EL TRINO DEL DIABLO, LA RESIGNACIÓN Y EL REDUCCIONISMO
Fracaso
de la evaluación del desempeño en la UdelaR (1991 – 2013), ineficacia del
reduccionismo y necesidad de renovar el reconocimiento del trabajo.
Fernando
Britos V.
Lo prescripto y lo real en el Trino de Tartini –
“Una
noche, en 1713, soñé que había hecho un pacto con el Diablo y él estaba a mis
órdenes. Todo me salía maravillosamente bien; todos mis deseos eran anticipados
y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento
dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica.
Mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia,
una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue mi
maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me
despertó. Inmediatamente tomé mi violín deseando recordar
al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse entonces es, por lejos, la mejor que
jamás he escrito y aún la llamo "La sonata del Diablo", pero resultó
tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi
violín en pedazos y abandonar la música para siempre....". De una carta que Giuseppe Tartini habría dirigido,
a los 21 años de edad, al astrónomo francés Joseph-Jérome de Lalande.
Afortunadamente, el
gran músico no rompió su instrumento ni abandonó la música para siempre. Había
sufrido una confrontación profunda entre lo prescripto (así fuese en un sueño)
y lo real, aquella sonata que escribió apenas despierto. Lo cierto es que
Tartini (1692 – 1770) no se resignó y se dedicó con alma y vida a la música. Realizó
una larga y pródiga carrera (con más de 125 conciertos compuestos, que se
conservan, más cientos de piezas menores). El “Trino del Diablo” fue un gran
desafío para generaciones de violinistas hasta que Paganini pudo alcanzar el
virtuosismo necesario, cien años después de la muerte de quien nunca se resignó
ante el fracaso.
Cien años puede ser poco pero veinte años es mucho - La Universidad de la República dispone, desde 1992,
de una Ordenanza de Calificaciones cuyo propósito es "la evaluación
periódica de la actuación cumplida por los funcionarios no docentes". Fue
adoptada por el CDC a fines de 1992 y sufrió modificaciones menores en 1997,
1998, 2000 y 2006 pero su aplicación íntegra no ha podido llevarse a cabo [1].
Este
fenómeno verdaderamente notable no ha sido producto de negligencia, falta de
preocupación o de esfuerzos pues cada dos o tres años se han venido registrando
intentos para aplicar la norma y, últimamente, para intentar hacerse alguna
idea acerca de las razones para un fracaso tan reiterado y rotundo. Las causas
han sido buscadas por doquier sin resultado. Reflexionar sobre las razones de
fondo podría evitar nuevos fracasos en un asunto sobre el que, aparentemente,
existe un consenso importante en el seno de la institución.
Las
explicaciones manejadas han apuntado a la presunta complejidad de la Ordenanza
y de los procedimientos que requiere para su instrumentación: elaboración de
informes, plazos y dificultades para completarlos, heterogeneidad y disparidad
en las formas de aplicación, importantes diferencias de criterio entre
evaluadores aún de un mismo servicio; la constitución de tribunales de
calificación, elección de sus integrantes y funcionamiento; la real
significación de los factores a evaluar, su ponderación y los puntajes que
reclama el procedimiento.
Hubo otras
objeciones apuntadas a razones de fondo, por ejemplo, la escasa o nula conexión
entre el resultado de las evaluaciones y calificaciones y la carrera
funcionarial, o el reconocimiento debido al trabajo de quienes ahora se
prefiere designar como T/A/S.[2]
La
experiencia muestra que se sufre de un problema inherente a todos los
procedimientos reduccionistas que pretenden dar cuenta de actitudes y prácticas
complejas mediante puntajes arbitrarios que se promueven como fácilmente
comparables. Esta observación ha sido menos atendida porque toca el meollo del
fracaso y es más conmovedor que soñar con el Diablo porque cuestiona la
organización del trabajo y las modalidades y concepciones aplicadas para
llevarla adelante. En el caso específico de la evaluación o calificación del
desempeño individual se trata de una falla que no debe ubicarse en el
"factor humano"[3]
sino a las carencias en el reconocimiento debido al trabajo y a quienes lo
llevan a cabo.
