NOVELA PAPAL
Memorialistas, olvidadizos, papaturistas y papanatas
Lic. Fernando Britos
V.
Los humoristas gráficos suelen tener una extraordinaria
capacidad de síntesis de modo que uno de ellos Rogers del Pittsburgh Post) la
aplicó al tema excluyente de estos días: la elección del Papa Francisco I. En
la caricatura, donde aparece la caricatura del Sumo Pontífice asomado al
“balcón de las bendiciones” se ven unos marbetes o etiquetas: una de ellas dice
“primer Papa jesuita”, otra “primer Papa latinoamericano”, una tercera “primer
Papa Francisco” y finalmente otra que reza “266º Papa conservador”. He aquí una
condensación ejemplar del tema de las novedades y las expectativas en torno al
nuevo jefe de la iglesia católica.
La pompa y el boato vaticanos, la escenografía milenaria de
la elección y la entronización, los ajetreos de los encargados de la seguridad
papal y el desfile de personajes gobernantes y dirigentes religiosos de los
diversos credos reconocidos como religiones dignas de algún respeto por la Santa
Sede (obispos, archimandritas, grandes rabinos y clérigos) siempre ha sido
parte de la coreografía del poder y, como en el caso del desfile de escolas do
samba, en el sambódromo januarino, puede
parecer reiterativo y cansador, al cabo de un par de horas, a pesar del
asombroso despliegue de cuerpos, ropajes, luces y sonido.
Lo que sucede es que le elección de un Papa y sobre todo su
accionar posterior no puede ser separado del contexto histórico, social y
político. Dentro de ese contexto las expectativas de los creyentes pueden ser
grandes pero las acciones son generalmente previsibles.
Es posible que Horacio Verbitsky, un periodista riguroso,
serio y muy bien documentado, se haya equivocado y el Provincial de los
jesuitas Jorge Mario Bergoglio no haya desprotegido a los dos miembros de su orden
apresados por la dictadura argentina en 1977. Probablemente tenga razón el
Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel al señalar que Bergoglio no fue un
colaborador de la dictadura argentina aunque tampoco se destacó como opositor a
la misma. Él optó por “la diplomacia discreta”.
Es natural que existan preocupaciones (las de Verbitsky son
muy anteriores al ascenso del Cardenal Bergoglio al solio pontificio) en una
Argentina donde se dio un entrelazamiento estrecho y carnal entre la jerarquía
de la iglesia católica y los crueles tiranos que, como Videla, Bignone y tantos
otros eran militares de misa y comunión diaria, ultra católicos fervientes. Es
cierto que hubo obispos perseguidos, sacerdotes y monjas asesinados pero el
martirio de estos no puede borrar el hecho que también hubo capellanes que
absolvían de culpas a quienes lanzaban prisioneros al mar en los vuelos de la
muerte, asesinaban a sangre fría, secuestraban y robaban infantes. La iglesia
argentina ha sido reticente en condenar a esos colaboradores directos, a
quienes escuchaban en confesión y absolvían a los jefes del terrorismo de
Estado, a quienes le dieron “respaldo teológico” a los perpetradores. Sin embargo, tanto para olvidadizos como para
memoriosos esto tiene poco que ver con un acontecimiento de importancia mundial
como la elección de un nuevo Papa.
Para nosotros, que nos hemos vuelto nuevamente rioplatenses
a impulsos de la proximidad y del conocimiento que el nuevo Pontífice tiene de
nuestro país, el Papa Francisco parece humano y tangible, comparado con
cualquiera de sus predecesores: toma mate, es socio e hincha de San Lorenzo
como Tinelli y parece, solamente parece, de trato más campechano al punto de
que algún argentino ha llegado a motejarlo como el Pepe Mujica del Vaticano.
Sería inútil expurgar los archivos en busca de alguna
postura renovadora en las materias más candentes para la Iglesia Católica
Apostólica y Romana. El ascenso al trono de Pedro no ha de haber cambiado al
Cardenal Bergoglio, jefe máximo de la iglesia argentina, predicador de la
humildad y la sencillez, permanente invocador de los pobres como destinatarios
de la acción eclesial pero también durísimo descalificador de las mujeres (la
política es cosa de hombres, las mujeres al hogar y a la crianza de los hijos)
y tal vez por lo mismo paladín del anti abortismo ultramontano. Implacable
condenador de la diversidad sexual y entre otras cosas del llamado matrimonio
igualitario.
Como en el caso de sus predecesores, es casi tan importante
lo que ha dicho como lo que ha callado y no hay declaraciones que permitan
presumir cual será su postura ante la corrupción, el secretismo y los endémicos
problemas del Banco Vaticano o frente a los aparentemente interminables
escándalos de pedofilia, pederastia y perversiones sexuales que han arrasado y
salpicado de arriba abajo a la Iglesia Católica.
De todas maneras hay cosas que poco tienen que ver con la
importancia del Papado y el papel que le pueda caber a la iglesia Católica pero
que han adquirido dimensiones demenciales seguramente no queridas por el nuevo
Papa y que son imputables al cholulismo de los crédulos y al oportunismo de
quienes los explotan. Véase si no: ya ha aparecido un Papatour que se ofrece en
Buenos Aires por la módica suma de 970 dólares (blue of course). Por esa suma
los astutos empresarios llevan a quienes los contraten a conocer los sitios
claves de la prehistoria papal. En una semana verán la casa donde nació
Bergoglio, el colegio al que concurrió como alumno, la cancha donde se jugaba
unos picaditos y también al instituto donde enseñaba filosofía antes de que
fuera ordenado sacerdote, los sitios que recorría, la basílica de Luján, el
apartamento donde vivía siendo Arzobispo de Buenos Aires y finalmente la
Catedral Metropolitana donde oficiaba la misa hasta el momento de su viaje al
cónclave que lo consagraría como Papa. Según parece el precio del tour no
incluye comidas, bebidas ni hotel.
Ahora bien, si el Papatour puede justificarse en aras de la
devoción y la curiosidad lo que resulta francamente cholulo y risible es la
desesperación de los medios de comunicación en la Argentina (que como siempre
nos irradian sus calenturas). De este modo no solamente han entrevistado a la
hermana del Papa, a su sobrino, a sus vecinos, al verdulero del barrio, a
sedicentes historiadores que brotan como hongos para embellecer el pasado
bergogliano (tal vez pensando en una inversión a cuenta de alguna futura
canonización) sino que han dado con Vicente, el sastre del Papa. El artesano
que hace 24 años empezó a hacer los trajes de Monseñor Bergoglio y por el cual
nos enteramos de detalles tan fundamentales y espirituales como el de que el
Padre siempre encargaba los trajes con dos pantalones y que su preferencia
decisiva se refería a que la bragueta de éstos debía ser con botones, tal vez a
consecuencia de algún doloroso accidente juvenil con los cierres metálicos.
Después de esto la venta de estampitas, llaveros,
destapadores, cortauñas, camisetas, cuadros floreros y cuanta fruslería se
pueda imaginar con la foto del Papa Francisco parece un inocente negocio en
comparación con los verdaderos papanatas.
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