miércoles, 10 de julio de 2013

Mitos sobre la Inteligencia Emocional



MITOS SOBRE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
Fernando Britos V.
La psicóloga peruana Susana Frisancho[1] considera que la Inteligencia Emocional (IE) es un concepto muy controvertido, poco relevante y confuso que lamentablemente ha sido asumido por psicólogos, empresarios y profesores. La Dra. Frisancho advierte que la IE no describe ninguna entidad nueva y se reduce a mezclar conceptos y teorías ya existentes que se apoyan en investigación y evidencia científica. Sin embargo estas evidencias no pueden trasladarse acríticamente para endosar los conceptos que lanzó Daniel Goleman[2] en 1996, en más de 500 páginas de un best seller liviano que hizo su fortuna pero no produjo avances significativos en el conocimiento científico. El mérito que le reconoce Frisancho a la IE consiste en haber puesto a las emociones sobre el tapete y destacado la importancia que éstas tienen para la vida en general.
Otros colegas son menos indulgentes y consideran que a 17 años de la publicación de su libro (“La inteligencia emocional”) Goleman no ha conseguido que sus especulaciones hayan sido aceptadas por el mundo académico a pesar de la moda que estableció. Es más, entre los científicos que han dedicado atención al concepto de IE (y han sido muchísimos) ninguno coincide con él. Por ejemplo, Goleman incluyó un caso (el test de las golosinas) que supuestamente demostraba que los niños que pueden controlar sus impulsos son más exitosos que los que no lo consiguen y que ello era un ingrediente fundamental de la IE. Mucha gente repitió eso y dijo que la habilidad para controlar los impulsos es parte de la IE pero tal cosa nunca ha sido demostrada y no pasa de una afirmación sin fundamento (una chantada) [3].
Por otra parte, resulta que Goleman ni siquiera fue el “descubridor” de la IE sino que, ya en 1990, tres científicos habían escrito sobre el tema. Goleman les pidió y obtuvo su permiso para usar el término pero lo deformó de tal manera que los autores se sintieron decepcionados. Esto no significa que las habilidades y/o capacidades que se mencionan no existan sino que no se necesita un concepto propagandísticamente acomodado para referirse a ellas. Ha sido un recurso que permitió que Goleman y sus émulos ganaran prestigio y dinero a paladas pero sin beneficios para la sociedad, para los tratamientos psicológicos, para la educación o para le selección de personal y la evaluación del desempeño, para no citar sino algunos de los campos en los que se ha presentó como “una novedad”.
La IE ha sido disecada críticamente por muchos autores en numerosos artículos científicos pero estos no alcanzan la difusión que suelen conseguir los promotores de las modas gerenciales por lo que, periódicamente, el concepto vuelve a aparecer en algunos campos, especialmente en el de selección y reclutamiento de personal.
Matthews, Roberts y Zeidner (2004)[4] produjeron un artículo que a pesar del tiempo transcurrido mantiene su vigencia y cuyos argumentos pueden ser condensados en beneficio de la idoneidad científica. Sostienen que su objetivo no es descartar el trabajo que se ha hecho sobre IE sino examinar donde se encuentran los obstáculos para el avance de la investigación sobre las cualidades de ésta y como pueden superarse los mismos.
Mito 1: las definiciones de IE son conceptualmente coherentes – Los partidarios de la IE sostienen que es un concepto coherente que ampara un amplio campo de competencias emocionales, sociales y personales. Sin embargo, al considerar al los diferentes autores se comprueba que no existe una definición coherente y que la IE es tan distinta como distintos son los autores que se refieren a ella (desde la habilidad para procesar la información relativa a las emociones hasta los principios que gobiernan el intelecto, pasando por las complejas interacciones cualitativas de las emociones, los humores, la personalidad y las orientaciones sociales aplicadas en situaciones tanto inter como intra personales). La enunciación de esas capacidades es extensísima. Goleman, que demostró ser un astuto simplificador, definió la IE por la negativa. Para él, la IE es todo lo que no es el clásico CI (cociente intelectual) con lo cual lejos de aclarar el panorama lo oscureció grandemente. Los críticos dicen que el entrevero de las definiciones es tan grande que lo comparan con la mítica Torre de Babel. En suma no se sabe a ciencia cierta si es una habilidad cognitiva, metacognitiva, adaptativa, intuitiva, si puede ser desarrollada o está biológicamente determinada, si es hereditaria o adquirida. De este modo se emparda con el controvertido concepto del cociente intelectual[5] y a las divagaciones que han llevado a algunos científicos a sostener que “inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia” (¡¡??).
