martes, 29 de octubre de 2013

La bestia racista está viva en Europa

El pecado de ser diferente y la memoria imprescindible La bestia racista está viva en Europa Por el Lic. Fernando Britos V.
Ser francés o italiano, hoy en día, ha de ser motivo de vergüenza. Los latinoamericanos, especialmente los uruguayos debemos manifestar nuestro repudio ante las criminales acciones racistas de los gobiernos y las policías de Francia e Italia, donde se han desarrollado en los últimos días atentados contra los gitanos o romaníes.

El nazismo y el fascismo viven bajo otros nombres, la perra que los parió sigue en celo y en medio de la crisis que viven los europeos buscan chivos expiatorios en un legendario pueblo nómade cuyo pecado consiste en mantener su identidad y su cultura junto con su fenotipo. No condicen con “el modo de vida” de los franceses y una liceal gitana no puede ser francesa. Para la “pureza étnica” de los italianos una niña rubia no puede ser gitana. Django Reinhardt, una de las cumbres del jazz de todos los tiempos y el alma del célebre quinteto del Hot Club de Francia era gitano y ¿qué serían los azzurri sin Ballotelli?
Está claro que los gitanos no son ángeles y que sus costumbres pueden resultar chocantes para quien no las conoce pero hay que reconocer que no solamente han sido perseguidos sino que el rechazo que sufren es, en gran medida, el producto de un proceso de estigmatización que se remonta a siglos pasados. Por tanto, ni ángeles ni demonios sino una etnia diferente, en un mosaico continental muy diverso, que mantiene costumbres nómades o semi-nómades junto con otros característicos rasgos culturales, como formas de crianza y parentesco, su arte y su lenguaje.

Sin embargo, lo más sublevante de los crímenes actuales es la amnesia política y social de esas sociedades europeas. Los gitanos estaban entre los grupos humanos “inferiores racialmente” y por ende blanco de persecución por el régimen nazi y sus aliados. Por el solo hecho de serlo estaban sujetos a segregación, encarcelamiento, trabajos forzados y liquidación mediante deportación a los campos de exterminio. Los Einsatzgruppen (equipos móviles de exterminio) mataron a decenas de miles de gitanos en los territorios ocupados por los alemanes. Además, muchos miles fueron asesinados en los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Chelmno, Belzec, Sobibor, y Treblinka. Los nazis también encarcelaron a miles en los campos de concentración de Bergen-Belsen, Sachsenhausen, Buchenwald, Dachau, Mauthausen, y Ravensbrueck.

El 21 de septiembre de 1939, Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Principal de Seguridad del Reich, decidió a deportar a 30.000 romaníes alemanes y austriacos a un territorio en la Polonia ocupada. Este plan fracasó debido a la oposición de Hans Frank, gobernador general nazi de Polonia y a la decisión de priorizar las deportaciones de judíos. Varias deportaciones de gitanos se produjeron entre abril y mayo de 1940. La mayoría de ellos fueron privados de alimento y murieron en trabajos forzados. Los que se enfermaban o quedaban incapacitados eran fusilados en el sitio. Cinco mil romaníes fueron enviados a un área separada dentro del ghetto de Lodz. Los que sobrevivieron las espantosas condiciones del ghetto fueron deportados al campo de exterminio de Chelmno, donde murieron en las cámaras de gas montadas en camiones.

También hubo campos de reclusión permanente para gitanos. Marzahn en Berlín junto con Lackenbach y Salzburg en Austria eran los peores. Cientos de romaníes murieron a consecuencia de las condiciones horrendas. Los alemanes que vivían en la zona se quejaban constantemente de los campos, exigiendo la deportación de los gitanos internados para proteger la moralidad y la seguridad pública. La policía local elevó las quejas a Heinrich Himmler, el jefe de las SS, para que reanudara las deportaciones de gitanos hacia el este. En diciembre de 1942, Himmler firmó una orden para la deportación de todos los gitanos de Alemania con algunas excepciones que no fueron respetadas a nivel local. Por ejemplo, los soldados gitanos de la Wehrmacht que se encontraban en su casa con licencia temporaria fueron capturados y deportados junto con sus familias.

Los gitanos de Alemania fueron deportados a un campo especial para ellos en Auschwitz-Birkenau. Familias enteras fueron encarceladas juntas. Los mellizos y enanos fueron separados y sujetos a los bestiales experimentos médicos conducidos por el Dr. Josef Mengele. Los médicos nazis también practicaron crueles experimentos sobre prisioneros romaníes en los campos de Ravensbrueck, Natzweiler-Struthof, y Sachsenhausen.

Las epidemias de tifus, viruela, y disentería redujeron enormemente la población del “campo de las familias gitanas” en Auschwitz. En mayo de 1944, los alemanes decidieron liquidar el campo para borrar las huellas de sus crímenes. Cuando lo rodearon, encontraron a aquellos cetrinos sobrevivientes armados con caños, garrotes y dispuestos a defenderse. Los SS aplazaron la liquidación y a fines del mes transfirieron fuera del “campo de las familias” a alrededor de 1.500 prisioneros que eran todavía capaces de trabajar. Casi 1.500 más fueron transferidos en agosto. Los restantes, alrededor de 3.000, fueron asesinados allí. Por lo menos 19.000 de los 23.000 gitanos enviados a Auschwitz murieron.

En las áreas de Europa ocupadas por los alemanes, el destino de los gitanos variaba de país en país, dependiendo de las circunstancias. En general los encarcelaban y luego los transportaban a Alemania o Polonia para trabajos forzados o para ser exterminados. Muchos gitanos de Polonia, Holanda, Hungría, Italia, Yugoslavia y Albania fueron fusilados o deportados a los campos de exterminio. En las áreas ocupadas de la Unión Soviética, los Einsatzgruppen mataban indistintamente gitanos, judíos y comunistas. Por ejemplo, muchos romaníes fueron fusilados junto con los judíos en Babi Yar, cerca de Kiev.