Trabajo y habilidades o aptitudes – Resulta paradójico que instituciones que lidian
permanentemente con la evaluación de las formas de reproducir, impartir y
asimilar el conocimiento puedan enredarse en las simplificaciones conductistas
más elementales. Estas simplificaciones le otorgan un poder decisivo a la
capacidad tecnocrática para medir, ordenar clasificar que, en el mundo del
trabajo ya demostró sus limitaciones con el agotamiento del taylorismo y el
fordismo[4].
El repetido
apotegma ‘que todo lo que sucede se
manifiesta y que todo lo que se manifiesta se puede medir’ ha conducido en
materia de organización del trabajo a un callejón sin salida. El reduccionismo
- es decir el intento de reducir los fenómenos complejos a un factor o conjunto
de factores pasibles de ser medidos, pesados y manipulados como cosas - ha
demostrado su incapacidad para cambiar positivamente la realidad laboral.
Advertir
este fracaso, por ejemplo a través de la evidencia incontrovertible de la
inoperancia de un sistema de evaluación, no significa desdeñar la realidad
tangible, la materialidad y, en nuestro caso, la centralidad del trabajo como
procedimiento esencialmente humano de transformación e incluso la posibilidad
de evaluar resultados.
Los
partidarios de las definiciones unívocas, levantan el fantasma de la
contraposición de lo cualitativo y lo cuantitativo y acusan a sus críticos de
menospreciar o desconocer las capacidades (habilidades, aptitudes, destrezas,
conocimientos, etc.). Nada más lejos de la realidad.
Lo prescripto y lo real – Los ergonomistas y especialistas en psicopatología
del trabajo (PPT) han venido señalando desde hace décadas la diferencia que
existe entre trabajo prescripto y trabajo real[5].
Lo prescripto es lo que figura en las descripciones de cargos, en los manuales
de procedimiento, en las normas que señalan “lo que debe hacerse”. Es la parte
del trabajo que puede ser prevista, planificada, medida y controlada. En cambio
lo real es esencialmente imprevisible, supone la incertidumbre, la resistencia[6]
y el fracaso. Las habilidades se desarrollan cuando los trabajadores se
enfrentan con la resistencia que lo real opone a su transformación. Es decir
que en lo real se encuentra la resistencia y, al mismo tiempo, la única forma
de superarla: el perfeccionamiento del trabajo, el desarrollo de los trabajadores
y la gratificación gratificantes que conlleva el trabajo bien hecho.
La única
forma de aprender, de mejorar, pasa por el desarrollo de la inteligencia del
cuerpo, el saber hacer, la inteligencia creadora y ésta se forja enfrentando el
fracaso y superándolo. La certeza se alcanza cuando se ha enfrentado el fracaso
y la incertidumbre cara a cara, porque la realidad se le presenta al trabajador
por la negativa, es decir como una experiencia desagradable, difícil, fatigosa,
decepcionante, incluso angustiante.
Trabajar es
una actividad colectiva a través de la cual los humanos colman la brecha entre
lo prescripto y lo real enfrentando las dificultades, buscando y encontrando
las soluciones. No hay organismo, que pueda funcionar si los trabajadores se
limitan a cumplir con lo prescripto. El “trabajo a reglamento” conduce
rápidamente a la paralización. Para superar la resistencia que opone lo real es
imprescindible el compromiso, la iniciativa, la creatividad, la inteligencia y
la astucia de los trabajadores. Sin eso no hay organización capaz de obtener
resultados y sostenerlos. Dejours advierte que un ejército cuyos integrantes se
limiten al cumplimiento escrupuloso de las órdenes recibidas será seguramente
derrotado.
Los
sistemas de evaluación individual del desempeño, a duras penas, pretenden
sopesar el trabajo prescripto. Esta es una de las razones por las cuales,
después de años de discusiones no ha sido posible alcanzar ciertos acuerdos
respecto a la definición y apreciación de la “asiduidad”, la “cantidad de
trabajo” o la “calidad de trabajo” para no citar sino tres factores
(aparentemente los más medibles).