Además hay tres puntos especialmente nebulosos: a) la forma en que la IE influye en la conducta no está clara, la relación causa-efecto es confusa (por ejemplo: ¿la felicidad o los pensamientos positivos son un efecto de la IE o son una causa de la misma?); b) se presume que la IE abarca acontecimientos y desafíos cualitativamente diferentes (por ejemplo: que una persona que es capaz de manejar la ira también lo es para manejar el miedo, la atracción sexual o el aburrimiento) lo cual no ha sido demostrado y en cambio contradice las teorías acerca de las emociones; c) la mayoría de las concepciones acerca de la IE asumen que puede ser evaluada mediante un conocimiento declaratorio (por ejemplo: que los individuos son capaces de informar acerca de las cualidades personales que constituyen la IE o que pueden describir objetivamente sus estímulos y respuestas emocionales). Por el contrario existen numerosos estudios acerca de que el oficio o las habilidades son de tipo procedimental, práctico, y pueden desarrollarse eficazmente sin que exista claridad consciente acerca de los procesos intelectuales en que se apoya la acción.
Mito 2: las mediciones de la IE cumplen con los criterios aceptados de la psicometría – La IE es en realidad una forma de “conductismo con rostro humano” que sirve para matizar las rígidas, mecánicas y brutales concepciones de esa escuela y para “descubrir” el papel de las emociones. Sin embargo, esta pretensión, en un medio como el estadounidense donde sigue reinando el conductismo y sus variantes, no sería considerada seriamente si no se aviniese a los criterios de la psicometría dura: ¡qué paradoja! Desde que se divulgó el concepto de IE empezaron a proliferar las técnicas para “medirla” lo cual es típico de la psicología predominante en Estados Unidos y demás países anglosajones. Estas técnicas pueden repartirse en dos grandes categorías: los autoinformes y las medidas basadas en el desempeño. Los informes autoadministrados, que suelen adoptar la forma de cuestionarios, inventarios o listas de rasgos, aluden a una gran cantidad de características y por su vaguedad se parecen a un informe astrológico donde se combinan supuestas habilidades y presuntos rasgos de personalidad. Para superar las incongruencias de los autoinformes algunos autores impulsaron la medición basada en el desempeño (similar a los tests de inteligencia). Sin embargo rápidamente quedó en evidencia que las mediciones de la IE no cumplían con los “criterios psicométricos”, por ejemplo la validez de contenido, la confiabilidad, la validez predictiva y la validez de construcción [6].
Mito 3: los cuestionarios o inventarios de IE son distintos que los que pretenden estudiar la personalidad – Estas herramientas suelen solicitar a los sujetos que califiquen una serie de formulaciones descriptivas, por lo común en una escala graduada que va desde “totalmente de acuerdo” a “totalmente en desacuerdo”. Lo que ha quedado claro es que la percepción de la IE que tienen las personas no es precisa sino vaga y cambiante. Asimismo, como todos los cuestionarios o inventarios, la decenas y cientos que se han desarrollado para “medir” la IE son altamente vulnerables a la manipulación que naturalmente hacen los sujetos para ponerse en la mejor posición, para mostrarse extraordinariamente hábiles en los rasgos que creen les dejarán mejor parados ante el psicólogo. Para intentar superar esta severa limitación se han aplicado algunos procedimientos clásicos, uno de ellos es el utilizar formulaciones o preguntas “de alto rendimiento” [7] o incluir “ítems de control” [8], otro es recurrir a informes de compañeros de trabajo o estudio, supervisores, etc.
            Ninguno de esos procedimientos ha dado resultado y no se ha podido establecer una medida específica de la IE sino que lo que se obtiene son visiones fragmentarias de aspectos de personalidad u otros que no pueden ser claramente separados del contexto como construcciones psicológicas independientes. Por otra parte, las correlaciones entre el resultado en presuntas pruebas de IE y el desempeño estudiantil o laboral no han conseguido probar capacidades predictivas significativas para tales pruebas.