En Francia, las autoridades pusieron en práctica medidas restrictivas contra los gitanos incluso antes de la ocupación alemana. Las deportaciones empezaron desde la Francia ocupada hacia fin de diciembre de 1941. En la zona no ocupada, el gobierno colaboracionista de Vichy mandó alrededor de 3.500 romaníes a Buchenwald, Dachau, y Ravensbrueck.

Los rumanos no pusieron en práctica una política sistemática de exterminio de los gitanos, muy numerosos en su territorio. No obstante en 1941 entre 20.000 y 26.000 fueron deportados a la Ucrania ocupada por los rumanos, donde miles murieron de enfermedades, inanición, y víctimas de tratamientos brutales. En Serbia, en el otoño de 1941, los pelotones de ejecución del ejército alemán mataron a casi todos los hombres adultos junto con la mayoría de los hombres adultos judíos, como represalia por las bajas que les ocasionaban los partisanos.

En Croacia, los Ustasha (los fascistas croatas del Estado títere, fanáticos católicos) mataron romaníes en el campo de concentración de Jasenovac. Según Radio Srbija, basándose en datos de la Comisión Estatal de la ex Yugoslavia y del Centro Simón Wiesenthal, fueron asesinados, como mínimo, 500.000 serbios, 80.000 gitanos, 35.000 judíos y alrededor de 10.000 antifascistas de diferentes nacionalidades. La peculiaridad del Estado títere de Croacia era que no solamente se trataba de un apéndice de los nazis caracterizado por su brutalidad y por atrocidades inauditas sino que su inspiración, dirección y respaldo radicaba en el Vaticano.

De hecho el complejo de cinco campos de Jasenovac era comandado por un monje franciscano y en la dirección del exterminio y las torturas participaban obispos y sacerdotes. El Papa Pío XII apoyó y protegió a Ante Pavelic el cruel dictador fascista de Croacia cuando debió huir en 1945. La Santa Sede le suministró documentos falsos y dinero y lo hizo trasladar a la Argentina donde se transformó en asesor de seguridad de Juan Domingo Perón. Finalmente, en 1955, le consiguió refugio en la España de Franco donde falleció en 1957.

Los Ustasha desaparecieron en 1945 (miles fueron trasladados por el Vaticano a América del Sur, Australia y Estados Unidos o empleados durante la guerra fría para cometer acciones terroristas en distintos lugares del mundo, especialmente contra Yugoeslavia). Al terminar la Segunda Guerra Mundial se erigió un museo y un monumento para recordar el genocidio cometido por los croatas y los nazis.

Sin embargo, durante la llamada Guerra Croata de Independencia (1991-1995) - cuando el desmembramiento de Yugoeslavia fue patrocinado por Alemania - las fuerzas croatas bombardearon sistemáticamente el monumento totalmente carente de importancia militar y destruyeron el museo y archivos concernientes al campo. Sobrevivientes y veteranos denunciaron ante la comunidad internacional lo que consideraron una operación para eliminar toda la documentación relativa al genocidio. El gobierno yugoslavo denunció estos hechos ante las Naciones Unidas, considerando que el objetivo era borrar el escenario de los crímenes de genocidio.

En abril de 2003, el presidente croata Stjepan Mesic se disculpó en nombre de Croacia con las víctimas de Jasenovac. En 2006, añadió que a cada visitante de Jasenovac le debe quedar claro que allí tuvieron lugar "holocausto, genocidio y crímenes de guerra". En septiembre de 2009, el Arzobispo de Zagreb, Josip Bozanic, fue el primer cardenal de la Iglesia Católica que condenó los crímenes de Jasenovac durante una misa celebrada en el lugar que ocupó el campo: "aquí en Jasenovac, sentimos un profundo dolor por todas las víctimas, especialmente aquellas que aquí sufrieron y que fueron asesinadas por miembros del pueblo croata, y aun más por miembros de la Iglesia católica".

No se sabe con exactitud cuántos gitanos murieron en Europa entre 1939 y 1945. Las características de su cultura siempre relativamente marginal en el continente e inasimilable para las etnias mayoritarias no solamente los hacía presa fácil del racismo sino que dificultaba su encuadramiento y registro administrativo dentro de las naciones europeas. Los historiadores calculan que los nazis y sus aliados mataron entre el 25 y el 50 por ciento de todos los gitanos europeos cuyo número se estimaba aproximadamente en un millón.

Después de la caída del Tercer Reich la discriminación continuó. La República Federal de Alemania decidió que todas las medidas tomadas contra los gitanos antes de 1943 eran políticas legitimas del Estado y por lo tanto las víctimas no tenían derecho a reparación. La encarcelación, la esterilización, y hasta la deportación fueron consideradas como políticas legítimas. La policía de Baviera hizo suyos los archivos de Robert Ritter, el experto racial nazi sobre los gitanos. En 1945, este criminal volvió tranquilamente a su trabajo anterior como especialista en psicología infantil. Los esfuerzos para someter al Dr. Ritter a juicio por su complicidad en la matanza de los gitanos terminaron cuando se suicidó, en 1950.

El canciller alemán Helmut Kohl reconoció el genocidio nazi contra los gitanos recién en 1982 pero para entonces la mayoría de los romaníes que hubieran tenido derecho a una reparación ya habían muerto. Ahora, dos niñas gitanas nos llaman a solidarizarnos y denunciar la discriminación de que son víctimas.

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