Todas las
fórmulas a las que se llega son enunciados huecos. Aunque se alcance una
definición de lo prescripto, quienes intentan aplicarla sienten, casi
físicamente, el vacío de la incertidumbre: saben que más allá de las buenas
intenciones, lo prescripto no resiste la confrontación con la multifacética,
proteica y porfiada realidad. Por eso es que los puntajes basados en factores
prescriptos se viven como una arbitrariedad carente de fundamento o como una
herramienta que se sabe inútil de antemano por lo que se vuelve, en el mejor de
los casos, un rito mecánico.
Reconocimiento, identidad, solidaridad – En el contexto laboral, la dinámica del
reconocimiento es fundamental. Por un lado, quienes dirigen el trabajo reconocen
implícitamente la importancia de lo real (o en otras palabras, la insuficiencia
de lo prescripto) y buscan incentivar a los trabajadores con diversas formas de
reconocimiento simbólico pero estos elementos de motivación, por si solos,
tampoco resultan eficaces.
La
dimensión colectiva del trabajo se manifiesta en el papel decisivo que juega el
reconocimiento, el que brindan o producen los compañeros de trabajo[7].
El juicio de perfección, la definición del buen trabajo, del buen trabajador,
los producen primordialmente los compañeros de trabajo; es resultado de la
práctica en común y no pueden ser prescriptos.
El trabajo
juega un papel central en la conformación de la identidad, del bienestar, del
desarrollo humano: hacemos y nos hacemos por medio del trabajo donde el juicio
de los pares es fundamental para la afirmación de la identidad e incide sobre
todos los ámbitos de la vida. Aprender a trabajar con otros también implica
aprender a convivir en el sentido más amplio.
Cuando el
reconocimiento no puede desarrollarse - porque las condiciones de trabajo o las
características de ciertas formas de organización impide o bastardea la
participación del colectivo[8]
- se genera sufrimiento y este puede conducir al malestar y afectar la salud.
No existe trabajo alguno que sea totalmente inocuo para nuestra salud,
individual y colectivamente.
Por otra
parte, como lo advierte García Canclini existen diferencias, desigualdades y
desconexiones que deben enfrentarse en la actividad concreta. Diferencias que
deben ser reconocidas y aceptadas. Desigualdades que deben ser corregidas o
superadas. Desconexiones que es preciso sobrepasar en el accionar colectivo. El
trabajo juega en esto un papel fundamental.
El rendimiento antes que la aptitud – El estudio etnográfico del trabajo en las más
variadas profesiones y oficios demuestra un hecho fundamental: el rendimiento
precede a la aptitud. Preocupados por la
formación y la capacitación de nuestros compañeros de trabajo deberíamos
saberlo: el trabajo no puede ser enseñado. Lo real no puede trasmitirse en
forma puramente cognitiva. A un estudiante o a un funcionario novato solamente
se le puede trasmitir conocimientos, mostrarle técnicas, inducir cierta
experiencia pero no enseñarle a trabajar. Es cierto que la solidaridad, la aprobación,
la reprobación, la aceptación o el rechazo por el colectivo jugarán un papel
muy importante pero lo decisivo es la confrontación con lo real donde los
conocimientos (lo prescripto) enfrentarán la práctica (esa práctica ante lo
real que requiere comprometer la iniciativa, la creatividad, la curiosidad, el
equilibrio y el coraje). A un niño tampoco se le puede enseñar a caminar o a
andar en bicicleta. Se le puede dar apoyo pero inevitablemente aprenderá a
fuerza de caer y levantarse.
El contexto
de este compromiso del cuerpo es similar en actos aparentemente más complejos o
en contextos más exigentes. Ningún simulador de vuelo, en el caso de los
pilotos, ninguna rutina de entrenamiento, en el caso de los deportistas, es
equiparable al primer vuelo en solitario o al tiro que se debe ejecutar desde
el punto penal.