Mito 4: los tests de IE coinciden con los criterios de inteligencia cognitiva – Este mito sigue otro camino para intentar darle respaldo científico a la IE, para legitimarla como un dominio científico válido. Para seguir este camino se ingresa en una serie de presupuestos que son esencialmente contradictorios. Por ejemplo, se supone que la IE es capaz de reflejar el desempeño cognitivo más que formas de conducta no intelectuales basadas en las emociones. El problema radica en que si la IE fuese una forma distinta de inteligencia, basada en las emociones, no sería precisamente mensurable según el desempeño cognitivo y por contraposición, si se asimila con el desempeño cognitivo debe poder llegar a conclusiones “correctas” o “incorrectas” lo cual es virtualmente imposible de establecer en materia de emociones. En los tests cognitivos hay pruebas numéricas, espaciales, de razonamiento y verbales – por ejemplo – cuyas respuestas no admiten ambigüedad. En cambio, en los cuestionarios que pretenden evaluar la IE, los “casos” o cuestiones planteadas al sujeto vinculan estrechamente la respuesta con el contexto específico de la situación. Los ítems de tales pruebas no admiten puntajes, escalas o factores de comparación y por lo tanto la IE no puede “ampararse” en una supuesta idoneidad o correlación capaz de dar cuenta de aspectos cognitivos.
Mito 5: la IE se relaciona con las emociones de la misma forma que el C.I. se relaciona con lo cognitivo – Este mito es una variante del mito 2 porque nos remite a los criterios de la psicometría dura y pura que es la base de “la medición de la inteligencia”. No reiteraremos lo dicho antes pero es bueno advertir acerca de otras falacias que encierran los presupuestos de la IE. Una de ellas es la que sostiene que todos los procesos cognitivos son conscientes y deliberantes. Aquí aparece en todo su esplendor el viejo (y para ellos insoluble) problema que mantiene el neoconductismo y otras escuelas mecanicistas y del determinismo biológico con el inconsciente y en general con el dominio de las emociones y lo psicoafectivo. A los partidarios de la IE les sucede como a aquel hidalgo español que tenía un venablo clavado en el pecho (si se lo dejaban lo mataba, si se lo sacaban se moría): si lo emocional y lo cognitivo responden a dos sistemas diferentes, la IE queda sin el poco piso científico que podría brindarle el conductismo; en tanto, si lo emocional se identifica con lo cognitivo la IE, como entidad, se disuelve y desaparece en vagas especulaciones [9].  
Mito 6: la IE predice la capacidad de adaptación – Los promotores de la IE aducen que es esencial para el éxito adaptativo, más o menos en la misma forma en que la velocidad de procesamiento controla la inteligencia general. Ambas suposiciones han sido controvertidas y en todo caso, las investigaciones han probado que la adaptación y la forma en que las personas enfrentan situaciones nuevas o inesperadas depende de un conjunto intrincado de factores concretos y de procesos y estructuras mentales cualitativamente diferenciadas. El éxito o el fracaso no pueden ser atribuidos a la IE. Por otra parte se ha hecho un batiburrillo con algunos conceptos de Charles Darwin a propósito de la adaptación evolutiva de las especies para prestidigitarlo a los fenómenos individuales de la IE, que cae inmediatamente por su propio peso (o mejor por la falta de él).
            El problema esencial de la definición de la IE en términos de adaptación radica en que las situaciones emotivas y/o interpersonales son demasiado amplias e indefinibles (en el sentido taxonómico que es vital para el conductismo) como para ser catalogadas como un desafío adaptativo. Las diferencias individuales varían a lo largo de la vida de tal modo que alguien “adaptado” a una situación puede no ser apto para enfrentar otras exigencias. Las estrategias y los mecanismos de defensa que funcionan en una situación pueden fracasar en otra. Al mismo tiempo los resultados de las acciones humanas no pueden ser definidos o sopesados de la misma manera y en el mismo momento debido a lo que resulta ser una compleja combinación de resultados [10].
Mito 7: la IE es fundamental para el éxito en el mundo real – El ‘eterno retorno’ es una de las características de tesituras como la IE. Cada cierto tiempo reaparece en los medios de comunicación el elogio de las supuestas virtudes de la IE para el éxito especialmente en el medio laboral. El éxito de Goleman en el siglo pasado no ha vuelto a repetirse en este pero sus concepciones se mantienen en forma más que residual en lo que se da en llamar “la filosofía gerencial”. Un artículo de la revista Time [11], aparecido en 1995, contribuyó grandemente a la popularidad de la IE y su derivado el Emotional Quotient, Cociente Emotivo (CE) y estampó un lema que ha hecho carrera en los medios empresariales: “en el mundo corporativoel Cociente Intelectual (CI) hace que te contraten pero el Cociente Emotivo (CE) es el que hace que te promuevan”.
