CUESTIONES
EPISTEMOLÓGICAS
QUE
HACEN MÁS ENTRETENIDOS LOS DESAFÍOS
Reflexiones sobre la
evaluación del desempeño en la Universidad de la República
Fernando
Britos V.
La evaluación del desempeño es, siempre y de alguna
manera, una instancia de comunicación que busca producir información y
difundirla entre los distintos actores de la institución. Por esa razón no debe
perderse de vista el proceso como conjunto que va desde la forma en que se
recoge o produce la información, su lectura o interpretación, su difusión
(devolución) y la forma en que esa información es considerada para la toma de
decisiones en el campo de la gestión[1].
Las decisiones en el campo de la gestión remiten
necesariamente a otros campos que lo incluyen y sobredeterminan: el campo
académico, el campo social, el económico, el político, aunque ahora nos concentraremos,
muy brevemente, en los usos sociales de la evaluación del desempeño.
Si nos planteamos por qué se evalúa tenemos que
cuestionarnos las intenciones de la evaluación. Ya hemos señalado que la
intención reduccionista de medir fenómenos complejos es inoperante y arbitraria
(no existen instrumentos de medición válidos porque no hay una relación entre
las propiedades de estos y las propiedades de lo que se pretende medir).
Nuestros intentos anteriores para evaluar el
desempeño se manejaban más bien con la intención de estimar o apreciar el
desempeño en forma muy similar a la medición. Como no se tenían unidades o
criterios de medida se procuró circunscribir o delimitar ciertos rasgos de la
realidad (los factores: asiduidad, cantidad, calidad, iniciativa,
relacionamiento, etc.) para cuantificarlos.
Como apreciación buscábamos ciertos valores o
definiciones tan objetivos como fuera posible y (sabiéndolo o ignorándolo)
procurábamos seguir uno u otro de dos caminos posibles: la evaluación contra un
modelo predeterminado (que no existe y cuya construcción abstracta es
igualmente inconducente) o sin modelo previo (lo cual implicaba la posibilidad
de desarrollarlo en la práctica). En este último caso los procedimientos que se
siguieron no dieron resultado aunque no hay que descartar por ello este camino.
En realidad nos faltó hacer énfasis en una dimensión
importante de cualquier evaluación: la comprensión. Evaluar el desempeño debe
servir para comprender como se lleva a cabo el trabajo, como enfrentan los trabajadores
el desafío de la realidad y como lo resuelven, como gravita el contexto, las
condiciones de trabajo, como se supera lo prescripto, como se evita el
sufrimiento y como se genera identidad y gratificación. La evaluación del
desempeño debe apuntar a comprenderlo no a juzgarlo porque, como vimos el
juicio de los pares es insustituible y difícilmente podría reducirse a un
proceso puramente formalizado.
Por ejemplo si la evaluación tiene en cuenta
compromisos de trabajo o planes de gestión, lo importante es comprender las razones
por las que se alcanzaron o no los objetivos y no las simplificaciones del tipo
“carita feliz”, “me gusta” o “no me gusta”.
Cuando se evalúa se produce una construcción del
referente, es decir la construcción de lo que permitirá pronunciarse sobre la
realidad que se evalúa. El referente siempre es provisorio (de ahí la necesidad
de acciones prototipo, por ejemplo). Se trata de instancias evaluación que, a
partir de lo real van incluyendo gradualmente lo prescripto y no a la inversa
(recordar que primero está el rendimiento y después la aptitud). Además hay un
proceso de construcción del objeto de la evaluación, el desempeño, el resultado
del trabajo.
Si nos plantearnos, en cambio, para qué se evalúa el
desempeño nos remitimos a lo que se hará con la evaluación, a cuáles serán sus
efectos. Esto se relaciona plenamente con otros problemas de la carrera
funcionarial: el perfeccionamiento de los mecanismos de concurso, el carácter
de las pruebas, el perfeccionamiento de los tribunales interpares, la
importancia de las devoluciones y muchos otros asuntos que serán materia de
otros escritos.
F.B. 15 de julio de 2013.
[1]
Emplearé la noción de campo definida por Pierre Bourdieu, como un espacio
social de acción y de influencia históricamente conformado, con instituciones
específicas y leyes de funcionamiento propias, en el que confluyen relaciones
sociales determinadas. Estas relaciones quedan definidas por la posesión o
producción de una forma específica de capital, propia del campo en cuestión.
(Bourdieu, Pierre 1988: Cosas dichas, Barcelona, Gedisa). Bourdieu menciona
específicamente el campo educativo y el de los medios de comunicación pero su
concepto puede aplicarse a un “campo de la gestión” autónomo aunque
estrechamente relacionado con el proyecto académico.
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