El manido
esquema de “las competencias” es incapaz de prever si un funcionario competente
en determinado servicio lo será igualmente en otro, o si alguien que ocupa un
cargo de ingreso se podrá desempeñar con la misma capacidad en un cargo de
ascenso al que accedió por concurso. Todas las teorías en boga, desarrolladas para
evaluar aptitudes se apoya en supuestos erróneos. Las aptitudes no pueden
transponerse de un contexto a otro. En otras palabras, la intención de
determinar las competencias, como pronóstico, supone concentrarse en aspectos
puramente individuales y abstractos, desconociendo las especificidades de las
condiciones de trabajo y la formas de organización de este. En todo caso las
competencias relativas a lo prescripto nunca podrán dar cuenta, de antemano, de
la aptitud de un trabajador. El trabajo real no puede ser medido, lo que se
mide son los resultados del trabajo.
Técnicas carentes de base científica - La incapacidad de la psicometría - negada o
esquivada por la mayoría de quienes la practican - produce efectos negativos.
Por un lado, a falta de pruebas de aptitud que puedan hacer cierto énfasis en
la inteligencia práctica de los aspirantes, se llega a un criterio de evaluación,
característico de muchas pruebas de concurso. En ellas se hace hincapié en
conocimientos formalistas memorizados, de repetición normativa, y en fórmulas
carentes de sentido práctico y “casos” estereotipados, al extremo que el
desempeño en esas pruebas no es confiable siquiera como indicador de la
capacidad de comprensión lectora, información o expresión escrita del
aspirante. En realidad nadie sabe con certeza que es lo que evalúan tales
pruebas.
Aquí
aparece también la vertiente más oscura de las técnicas psicológicas: la
promoción de pruebas psicolaborales mediante tests y entrevistas para “estudiar
la personalidad” de los aspirantes (especialmente la llamada personalidad
profunda mediante pruebas proyectivas) con la pretensión, carente de respaldo
científico y de fundamento en investigación alguna, que esas técnicas son
válidas y confiables con fines de selección para el trabajo y en todo caso, aún
con limitaciones, para cualquier otro propósito diferente del psicodiagnóstico
clínico con fines terapéuticos.
Requisitos para una evaluación eficaz – Excede los propósitos de este texto referirse a la
adquisición de las aptitudes, al desarrollo de la inteligencia práctica, a la
superación del sufrimiento generado por el trabajo, a las formas de enfrentarse
a lo real y a las diferencias de género que se registran al hacerlo, a los
obstáculos que encuentra el reconocimiento del trabajo que realizan los
funcionarios de la UdelaR. Volveremos sobre esos y otros asuntos conexos pero
ahora resumiremos algunas conclusiones respecto a lo que aparece como la única
forma posible de evaluar el trabajo: el reconocimiento por parte de los
trabajadores que conocen el oficio desde adentro.
La
importancia de la organización del trabajo y de lo prescripto es innegable. Sin
las prescripciones, la inteligencia práctica - aquella que debe ser capaz de
circunvalar o saltearse lo prescripto para superar la resistencia de la
realidad - no puede desarrollarse. Tampoco se rechazan las evaluaciones
cuantitativas y del desempeño individual pero hay que reconocer que estas, por
si solas, son insuficientes, ineficientes e injustas.
Creemos
medir el trabajo pero únicamente medimos lo que es visible y esto conduce, como
se ha comprobado, a la inoperancia del sistema de evaluación, sobre todo en una
institución cuyo cometido esencial es la producción y reproducción del
conocimiento. Las evaluaciones individuales y cuantitativas solamente podrán
funcionar si se establece: a) una forma de confrontación constante con la
evaluación cualitativa y esta se conforma mediante el reconocimiento de los
pares; b) para eso es imprescindible la elaboración colectiva de compromisos de
trabajo, el intercambio fluido de ideas y sobre todo de experiencias prácticas;
c) la participación directa de los funcionarios en la capacitación y en la
formación académica de sus compañeros, a todos los niveles, desde las
decisiones “académicas” hasta el dictado de los cursos y la evaluación del
conocimiento; d) una atención aún más decidida a las condiciones de trabajo y
al bienestar de los funcionarios.