            A pesar del impacto de esa frase no existe evidencia empírica que demuestre los efectos positivos de la IE. Se sabe que las apelaciones a la IE en materia de selección de personal carecen de pruebas idóneas, como se vio al considerar los mitos anteriores. Cuando los seleccionadores o reclutadores se refieren a la IE de los aspirantes emplean frases vagas, descripciones impresionistas y anecdóticas. Las referencias en la literatura científica respecto a la aplicación de la IE, cuando existen, carecen de respaldo empírico y no se apoyan en investigaciones publicadas sino en impresiones de determinados técnicos que utilizan los conceptos sin preocuparse por la validez y confiabilidad de sus herramientas. La profusa y efímera literatura sobre temas gerenciales o de negocios adolece de los mismos o peores defectos: elogia o promueve sin suministrar evidencia de estudios serios. La debilidad metodológica de algunos estudios y la falta de respaldo en investigaciones serias ha sido reiteradamente denunciada.
            En suma, no hay prueba alguna de la relación entre una supuesta IE y el éxito en el trabajo. La IE ha sufrido mutaciones (que incluso el propio Goleman ha tratado de impulsar) y ha reaparecido, con las mismas vaguedades, bajo el nombre de Inteligencia Social (IS) y Soft skills (habilidades suaves), una denominación sociológica relativa al Emotional Intelligence Quotient, Cociente de Inteligencia Emocional (CIE) que se refiere a un conjunto de rasgos de personalidad, competencias sociales, amabilidad, cortesía, optimismo, lenguaje y hábitos personales que se supone decisivos en las relaciones con otras personas. Naturalmente estas “habilidades suaves” complementan a las “habilidades duras” (Hard skills) que se consideran los requisitos básicos del cargo. Estos cambios cosméticos no son capaces de disimular la arbitrariedad, subjetivismo y falta de sustento de esta familia conceptual.
Aquí corresponde aplicar la crítica que desde la psicodinámica del trabajo se hace a todas estas elucubraciones. La IE, las “soft skills”, no son mensurables pues corresponden a la realidad del trabajo. Las emociones, los aspectos psicoafectivos y vinculares, la personalidad del trabajador, juegan un papel fundamental en el trabajo pero no pueden ser reducidos arbitrariamente, medidos y menospreciados como un aderezo y contentillo de lo prescripto que, en esencia, es el objeto de las chácharas y mitos que hemos revisado.  


[1] Desarrollo humano, constructivismo y educación. http://blog.pucp.edu.pe/item/6322/inteligencia-emocional-2-2-continuacion
[2] Goleman, Daniel (1999) La inteligencia emocional, Kairós, Barcelona. La edición original data de 1996: Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ, Bantam Books
[3] Esto no quiere decir que el control de los impulses no sea importante y que no tenga relación con otras variables caracterológicas y de personalidad, que las tiene, sino que no puede ser utilizado como comodín para abonar la tesitura de la IE.
[4] Matthews, Gerald, Richard D. Roberts y Moshe Zeidner (2004) Seven Myths About Emotional Intelligence En: Psychological Inquiry, 2004, Vol.15, Nº3, 179-196.
[5] Cfr. Gould, Stephen Jay (1984). La falsa medida del hombre. Barcelona: Bosch. La obra fue publicada originalmente en 1981 (Gould, S. J. (1981). The Mismeasure of Man. New York: W.W. Norton & Co) título que también ha sido traducido al español como La desmesura del hombre.
[6] No nos extenderemos ahora sobre la definición y aplicación de estos criterios psicométricos clásicos pero no podemos dejar de advertir que buena parte de las técnicas psicológicas empleadas para estudiar la personalidad (por no decir todas) tampoco se ajustan a ellos.
[7] Las “preguntas de alto rendimiento” son utilizadas en cuestionarios y entrevistas para desestabilizar al entrevistado, son cuestiones para las cuales no hay una respuesta “buena” y en donde todas las alternativas dejan malparado al interrogado.
[8] Los “ítems de control” son formulaciones contradictorias o reiteraciones amañadas que pretenden mostrar si el sujeto ha manipulado sus respuestas o se ha preparado para enfrentar el interrogatorio.
[9] Estas paradojas se extienden a las concepciones que, en neurofisiología, promueven la teoría de las localizaciones cerebrales según la que lo cognitivo y lo emotivo se ubican en distintas regiones y responden a sistemas precisos, parcial o totalmente diferenciados.
[10] Estas situaciones vitales son las que ponen a prueba las distintas teorías de la inteligencia y las que ponen en cuestión las concepciones habitualmente simplistas de la “inteligencia artificial”, las maquinas sentimentales y otras paparruchas.
[11] Gibbs, N. (1995) What is your EQ? En: Time, Nueva York, Oct.2,1995, 60-68.

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