muy económicamente reciclando papel impreso de un solo lado. Recuerdo que utilizamos el reverso de miles de hojas de listas electorales (de 1971). A veces la broma consistía en barajar las hojas, en suprimir intencionalmente algún párrafo o en trastocar los títulos. Estas bromas no se traducían al aire, eran divertidas trapisondas de entrecasa y era obligatorio salir del apuro sin perder la calma y apelando a la improvisación. 
Era común la improvisación a contrapunto, es decir el desarrollo de un informativo corto o de un tramo de los largos sin leer ni una línea. El secreto radicaba en un respeto absoluto por nuestros oyentes y en un compromiso con la verdad. Tocábamos sin partitura pero el resultado era bueno.
Aunque el corazón de los informativos estaba en el equipo que dirigía Mario Nelson, nos beneficiábamos de los extraordinarios aportes que hacían especialistas que trabajaban en otros campos de la cultura y en especial de la agropecuaria. Nadie tenía mejor información que nosotros sobre temas agropecuarios. El mérito era de Agrovisión Nacional y el equipo que dirigía el sabio campesino, Lorenzo Goyeche. Pocos tenían tan buena información sobre música popular y esto era debido al extraordinario trabajo de Carlos Martins. Teníamos grandes locutoras de cabina que a veces nos daban una mano.
En esta etapa de La Radio (en 1973 la dictadura prohibió el uso de la denominación Radio Nacional) éramos muy poquitos (aunque esa no era la única diferencia con la etapa posterior a 1985) pero el equipo funcionaba periodísticamente muy bien. Por ejemplo, en 1973 sobrevino la primera clausura por una semana, a raíz de un programa que produjimos, en pocas horas, con la ayuda técnica de Henry Jasa y Paco Grillo. Me refiero que nada menos que “Chile, país del cobre”, irradiado en la mañana del 12 de setiembre de ese año y en el fin de semana inmediato.
No descarto que alguna vez se recupere una grabación de este programa de más de 60 minutos. Era un homenaje a Salvador Allende y una denuncia del golpe de Estado de Pinochet. Recuerdo con emoción que hicimos un programa que aparentaba presentar a Chile como país pero incluía poemas clave del Canto General de Neruda, canciones de Inti Illimani y de Quilapayún, fragmentos de discursos de Fidel y de Allende y terminaba con la grabación de las últimas palabras de Salvador Allende desde La Moneda bombardeada por los felones fascistas. Después llegó la clausura pero habíamos cumplido (“Sigan ustedes, sabiendo, que mucho más temprano que tarde, de nuevo, abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!”)  todo el mundo lo oyó y tal vez cientos lo grabaron en cassettes magnetofónicos.
Uno de nuestros programas informativos más importantes era el Semanario Nacional que se grababa los sábados de tarde, se emitía por la noche y se repetía los domingos al mediodía. Era un programa de análisis e investigación, de síntesis y también de humor. Se trataba de una recopilación de lo mejor que habíamos producido en la semana pero sin el apremio y el vértigo de los días anteriores. Durante años lo produjimos con Mario Nelson y lo leí con él y ocasionalmente con Manolo.
Era un regalo para nuestros oyentes y un placer para nosotros. Algunas de sus secciones, por ejemplo las noticias insólitas que siempre coleccionábamos, continuaron como programa independiente después que Mario Nelson primero y poco después yo mismo, debimos seguir el camino del exilio. La Radio siguió y yo volví a ella en 1988 a pedido de Alberto Grille pero esta nueva emisora era algo completamente distinto a la que yo había dejado once años atrás en el Palacio Salvo.
Unos años antes, en 1985, había en La Radio una especie de joven jerarca que, sin haber trabajado nunca en radio ni saber un jeme de periodismo, estaba dotado del poder para decir quien podía trabajar en La Radio y quien no, sin expresión de causa y al cabo de una rápida entrevista.
Mario Nelson había retomado su puesto pero estaba muy preocupado y no duró mucho en él. Me anunció su intención de retornar a Radio Berlín y así lo hizo. Después subsistió a la desaparición de la RDA y su anexión por la RFA cosa que solamente podía lograr un extranjero siendo un gran profesional de nivel internacional y él lo era. Murió allá en 1994. Ese personaje seleccionador que preocupaba a Mario Nelson en 1985 después derivó hacia un sector del Frente Amplio, fue diputado y ahora yace olvidado vaya a saber en donde.
A Manolo no he vuelto a verlo, aunque le sigo a través de su actividad cinéfila, siempre mediática. A Jorge lo vi varias veces, cuando aún era el presentador del noticiero de Monte Carlo. Me solidaricé con él cuando fue despedido por mantener una digna postura profesional. Después lo vi ya enfermo y me consta que trabajo hasta el final. Fue un gran periodista. A Efraín lo vi algunas veces en la década de los 90 y después que se convirtió en la estrella de CX-36 pero hace años que nuestros caminos no se cruzan y no me parece que vayan a cruzarse alguna vez.
Es muy difícil cuantificar y aún calificar el papel de los informativos de La Radio durante el periodo 1973-1977, el más negro y cruel de la dictadura que se ensañó con nuestro país pero, en particular los noticieros jugaban un papel para decenas de miles de personas que escuchaban la radio cotidianamente. En los momentos de represión más violenta, operativos, razzias y rastrillajes, nos escuchaban y al hacerlo sabían que seguíamos en nuestro puesto, que las noticias seguirían llegando, que las voces en directo se sentían cercanas en la noche del  terrorismo de Estado y eran la expresión de un aliento cordial. Me enorgullece saber que nuestras voces eran un faro de esperanza.  No todo estaba perdido. No podíamos advertirles o protegerles pero podíamos decirles aquí estamos, seguimos trabajando para Uds. y para la libertad de expresión y el derecho de informarse. Con esa convicción en el corazón escribíamos y leíamos las noticias.
Sabíamos que nuestros oyentes nos reconocían y habíamos establecido con ellos un vínculo que los represores jamás conseguirían anular o interrumpir. Aún nuestros silencios o los comentarios casuales adquirían un significado entrañable, eso lo ponían los oyentes. Nosotros debíamos permanecer y no callar. Aguzar el ingenio y seguir proyectando nuestras voces. Burgueño y sus sicarios no pudieron sofocarnos. Nunca estuvimos solos. La Radio era una voz alentadora en la noche de la dictadura y cuando algunos debimos exiliarnos igualmente siguió en el aire.
Si estos relatos sirven para algo habrá que apelar a los que estamos vivos y a aquel público fiel y multitudinario. La rememoración es capaz de producir más memoria. ¡Qué bueno sería rescatar algunas grabaciones! De esa época, por ejemplo, el radioteatro sobre Artigas - la voz del prócer era la de Alberto Candeau – en quince o veinte casettes con toda la serie que han de andar por allí; Chile país del cobre o algunos de los casi 200 Semanarios Nacionales que produjimos y grabamos con Mario Nelson.

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