Hay que buscar
nuevas formas para hacer todo esto dejando de lado las “modas gerenciales” y
las “soluciones” puramente normativas. Puede haber decepción y desencanto ante
el fracaso, incredulidad y desconfianza pero también es posible que haya muchos
intérpretes capaces de medirse con el desafío de este “Trino del Diablo”.
[1] Quien esto escribe participó,
desde 1991 en las deliberaciones, la redacción del proyecto original y en el
estudio de diferentes experiencias locales y del exterior en materia de
implantación de sistemas de evaluación del desempeño. Asimismo produjo
permanentemente una serie de informes y publicó artículos sobre esta materia.
En el año 2003, presentó un documentado informe a la Dirección General de
Personal , analizando los problemas que se presentaban y las perspectivas para
refuncionalizar el procedimiento, que estuvo disponible por muchos meses, en la
página de la DGP.
[2] Técnicos/Administrativos/de Servicios (T/A/S), nomenclatura que parece
menos excluyente y negativa y más amigable que la que emplea la Ley Orgánica:
no docentes.
[3] Estos términos, entre comillas,
remiten a la crítica que Christophe Dejours hace a las concepciones gerenciales
y neo gerenciales que procuran, primordialmente, desviar las objeciones a sus
procedimientos de organización del
trabajo hacia los actores individuales, es decir hacia los trabajadores,
considerados como un “recurso” o un “factor” al que deben imputarse las fallas,
las ineficiencias, las resistencias.
[4] Obsérvese que no estamos
hablando de la desaparición de estas formas de organización del trabajo sino de
su agotamiento porque, bajo formatos repetidos o poco modificadas suelen
reaparecer periódicamente a través de las llamadas modas gerenciales.
[5] Véase las obras de Alain
Wisner, Louis Le Guillant, Christophe
Dejours, Dominique Dessors y Pascale Molinier, entre otras.
[6] Una resistencia que va mucho más
allá de “la crueldad de los objetos inanimados” a los que a veces, bromeando,
se alude como causa de lo que no se consigue.
[7] Se entiende que aún los trabajos
que se desempeñan en solitario siempre tienen una dimensión colectiva. Los
referentes son otros trabajadores. Por esta razón la soledad es uno de los
factores que más influyen en el deterioro de las condiciones de trabajo.
[8] No podemos ahora detenernos en
estas formas de organización del trabajo que adoptan la forma de ‘modas
gerenciales’ o de sistemas complejos como el toyotismo para inducir la
superexplotación de los trabajadores bajo modalidades que hemos llamado
“participación de baja intensidad” (círculos de calidad, facilitadores,
generadores de ideas, etc.).
Hola Fernando,
ResponderEliminarexcelente texto. No podría estar más de acuerdo. He tenido la oportunidad de asistir a un seminario de Dejours en Buenos Aires y escuchar sus fundamentos contra la evaluación individual de desempeño, muchos de los cuales mencionás vos.
Como mando medio en una multinacional, debo realizar este proceso, que es centralizado y homogeneo en toda la compañía (más de 200.000 empleados globalmente). Como ironía del destino o resistencia de lo real, es muy evidente entre los trabajadores de la unidad de negocio en la que trabajo que este proceso está vaciado de sentido. Todos saben que la evaluación es arbitraria y que lo que está estipulado rara vez se sigue. Pero los altos directivos son felices porque los indicadores en las herramientas informáticas indican que todos han recibido su evaluación.
A mí lo que más me molesta de la evaluación individual de desempeño es la corrosión sobre lo colectivo del trabajo.
Aquí postee una crónica del seminario http://elmandomedio.blogspot.com.ar/2013/05/el-mando-medio-en-el-seminario-el.html
En fin, ahí estamos.
Un saludo